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La duración de una película es un componente similar a aquellos placeres de la imaginación que estimulan el encararla. Si hablamos de una película de hora y media – patrón clásico – buscamos que el tempo narrativo y el montaje sean lo suficientemente audaces para conseguir entretener y contar algo sustancial en ese espectro temporal. Artesanía pura, vaya. Pero la sensación ante tres horas de cine camina hacia la experiencia de algo mastodóntico, sean cuales sean las intenciones de la película; es como digerir que a uno le ha pasado algo importante aunque sólo sea por el tiempo invertido en poner la atención en ella. Servidor se derrite ante una película larga como un día sin pan y hecha a base de postales – El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford – o ante pláticas hipnotizantes –Satantango – aunque las consuma inacabadas y sin comprenderlas.

He aquí que el principal riesgo de Love exposure es, a priori, su duración: cuatro horas de metraje. No es la película más larga que he visto – la mencionada del hermético Bela Tarr o Eureka lo son más – pero sí la que más salta sin red en ese terreno. Jugamos duro, porque una película de entretenimiento que dure cuatro horas cuenta con esa dura pugna dialéctica, pero sale airosa: la sensación es que dure sólo un par de horas, y eso se debe a la habilidad de Sion Sono – autor de la destacable Suicide club – para orquestar con ritmo prodigioso tal material. Pero los riesgos no acaban aquí, sino que se enquistan al fundir una tragedia shakesperiana con el melodrama juvenil, la comedia – burra y romántica – , un cariñoso y autorreferencial fetichismo a la cultura pop japonesa y sus clichés – braguitas, jóvenes colegialas, tecnología portátil – y el cine de acción y artes marciales. Si algo caracteriza a Love exposure es ser una película audaz, un triunfo de originalidad en tiempo de acomodaticios consumibles, capaz de contentar estómago y neuronas del espectador merced a un descreimiento juvenil para abordar cuestiones tan universales – y adultas – como la película toca: religión, amor, libertad y autenticidad. Tan irrespetuosa y salpimentada como una exploit , derivativa y de género,pero con regusto a camuflado arte y ensayo burlón, Love exposure merece cuatro horas de atención. Igual hasta un poco más. Ya me entendéis.

 

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