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Aunque lo ideal es considerar cada película solo por lo que es en sí misma, y no andar referenciándola ni a elementos externos o anteriores, ni posicionarse en respuesta a lo que opinen los demás, en algunos casos a mí me resulta difícil, y éste es uno de ellos. Ante el linchamiento generalizado que ha sufrido Dioses de Egipto, y a todo lo que se está diciendo de ella y de su director, Alex Proyas, confieso que siento ganas de alinearme completamente en su defensa, y de ponerla incluso mejor de lo que es. Dioses de Egipto (God of Egypt) es uno de los más sonoros fracasos de 2016, con su presupuesto de 140 millones y su recaudación en Estados Unidos de apenas 30, ha cosechado un 16% (sobre 100%) en Rotten Tomatoes, y por poco no se estrena en algunos países, en vista de la reacción en su propio país. En realidad, no hay para tanto. No se comprende tanta hostilidad ante una obra que, de acuerdo, no es excelente, pero sí muy disfrutable y mejor que otras más aceptadas.

Posiblemente lo primero que chirría de Dioses de Egipto es su diseño de producción, una arriesgada conjunción entre 300 e Immortals que como aquellas vuelve a recrear un mundo de inspiración histórica pera claramente fantástico, entre lo teatral y el cómic. Pero si ya el propio Tarsem Singh zozobró en aceptación popular, a pesar de que él es un poeta visual (y su película es estupenda), el horror vacui y la borrachera de cromatismo dorado le sientan bastante peor a este película, arrojando un resultado irregular que a veces se antoja kitch. Admito que, lamentablemente, en muchos casos se acerca más al terreno de Príncipe de Persia o incluso al de Van Helsing que al de Immortals. Otra cuestión controvertida, lo reconozco, y por terminar que quitarme de encima la parte mala de la película, es la de la calidad de sus efectos CGI, que a determinadas escenas resultan lamentables, cualquier intro de videojuego de hoy en día tiene mejores gráficos por ordenador. A Alex Proyas ya le pasó en Yo Robot, que tenía escenas sonrojantes. Aquí es todavía peor (no todo el rato, también hay efectos aceptables). Estas dos cosas son lo peor de Dioses de Egipto, y son dos cosas importantes, porque determinan lo visual, y las películas entran por los ojos. Otras controversias y cuestiones que se le están criticando, las entiendo menos.

Dioses de Egipto es un film de fantasía y aventuras en un marco mitológico basado en la religión del antiguo Egipto. En realidad, tanto para Proyas como para los guionistas Matt Sazama y Burk Sharpless (autores de guiones como El último cazador de brujas, la de Vin Diesel, o Drácula: la leyenda jamás contada, para que el lector vaya haciéndose una idea del tipo de película que es) la mitología egipcia es solo una excusa para desarrollar dioses, monstruos y personajes fantásticos basándose en su rica simbología. No esperen rigor en la representación de las deidades, ni una interpretación esotérica de las mismas. El valle de los muertos y sus nueve puertas son solo una dimensión alternativa terrorífica, Anubis un monstruo guardián, la Esfinge o Apofis son monstruos, y cada uno de los dioses es como un superhéroe cuyos poderes y carácter están inspirados en su simbología tradicional. El héroe de la película es Horus (Nicolaj Coster-Waldau, el Jaime Lanister de Juego de Tronos, que aquí hace una interpretación bastante parecida –posiblemente no tenga muchos más registros-), tuerto por su tío Seth, Gerard Butler retomando la faldita de 300, usurpador del trono de Egipto que le pertenece. El ojo perdido es la referencia al “ojo de Horus”, y lo demás es dejado de lado. Con él salen Hathor, la diosa del amor (es decir: la chica del héroe), Thoth, dios de la sabiduría (cuyo superpoder es, por lo tanto, saberlo casi todo), etc. Incluso Ra, el Dios-Sol, aquí es el abuelo del héroe (Geoffrey Rush), que lucha contra una lanza desde el espacio para mantener a raya a Apofis, una criatura que amenaja con devorar el orden.

Pero el tema principal de la película es el del héroe que tiene que pasar pruebas hasta llegar a su destino: el trono. En esas pruebas le acompaña un muchacho mortal, un ladronzuelo, que nos remite al Ladrón de Bagdad y otras historias de Las 1001 noches. Se parece a la epopeya de Perseo en Furia de titanes, salvando las distancias con la antigua y no tanto con la moderna.  Es uno de los temas clásicos, y la película cumple uno por uno con todos sus ritos.

Las peleas son incruentas, porque se desarrollan en un plano de fantasía a lo Dragon Ball, o mejor: a estilo de Caballeros del Zodiaco, comparación escogida intencionadamente, ya que los dioses de Egipto bien parecen hombres, hasta que de un golpe en el pecho les surgen armaduras brillantes y se transforman en seres quiméricos alados y con partes animales.

Sin haber sido jamás un director famoso, Proyas tocó el éxito en los 90 con El cuervo (The Crow, ), y revalidó lo que parecía que iba a ser un papel destacado en el cine fantástico con un título de culto como Dark City (1998), a la que enlazó fuera de nuestro género el personal musical Días de garaje (2002) . Fue de los cineastas que antes apoyó adoptar cámaras digitales para el cine comercial, y que se siente cómodo en escenarios croma y mundos CGI totalmente virtuales. El siglo nuevo trajo otro éxito, Yo Robot, y en 2009 estrenó la muy reivindicable Señales del futuro (Knowing). El varapalo de su soñado proyecto Paraside Lost, y el espaciamiento entre títulos, sumado a este fracaso, son demasiadas malas noticias para este director.

En Dioses de Egipto hay reciclado gran parte del trabajo que el director ya había realizado para su Paradise Lost, el gran macro proyecto en el que estuvo trabajando años para adaptar la obra de Milton, y que fue cancelado por el exceso de costes que la productora preveía. Lo que en Dioses de Egipto son Horus y Seth, en Paradise Lost habría correspondido al Arcangel San Miguel y a Lucifer. Hay muchos diseños y situaciones traídas de un film al otro. El primer montaje de Proyas de Dios de Egipto duraba tres horas, y tuvo que recortar una. No son los únicos problemas que encontró la película: también la salpicó una innecesaria polémica surgida en las redes sociales y apoyada por cineastas como como la directora de Selma, Ava DuVernay, respecto al reparto de mayoría (ahí está Chadwick Boseman como excepción) de actores blancos en una película que tiene lugar en el norte del continente africano. Tanto director como productora tuvieron que presentar una disculpa pública por ello. A mí me van a perdonar, pero que una película tengo o no un reparto “multicultural” y “multiétnico”… me importa bien poco. Me importaría si se hubiese cometido un acto de discriminación, como no contratar o despedir a una persona por su color. Pero el hecho de que no todo el mundo esté pensando todo el tiempo en que todo deba convertirse en un muestrario de multiculturalidad… tampoco me parece un problema.

En definitiva, Dioses de Egipto es una entretenida películas de aventuras fantásticas muy clásica con un aspecto un poco discutible. Seguramente la aplicación del ordenador al cine ha matado la capacidad que tenían los espectadores de antaño de distrutar a pesar de la calidad de los efectos especiales. Pero si le dan una oportunidad, pueden encontrar un espectáculo entretenidísimo y un film bastante digno.

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