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Las primeras películas sobre el mito de la licantropía que se conservan son las de la Edad Dorada de la Universal. Si bien son menores en comparación con la rotunda maestría de otros títulos como “Drácula”, “Frankenstein”, “La novia de Frankenstein” o “La momia”, suponen un punto de partida de lujo para una filmografía que acaba de contar con el último capítulo de la mano del film de Benicio del Toro.

Luna creciente
1935 El lobo humano (Werewolf of London, de Stuart Walker).

Es la película sobre hombres lobo más antigua que se conserva (1), y como tal suele tomársela por la primera, la que lo comenzó todo. Forma parte de la primera serie de clásicos del cine de terror que Universal Studios alumbró en la primera mitad de los años 30, y cuyo ciclo marcado por el romanticismo y una interpretación made in hollywood del post-expresionismo, se inició con Drácula (1931, de Tob Browning) y continuó con Frankenstein (1931, de James Whale), El caserón de las sombras (The Old Dark House, 1932, de James Whale),La momia (The Mummy, 1932, de Kart Freund), El hombre invisible (The Invisible Man, 1933, de James Whale), etc. Estas películas habían salvado al estudio de la ruina, por lo que Carl Laemme Jr., su propietario e hijo del fundador, trató de exprimir al máximo su rendimiento, alimentando la saga con más títulos y buscando nuevos monstruos.

En 1932 Robert Florey (2) ya había presentado un guión titulado El hombre lobo. Al carecer este mito de una versión literaria o teatral realmente importante, como sí ocurría con Dracula o Frankenstein, los hombres lobo en esta temprana etapa de la historia del género solían ser impulsados por guionistas como Florey: europeos, por el gran arraigo folclórico que el mito de la licantropía tiene en Europa (incluida España). Como veremos más tarde, en los años 40 la situación seguía siendo así. A pesar de que el libreto de Florey llegó a contar con un proyecto concreto de producción, según el cual Boris Karloff habría sido el protagonista y Erle C. Kenton (La isla de las almas perdidas) iba a dirigirla, la película nunca se hizo, si bien muchos de los elementos de su tratamiento pasaron, ya en 1935, a El lobo humano, que era una idea original del productor Robert Harris más parecida a una variante de El extraño caso del doctor Jeckyll y Mr. Hydede Robert Louise Stevenson, pero que convenientemente adaptada pasó por ser la película de un hombre que se convierte en bestia a la luz de la luna llena.

Ese hombre era el Dr. Glendon, un botánico inglés que es atacado y mordido por un extraño ser, aparentemente un lobo, durante una expedición de investigación sobre la flora del Tibet, buscando una extraña flor llamada mariphasa luminam lupina, que sólo crece en aquel paraje y bajo la luz de la luna llena. Al regresar a Londres no tarda en descubrir que ha traído consigo la maldición del hombre lobo, y que durante las noches de plenilunio pierde el control de sí mismo, se convierte físicamente en otro ser animalesco, y sale a rondar por las calles de Londres en busca de presas humanas. Entonces aparece el Dr. Yogami, un misterioso personaje que informa a nuestro protagonista de que sabe lo que le pasa y cual es la única cura: precisamente la flor de la mariphasa luminam. Lo que el Dr. Yogami oculta, y la película es tan antigua que no creo que sea spoiler decirlo, es que él también es un hombre lobo, aquel que mordió a Glendon contagiándole, y que tiene todas sus esperanzas puestas en que el botánico consiga cultivar la flor para curarse él. Este detalle es muy original en esta película y me llama mucho la atención, porque posteriormente se harán varios films con dos licántropos enfrentados (sin ir más lejos el Lobo protagonizado por Jack Nicholson), pero hay que recordar que estamos hablando de una versión primera.

Aunque El lobo humano ya establece alguna que otra regla que posteriormente se convertirá en clásica en toda película de licántropos que se precie (verbigracia: el que el hombre lobo sucumba ante la mujer amada), el mito cinematográfico aún se encuentra en un estado muy primitivo. El ya comentado parecido con el Dr. Jekyll es acentuado por lo recatado del maquillaje. Existen fotografías de pruebas de maquillaje que demuestran que el maquillador Jack P. Pierce había diseñado una criatura mucho más peluda y feroz que luego él mismo reutilizó para la versión de 1941. En ésta finalmente se limitaron a usar colmillos, lentillas y un poco de pelo extra facial (vaya: otro parecido con Lobo). Además estamos ante un hombre lobo muy pudoroso: va vestido de los pies a la cabeza, con abrigo, bufanda ¡y una gorra! incluso cuando está convertido. Hay varias versiones del porqué de esto. Algunas apuntan como el responsable al actor protagonista: Henry Hull, un maduro actor de gran éxito en el teatro, que haciendo gala de su condición de estrella habría exigido que no se le maquillase tanto y que su personaje no perdiera la dignidad (ropa rota) en ningún momento. Otras fuentes aseguran que se trata sólo de un gesto prudente de cara a la censura. En cualquier caso, si bien como hombre lobo es muy poco imponente, visto de una manera más amplia la imagen de este hombre-bestia bien vestido y abrigado, merodeando por la calles de un Londres maravilloso construido en plató de estudio, es bastante interesante y trae ecos del pánico causado por Jack el destripador.

Mucho más interesante de lo que se suele reconocer, El lobo humano ofrece una atractiva interpretación de la licantropía, presentando un hombre lobo urbano, que se esconde en callejuelas, que ataca en los suburbios, entre pubs y prostíbulos, es decir: en lugares en donde se excitan los instintos primarios. Esta visión podría haber sido aún más potente, pero el recato típico de esta época juega como márgenes del buen gusto (excesivos, para nuestra mentalidad de hoy) que la película nunca se atreve a traspasar. Aún así el hombre lobo es la máxima expresión de la bestialidad, psicosomatizada en ese físico, pero más importante manifestada en la pérdida del control y la exacerbación del instinto atávico de destruir, de hacer daño. El lobo se come a Mr. Hyde en cuando a que la licantropía le puede pasar a cualquiera, no es la respuesta a un pecado previo ni el accidente de una aventura científica frustrada: el lobo es él, y usted, y yo. Como el punto de vista elegido es el del desdichado que se convierte en hombre lobo, esta vez se pone el hincapié en lo terrible que es que el lobo sea uno mismo (punto de vista que heredarían casi todas las versiones de la licantropía posteriores); ahora bien, no olvidemos el miedo que da, simplemente, el que el lobo sea la persona que tenemos al lado. El hecho de que la maldición se pueda curar por medio de la extraña flor sugiere que la licantropía aquí sería una especie de enfermedad, una dolencia que deprime aquellos mecanismos de la humanidad (la piedad, la empatía, el apego al orden…) que nos salvan de caer en el ser terrorífico de la bestia. Un ribete extra de ciencia ficción sobre una leyenda cinematográfica aún a medio configurar, en la que Yogami y Glendon pugnan por volver a ser hombres. Y aunque en líneas generales se le suele considerar un clásico de los llamados menores, apuntarían en sentido contrario sus buenas actuaciones, la fotografía de Charles Stumar y que, si me apuran, el guión está mejor hilvanado que en la más afamada versión que trataremos a continuación, la fundadora definitiva del mito: El hombre lobo.

Luna llena:
1940 El hombre lobo(The Wolf Man, de George Waggner)

En 1936 Carl Laemme Jr., que tenía fama de despilfarrador, tuvo que vender Universal, la compañía de su familia. Los nuevos propietarios replantearon las estrategias. En 1934 había entrado en vigor el Código Hayes, un estricto sistema de censura que complicaba mucho la vida para las películas de ciertas temáticas, y por lo general las películas de monstruos, si bien le habían dado mucho dinero a la compañía, no generaban ningún prestigio, más bien al contrario. Así que, entre unas cosas y otras, los nuevos directivos decidieron dejar de hacer películas de terror entre 1936 y 1939. Pero en 1939, aprovechando un ciclo más permisivo en el código, el tremendo éxito conseguido gracias a la decisión de reestrenar las dos joyas de la corona, Drácula y Frankenstein, hicieron que se lo pensaran otra vez.

Así da comienzo un segundo ciclo clásico de la Universal, más exploit y comercial que el anterior, marcado sobre todo por las secuelas (La sombra de Frankenstein, El hombre invisible vuelve, The Mummy’s Hand, The Ghost of Frankenstein, etc) y la tendencia hacia el pastiche y lo pulp. Lo cual tampoco significa que las películas fueran malas: aunque los argumentos y el tono de esta nueva hornada fuera más pop, nunca se cayó en la vulgaridad y el buen hacer de los técnicos de la compañía y el cuidado de las ambientaciones lograron salvaguardar la línea de calidad que había caracterizado a las películas de terror del estudio. E incluso al revés: al ser películas más desinhibidas, a veces hasta resultan más divertidas de ver hoy que los incontestables clásicos primeros.

Es en ese contexto en el que se ubica El hombre lobo (1941), sin duda la mayor aportación original del periodo (en el sentido de que no era una secuela de otro título, si bien ya hemos visto que seis años antes había existido el precedente de El lobo humano), y también el único film de todos estos que logró añadir un nombre nuevo al Olimpo de actores míticos del género: Lon Chaney Jr. Naturalmente de lo dicho en el párrafo anterior se puede deducir que El hombre lobo me parece una película menos conseguida que, por ejemplo, Frankenstein, El hombre invisible o Satanás (por citar una que ni siquiera era de monstruos). Le fallan la irregularidad del guión y la falta de unidad de tono y espacios, quiero decir: tiene lo mismo tramos estupendos de ambiente gótico, poético u onírico y pesadillesco, que tramos más planos e insípidos y detalles de ambientación anacrónicamente modernos; tanto momentos icónicos e inolvidables, como secuencias de transición teatral; escarceos fallidos con el cine policiaco o la love story más banal, y secuencias de ortodoxa conservación de la esencia de lasmonster movies.

Con todo, las virtudes prevalecen sobre los defectos y El hombre lobo sabe justificar su prestigio. Destacaría sobre todo la puesta en escena de las secuencias en los páramos y bosques neblinosos, en realidad rodadas descaradamente en plató de cartón piedra, cosa que al igual que pasaba en el expresionismo alemán se torna en ventaja porque confiere a la composición, muy bien recogida por la estupenda fotografía de Joseph Valentine (un tío que acabaría trabajando con Hitchcock) y sus claro-oscuros, una expresividad pictórica muy penetrante, y resalta la irrealidad de ensueño/pesadilla. También destaca la caracterización y definición de personajes, el impresionante plantel de actores (con Claude Rains, Ralph Bellamy, Patrick Knowles, Bela Lugosi o Maria Ouspenskaya) o el maquillaje del maestro inventor de monstruos Jack P. Pierce, al que si bien hoy en día se le ve el truco, sentó cátedra de muchísimas cosas.

El hombre lobo es la historia del regreso a casa de Lawrence Talbot, Lon Chaney Jr, hijo de un lord inglés que ha estado viviendo en Estados Unidos alejado de su padre, con el que lleva una relación conflictiva. Ahora su hermano ha fallecido en la guerra, y él vuelve a las tierras familiares, justo a tiempo de conocer a una joven muy atractiva, Gwenn (Evelyn Ankers), y de… ser atacado por un lobo en los alrededores de un campamento gitano una noche de luna llena. El lobo resulta ser un hombre lobo, Bela Lugosi, que al morderle antes de morir le traspasa la maldición del pentagrama: la licantropía. La idea del regreso a casa, el hermano y la maldición, serán la parte de la película que la nueva versión de Joe Johnston con Benicio del Toro aprovecha como partida. El resto no se parece demasiado. Más bien, incluso, hay algunos momentos posteriores en esta película de 2010 que recuerdan al hombre lobo interpretado por Oliver Reed para la Hammer, por ejemplo la carrera por los tejados del pueblo o incluso el aspecto del hombre lobo convertido. Pero de La maldición del hombre lobo (Curse of the Werewolf, 1961) de Terence Fisher mejor hablamos otro día. Prometido.

Hay advertir que Bela Lugosi apenas tiene unas líneas, pero su breve intervención haciendo de gitano le aporta a la película un cierto aura mítico, como una demostración práctica de la fuerza que puede llegar a tener un secundario tan corto y la gracia de los cameos. Por su parte Maria Ouspenskaya… era una grandísima actriz de carácter, nominada dos veces a los Oscars por sus trabajos con William Wyler y Leo McCarey, pero en el caso de El hombre lobo se trata de una cuestión de fisicidad: le basta con aportar su manera de mirar, su manera de estar, y cada vez que ella sale en la película parece que el material se crece.

Aunque me he referido a la irregularidad del guión, no he mencionado intencionadamente al guionista, Curt Siodmak, europeo (como Robert Florey) e importante escritor de ciencia ficción (autor del clásico El cerebro de Donovan –editado en España por la editorial Pomaire-, varias veces llevado al cine) y el guionista que se encargó de las principales películas de terror de la Universal en esta época, así como de otros clásicos producidos por otras (como Yo anduve con un zombie). El guión de El hombre lobo al principio se llamaba Destiny, y era una película de terror psicológico en la que el monstruo no se veía en ningún momento, que giraba precisamente sobre la duda entre razón y superstición, entre la enfermedad mental y la creencia en la maldición del hombre lobo, entre si el personaje que sospecha que está maldito tiene razón, o si se trata de un esquizofrénico. Habría sido una historia interesante de ver, pero los productores le requirieron que lo cambiase todo, y él siguiendo al dedillo lo que le pidieron hizo esto. Aún así, bajo alguna de las capas buenas de El hombre lobodescansa todavía algo de ese argumento., para bien (algunos momentos de suspense y ambigüedad) y para mal (el peor fallo del guión: que Bela Lugosi se convierta en un perro-lobo, y Lon Chaney sin embargo se convierta en un hombre lobo antropomorfo). Curiosamente, al mismo tiempo Val Lewton sí que rodó una historia muy parecida a la idea original de Siodmak: La mujer pantera (Cat People, 1942, de Jacques Tourneur) ¿Existen las coincidencias?

De todas formas, el guión rodado tiene buenos hallazgos, e introduce la maldición del licántropo en el sentido más trágico posible: en palabras de Jan-Christopher Horak, “Siodmak era judío alemán. En su país había conseguido publicar y tener éxito como guionista, pero entonces llegaron los nazis y tuvo que huir literalmente, perdiéndolo todo. Era esa clase de hombre que entendía cómo puede cambiar todo de la noche a la mañana, ocurre algo y lo que tú creías tu vida estable se convierte en una pesadilla”. Ese algo que altera la vida de los personajes es lo fantástico en sus obras de ficción. Hay algo de destino clásico en lo que le ocurre a Larry Talbot, y el personaje se comporta como un atribulado héroe clásico, prisionero de los dioses. De todos los personajes de la Universal, él es el más desdichado e impotente a su suerte. Otros aspectos interesantes de la historia son sus aportaciones en iconografía y territorios míticos, aparte de los derivados de la maldición y la trama familiar: el pentagrama, el bastón, los gitanos, etc.

Esas son las diferencias fundamentales entre la versión del mito en El lobo humano y El hombre lobo: El hombre lobo se lleva a la bestia a los territorios del romanticismo más encendido, a la campiña británica, al caserón familiar y la parafernalia del gótico victoriano, al idealismo, a que el monstruo pueda ser perseguido y dado caza por una turba con antorchas. La licantropía de Larry Talbot es el fatummelancólico de lo que tiene que acabar mal, aunque convenga consolar al espectador haciéndole pensar que ese mal vive lejos y que la masa puede controlarle. Tal vez era 1941 y estaban en guerra.

Finalmente unas líneas sobre Lon Chaney Jr., cuyo verdadero nombre era Creighton Chaney, hijo, naturalmente, del mítico actor Lon Chaney, estrella del cine mudo. La impresionante sombra de su padre, el encasillamiento en el género, la implicación en producciones progresivamente más mediocres y su alcoholismo, han forjado sobre él la idea de que fue un mal actor mitificado sólo por los fans acérrimos del cine de terror. Una fama en gran parte justa y merecida, pero matizable. Fue actor revelación por su interpretación del deficiente Lennie en De ratones y hombres (Of Mice And Men, 1939, de Lewis Milestone), si bien a continuación hizo Man Made Monster, su primera incursión en el cine de terror y en la que ya trabajó con George Waggner, el hombre que le volvería a dirigir otra vez en El hombre lobo. Es conocido es que a Creighton Chaney no le gustaba que le llamasen Lon Chaney Jr., y que hubiese querido tener una carrera muy distinta, en lugar de ser “uno de los nuestros” y encasillarse en el cine de terror. El hombre lobo fue, junto con la citada De ratones y hombres, el momento cumbre de su vida profesional, y de hecho él siempre habló de ella con cariño, a pesar de las 6 horas de maquillaje para caracterizarse de hombre lobo y las 3 para quitárselo. En ella da lo mejor y lo peor de sí mismo: lo peor, cuando trata de expresar emociones sobreactuando en los momentos más melodramáticos de la película; lo mejor, cuando se muestra natural y saca partido de su físico, hombre grande y corpulento fabuloso para encarnar tanto este monstruo como otros: la momia (The Mummy’s Tomb,The Mummy’s Ghost, The Mummy’s Curse), el monstruo de Frankenstein (Ghost of Frankenstein) o Drácula (Son of Dracula). De todos ellos, el hombre lobo/Larry Talbot fue su favorito.

Luna menguante

Siguiendo la filosofía que describí al principio basada en la explotación de secuelas y en los argumentos de pastiche, el éxito cosechado por El hombre lobo se tradujo en que el personaje fuera rápidamente incorporado al star system fantástico de Universal, y fuera empleado primero en la serie de deliciosos cruces-secuela con otros monstruos (Frankenstein y el hombre lobo, La zíngara y los monstruos, House of Drácula), aquellas películas en las que anticipándose a los cómic Marvel resultaba que todos los personajes vivían en el mismo universo narrativo y podían interactuar y cruzarse. Después también se le utilizó en la etapa en la que el ciclo de películas de terror se convirtió en películas de parodia con los cómicos Abbott y Costello en Abbott y Costello contra los fantasmas. En todas ellas el hombre lobo volvía a estar interpretado por Chaney Jr., y he de decir que las dos primeras, Frankenstein y el hombre lobo (Frankenstein Meet the Wolfman, 1943, de Roy William Neil) y La zíngara y los monstruos (House of Frankenstein, 1944, de Erle C. Kenton), me parecen muy buenas (sobre todo la segunda). En ellas el personaje aparece reducido a la condición de un atormentado Larry Talbot, que como un personaje de tebeo de superhéroes post-Stan Lee sufre por su maldición, trata de curarse o de quitarse la vida. Esos cruces de monstruos son las películas que tanto influyeron en otro hombre lobo imprescindible del cual queda pendiente hablar otro día: el Waldemar Danisky de Paul Naschy, a quién perdimos hace todavía pocos meses, y una figura del fantástico al cual esta web aún no ha rendido el homenaje que merece. Cosa que habrá que solucionar.

Notas

1. Se tiene constancia de que en 1913 el pionero del cine Henry Macrae filmó un cortometraje de 18 minutos titulado The Werewolf, pero no se conserva ninguna copia de él. Y existe un segundo precedente dificilísimo de ver llamado Wolf Blood (1925), oscurísima única película que dirigió el actor de cine mudo George Chesebro. Parece ser que Wolf Blood trataba de un hombre convencido de que le habían convertido en un hombre lobo tras habérsele puesto una transfusión de sangre de este animal, pero por comentarios recogidos y así sin haber podido verla, da toda la sensación de que el desenlace debe de ser psicológico y que no hay licántropos físicos de verdad.

2. Robert Florey (París 1900 – Santa Mönica 1979) fue un director y ayudante de otros directores que muy a menudo también fue autor de guiones. En Europa hizo sus primeros trabajos importantes en el cine como asistente de Joseph Von Stemberg, y después inició su propia carrera como realizador. Una vez en los Estados Unidos, estuvo a punto de dirigir Frankenstein en 1931, la que era el autor del guión. Como consolación cuando le quitaron el proyecto de las manos para dárselo a James Whale, le encargaron dirigir El doble asesinato de la calle Morgue (1932), protagonizada por Bela Lugosi. A partir de ahí, siguió escribiendo guiones y/o dirigiendo películas, tanto para Universal como para cualquier otro estudio. De su filmografía posterior destacaré, por ser otro clásico del cine de terror de los 40, La bestia con cinco dedos (The Beast with Five Fingers, 1946), protagonizada por Peter Lorre.

 

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