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La Aventura Audiovisual, la distribuidora de Ferran Herranz, sigue acumulando puntos para que la adoremos. A su excelente catálogo, al que este año han sumado estrenos como Green Room, Bone Tomahawk, The Invitation o (en otro orden, pero que también nos gusta) The Green Inferno, se une ahora la impagable iniciativa de presentar también ante el cinéfilo español el cine de uno de los cineastas más interesantes surgidos en las últimas temporadas: el director y guionista británico Peter Strickland, conocido ya de los asiduos a festivales de cine, pero aún inédito para el gran público (o todo lo “gran” que permita la limitada distribución y difícil promoción que nos tememos que va a obtener). Y lo hace estrenando sus dos últimas películas, las aclamadas Berberian Sound Studio (2012) y El Duque de Burgundy (The Duke of Burgundy, 2014), que serán estrenadas en cines una tras la otra con apenas dos semanas de correlación. Strickland tiene además una tercera película, la que fue su opera prima, Katalin Varga (2009), rodada en Rumanía,  menos conocida incluso entre los que ya nos consideramos seguidores del director, y que sin duda también merecería la pena recuperar. Pero este doblete supone una oportunidad impagable para descubrir la mirada personal de este autor, sombría y poética.

Sería un tanto absurdo con una filmografía tan corta entrar en hablar de obsesiones y constantes, pero no cabe duda de que los dos films que se van a estrenar, aparte de una calidad muy alta, tienen en común también una serie de puntos de los que podemos inferir un estilo de autor, unos intereses intelectuales y artísticos, y unas inclinaciones. Para empezar, está claro que a Strickland no le asustan ni la experimentación ni la transgresión. El artista siempre cuenta que los 90 fueron una época de su vida que le marcó mucho, ya que vivió en Nueva York codeándose con mucha gente de la anterior contra-cultura. Rodó un cortometraje con Nick Zedd (Bubblegum, 1996), fue presentado a otros cineastas e introducido en el mundo del cine por MM Serra y su Film-Maker’s Coop, y obtuvo su primer ocupación profesional en una película de Bruce Labruce, Skin Flick.

A pesar de esto, el lector no debe llevarse la falsa imagen de que Strickland tiene un estilo underground. Al inglés lo que de verdad le sale de dentro es su fascinación por algunas de las formas estéticas del cine de género europeo de los 60, 70 e incluso parte de los 80. Berberian Sound Studio es una película que reproduce y homenajea el cine de terror italiano, con el giallo a la cabeza pero también (y no menos importante) a esas películas de terror onírico de acierto esotérico, como la trilogía de las Tres Madres de Darío Argento (Suspiria, Inferno, La tercera madre). El duque de Burgundy hace lo propio respecto a las atmósferas y tendencias del cine erótico sadiano francés, con sus tramas tortuosas, películas como Morgane et ses nymphes (1971, de Bruno Gantillon), Deslizamientos progresivos del placer (Glissements progressifs du plaisir, 1974, de Alain Robbe-Grillet) o La belle captive (1983, de Alain Robbe-Grillet), así como también al sentido del fetichismo y las relaciones de Jesús Franco (Las vampiras, Una virgen en casa de los muertos vivientes, etc).

Berberian Sound Studio es una película sobre cine (cine dentro del cine), que cuenta cómo Gilderoy, un excelente pero tímido técnico de sonido británico, es contratado para sonorizar por completo un film de terror italiano sobre brujería, de bajo presupuesto y atmósfera onírica, con escenas sádicas, y actrices de físico espectacular (ya saben: la típica película italiana que nos gusta). La película, en la que el sonido tiene una relevancia inusitada (a Peter Strickland le encanta la música noise  y el noise rock, y entiende bien la importancia de las texturas sonoras), muestra algunos trucos de cómo se les pone sonido a ciertas escenas (el acuchillar de sandías para las muertes por apuñalamiento, el sonido a representa al Maligno viniendo a la Tierra y la carne humana quemándose en las escenas en las que las brujas son ajusticiadas en la hoguera, etc). Gilderoy nunca ha seguido aquel tipo de película y no le gutan, pero paulatinamente hay cosas en la pantalla que comienzan a afectarle…

Por su parte, El Duque de Burgundy es la historia de la relación sado-masoquista de dos mujeres en una mansión de atmósfera victoriana. En primera instancia parece que una es la criada y la otra la señora, siempre dispuesta a humillar y castigar a la sirvienta por el más mínimo fallo; pero la llegada de una tercera mujer, que viene atraída por la eminencia como entomóloga experta en mariposas, revela en medio de una tormenta de celos y amor desesperado la realidad: todo es un juego erótico entre dos iguales, en una relación en la que la que parecía la señora en realidad es la más débil, locamente enamorada de su compañera, a la que complace en sus fantasías masoquistas humillándola cuando en realidad lo que desearía es una relación más convencional. Este tipo de relaciones lésbicas crueles se dan también tanto en el cine de MM Serra, la que fuera su mentora, como de Jesús Franco.

Artificio. Ambas películas presentan juegos de espejos y situaciones premeditadamente equívocas y rocambolescas. Berberian Sound…  en su dicotomía entre realidad y ficción, lo que ocurre en la pantalla y lo que ocurre fuera, y cómo gradualmente va pareciendo que deja de haber tanta diferencia. En El duque… por la inversión de papeles, cuando la sádica resulta ser en realidad una mujer dependiente, inocente y entregada, y la víctima es un inasequible objeto de deseo, voluble, hedonista e incapaz de abrirse a nadie.

En cualquiera de las dos películas el estilo de Strickland es poético, pero sombrío, morboso y como si estuviera bordeando un territorio prohibido. Aunque algunos de sus temas son compartidos con el cine explotation, él no llega a caer nunca en ese apartado. Sabe cómo integrar escenas fuertes con influencias de películas como La noche que Evelyn salió de su tumba (La notte che Evelyn uscì dalla tomba,1971, de Emilio Miraglia), con una sintaxis cinematográfica de alto cine. También se despega en las relaciones entre los personajes, que son maduras y profundas, especialmente entre las mujeres de Burgundy. En sus películas hay una tendencia inconsciente (el autor asegura que no están ahí, pero ahí están) a encontrar símbolos simples: en Berberian son las arañas, en Burgundy las mariposas, etc.

El otro gran tema del cine de Strickland son los juegos de dominación. En Berberian Sound el director de la película de terror resulta ser un déspota, psicópata y prácticamente misógino violador, que mantiene una relación de dominación con sus actrices. En Burgundy ya lo hemos dicho, ese juego entre adultas a ser maltratada, y la absoluta sumisión de la más enamorada de las mujeres a su despegada pareja.

Berberian Sound Studio adolece de un tramo final excesivamente confuso. Cuando la realidad se ha hecho girones, y parece que todo lo expuesto en el guion se está desmoronando, es como si los añicos de historia cayeran en un abismo lynchiano, en su sentido tergiversado para describir aquello que no se entiende y en donde además parece que pueda pasar cualquier cosa porque sí.  El duque de Burbundy sin embargo es redonda, una oscura delicia de principio a fin, delicada y a la vez morbosa, fetichista y sofisticada.

En cualquier caso, es una buena noticia que ambas lleguen a nuestros cines, y son dos joyas que vamos a querer tener en casa en cuanto posteriormente salgan al mercado de BD y DVD. Lo valen, ambas.

Un 10 para La Aventura Audiovisual.

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