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El fenómeno de las imitaciones, llámense también explotations o rip offs (no me gusta llamarlos “plagios”, seamos más inteligentes que eso), es tan antiguo como el de las secuelas: Una película triunfa e inmediatamente los productores, ya sean los mismos del éxito original, ya sean los de la competencia, se lanzan a elaborar otras del mismo tipo. Interpretan que al público le ha gustado el tema, y prefieren no entrar en cuánto habrá podido influir el cómo estaba realizado el film de éxito. Si a la audiencia le ha gustado Mad Max, Terminator o Alien, será (sic) porque le gustan las historias de supervivencia en futuro devastado post-apocalíptico, los robots imparables venidos del futuro o los bichos del espacio. Y claro está, seguramente esa misma audiencia está loca por ver más películas con esos elementos, aunque las hagamos de serie Z, con actores muy malos y sin medios para efectos especiales. Así discurren en el mundo del cine, y lo más curioso es que aciertan: porque no es que hicieran una y se la pegasen, no; ¡es que hacían una y funcionaba! Así que luego hacían otra, y otra, y otra… y cuando nos queríamos dar cuenta había nacido un “subgénero” entero, el de las películas “a lo Mad Max”, “a lo Terminator” o “a lo Alien”. Claro que esto también fue posible gracias a que se estaba viviendo la edad de oro del cine para ver en casa, los videoclubs y su elevadísima demanda de más títulos, aunque no se hubiesen estrenado en cines, con los que satisfacer a un público masivo acostumbrado a alquilar tres o cuatro VHS’s a la semana, o más. Seguramente si ese mismo público hubiese tenido que ir a un cine y pagar el precio de una entrada por persona más palomitas, hubiese sido más selectivo. Pero para verlas en casa, un serie B o Z “a lo Alien” o “a lo Mad Max” podía resultar un pasatiempo económicamente rentable si proporcionaba su buena diversión. Además, las carátulas de aquellas películas solían ser tan atractivas que muchas veces picabas aunque ya sospechases que ibas a ver un bodrio. ¡Ah, que tiempos aquellos!

A principios de los 80 Conan el bárbaro (Conan the Barbarian, 1982, de John Milius) no solo fue un extraordinario film que se convirtió con rapidez en un clásico del género de aventuras, sino que además fue una de las películas más taquilleras de su año, aun considerando que fue calificada R (solo para mayores de 18) en USA. Y fue un año muy duro, en el que también se estrenaron E.T., Poltergeist, Rocky III,Rambo, Oficial y caballero o Stark Trek II: La ira de Khan entre otras muchas. Así que según el mecanismo explicado en el párrafo anterior no debería extrañarle a nadie que tanto a Dino De Laurentiis (su productor) como al resto de comunidad de productores de cualquier rincón del mundo, les interesase repentinamente tener más películas sobre bárbaros lo más musculosos posibles, ataviados con pieles y portadores de espadas, moviéndose en mundos en los que la brujería, la aventura y la violencia fueran moneda común. Este escueto repaso que voy a hacer no tiene como intención el detenerse en Conan el destructor (Conan the Destroyer, 1984, de Richard Fleischer), secuela oficial de Conan el bárbaro de nuevo producida por De Laurentis con Arnold Schwarzenegger como protagonista, ni en El guerrero rojo (Red Sonja, 1985, también de Richard Fleischer), que en cierto modo también iba a haber sido una secuela oficial (más bien un spin-off, con Schwarzenegger de apoyo para la presentación de otro personaje del universo de Robert E. Howard, al que hace referencia el título original de la película). Tampoco hablaré de otras películas de este subgénero de bárbaros muy posteriores que entiendo que ya nada tienen que ver con el fenómeno que fue en su día Conan, como El rey Escorpión (The Scorpio King, 2002, de Chuck Russell), y por la misma razón dejaré fuera otras adaptaciones de Robert E. Howard como Kull, el conquistador (Kull the conqueror, 1997, de John Nicolella) o Solomon Kane (2009, de Michael J. Basset). Este texto está consagrado, por el contrario, a la imitaciones más baratas, descaradamente rapaces, comerciales y oportunistas que se realizaron en los 80. A esos hermanos pobres, a menudo italianos, de Conan:

Conan de la serie B a la Z, del sub-Hollywood a Italia

Algunos de estos rip-offs estuvieron realmente despiertos, y ya estaban en producción incluso antes de que se hubiese estrenado Conan el bárbaro. Así se explica que en el mismo 1982 se pudiesen ver no menos de media docena más de títulos de este estilo. Ante todo deseo apresurarme a aclarar que no por ser “copias” motivadas por el éxito de otro, se debe entender que todas estas películas fueron iguales y que todas eran malas. De hecho las hay verdaderamente disfrutables, entretenidas e incluso muy míticas. La mejor de todas las “imitaciones” de Conan que se hicieron fue posiblemente El señor de las bestias (The Beastmaster) dirigida muy diligentemente por Don Coscarelli (el director del título de culto Phantasma), que consigue que cada uno de los pocos dólares disponibles en el presupuesto rinda y luzca como si hubiese más, y protagonizada por un Marc Singer antes de hacerse popular en la pequeña pantalla encarnando a Mike Donovan de la serie V. El señor de las bestias no tiene la calidad cinematográfica ni la entidad dramática de Conan, claro, pero su tono más abiertamente pulp, su ritmo aventurero logradísimo, su acertadísimo casting y su ingenuo sentido de la maravilla la elevan a un estrato más que digno en el universo del cine de entretenimiento, sin más pretensiones. Estaba basada en un personaje de una saga de novelas pulpde los años 50 de Andre Norton (pseudónimo tras el que en realidad se esconde una escritora: Alice Mary Norton), aunque desconocemos esas novelas y no podemos asegurar la fidelidad de la película. Curiosamente, la chica del bárbaro estaba interpretada por Tanya Roberts, quién poco después protagonizaría Sheena: reina de la selva (1984, Sheena, de John Guillermin), personaje que es más bien una versión femenina de Tarzán, pero que en cierto modo también tuvo que ver con el hecho de Roberts lucía más que bien el bikini de pieles en El señor de las bestias (1).

El señor de las bestias funcionó casi tan bien como la propia Conan el bárbaro, y sobre todo conoció una exitosísima vida de explotación en VHS, así que en cierto modo contribuyó a retroalimentar las ansias del sector por lograr más productos similares, y generó su propia serie de secuelas aunque tardías. Y claro, en las secuelas lo estropearon: El señor de las bestias 2: La puerta del tiempo (Beastmaster 2: Through the Portal of Time, 1991) de un tal Sylvio Tabet, retomó como base de guión otra de las novelas de Andre Norton, y volvió a contar con Marc Singer como protagonista, pero todo lo demás empeoró sustancialmente: hecha aún con menos dinero, con muchísima menos maña, con un guión increíblemente peor (en el cual ya se vió involucrado uno de los reyes del cine trash de los 80, Jim Wyrnoski) que además parecía un delirio a medio camino entre Masters del Universo y un mundo original de espada y brujería (¡con el señor de la bestias viajando en el tiempo y tratando de impedir que su hermanastro robe una bomba atómica!), con todo es probable que en un día especialmente tolerante se pueda encontrar en ella algún elemento de entretenimiento. La tercera parte, El señor de las bestias 3. El ojo de Braxus (Beastmaster: The Eye of Braxus, 1996) de Gabrielle Beaumont, aunque esté rodada para ser emitida directamente para la televisión por cable, no es mucho peor, sino simplemente por un estilo de mala. Marc Singer para entonces ya no era tan famoso (el eco de V se va apagando a pesar de las reposiciones) y esta saga era su gran baza, aquí secundado por Tony Todd y un principiante Casper Van Dien, lo cual no deja de constituir un reparto curioso. Y ya que El señor de las bestias acabó tragado por la televisión, qué mejor manera de terminar que convirtiéndose precisamente en eso: en una serie que se emitió entre 1999 y 2001 y que en realidad era un reboot (como si diría ahora), es decir: un Señor de las bestias nuevo que no tenía nada que ver con las películas, interpretado ahora por Daniel Goddard sustituyendo a Marc Singer, quien curiosamente tuvo otro papelito secundario en varios capítulos. Eran los tiempos del éxito del Hércules y la Xena producidas por Sam Raimi, e incluso Conan conoció su propia serie de TV en ese mismo tono (2). El señor de las bestias televisivo iba en esa misma línea.

El director hawaiano Albert Pyun fue uno de los más activos proveedores de basurillas para videoclub de los 80, la mayoría de las veces incidiendo en una concepción serie B/Z de explotación de los géneros de ciencia ficción y cine de acción. Entre las joyas que le dieron a conocer entre los que éramos ratas de videoclub se encuentran “clásicos” como Sueños radiactivos, Cyborg (la de Jean-Claude Van Damme), la película chunga justamente olvidada de El capitán América (1990), varias secuelas de Kickboxer, las cuatro películas de la serie Némesis, y un larguísimo etc. Precisamente su primera película, y posiblemente la mejor que haya hecho en toda su carrera, sea Cromwell, el rey de los bárbaros (The Sword and the Sorcerer, 1982), su propio pequeño Conan wannabe. Prototípica historia de malvado usurpador de trono, brujo a su servicio y héroe bárbaro legítimo príncipe llamado Talon que trata de acabar con su tiranía y acceder al trono que le pertenece, Cromwell fue de los más divertidos y simpáticos títulos de este estilo que nos llegaron. Tenía muy a su favor un excelente villano interpretado con carisma por Richard Lynch (cualquier película en la que salga Richard Lynch ya mola), un vigor en su planteamiento fantástico fuera de lo corriente, bastantes escenas con tías con las tetas al aire, gore explícito, espadas que lanzan sus cuchillas… Es decir: todo aquello que tendría que tener un buen explotation, esto es, lo mismo que el original al que copia (Conan) pero con más violencia, más sexo, más sangre, y menos vergüenza. Ah, y el hechicero estaba interpretado por Richard Moll (el altísimo alguacil de la serie de TV Juzgado de guardia). En los Estados Unidos esta película llegó a estrenarse en cines cuando todavía Conan estaba en cartelera, y casi obtuvo la misma recaudación en taquilla que Conan el bárbaro.

Curiosamente, los títulos de créditos finales anunciaban una hipotética continuación de las aventuras de Talon: Tales of the Ancient Empire, pero la película no llegó a rodarse hasta 2010, así que durante la mayor parte de nuestras vidas casi nos parecía un guiño metacinematográfico a los seriales (cosa que no era, por otro lado). Respecto a esta segunda parte de 2010, es una película malísima realizada por el propio Albert Pyun, que sigue en activo, y que entendemos que a estas alturas, pasada la época de gloria de los videoclubs y no habiendo tenido muchos éxitos en su curriculum desde hace más de una década, quisiera reverdecer laureles explotando aquellas películas gracias a las cuales aún le siguen invitando a convenciones de fans. Y Cromwell, el rey de los bárbaros hoy por hoy es todo un título de culto.

Pero vayamos al apartado que algunos de ustedes están esperando: hablemos ya de algunos Conanes italianos. No nos equivoquemos: los mejores exploits de Conan los hicieron en Estados Unidos, como las películas que acabamos de describir. Pero el estilo italiano siempre es especial y muy carismático, seguramente por la pasión que ponen en sus descaradas imitaciones, la fogosidad y originalidad de su temperamento a la hora de mostrar sexo y violencia y la locura de sus ideas. Cosas que a un productor de Hollywood le hubieran hecho llamar a los de Seguridad para acompañar al guionista a la calle, es como si en Italia “colasen” perfectamente. Los italianos se han dedicado desde los 60 a tomar ideas de los americanos, echarle más salsa a las recetas y devolverlas al mundo convertidas en algo “nuevo”. Así hicieron con el spaghetti western, con el terror gótico, el poliziesco, y por supuesto con sus estrambóticos rip offs de las modas de cada momento, sea con sus imitaciones de El exorcista, Alien, Tiburón, Mad Max o lo que tocase. Y claro está: también de Conan.

Dentro de la ingente cantidad de ponzoña que parió Italia mientras copiaba a Conan podemos destacar un grupo de películas realizadas nada más y nada menos que por algunos de los más ilustres nombres del exploit italiano, caso de Lucio Fulci, Ruggero Deodato o Umberto Lenzi, demostrando cómo se las gastaba aquella industria y la versatilidad dentro del desparrame que caracterizó a estos directores todo terreno. El mejor de todos los Conan italianos fue sin duda La conquista de la tierra perdida (Conquest, 1983) de Lucio Fulci. ¿Qué por qué? Pues porque era una de las versiones más locas y por lo tanto divertidas que podías echarte a la cara. Porque salían monstruos, tripas, sangre a mansalva, héroes que manejaban huesos como nunchakus, tías desnudas, cabezas reventadas, una mujer masturbándose entre serpientes, más monstruos, bárbaros que parecen cavernícolas, brujas, arcos que lanzan fechas láser (¡wtf!), zombies (sí, en una película de bárbaros), hombres lobo violadores, y todo lo que puedan imaginar. Sabrina Siani, habitual en las películas de fantasía italianas (así como en los posters centrales de las revistas para hombres de la época), era la bruja, enseñando cacho como siempre. El héroe, el actor mexicano Jorge Rivero, una especie de semi-dios a lo Hércules que tomaba carne en la Tierra y se enfrentaba a los peligros. No me digan que no les apetece. En mi opinión es una de las películas más divertidas de Lucio Fulci, al cual como saben estimo mucho por sus atmósferas y su talento para la instantánea inolvidable (algunos dirían efectista). Animo a los lectores más jóvenes a explorar su obra más allá de sus célebres y celebrados títulos de zombies (Nueva York bajo el terror de los zombies, Miedo en la ciudad de los muertos vivientes,El más allá, Aquella casa al lado del cementerio).

Otro que tal baila es Ruggero Deodato, fagocitado por su obra maestra Holocausto caníbal, pero en cuya filmografía hay otros buenos momentos de disfrute. Siempre a un nivel exploit, que nadie piense en comparaciones con Fellini, que esto no trata de eso. Uno de ellos, para mí, es Los bárbaros (The Barbarians, 1987), fascinante basura con un guión absurdo (por no decir que es directamente una idiotez) por los cuatro costados, que de puro mala es… hasta buena. Aquí no hay un Conan, sino dos: los hermanos gemelos culturistas David y Peter Paul. Se supone que son hijos de una princesa que iba con un circo (?) que fue atacado por los malos al empezar la película. Los pequeños son separados, y de mayores se convierten en dos musculosos forzudos que al principio se enfrentan entre sí y luego hacen equipo para ir contra los malos, que en todo ese tiempo no han envejecido (y los compañeros de circo de su madre tampoco). No importa que no tenga sentido, pónganle bastantes monstruos kitchs de por medio y sobre todo mucho sentido del humor como paraguas, porque hay decenas de escenas que es imposible que vayan en serio. ¿Cómo qué? Como que los culturistas protagonistas están echando un pulso y se supone que el que pierda va a ser picado por una serpiente venenosa, pero se salva porque ¡le pega un grito al reptil y éste se asusta tanto que huye!). De hecho los protagonistas se están partiendo de risa casi toda la película, y no está muy claro que sea parte del guión o si es que se les escapa. Y en lugar de resultar molesto o triste, esa hilaridad termina contagiándose al espectador. ¿Han oído hablar de la “alegría de vivir”? Pues esto es algo así como la “alegría de una peli mala”. Eso sí, olvídense de sexo o de gore, en ese sentidoLos bárbaros es bastante más blanca y orientada a un público más infantil. Seguramente según mi estado de humor si la vuelvo a revisar me tendré que comer este artículo y renegar de ella, o no, o volveré a asombrarme con su desparpajo camp y lo bien que pasan los minutos.

Cosa que no creo que me pase con La guerra del hierro (La guerra del ferro Ironmaster, 1983) de Umberto Lenzi, un film que he visto varias veces y siempre me suele gustar, moderadamente, dentro del orden de “sé que objetivamente esta película es malísima pero me da igual”, si me entienden. Film de aventuras prehistóricas, casi resulta más convincente catalogarla como una imitación de En busca del fuego, a la que remite claramente desde el título (La guerre du feu es el título original de En busca del fuego), pero los personajes y la ambientación están desarrollados como los de un film a lo Conan, por lo que su inclusión aquí está más que justificada. El héroe es otro culturista llamado Sam Pasco, del que no se ha vuelto a saber nada más (volvería al gimnasio), pero lo interesante es todo lo demás que le rodea: que el malo sea el carismático gigantón George Eastman (cuyo verdadero nombre era Luigi Montefiori, famoso por comerse sus propias tripas en Gomia, terror en el mar Egeo), que la chica del bueno sea Elvire Audray (habitual por los pagos del cine explotationitaliano, como en Holocausto canibal 2, El asesino del cementerio etrusco o Nosferatu a Venezia) y sobre todo que la chica del malo sea laplaymate Pamela Prati, mito erótico de su momento, portada de Playboy, Penhouse y de mil revistas de chicas extrovertidas (muy abiertas) más. El asunto va sobre el descubrimiento del hierro, que sirve para fabricar espadas, y quién tiene las espadas tiene el dominio sobre las tribus vecinas. El malo consigue dominar la técnica, y se convierte así en un tirano, provocando la rebelión del bueno y sus amigos y la susodicha guerra del título. Pero la gracia de la película está en que está bastante decentemente hecha para lo que es, con buenos efectos especiales (salen zombies y otros monstruos para amenizar el cotarro, que aunque no vengan siempre a cuento de forma verosímil se agradecen), un montaje vigoroso y una inusualmente buena banda sonora de Maurizio de Angelis. Me pasa con La guerra del hierro como con La montaña del dios caníbal de Sergio Martino, que me funcionan muy bien como películas de aventuras, emocionantes y de buen ritmo, aún por encima de los rastreros cometidos que tenían de origen (el aprovechar el éxito de otra película) y por encima de sus exiguos presupuestos. Otro ejemplo más de lo subvalorado que está Umberto Lenzi, un versátil artesano destagista capaz de hacer con efectividad desde películas de caníbales (Comidos vivos, Cánibal feroz), poliziesco (Napoli violenta, Roma a mono armata), giallo (Siete orquídeas manchadas de rojo, Detrás del silencio), o lo que se tercie.

Hablemos ahora de la aportación española. Hundra (1983) de Matt Cimber, fue hecha para aprovechar los decorados de Conan el bárbaro, que como todos sabemos fue rodada mayoritariamente en España, entre Almería, Segovia y distintas localizaciones de la Comunidad de Madrid. Los impulsores fueron los actores José Truchado (que en su faceta de productor/director/guionista también fue el autor del guión de El monte de las brujas) y Eduardo Montoro, que contaron con ayuda de inversores norteamericanos. Y que en efecto, rodaron en los mismos lugares que utilizaron Dino De Laurentis y John Milius, por lo que tal vez lo que vean en la película les suene. Hundra además nos introduce en la variante femenina del tema: las mujeres bárbaras a lo Conan. De hecho, digámoslo cuanto antes, supone una especie de variante feminista de Conan, y sí, he dicho feminista y no femenina. En Hundra los hombres son malos y mediocres, y el pueblo de la protagonista es una comunidad de mujeres que usan a los varones solo para reproducirse, y a continuación los mantienen esclavizados como a animales domésticos. Al comienzo de la película un ejército del malo de turno ataca el pueblo de la protagonista (como en Conan), y ésta que sobrevive jura que tomará venganza. Durante su periplo tras los asesinos de su pueblo, se irá topando con diferentes elementos del género masculino, cada cual peor, a los cuales vencerá. Pero al mismo tiempo surge el tema de la necesidad de repoblar su pueblo, del cual ahora solo queda ella: y eso implica encontrar a un hombre bueno y digno de acostarse con ella. Hundra está interpretada por la actriz canadiense Laurene Landon, que en la vida real estaba muy interesada en esta clase de papeles (feministas, digo, no bárbaros). El malo es el americano de origen iraní John Gaffari, y por lo demás sale una nutrida nómina de actores secundarios españoles de los de la época, como Eduardo Fajardo, Frank Braña, etc. Incluso sale “Desi” (Cristina Torres) la de Verano Azul, a la que violan en la película. Y la banda sonora es de Ennio Morricone. ¿Cuál es el balance de resutlados? Pues que Hundra no es una película cutre, como muchas de las que voy a comentar aquí, sino que presenta una factura muy digna y cuidada para el dinero que tenían. Pero a la vez resulta sosa, descafeinada y un poco aburrida. Por lo primero, por no ser cutre, no suele aparecer entre las favoritas de los fans del cine casposo; y por lo segundo, por ser aburrida, tampoco suele aparecer como una de las mejores imitaciones de Conan. Pero bien merece echarle un ojo.

Llega Roger Corman, y acapara medio artículo

Si estamos hablando de explotation y de cine eminentemente (y sin complejos) comercial, aquí ya está tardando en salir Roger Corman. El veterano productor (y director) y sus compañías New World Pictures (en los 70 y primera mitad de los 80) y luego New Horizons Films (finales de los 80), paradigmas de la producción independiente de su tiempo, no podían abstraerse de tratar de conseguir su parte del pastel bárbaro. De hecho, lo que hizo fue meterse un buen atracón. Además Corman por aquellas fechas tenía acuerdos para filmar a muy bajo coste en escenarios más o menos exóticos de Sudamérica, y había firmado ciertas alianzas comerciales en Argentina, hasta el punto de que llegó a tener oficina estable allí, exactamente igual que una o dos décadas antes había hecho desde la AIP con Filipinas, y después de Argentina haría con Mëxico o Europa del Este.

De esa colaboración argentina con Corman, y siempre en relación al tema que estamos tratando, debemos destacar por ser su más importante producción El último guerrero (Deathstalker)(1983), también llamada El cazador de la muerte, de James Sbardellati. Deatstalker es la historia del héroe bárbaro homónimo (interpretado por Rick Hill, otro tío grandote como es de rigor en estas producciones) y de su búsqueda de una serie de objetos mágicos que tiene en su poder un malvado hechicero (Bernard Erhard) en su castillo. Por el camino conoce a otros personajes que le ayudan, como el guerrero (actor secundario) Richard Brooker o sobre todo (a pesar de su corto papel) la preciosa guerrera interpretada por Lana Clarkson, y se entera de que en el castillo del malo hay un torneo de lucha, al que naturalmente se apunta. Hay peleas, peligros, y otros momentos sexys a cargo de Barbi Benton, esclava en el harén del hechicero de quién Deathstalker se prenda nada más verla. Barbi Benton tiene nombre de chica del mes de Playboy, ¿verdad? Pues en efecto, lo fue, en varios números. Ya saben a qué atenerse. A ver: Deathstalker es bastante mala y todo el mundo lo sabe, aunque no tan mala como otras peores, jajaja, claro está. A mí me resulta entretenida. Hay poca fantasía (en cuanto a monstruos y criaturas), cantidad razonable de aventura, un nivel técnico muy bajo y una gran cantidad de cuerpo femenino expuesta. Como anécdota les contaré que Corman despidió al director durante la postproducción y la película se distribuyó sin su nombre en los títulos de crédito, y que ahí las seis manos que cortaron el bacalao fueron la del norteamericano y sus dos socios en Argentina, Hector Oliveira y Alejando Dessa. Pero si por algo es famosa Deathstalker todavía a día de hoy, es por ser el título que catapultó a la fama a Lana Clarkson, que se convirtió en mito erótico, y gracias a ésta llegó a protagonizar sus propias películas. Como por ejemplo su spin off, Barbarian Queen, de la que hablaré a continuación. Luego, tras unos años de deslumbrar al mundo con su belleza, la fama de la actriz se pasó, hasta que tristemente en 2003 volvió a salir al candelero cuando su cadáver fue hallado en Hollywood con un tiro en la cabeza. El famosísimo productor musical Phil Spector (productor entre otros de los Beatles) fue acusado de haberla asesinado, y ante el pasmo de todos resultó que era cierto, y fue condenado a prisión por ello, en donde todavía sigue.

Lo mereciese o no, Deathstalker dio buenas ganancias, y por eso hubo secuelas. Y atención: Deathstalker II fue mejor que la primera parte. De hecho, permítanme que les recomiende esta segunda parte, porque seguramente es de lo mejor que encontrarán en este artículo. Si no quieren, no vean la primera, pero a esta segunda… denle una oportunidad. Deathstalker II fue encargada por Corman a Jim Wyrnoski, rey de la caspa, el trash y el serie B/Z de videoclub, autor de “maravillas” como Killbots (Chopping Mall), Vampiro del espacio, Transylvania Twist, Sorority House Massacre II, Scream Queen Hot Tub Party o Vampirella. Wyrnoski fue también el tipo que acuño la famosa frase: “los pechos son el efecto especial más barato que existe”. Y como suelo decir en estos casos: ésta fue posiblemente su mejor película. Lo primero que aportó Wyrnoski a Deathstalker fue el humor: el héroe dejó de estar interpretado por el musculoso Rick Hill y en su lugar puso a John Terlesky, un tío mucho más normal de cuerpo pero también más dicharachero y vacilón. El argumento de la película va de cómo este héroe, carismático y bocazas, imitando a lo Bruce Willis en La jungla de cristal, ayuda a una princesa a recuperar su trono, usurpado por el clon caníbal creado por un hechicero malvado interpretado por John La Zar. Tanto la princesa como el clon son la famosa Monique Gabriele, una de las reinas del grito de los 80, habitual en revistas como Draculina, y que por entonces era la novia de Wyrnoski, actriz horrorosa pero con un escote de los que convencen, y que no tenía reparo en abrir cada dos por tres. La razón por la que les he dicho que esta película es mejor que la primera y de lo mejor del artículo es porque no es solo entretenida, no: es divertida. Se ve con mucha agilidad y capacidad de enganche de la atención, y posee numerosos momentos de buena parodia del género.

Cosa que ya no pasa con Deathstalker III: Deathstalker and the Warriors from Hell (1988) de Alfonso Corona y Deathstalker IV: Match of Titans (1991) de Howard R. Cohen, que no solo son cinematográficamente muy malas (vale, la II también lo era desde ese punto de vista), sino que además aburren. Para la tercera parte como ya he dicho Corman ya había dejado atrás sus relaciones con gente de Argentina, y en su lugar había establecido lazos nuevos con… México. Así que Deathstalker III fue rodada en condiciones similares solo que en el país azteca. A Hector Oliveira y Alejandro Dessa les sustituyen, por el lado mexicano, Alfonso Corona, quién produce, guioniza y dirige este desaguisado. Deathstalker está interpretado por John Allen Nelson, que ni llega a imitador de Schzarzenegger como Rick Hill, ni a imitador de héroe de acción gracioso de los 80 como Terlesky. En realidad esa es la tónica general de esta parte III: no llega a ningún sitio, ni es divertida, ni loca, ni emocionante, ni impresiona por la acción… Es todo anodino, muy anodino. Claro que la IV no es mejor, que esta vez Corman rodó en coproducción con gente Bulgaria (no hay lugar del mundo suficientemente remoto si se puede rodar por unos dólares más barato), y que sobre todo tiene de relevante que Rick Hill vuelve al papel de Deathstalker. Es decir, trataron de volver a los orígenes, más a la I, a cuyo argumento aluden, de hecho, directamente, como si lo narrado en la II y la III no hubiese existido y esta cuarta entrega fuera la segunda. Pero no funcionó, no resulta tan cruda y oscura como la película original, y la producción búlgara es mucho más cutre y pobre (todavía) que la argentina. Se reutilizan trozos de metraje de otras películas (de la original Deathstalker y de Barbarian Queensobre todo) y la cosa no da ni para hora de siesta.

La New World / New Horizon de Corman se especializó en la rama de imitaciones femeninas de Conan, tipo la española ya comentadaHundra, que trataban de aunar conceptos tan gratos para el espectador (sobre todo masculino) como aventura, acción y chicas guapas con poca ropa repartiendo espadazos a diestro y siniestro. Bien pensado, es el código perfecto para una mentalidad masculina: el comportamiento de un hombre embutido en un cuerpo femenino, más “amigable” imposible. Y sin duda la más popular de todas esas películas de heroínas bárbaras fue Barbarian Queen.

Barbarian Queen (1985) de Hector Olivera, está rodada todavía durante el periodo de colaboración de Corman con los argentinos, y como se vé, el director Hector Olivera es también uno de los socios productores. Ya hemos anunciado antes que Barbarian Queen nació para lucimiento de Lana Clarkson, como una especie de spin-off sobre su personaje que permitiera tenerla prácticamente el cien por cien del metraje con el bikini de bárbara (o sin él, en pelota picada) correteando de peligro en peligro. Suena primitivo, sí, pero funciona. O funcionaría mejor si la película no fuera tan cutre y su ritmo tan irregular. Pero vale, a ratos hasta sube de intensidad y la diversión levanta el vuelo con fuerza. Esos momentos hacen que valga la pena esta enésima historia de héroe (en este caso heroína) que tiene que rescatar a su pueblo (más bien a los supervivientes) secuestrado tras el ataque del ejército del dictador de turno. Clarkson encarna a su personaje con ferocidad, y la película cae simpática. Tuvo segunda parte, of course: Barbarian Queen II: The Empress Strikes Back (1992) de Joe Finley, otra vez protagonizada por Lana Clarkson, y rodada en México con resultados para olvidar.

Otra de estas películas de tías, fue Amazons (1986) de Alex Sessa (Alejando Dessa en realidad, el socio argentino de Corman), que recurría como base de la historia a un relato corto de fantasía heroica de Charles R. Saunders, La espada de Agwebe, incluida en una antología titulada genéricamente Amazons, como esta película. ¿Y qué tenía de peculiar aquella antología? Pues que todos los cuentos estaban protagonizados por mujeres guerrero. Corman le pidió al propio Saunders que escribiese el guión lo más rápido posible, y la película se rodó en coproducción con Argentina. Protagonizaba Ty Randolph (a.k.a. Mindi Miller), una señorita que sabía artes marciales y que no tenía ni el más mínimo reparo en desnudarse en una película, lo cual la convertía en la actriz perfecta para una cinta de acción sexy. Ella, o mejor dicho su personaje, era la encargada de recuperar una espada mágica para su pueblo (un pueblo de mujeres rubias), para con ella luchar contra del diabólico hechicero interpretado por Joseph Whipp (el mejor actor del reparto, un casting en el que abundan muchos secundarios argentinos), entre cuyos poderes mágicos se incluye el lanzar unos rayos cutremente animados mediante unos paupérrimos efectos visuales. En su aventura la “acompaña”, para darle más variedad visual al espectáculo de curvas femeninas, Penelope Reed, que en la ficción hace de hija de Danitza Kingsley aunque en la vida real aparentan casi la misma edad. Amazons es tan entretenida como pueda serlo una película de sobremesa (lo digo objetivamente, no pretendo ser peyorativo en absoluto), y tanto Corman como Dessa conocen las limitaciones de lo que están haciendo y la manera de resucitarlo cada vez que la película amaga con ir a morirse ahogada por el aburrimiento: ahora una escena gratuita de baño desnuda, ahora una escena de intento de violación, ahora una escena de intento de sacrificio de una virgen, ahora una escena en la que me desnudo porque sí… y así se ameniza la cosa, que no da para mucho más. Ni para menos. De hecho, tuvo su secuela: El ojo de la tormenta (Stormquest, 1987), dirigida también por Alex Dessa, y que no he podido ver.

Y si hubiese seguido un orden cronológico en vez de ir saltando de un año a otro, les debería haber hablado ya de Sorceress (1982) de Jack Hill. De todas aquellas películas producidas por Corman al hilo del éxito de Conan, y sobre todo protagonizadas por mujeres-guerrero, Sorceress es la única que es totalmente americana, aunque fue rodada en México, pero por habituales de la factoría Corman: como el director Jack Hill, que era su colaborador desde los tiempos de la American International Picture en los 60, y para el cual esta fue su última película, o por el polo contrario Jim Wyrnoski, del cual ya hemos hablado (a raíz de Deathstalker II) y para el cual ésta era su primera película (como guionista). Fue también la respuesta más rápida del productor, estrenándose a la vez que Conan y Cromwell, el rey de los bárbaros, es decir, que estuvieron a la que salta. El argumento de la película trata sobre un malvado tirano versado en las artes mágicas que ha hecho un pacto con las Tinieblas, obteniendo poder y vida eterna a cambio de la vida de su primogénito. Pero mira tú por donde que su primogénito resulta ser un par de niñas gemelas, que su esposa, conocedora de los planes de su marido sobre sacrificárlas, pone a salvo. Las niñas se hacen mayores… y voilá, se convierten en dos esculturales bárbaras espadachinas, que lucharán contra su padre. Las gemelas en cuestión estaban interpretadas por las hermanas gemelas Leigh y Lynette Harris, famosas por haber salido en la revista Playboy (y en otras). Algo así como hizo la Hammer con las gemelas Collison, salvando las distancias, porque Sorceress es muy mala, aunque salen tetas, un vikingo, algún que otro ser de fantasía (un fauno, hombres mono…), y la música es un préstamo tomado de la banda sonora de Jame Horner para Los siete magníficos del espacio.

¿Se me aburren? Pues esperen, que necesito acabar con Corman y todavía me quedan otras dos: Wizards of the Lost Kingdom (1985) de Hector Olivera, y Wizards of the Lost Kingdom II (1989) de Charles B. Griffith. Observen los directores y deduzcan, misma dinámica: la primera fue hecha en Argentina, y la segunda en México. El tono de ambas fue mucho más “para todos los públicos”, es decir, con menos sexo y cuidando un poco que la violencia no se pasase de rosca. ¿Se acuerdan de Krull? El tipo de película es ese, pero en serie Z. En la segunda parte salía David Carradine, pero claro, ese pobre hizo también cada cosa… Ambas eran muy malas. Sobre todo la segunda no valdría ni como comida para cabras.

Vayamos terminando: el resto de la producción italiana, Peter McCoy y Sabrina Siani al rescate ¡Sin olvidar el “simpar” Ator!

Me estoy cansando hasta yo, el viaje resulta demasiado largo. Así que perdónenme si le meto caña: primero despachando rapidito dos películas de Franco Prosperi: Gunan, el guerrero (Gunan il guerriero, 1982) e Il trono di fuoco (1984). La primera va muy a saco en el título, ¿no?, y en Italia se estrenó incluso antes de Conan (pero obviamente se hizo porque los productores italianos sabían que estaban haciendo la de Schwarzenegger). ¡Es horrorosa, malísima! Y utiliza escenas robadas del metraje de Hace un millón de años por todo el morro, así que no se extrañen si de pronto salen dinosaurios sin venir a cuento… Claro que siempre se puede rescatar alguna perla, algún momento que invita a la carcajada. Pero en general, es puro bochorno. Il trono di fuoco es un poco mejor. ¡Un poco, ¿eh?!

Gunan, el guerrero, Il trono di fuoco y la que sigue ahora tienen además algo en común: en las tres el bárbaro protagonista es el musculoso culturista italiano Peter McCoy, cuyo verdadero nombre es Pietro Torrisi. Se dice de Torrisi que no utilizaba dobles en las escenas de riesgo (nos lo creemos, por aquello de ahorrar costes de producción), y lo que es más importante: que hacía de verdad y sin efectos especiales ni trucos las escenas de “forzudo” que salen en la película. De ahí que en cada pelea exista algún momento en el que él levanta a pulso y por encima de su cabeza al enemigo: porque el actor/deportista era capaz de levantar a un hombre de 70 kilos, y esa habilidad era algo que los directores sabían explotar.

Otra presencia habitual en este cine fue la de la escultural Sabrina Siani, que sale de compañera de Peter McCoy en las dos de Prosperi, en la siguiente, e incluso sigue saliendo en alguna de las de Ator, de las que todavía nos queda hablar. A la Siani le sentaban bien los bikini de pieles fáciles de romper y quitar, y su presencia solía ser uno de los reclamos de estas peliculas.

Entre las que también se encontraba La espada salvaje de Krotar (Sangraal, la spada di fuoco, 1982) de Michele Massimo Tarantini, protagonizada otra vez por Peter McCoy y Sabrina Siani. Fue hecha justo después de Gunan el barbaro y a consecuencia de su éxito (!), e incluso se permiten la cara de tomar planos de ella prestados para ahorrarse tener que rodar metraje. La espada salvaje de Krotar es famosa también por su pertinaz voz en off, ese narrador que nunca se calla y que a menudo está diciendo cosas que poco tienen que ver con las imágenes… También es famosa debido a que ningún personaje que salga en la película se llama Krotar, al que solo menciona el narrador al principio de la película. Por cierto, el narrador también nombra a un tal rey Ator, pero que no parece tener relación con el Ator que nos queda a nosotros. Tanto Gunan como Krotar dan mucha vergüenza, hay que verlas borracho, o con amigos y de bromas o algo así, o de lo contrario son un tormento. Es tan tan mala, tan mala, tan mala… que tiene sus fans.

Yor, el cazador que vino del futuro (Il mondo di Yor, 1983) de Antonio Margheriti, es uno de los trabajos poco inspirados de un autor que sin embargo es un clásico, autor de obras de culto como El justiciero rojo, Danza macabra o Los largos cabellos de la muerte. Tal vez el “fiasco” de Yor, se deba a que en realidad fuera rodada como una miniserie de 4 episodios de 50 para la televisión italiana, que luego fue remontada en forma de película de unos escuetos 88 minutos de metraje, 98 si tienen la suerte de ver el director’s cut difundido años después. De 200 a 98 minutos… van demasiados recortes, y seguramente por eso la película se resiente y parece un poco extraña, mal de ritmo y absurda de guión. Estaba basada en el cómic italiano Henga el cazador de Juan Zanotto y Ray Collin (cuyo verdadero nombre era Eugenio Zapprieto). Yor, o Henga, según se le llama en España o en Italia, es un héroe bárbaro prehistórico, capaz de luchar a porrazos con dinosaurios incluso. La chica del héroe es Corinne Cléry, a la que vimos (del todo, ejem) protagonizando Historia de O (de Just Jaeckin, 1975). Los trogoditas la raptan, y Yor va a su rescate. Hay peleas, efectos especiales de plástico cutre, aventuras por decorados de cartón piedra, y hacia el último tercio descubrimos… algo que hermana la película con El planeta de los simios: que estamos en la Tierra del futuro, después de la Tercera Guerra Mundial, devastada por las bombas y que ha revertido a un estado prehistórico. ¿Es un spoiler grave? Bueno sí, me disculpo por ello, pero es la única manera de que les pueda contar que el final de la película está dominado por el descubrimiento de un poblado que tiene tecnología, rayos lasers, naves, robots, etc, y Yor se enfrenta a ello con la misma destreza y fuerza bruta que antes empleó con los dinosaurios. De hecho, todo el tramo final parece más un rip-off de Star Wars que de Conan. O una mezcla de ambos. Fascinante, a su manera, aunque muy mala.

Es el turno ahora de la horrorosa, bochornosa y aburrida (me faltan los adjetivos) Thor il conquistatore (1984) de Tonino Ricci. El tal Thor no tiene, por descontado nada que ver ni con la mitología nórdica, ni con los Vengadores de Marvel. Es otro bárbaro en busca de venganza porque de pequeño le mataron a los padres, y ahora que es un cachas de mayor (Conrad Nichols, cuyo verdadero nombre era Bruno Minniti) cumple con su destino.

Pero claro, la palma la hemos dejado para el final: la infumable, horrorosa, aburrida, insólita e insultante saga de Ator el podedroso, que arranca en 1982 (otra vez el mismo año de Conan: reacción rápida, lo cual da una idea de cuánto duraban estos rodajes) con la película de ese título (Ator l’invincibile en italiano), dirigida por el inefable Joe D’Amato (cuyo verdadero nombre, como todo el mundo sabe, era Aristide Massaccesi), el absoluto rey destajista del serie Z italiano, un hombre que ha hecho desde porno a gore pasando por destape o… Ator, claro. Y protagonizada en el poder de “poderoso” bárbaro protagonista por el ex Tarzán (en la versión con Bo Derek) Miles O’Keeffe, quien al poco volvería a coger una espada, esta vez en Inglaterra, para protagonizar también aquella rara y penosa película llamada El guerrero verde, pero que era artúrica no pseudo-Conan. El tal Ator es, se supone, hijo de Thor, Dios del Trueno, y ha venido a la Tierra en plan mesias para acabar con el Oscuro. Se casará con su propia hermanastra, que es Sabrina Siani (lásmita que Peter McCoy se perdiera ésta), pero los malos la secuestran además de matar al resto del pueblo de Ator. ¡Qué original! Así que él se va a por ellos, a vengarse y a salvar a su chica-hermana-esposa. La película es… ¿una mierda? ¿lo puedo decir así de categórico, máxime cuando llevo páginas y páginas hablando de films de… calidad muy discutible? Pues sí, fíjense cómo de mala no será Ator, la famosa Ator. ¿Famosa? Naturalmente, y menudo éxito en los videoclubs. Así que salió Ator 2, el invencible (Ator l’invincibile 2, 1984) otra vez de Joe D’Amato y que era peor incluso, y que no tiene ni pies ni cabeza. ¡Pero si hasta salen samuráis! ¿Qué pintan los samuráis en un universo bárbaro a lo Conan? Hay una escena muy mítica (de puro terrible) que es una copia descarada de la escena de Indina Jones en busca del Arca perdida de las serpientes, pero aquí no tenían ni un duro y pocas serpientes, y la escena se las trae. No hay sexo, ni violencia, ni nada de nada, e incluso para reírse borracho o con amigos lo pone difícil. Claro que Ator el guerrero de hierro (Iron Warrior, 1987) de Alfonso Brescia es aún peor todavía. ¡Peor, mucho peor! ¿Hasta dónde se puede sentir vergüenza ajena viendo una película? Supongo que solo hasta donde te dejen los bostezos. Cambia el director, pero Miles O’Keefe sigue siendo el prota. Y aún hubo una cuarta parte, Ator y la espada de Graal (Quest for the Mighty Sword, 1990) en la que Joe D’Amato retomó el personaje, pero ahora protagonizada por Eric Allan Kramer. En esta cuarta parte, que sigue con la espiral de mediocridad hasta el abismo del 0 absoluto, por lo menos hay monstruos, un gnomo muy cabrón, y algunas escenas bizarras para solaz, risa y entretenimiento.

¿Están todas? Ya sé de antemano que no. Queda una basura perpetrada por Fred Olen Ray (otro rey del trash de los 80) en 1991 llamadaWizards of the Demon Sword, y un par más de peliculones que responden a los títulos de Gor (1987) de Fritz Kiersch, y The Warrior and the Sorceress (1985) de John C. Broderick. Tengo entendido que ésta última, dentro de lo malo, tiene un pase, pero como no la hemos visto, habrá que dajarla para otro día.

¡Por Crom, qué colección!

Notas

1. Tanya Roberts no solo le ponía a los tíos en taparrabos: también fue chica Bond en Panorama para matar.

2. Conan the Adventurer, una serie fallida que no pasó de la primera temporada, en la cual el bárbaro cimerio estaba interpretado por el culturista Ralf Moeller.

 

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