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El tiempo perdido. Exactamente es eso lo que perdí, el tiempo. ¿Sabéis esa sensación cuando estáis en el cine y pensáis “a ver cuándo termina esto para poder irme a casa”? Pues es lo que me ha pasado con esta película.

Y claro, no me iba a ir a la mitad, porque el cine está muy caro y hay que aprovechar hasta el último minuto, aún con películas que no merezcan la pena ver en cine, como ésta.

La primera parte de “Los Juegos del Hambre” me pareció un “Battle Royale” descafeinado, y la secuela, más plana que una ruta por carreteras de Castilla.

Los fans de la saga literaria la han puesto por las nubes, porque imagino que se habrán identificado bien con los personajes y la historia que ya conocían de las novelas. Yo no las he leído, por tanto, no me ha pasado lo mismo.

La primera hora y media es un aburrimiento en el que los protagonistas, ganadores del torneo narrado en la primera parte, recorren varios distritos dándose a conocer al público, y ahí lo único que parece importar es quién se enamora de quién. Las únicas y escasas intervenciones que merecen la pena son las de los dos actores de raza, Donald Sutherland y Phillip Seymour Hoffman. Los últimos tres cuartos intentan arreglarlo con otro torneo en el que se enfrentan los ganadores de juegos anteriores, pero para dar tensión de la buena se necesita algo más que una niebla venenosa y unos monos cabreados.

Todo en la película, las situaciones, la época, los personajes, me parece tan lejano que me deja indiferente, me importa un pito quién se muere y quién se salva, quién se enamora y quién se odia, y aunque el final intenta dejarte con ganas de más, a mí no me pillarán viendo la próxima secuela que ya está preparándose, subtitulada “Sinsajo”, por dos razones: Primera, no tengo ni idea de lo que es un sinsajo, y segunda, la película está dividida en dos partes, por esa reciente moda, más bien manía, de “es que como el libro es gordo, lo partimos en cachos y hacemos una película con cada cacho, porque hay que contarlo todo”.

Pues no, no hay que contarlo todo, hay que contar lo importante, porque hay momentos en esta y en otras películas divididas en partes que no son para nada trascendentes ni claves en los acontecimientos ni los destinos de los personajes. Siempre es mejor la esencia de un perfume, más cara pero más concentrada e intensa, que un garrafón de dos litros, más barato pero que apenas desprende aroma.

Así que solo espero que la segunda parte del Hobbit, otra novela partida en trozos, me quite el mal sabor de boca que me ha dejado la secuela de “Los Juegos del Hambre”, por eso, porque me ha dejado con hambre. Hambre de buen cine.

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