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Ciertamente no resulta muy comprensible el desproporcionado rechazo que ha estado recibiendo la nueva versión de El hombre loboincluso antes de su estreno.Sí, es cierto que esta película dirigida por Joe Johnston (Océanos de fuego, 2004; Jurassic Park III, 2001) no es un film sustancial lírica y poéticamente, ni un ejercicio de arriesgada narrativa formal que huya de la espectacularidad y se centre en el minimalismo, y mucho menos se trata de una película que vaya a pasar a los anales de la historia del cine. Pero es que no seamos ingenuos: tampoco busca nada de eso en ningún momento. El hombre lobo busca ser nada más y nada menos que una experiencia intensa y emocionante a partir de crear un espectáculo de simple y banal entretenimiento que huya de cualquier tipo de intención reflexiva. Y en ese afán de crear espectacularidad para entretener al público lo que hace es tomar como referencia la clásica leyenda del licántropo, maquillándola con dosis de ensangrentada acción y superfluo terror, con la única y sencilla intención de crear un producto comercial que a la vez pueda provocar cierta nostalgia y placer por los clásicos de la Universal: romanticismo y tenebrosidad. Ése es el objetivo de la película, y eso es en lo que se centra la misma; entre esos territorios se mueve su producción y conformista creatividad. El hombre lobo no engaña a nadie, por ese motivo criticar este film por ser precisamente lo que desde un principio deja bien claro que va a ser es una estupidez. ¿Cuál es el objetivo del film? ¿Lo cumple? Eso es lo que nos interesa, porque ya sabemos lo que no es la película, sin embargo, aún y sabiendo que los objetivos de la misma son triviales y comerciales, lo ciertamente importante es que éstos, en ciertos aspectos, sí se cumplen.

No le vayamos a pedir demasiado a la luna llena

Se ha tildado a la película de ser insustancialmente un film sin alma ni personalidad. Eso es falso: tomando como referencia la versión de George Waggner (El hombre lobo, 1941), la narración se centra en la historia del retorno a casa de Larry Talbot (Benicio del Toro), el reencuentro con su enigmático padre (Anthony Hopkins), los difíciles sentimientos hacia la amada de su difunto hermano (Emily Blunt) y el trágico destino que le aguarda tras ser mordido por una bestia licántropo. El guión, sin ser un trabajo soberbio ni brillante, consigue imprimir en los personajes cierto aire lúgubre y tenebroso, haciéndolos navegar a través de las aguas turbias de una trama que, aún y embrollándose absurdamente demasiado a mitad de metraje, consigue evitar caer en una futilidad trillada manteniendo una elegancia narrativa embalsamada en una tenebrosidad gótica correctamente estructurada. Así que sí es cierto que El hombre lobo no posee un contundente y denso trasfondo argumental, pero en la simplicidad de su estructura y creación de personajes consigue abarcar su objetivo de entretenimiento, evitando convertirse en un producto absolutamente insustancial, etiquetarlo así es un error. El ritmo que consigue imprimir a la trama es intenso y enérgico en la mayor parte del metraje, lo que consigue simpatizar con el espectador y hacerle viajar por ese mundo de neblinas y verdades a medias de la familia Talbot. No obstante, como acabamos de comentar, a mitad metraje dicho ritmo se atrofia ligeramente, sobretodo en las secuencias del manicomio, las cuales no sólo están rodadas de una forma nefasta y tediosa, sino que el montaje les otorga una relevancia superior a la que consabidamente merecen. Este altibajo en el ritmo del film lo acaba por desestabilizar un poco, dilatando en exceso el tiempo real de duración de la película a ojos del espectador, el cual, por culpa de ello, puede acabar pidiendo el final antes de tiempo. Ése sería quizás un coherente reclamo que podríamos hacerle a El hombre lobo:de los 100 minutos que dura el film podrían haberse cortado entre 10 y 15, con la que seguro la película habría ganado en dinamismo, energía y empatía, que a fin de cuentas es lo que busca.

Mención especial para el espectacular maquillaje de Benicio del Toro convertido en licántropo, llevado a cabo por Rick Baker, responsable de la increíble transformación de Un hombre lobo americano en Londres (John Landis, 1981), una de las mejores versiones de la leyenda del licántropo. Joe Johnston ha conseguido huir del exceso de efectos digitales y podemos disfrutar de la ferocidad del hombre lobo con la sensación de que ese ser se mueve y respira verdaderamente. Lástima que no hayan seguido la misma filosofía en las secuencias de metamorfosis en las que la infografía muestra burdamente hasta el último detalle de la transformación de Del Toro, en este caso el efectismo hace perder puntos a la buena labor de Baker con su monstruo peludo y feroz. Una ferocidad que también se hace evidente en las secuencias de violencia en las que el licántropo desmiembra, desgarra y engulle a una víctima tras otra: el hecho de hacer tan visible la sanguinaria agresividad del monstruo es de agradecer en un producto tan comercial y tan controlado por la industria. Un punto negativo quizás para el burtoniano Danny Elfman: teniendo la oportunidad de lucirse con una banda sonora tenebrosa y gótica, acaba por componer una sinfonía vacua, zafia y en ciertos momentos tediosa.

Se han comentado muchas cosas de esta nueva versión del hombre lobo, sin embargo, de entre ellas la más sonada es la que establece que este film es una banalización profunda de la leyenda original, la cual no se entiende, provocando consecuentemente que la poesía del relato original se diluya en el vacío. El alma de la leyenda del hombre lobo está compuesta por muchos elementos, de entre ellos uno de los más relevantes es el de la bestia vista como pulsión y atracción por la sensualidad de la feminidad; el hombre debe luchar constantemente entre su pulsión civilizada y su pulsión animal, por lo que al confrontarse con la dama bella y sensual, la parte animal del hombre se libera transformada en una furia incontrolada. En esta versión de Joe Johnston ese aspecto sí está introducido con equilibrio y correcta ligereza en la película: la evidente atracción entre los personajes de Del Toro y Blunt va in crescendo a medida que avanza la trama, por lo que de la misma forma el monstruo licántropo siente más necesidad de consumir esa belleza y saciar su sed pasional. Hay una secuencia brillantemente compuesta e interpretada en la película: el personaje de Emily Blunt está curando a Larry (Del Toro), cuando éste advierte la sinuosidad de los senos de la mujer que tiene ante él, tras esto las miradas de los dos personajes se cruzan en un baile de emociones que se mueven entre la atracción, el temor, la pasión y la liberación. En el último instante, justo cuando Larry está a punto de besar a la dama, la pulsión civilizadora consigue reprimir el deseo, y este hombre torturado ordena a la mujer que se aleje de él. “Hasta los puros de corazón que rezan cuando anochece se convierten en lobos cuando el acónito brota y la luna llena resplandece”, así recita el poema con el que abre El hombre lobo, homenajeando a la versión de 1941 de Waggner en la que se citaban los mismos versos. Esto es un aspecto fundamental de la lírica en la intrínseca alma de la leyenda del licántropo: el hombre enfrentado a sí mismo en cuanto a su doble naturaleza, su doble capacidad de destrucción y autodestrucción; la bestia se libera cuando más cerca siente la atracción, cuando su instinto primario estalla ante la belleza de la feminidad, y como esta feminidad es capaz de destruir a la bestia. En este sentido El hombre lobo de Johnston da en el clavo, y nos hace recordar aquel proverbio árabe con el que comenzaba el King Kong de 1933: “y la bestia contempló el rostro de la bella y su mano no mató; y desde aquel día fue como si hubiera muerto”.

 

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