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La primera película de Kim Ki-duk que tuve el gustazo de sufrir apasionadamente fue “La isla“, posiblemente la primera película del autor que obtuvo difusión en todo Occidente, incluido este rinconcito de él llamado España. En ella ya estaba todo: el silencio, la armonía, la bellísima fotografía, la soledad de los personajes, la violencia, la sordidez, el amor desesperado… Uno no podía evitar preguntarse, “qué es esto”, ¡y vaya si nos hemos enterado de qué era eso! Eso era nada más y nada menos que la punta de lanza de una de las cinematografías más justamente de moda, la de Corea del Sur, y por encima de otros autores como Park Chan-wook (“Sympathy for Mr. Vengance”, “Old Boy”) o Bong Joon-ho (“Memories of Murder”) que en seguida también nos llegaron y nos fascinaron. Pero Kim Ki-duk sigue siendo diferente, mientras que los demás hermanan el cine de género con el cine de autor más profundo, el cine de Kim es mucho más abstracto e intelectual y sólo tiene que ver con sus propias ideas.

Las historias de la mayor parte de las películas de Kim Ki-duk son mínimas, y a veces incluso inverosímiles, pero son estupendas cuartadas para lanzar sobre el espectador un torrente de emociones y preguntas de corte existencial, de hacerle sentirse mal hablándole de aquello que normalmente preferimos no comentar, de plantearle situaciones dolorosas vividas por personajes insólitos y extremos (aunque cada vez menos). Ha sido tachado de monstruo e incluso de psicópata por la sordidez y la crueldad con la que ha tratado a sus personajes en más de la mitad de su filmografía. Para el que quiere verlo, su cine también es arrebatadoramente romántico, en ese sentido que tenía la palabra romanticismo cuando todavía hablaba del destino trágico y de un fatalismo sin embargo no exento de una belleza brillante, quizás la belleza mortecina de las despedidas. El cine de Kim Ki-duk es como recordar la más terrible experiencia vivida por uno mismo, y multiplicar ese sentimiento por cien. Tal vez por eso muchos espectadores nos identificamos con él, incluso cuando nuestras situaciones no serán nunca tan límites como las de algunos de sus personajes, pero es fácil entender sus alusiones a la extrema soledad, el abandono, la imposibilidad de comunicación, la necesidad de encontrarse con alguien, la necesidad de amor… Rabiosamente enérgico, su cine está más allá de la ética corriente, “el horror nos rodea” que diría el Coronel Kurt de “Apocalipsis Now”, y el horror es tan cierto como la muerte, la humillación o el odio.

Para ser un director autodidacto, su uso del lenguaje cinematográfico es maravilloso y sorprendente, capaz de contar una historia prescindiendo de los diálogos, únicamente por medio del silencio, las acciones y la fotografía, haciendo uso del minimalismo en busca de lo verdaderamente esencial. El mundo interior de los personajes suele rebosarlos y termina por empapar el clima de la película, a menudo incluso dejando profundamente tocados a los actores que participan en los rodajes de Kim Ki-duk. El director coreano es capaz de rodar incluso dos películas al año, porque está únicamente interesado en los films de bajo presupuesto y completa libertad.

El cine como profesión
Jamás estudié cine. De adolescente, me alisté en los Marines, pero no me fue útil. Después, me fui a Francia a perseguir mi idea romántica de convertirme en pintor. Durante mi estancia en Francia me enamoré del cine, sobre todo de las películas de Jean Luc-Godard. Sus películas me descubrieron que no se necesita ni un gran presupuesto, ni grandes estrellas para hacer películas. ¡Y ya tenía 33 años!

[Sobre si pensó alguna vez en si saldría adelante como director novel, teniendo en cuenta que en su país tiene problemas con la censura constantemente] “De alguna manera, siempre me he sentido un fuera de la ley que se niega a colaborar con el sistema. Con mi segunda película, supe que había entrado en el circuito de los festivales y que mis películas serían vistas. Desde ese momento, me he dejado llevar. Ahora puedo hacer trabajos llenos de melancolía, que creo que es de alguna manera mi signo.

Comencé a dirigir con una cierta edad y supongo que ahora quiero recuperar el tiempo perdido [por eso rueda tantas]. No me interesa hacer grandes películas, de gran presupuesto, ni con enormes estrellas. Quiero contar las historias que me preocupan a mi manera. Con libertad y como un director que no acepta a nadie que me maneje o me someta.

Mantengo un temperamento muy cínico acerca de el éxito de mis películas fuera de mi país. No sé tomar la temperatura a la crítica [occidental] y nunca sé cuándo los críticos me odian y cuándo me aman. Cambia cada año. En el pasado, la moda era que les gustase el cine japonés, porque estaban todos con el cine asiático. Primero, la moda fue hacia Japón, después China y ahora estamos de moda los coreanos. Quizá el año que viene sea Tailandia. Pero esto no me preocupa siempre que yo pueda hacer las películas que quiero y a mi manera.

[Sobre el éxito ante el público mayoritario comedor de palomitas] “Hay un proverbio que dice que las perlas no tienen ningún valor para los cerdos, así que se podría considerar que yo soy el cerdo y el público es la perla, o viceversa, pero en cualquier caso sería una comparación muy válida“.

La poética del dolor y el abandono
Sus películas son incómodas de ver a veces, porque nos hacen ponernos en la piel de personajes en ocasiones muy tocados, hijos abandonados de una vida que no persona y que no concede las mismas oportunidades. Muchos de ellos tienen pasados oscuros de los que parecen estar huyendo, otros viven en un completo trauma. Para Kim Ki-duk la vida es cruel y está repleta de cosas desagradables, que son de las que al menos la primera parte de su filmografía ha estado ocupándose. Sus personajes ni siquiera actúan siempre bien, a veces parecen dominados por un ansia de autodestrucción, que quizás es un ansia de castigo, para así alcanzar una redención, por medio de los morados y la sangre. Muchos son verdaderos enfermos de odio:

Yo hablo de odio en un contexto amplio, y no sé si la palabra como yo la uso se entiende. No hablo del odio específico, dirigido hacia algo o alguna persona, hablo de ese sentimiento que se tiene cuando se tiene que vivir una vida y ver cosas que no comprenden. Por eso hago yo películas, porque hay montones de cosas que veo y no comprendo. Por eso tal vez sería mejor hablar de incomprensión que de odio en cuanto a mis películas“.

Todos necesitamos consuelo, papel que cumplen los sueños. Los sueños son del cine, y el cine se alimenta de sueños porque son los que nos empujan a vivir. Además, a través de la cámara, una cosa sórdida puede ser vista de otra forma, más alegre, más hermosa. No es sino mirando atentamente algo sórdido que descubrimos su belleza.

Violencia
En el cine de Kim Ki-duk el desarraigo existencial del ser en el mundo es tal, y la incapacidad de comunicarse tanta, que a menudo los personajes únicamente encuentran esta salida para alcanzar su medio.

La violencia, nos guste o no, es una forma de lenguaje corporal, aunque sea un lenguaje con el que sólo se expresen cosas dolorosas y destructivas“.

Silencio
Cuando no están ejerciendo la violencia, sus personajes parecen a menudo simplemente dejándose estar.

Mis personajes no hablan en general porque han sido heridos muy profundamente. Vieron su confianza en otro seres humanos destruidas

Una acusación recurrente de sus detractores: ¿misoginia?
No es mi propósito el retratar a las mujeres de una manera degradante. La vida es cruel y sólo quiero demostrar lo que ocurre en las relaciones humanas. Es una realidad el hecho de que los hombres tratan a las mujeres de una forma degradante. Y no ocurre únicamente en la sociedad coreana: es un problema universal. Nadie me puede acusar de retratar la realidad.

Evolución: de la poética de lo sórdido a la espiritualidad en un mundo hostil
En las últimas películas de Kim Ki-duk, sobre todo después de “Bad Guy” y más aún a partir de “Primavera, verano, otoño, invierno… primavera“, parece que la sordidez va quedando en un segundo plano, o que incluso va despareciendo, y lo que queda es un silencio y una necesidad de una espiritualidad redentora, una espiritualidad que en realidad siempre estuvo en su cine, pero que últimamente está pasando a un primer plano.

En una época en la que no necesitamos un propósito sobre cómo vivir nuestra vida, la gente simplemente desaparece, sencillamente son domesticados, se enojan sin una razón clara y un día se ríen sin reconciliación alguna.
En una realidad donde no hay sentido ni tiempo para mirar atrás hacia el instante en que las cosas empezaron a salir mal.
Estamos con innumerables personas, como en un banco de peces, y somos arrastrados de aquí para allá, así que nuestra capacidad para juzgar lo que está bien o lo que está mal se debilita gradualmente.
Después de sufrir una herida difícil de sanar, llorarás copiosamente cuando de repente tengas un tiempo libre. Mientras yo llore por tú causa y tú llores por mí causa, nos molestaremos mutuamente tanto como nos amamos. Es posible que todos nos volvamos locos a su debido tiempo

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