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Una de las primeras imágenes que me vienen a la mente cuando me imagino una ciudad destrozada y apocalíptica, es la que aparece en los primeros fotogramas de “La Jetee“. Sin sonido. Sin color. Sin movimiento. Muerta como sus habitantes. Inquietante y sugerente.

La hora de la verdad

“El fin del mundo no me preocupa; puedo vivir sin él.”
(Ralph Waldo Emerson.)

Desde que el hombre es hombre y tiene conciencia como tal, ha fantaseado e imaginado con cómo sería el fin de sus días. Posiblemente algún día, esperemos que muy, muy lejano, el ser humano desaparezca de la faz de la Tierra y deje paso a una nueva especie que, tal vez, trate al planeta y a sus semejantes mejor de lo que lo estamos haciendo nosotros.

Supongo que ustedes, al igual que yo, tienen el convencimiento (en mayor o en menor grado) que cualquier día nos vamos a ir a dormir y vamos a despertar, a la mañana siguiente, en un mundo devastado bien porque a algún loco líder mundial le ha dado por apretar el botón de su arsenal nuclear (o químico, o bacteriológico, o vayan ustedes a saber qué) o bien porque el clima se ha vuelto rematadamente loco de repente (lo de que venga una especie alienígena y lo destroce todo, a día de hoy, lo veo un tanto improbable, oigan, no porque no haya vida más allá de nuestra atmósfera, sino porque imagino que no tendrán ningún interés en nosotros o nuestro mundo).

En la ciencia ficción de los años 50, conocida como “La década atómica”, y los años posteriores hasta nuestros días, el cine (y la literatura y los comics) mostraba una “inocente” visión de las catástrofes y sus consecuencias, con la participación siempre de un héroe poderoso y aparentemente indestructible que tratará de solucionar la situación. Además, en esos años de triunfalismo tras la victoria americana en la Segunda Guerra Mundial, los militares pasaban por ser los buenos, los que defenderían al mundo. La Guerra de Vietnam y el Watergate cambiaron eso, y los gobiernos y los militares pasaron a convertirse en los autores de la destrucción y comenzó a cundir el escepticismo sobre la posibilidad de salvarse. Finalmente, hasta la fatídica fecha del 11/9 en casi todas las películas en las que se trataba el tema delapocalipsis de la civilización, se ponía más interés por enfatizar los acontecimientos globales (con todo lujo de detalles en complejos gráficos tridimensionales o en artesanales maquetas de cartón-piedra) que las desgracias personales e individuales del ser humano. Pero desde ese trágico día, nuestra concepción del peligro cambió drásticamente y nos dimos cuenta de lo frágiles que somos y lo indefensos que estamos en todo momento del día o de la noche (porque no lo olviden, amigos míos, mientras ustedes duermen, la otra mitad del planeta está viva y campa a sus anchas por el mundo para hacer lo que les plazca). Casi hemos pasado de un apocalipsis global a uno introvertido y del alma.

Como decía, ahora que por fin sabemos que no somos todopoderosos, va siendo hora de ir pensando que nuestra bonita vida burguesa (los afortunados que somos afortunados de tenerla) puede acabar en cualquier momento y entonces ni nuestras joyas, ni nuestros libros, ni nuestras pertenencias tendrán el valor que ahora les otorgamos, salvo para comerciar con ellas y cambiarlas por comida. Y entonces, ¿cómo nos enfrentaríamos a esta nueva situación?, ¿podríamos conservar nuestros valores en estas condiciones?, ¿qué haríamos para sobrevivir y proteger a los nuestros? A este respecto, el de saber cómo reaccionaríamos en determinadas situaciones, les recomiendo la película “Das experiment” de Oliver Hirschbielgel, que si bien no tiene nada que ver con el tema del fin de la humanidad como tal, sí que refleja perfectamente cómo varía nuestro carácter dependiendo del poder que tengamos o nos den, o de lo desesperados que nos encontremos.

Hay dos ideas del colapso de la civilización, una de una película (sacada de un libro) y otra de un libro (que también se cita en esa película) que me han atraído desde siempre. En el primero de los casos, es el “Proyecto Mayhem” al que se hace mención en “El club de la lucha“, impresionante película de cabecera para mí y adaptación de la exitosa novela de Chuck Palahniuk. El Proyecto en cuestión tiene como meta llevar a la humanidad (que se ha descarriado y ha olvidado de dónde procede) a sus remotos orígenes, a un mundo sin sistema financiero y sin tecnología. A la tribu primigenia. A los albores de la civilización.

El otro concepto, que también se cita en la película de Fincher, pertenece a la obra literaria de J. G. Ballard, un francotirador de las letras que entiendó nuestro nuevo milenio como nadie lo ha hecho, adelantándose en el tiempo a él y a sus contemporáneos. Debería bastarnos con leer el siguiente párrafo suyo para hacernos una idea de lo que nos quiere decir y hacia dónde nos conducirán nuestros pasos:

“Un mundo extraño, involucionado hasta los estadios más primitivos del desarrollo humano y tecnológico, una comunidad igualitaria cuyo hábitat serán las selvas primordiales, nuestro cerebro reptil”

Indudablemente, las raíces de la ficción apocalíptica y post-apocalíptica que han poblado nuestras pantallas, han de buscarse en la literatura de ciencia-ficción del pasado (estando esta, a su vez, indudablemente influenciada por la religión en general, La Biblia en el libro de las Revelaciones de San Juan, el Gilgamesh o el Ragnarok, por citar algunos). La primera obra de ficción apocalíptica moderna es “The last man” (1826) de Mary Séller, y narra la historia de un hombre que vive en un futuro indeterminado en el que el planeta ha sido destruido por una plaga. Poco después vendría “After London” (1885) de Richard Jefferies, en la que un hecho de devastación desconocido provoca que la gente adopte una vida casi medieval. Y a partir de aquí… Welles, Matheson, Wyndham, Ballard, Disch…

La primera película que recuerdo ahora sobre el fin total de la humanidad y del planeta, sería “When worlds collide” (1951) de Rudolph Maté, en la que un meteorito va a estrellarse contra la Tierra y destruirla por completo. Verdadera pionera de las películas post-apocalipticas, de lo que ocurre con los supervivientes del fin del mundo, es Five (1951, de Arch Oboler), que acaba de editar en España en DVD L’Atelier XIII. Años después, en el 59, llegaría “La hora final” (On the beach) de Stanley Kramer, en la que la guerra nuclear ha arrasado casi por completo el planeta, dejando de momento como habitable al continente australiano, lugar en el que se han refugiado los pocos supervivientes que quedan vivos. Supervivientes que no pueden por más que esperar pacientemente a que la nube tóxica llegue hasta Australia y acabe también con sus vidas.

Lo de la bomba atómica fue un miedo que perduró durante años, muchos años y era el único temor que teníamos y la única causa posible que concebíamos para que nuestro mundo dejara de ser verde y se convirtiese en un desierto de muerte y destrucción. Así, en el 68, daba comienzo la mítica saga de “El planeta de los simios“, en la que una guerra nuclear provoca que los seres humanos involucionen ligeramente y que los primates evolucionen notablemente y se hagan con la hegemonía del planeta, utilizando a los seres humanos como sirvientes y especimenes con los que experimentar. Un detalle curioso se produce en la segunda parte, donde un grupo de supervivientes, deformados por la radiación, rinden culto a su “nuevo” dios. Un dios que les librará de todo el tormento y que hará que todo acabe para que pueda volver todo a la normalidad perdida. Ese dios, ese totem, es una bomba atómica que aún no ha explotado. Aquí la Tierra ha vuelto a sus orígenes, cubriendo su corteza con vegetación virgen y con un clima nada manipulado.

Las ciudades permanecen de momento, pero un tanto abandonadas en la propuesta que Boris Sagal nos daría en el 71 en El último hombre vivo (“Omega Men“), la segunda versión de la novela de Richard Matheson “Soy Leyenda” (1). Los humanos han revertido su condición y se han convertido en una clase de vampiros, fruto de una amenaza bacteriológica creada por el ser humano, que tratan de eliminar al único superviviente del planeta. En este apartado, me van a permitir que les recomiende dos películas que captan a la perfección lo que es la desolación de una ciudad y las sombras que oculta en cada esquina. La primera es “The world, the flesh and the devil“(1957) de Ranald MacDougall y la segunda la española, “La hora incógnita“(1963) de Mariano Ozores.

En el año 79, se estrenaría la primera película de una trilogía que marcaría el devenir del cine apocalíptico en años venideros. Hablamos de “Mad Max“. Realmente, la primera parte llegó tarde en su generación, pero en su segunda entrega, evolucionó, tomó aspectos de la estética más radical del heavy y el punk de los años 80 y se convirtió en un referente estético para otras muchas películas. La sociedad se ha convertido en hordas de bárbaros que no dudaran en usar la fuerza bruta para conseguir lo que desea, agrupándose en bandas de asaltantes que arrasan con todo cuanto tienen a su alcance y recorren incansablemente los desiertos y las escasas ruinas de lo que otrora fueron ciudades. Esta visión de las ciudades y las tribus, que no de la estética en la indumentaria, se volverá a dar muchos años después en la interesante y esperanzadora (para el ser humano) película “The book of Eli” (2009).

La estética que parece predominar hoy día en esta temática (basta con ver “The Road” para darse cuenta de ello), es la intimista e introspectiva, algo que no debería extrañarnos visto que los tiempos han cambiado y ya no parece haber hueco para héroes ni para la imaginación desbordante. ¿Qué más da qué haya ocurrido si no somos capaces de saber ni cómo somos nosotros mismos?

Ya sea por el cambio climático (“El día de mañana“, “Señales del futuro“), por nuestra incapacidad de tener hijos (“Hijos de los hombres“), por un cometa (“When worlds collide“, “Tres días“), por la bomba atómica (“El planeta de los simios“, “La fuga de Logan“, “Cuando el viento sopla“), por un factor desconocido (“The Road“, “El tiempo del lobo“, “The book of Eli“), porque la naturaleza se alza contra nosotros (“El incidente“, “El día de los trífidos“), porque los muertos se levanten (“Dawn of the dead“, “Diario de los muertos“)… sea por lo que sea, el caso es que todas nos dejan ciudades abandonadas o reconvertidas en lo que no son, paisajes desérticos o involucionados y primitivos, mundos posibles que están todos en este; en definitiva, historias del fin de la humanidad…

Las historias del Apocalipsis son historias sobre nuestra propia personalidad malvada y sobre le fracaso de la humanidad como especie, un fracaso que nos ha llevado al caos y a la destrucción. Films sobre lo horroroso que es algunas veces vivir, vida que para algunos es más una tortura que una alegría y la paradoja que se da entre la resignación y la lucha. Ninguno sabemos, aunque podamos elucubrar sobre ello, como serán nuestros últimos días en el planeta y cual será la causa de la extinción de nuestra raza (aunque es claro que será una auto-extinción) y que nos veamos condenados a morir como bárbaros mendigos y salvajes está por verse… Aunque, ¿no somos ya moribundos que están muertos en vida?

Notas

1. La primera fue The Last Man on Earth (coproducción USA-Italia que en el país mediterráneo se llamó L’ultimo uomo della Terra) de Ubaldo Ragona y Sidney Salkow, y en la que el último ser humano sobre la Tierra era Vincent Price.

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