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Fatalismo crítico y oscuridad sofocante, son las dos patas sobre las que se alza Black Mirror, la miniserie, o tal debería decir la trilogía, de ciencia ficción televisiva. Se la ha referenciado con The Twilight Zone y con Tales of the Unexpected. Con la primera porque supongo que todas las series de ciencia ficción con capítulos independientes autoconclusivos la deben algo; con la segunda porque al igual que Black Mirror era británica. En realidad puestos a emparentarla, yo la hermanaría antes con Más allá del límite (The Outer Limits), sobre todo con las mejores temporadas de su última encarnación de los 90, en cuanto no solo a género, sino a espíritu (premisas argumentales basadas en posibles descubrimientos científicos) y muy especialmente por tener una cosa fundamental en común: el pesimismo. Pero mientras queMás allá del límite pera pesimista sobre todo por sus devastadores finales, Black Mirror es pura negrura de principio a fin, una negrura que comienza a observarse con una sonrisa cínica que poco a poco se congela y da paso a la tristeza, otro de los denominadores comunes de los tres capítulos.

Los tres episodios de Black Mirror ofrecen justamente lo que su título colectivo promete: un espejo negrísimo en el que vernos reflejados a tenor de los últimos cambios de modos sociales motivados por la eclosión de ciertas tecnologías que hoy están al alcance de cualquiera: Internet, las redes sociales, los teléfonos móviles, ciertas tendencias televisivas, el dinero electrónico, etc., y otros que presumiblemente pronto también lo harán, como la realidad aumentada y virtual. Los grandes asuntos y los problemas humanos se mantienen eternos, siempre los mismos, pero los avances tecnológicos están alterando drásticamente la manera en que hacemos las cosas cada vez más a menudo. Si hace apenas un siglo había generaciones enteras que podían repetir la vida de sus padres, dedicándose a lo mismo y viviendo de manera harto indiferenciada, en el siglo XX la evolución científica y social provocó que ya la generación de nuestros abuelos haya podido ver de jóvenes un mundo que en poco se parece al que ven hoy, que nuestros padres se hayan visto obligados a actualizarse cada diez ó quince años (piénsese en que hace 15 años pocos tenían teléfono móvil o Internet, y que hace 30 aún había cobradores de recibos que iban puerta a puerta por las casas) y que nosotros estemos viviendo eso ya prácticamente cada tres ó cinco años (piénsese en cómo eran los teléfonos móviles hace tan solo 3 años y cómo se usaban, o los portátiles hace 5 –las tablets no existían-, o las redes sociales). Nuestros hábitos y costumbres van incorporando con aparente facilidad los avances, pero tal vez por eso mismo, y por el ritmo vertiginoso al que comienzan a suceder estas cosas, quizás no nos está dando tiempo de darnos cuenta si ello no nos está cambiando, convirtiéndonos en algo, o haciéndonos dejar atrás algo que pudiera ser importante. De eso habla, precisamente, Black Mirror.

El espejo es negro, claro. La serie incide solo en las posibilidades más terroríficas o deprimentes derivadas de esos avances, y olvida a propósito cualquier otro factor positivo. Se podría hacer un White Mirror sobre cómo las familias separadas cientos de kilómetros mantienen el contacto mediante Skype, de cómo encontrar el lugar de una cita es mucho más fácil desde que tienes GPS en tu propio móvil, llamar a la grúa es posible aunque el coche te haya dejado tirado en medio del campo, se puede trabajar desde casa, o por Internet la gente hace nuevas relaciones, encuentra apoyos para sus proyectos o incluso los distribuye llegando a un público imposible de cualquier otra manera. Mismamente: Vd. y yo no estaríamos manteniendo el vínculo que implica el que esté leyendo estas líneas que he escrito, si no fuera por Internet. En ese sentido Black Mirror es tramposa. O para ser exactos: focaliza donde le interesa, así que tampoco puede ser tomada como un estudio riguroso sobre lo que nos está pasando. Pero sí resulta muy interesante y acertada en lo que decide decir y en cómo lo dice. Y qué diablos, dramáticamente siempre han funcionado mejor el conflicto que la armonía.

En realidad nada de esto debería pillarnos de nuevas dado que la mente creativa detrás de Black Mirror es la de Charlie Brooker, uno de los periodistas y guionistas británicos más ácidos de la actualidad, co-fundador de la productora Zeppotrol y, sin ir más lejos, el creador de aquella otra joya de la televisión reciente, la miniserie de zombis Dead Set (Muerte en el plató). Ya en Dead Set, y bajo una cobertura de ficción apocalíptica con zombis corredores al estilo de 28 días después o El amanecer de los muertos, y una contundencia muy superior a la de The Walking Dead, hacía un comentario de lo más corrosivo acerca de la moda de programas como El gran hermano (Big Brother en su formato original inglés) y la evolución de la sociedad: si en 1978 George A. Romero nos decía que los zombis acudían a vagar al centro comercial porque en vida había sido un sitio importante para ellos (es decir, nuestro consumismo se había convertido en el centro de nuestras vidas y nos ha transformado en algo no muy diferente a esos seres), ahora Brooker nos está diciendo que a donde van los zombis sin saber porqué es al estudio de TV de la casa de El gran hermano, y es que todavía hay cosas peores que el consumismo, como por ejemplo la estupidez, la ordinariez o todo junto, como suele ser constante en el citado “concurso”. En 2011, y a modo de miniserie documental, Charlie Brooker presentó How TV Ruined Your Life (literalmente, y de manera harto categórica, “Cómo la TV arruinó tu vida”), seis capítulos acerca de la pobreza conceptual y la depravación de los valores de una parte muy popular de la televisión de nuestros días. Y eso, irónicamente, cuando Zeppotrol es subsidiaria de Endemol, la productora creadora de el concepto televisivo El gran hermano.

Como fuere, Black Mirror es puro Charlie Brooker. Tiene su mala uva, su pesimismo revestido de sentido del humor, su tendencia al tremendismo y su nada disimulado desprecio por formatos televisivos muy de moda. La trilogía parece ambientada en tres tiempos: El himno nacional en el más riguroso presente (hasta el punto de que es discutible si este capítulo puede considerarse ciencia ficción), Toda tu historia en un futuro posiblemente muy cercano, y 15 millones de méritos en un futuro factible pero para el que nos quedarían unos cuantos años más.

El himno nacional (The National Anthem)

Comienza con una idea rompedora y muy provocativa: alguien ha secuestrado a la princesa (recordemos la importancia de la familia real en el Reino Unido) y a cambio de no matarla exige que el Primer Ministro comparezca en directo en TV y mantenga sexo en vivo con un cerdo, sin trucos y en primer plano. Se trata de una de esas ideas de una originalidad tan rabiosa y enfermiza, que fascinan, como la de The Human Centipede (2009, de Tom Six), que tanto ha dado que hablar (incluso entre gente que no ha visto la película). Pero lo más interesante del capítulo es lo que pasa a continuación:

El gobierno trata de mantener el asunto en secreto, pero el video de las condiciones ha aparecido en YouTube. Tratan de silenciar a la prensa británica, y en cierta medida lo consiguen, pero ya ha sido difundido y comentado por toda la prensa internacional, de CNN a Al Jazeera. Tratan de engañar a los secuestradores, pero la cosa se filtra por Internet. Tratan de cumplir evitando que el público lo vea, pero millones de personas de todo el mundo deciden no perderse el “espectáculo”. La idea no es descabellada, y la vida, que imita al arte, no ha tardado en dar la razón al capítulo. Un bloqueo informativo similar al descrito en este episodio, con el gabinete de prensa del gobierno llamando a periódicos, emisoras de radio y TV y ordenando/amenazando para que no dieran la información sobre las fotos y videos del Príncipe Harry, hijo menor del Príncipe de Gales Carlos de Inglaterra y de Lady Dee y nieto de la Reina Isabel II, tercero en la línea sucesoria al Trono de Inglaterra, participando en una orgía durante una fiesta privada en Las Vegas. Todo el mundo hemos visto esas fotos y esos videos, en los que el Principe inglés aparece desnudo practicando sexo con una chica, lo cual demuestra que el bloqueo informativo ha sido un fracaso. En realidad, sí que consiguieron que los medios británicos no las publicasen… al principio. Pero dado que las fotos habían salido en USA, Alemania, Holanda, y en todo el resto entero del mundo, y que cualquier inglés podía encontrarlas por Internet… pues el bloqueo era tontería. Algo parecido pasó en España con las famosas fotos de la familia de Rodriguez Zapatero en la Casa Blanca, con sus hijas vestidas de góticas (más bien góticas metaleras). Pese a ser una foto oficial, se trató de que nadie las publicase, pero comocirculan por la Red, todo el que quiso las vio e incluso se hicieron concursos espontáneos de montajes sobre ella.

Este es el mundo globalizado que nos ha tocado vivir, e Internet y las Redes Sociales desbordan a los medios de comunicación tradicionales, incluso amenazándolos. Hasta los servicios de inteligencia y los gobiernos ven la capacidad de hacer y deshacer tremendamente mermada (véase caso Wikileaks, casos de hermetismo a lo peli de terror aparte, como Corea del Norte, o de censura mediante ataque directo a enrutadores, como en China), y la información viaja más rápido de lo que se puede asimilar. Especialmente cuando en lugar de “información” propiamente dicho, es material morboso. Reciente ejemplo: el video de la concejala de Yébenes Olvido Hormigos: “En dos horas todo el pueblo tenía mi video”. Si el material es de calidad cultural, seguramente pase desapercibido en el océano de notas y fotos de la Red. Pero si es una chorrada, y en especial una chorrada sobre sexo… En el episodio se menciona Twitter, por supuesto, y sus célebres trending topics, o las coberturas mediaticas en Facebook para pedir que se haga tal o cual cosa. En es contexto, la trampa en la que se ve metido el primer ministro británico es… cruel y a la vez inevitable. Cuando se puede seguir un asalto policial mediante su grabación vía móvil, cuando todo el mundo opina en 140 caracteres y la imagen mediática lo es todo, ¿cómo escapar? Tan desolador como el final, con la identidad del secuestrador, que obviamente no revelaré, sus objetivos, y el destino que aguarda a los protagonistas… Con guión del mismo Charlie Brooker, sencillamente genial por lo que tiene de descripción del mundo tal y como es hoy.

 15 millones de méritos (15 Millions Merits)
Entramos en la ciencia ficción pura, en un futuro en el que la humanidad vive confinada en ciudades subterráneas (en ningún momento veremos la luz del sol) asépticas e hipertecnificadas y el reinado del monitor es todopoderoso. Existen dos clases sociales: los gordos, que realizan tareas de mantenimiento, tratados como esclavos y constantemente ridiculizados por unos programas de TV que enseñan el sostenimiento del sistema por medio de la perpetuación de sus estereotipos, y los demás, que para ganarse la vida viven encadenados a unas bicicletas. Con su esfuerzo en la bici se ganan los méritos, una suerte de dinero virtual, y proveen de energía a toda la estructura social, que al estar tan tecnificada y haber desaparecido otras fuentes de energía, necesita de mucha fuerza muscular para mantenerse encendida. A estos felices esclavos se les mantiene animados mediante programas de TV lo más tontos posibles, desde la pornografía que siempre funciona al ser muy primaria, a concursos de talentos del estilo Tienes talento o Factor X. Se te vende la idea de que ciertos cantantes han cumplido su sueño (similar a algunos de nuestros mediocres triunfitos), y que por lo tanto puedes seguir confiando en el sistema. Pero lo cierto es que todo está montado para mantenerte mirando videos sin sentido e impidiendo que pienses o que trates de tener algo real. Una especie de mundo a lo second life lo domina todo, y la gente compra objetos virtuales con los que gasta su dinero virtual (en realidad nadie tiene nada, nunca).

Está claro que Charlie Brooker odia los programas a lo Operación Triunfo, Tienes talento, Factor X y un largo etcétera. Bueno, no es raro. No deja de ser significativo que lo más divertido y exitoso de ellos sean sus castings, precisamente porque es donde salen los frikis y las personas cuyas actuaciones son las más ridículas. Hay mucho de regodeo en el ridículo ajeno en esos programas. También se da el culto a la grosería y la falta de empatía, a través de ídolos como nuestro conocido Risto Mejide, que sin duda tiene sus semejantes en todos los países en los que se emiten programas así, ya que este capítulo hace de ellos una sátira impecable. Ese jurado odioso… y ese público de “ciclistas”, compradores de idioteces generadas por ordenador y espectadores de programas que ridiculizan a personas… Estamos ante un panorama desolador, existencias cuyos días son todos iguales, en los que el único sentido de todo parece ser el consumo de publicidad (    que está penalizado dejar de mirar), en el que la realidad se ha difuminado y la gente está muy sola.

Pero lo más desolador del episodio es la denuncia de lo vendible que es el alma humana, cuando el que creíamos que iba a a ser el héroe de esta distopía… No se lo contaré, es mejor que lo vean.

Entre los demás méritos del episodio están el anuncio de lo que dentro de poco será corriente: el interfaz gestual y la retirada del cash del mercado y el dinero virtual, fácilmente controlable, así sabrán en qué gastamos nuestro dinero en cada momento. También son ingeniosas sus bromas visuales sobre pop-ups. En general, es una pesadilla futurista deprimente y que deja muy mal cuerpo, el más complejo de todos visualmente por lo que tiene de combinación de técnicas (animación, imagen real), aunque también es el que exige aceptar más premisas fantásticas ante la ausencia de explicaciones de cómo llega la sociedad a ese punto, y cómo funcionan las cosas. En la misma línea pienso en la película Carré Blanc (

Toda tu historia (The Entire History of You)

El único capitulo que no está guionizado por Charlie Brooker en realidad gira entorno de una única innovación futurible: el grano, un dispositivo que se inserta detrás de la oreja y va conectado directamente al cerebro, y va grabando todo lo que vemos y vivimos. El dispositivo permite reproducir cualquier fragmento como si fuera un video, claro: puedes tener una entrevista de trabajo y volverla a ver una y otra vez posteriormente para analizar cómo ha salido, o masturbarte rememorando una y otra vez una experiencia pasada (que vuelves a ver delante de tus ojos como si estuviera volviendo a pasar), ver una cosa que te ha pasado y hacer zoom en algún detalle para entender algún detalle sobre ella, etc. Todo el mundo lleva el grano, salvo algunas personas que son miradas por los demás como bichos raros (tan raro como negarse a tener cuenta de Facebook o Twitter hoy), o como si fueran gente new age o hippies naturalistas nuevos. El caso es que el protagonista tiene grano implantado, claro, y mujer, con la que tiene un hijo pequeño, también. Al fin y al cabo, son personas normales.

El capítulo se limita a especular con cómo podría influenciar esto en las relaciones. Viene a ser como una de Woody Allen… pero con el grano. Los celos podrían ser alimentados mediante la observación obsesiva una y otra vez de alguna experiencia, o mediante la sospecha de que es la otra parte la que puede estar volviendo a ver (volver a ver es volver a vivir, rezaba el eslogan de una empresa de revelado de fotografías para familias). Y naturalmente, la posibilidad de recuperar, incluso con zoom y con pluggins especiales (como la lectura de labios), una experiencia pasada ocasionará no solo la imposibilidad de superarla, sino también el que con mayor facilidad se descubran esos pequeños y grandes ocultamientos que tiene la pareja, y que por sensibilidad impiden que el otro resulte dañado. Cosas que no contamos a veces con razón, casi siempre por inseguridad y de manera desproporcionada. Y no digamos ya de las personas con cosas reales que ocultar, como infidelidades. En definitiva, si la naturaleza es sabia y olvidamos por pura sanidad mental, y a veces es bueno ser ajeno a ciertas cuestiones, lo que plantea el capítulo es lo pasaría, en el microcosmos de una relación de pareja, si gracias a un gadgettecnológico pudiéramos controlar todo eso y evitarlo: recordarlo todo, verlo todo, enterarnos de todo. ¿Estamos preparados para eso?

Después del desproporcionado y deprimente “15 millones de méritos”, éste, no menos triste en su conclusión, se hace más liviano, quizás con riesgo de parecer menos significante por el alcance doméstico de la trama. Claro, salvo que se piense en la propia situación familiar, que al fin y al cabo es el mundo que más nos afecta. Me recuerda a aquella película, Timer (2009, de Jac Schaeffer) en la que por medio de un dispositivo electrónico pegado a la piel la gente sabía, de antemano, los días, horas y minutos exactos que faltaban para conocer a “esa persona especial”, la media naranja de uno. Timer en tono próximo a la comedia romántica agridulce (a lo Bridget Jones), contaba como nos afectaba eso: cómo era ver que tu dispositivo no se enciende (que hagas lo que hagas, no hay persona), o ver como te gusta muchísimo alguien pero tu dispositivo dice que aún falta (y por lo tanto no le das la oportunidad siquiera), o al contrario, ver que es la hora, justo ahora… y en tu camino solo se cruza un gilipollas. ¿Cómo nos sugestionaríamos al saber de antemano el resultado de una relación? En una línea semejante, este capítulo de Black Mirror nos muestra a un hombre enfermo de celos que comienza a comportarse como un capullo, para ir tirando de un hilo tremendo hasta descubrir… justo lo que no desea. Y pasada la relación, ¡cómo superarla, cuando puedes ponerte en un loop infinito una y otra vez la sonrisa de ella, su manera de desperezarse o sus hoyuelos al sonreir!

Es un capítulo muy útil por describir cómo un simple detalle (un aparato más en tu casa o insertado en tu cuerpo) lo cambia todo, aún cuando, como dije muchos párrafos más atrás, lo principal (los celos, la posesividad, la pasión, etc) son los temas eternos, lo que nunca cambia.

Aterradora pantalla negra. Es la televisión que tenemos, el mundo que tenemos. Black Mirror. Esperando ansiosamente y con un escalofrío una segunda temporada, y a ver si esta vez tiene más de tres capítulos.

 

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