En 2013 el joven sueco David F. Sandberg se presentó mediante un cortometraje de terror de apenas dos minutos y cuarenta segundos de duración titulado Lights Out. El corto se movió por los canales habituales, especialmente festivales, pero fue a partir de 2014 y sobre todo en 2015 cuando obtuvo una segunda y superexitosa carrera gracias a su exhibición gratuita por Internet y a su viralidad a través de las redes sociales. Raro fue quien no compartió por Twitter o Facebook el enlace al corto retando a sus conocidos a verlo a solas… Ah, sí, el corto en cuestión es este:
Como cualquier lector puede apreciar por sí mismo, el corto no es ningún prodigio de la cinematografía, pero es indudablemente eficaz: da miedo, y ese es el mejor halago al que debería aspirar cualquier corto o película de terror. Fui completamente sincero cuando recomendé este corto, porque me parece excelente, funciona sin explicación alguna, es visceral e instintivo.
Así que cuando se anunció que Sandberg iba a debutar en la dirección de largometrajes con una versión expandida de su propio corto, ya en Estados Unidos, y producido por James Wan (Expediente Warren, Insidious) la cosa llamó muchísimo la atención, claro. Nunca apagues la luz (título original Lights Out, exactamente igual que el corto) es sin equívoco alguno una de las películas de terror más esperadas del año. Aunque la situación recuerda mucho a otras anteriores que no terminaron de salir del todo bien. Que un corto se convierta en largo es algo habitual, y hay casos tan felices como Oculus de Mike Flanagan, por lo concreto de lo narrado en el corto a mí Lights Out siempre me ha recordado más a Mama de Andrés Muschietti, otro excelente y espeluznante corto de terror que fue convertido en película por su autor, en aquella ocasión con Guillermo del Toro en el papel de James Wan, y que acabó con un resultado irregular, que no colmó plenamente mis expectativas.
Seguramente no habría pasado nada si Lights Out se hubiese quedado en corto, eso está claro. La historia de Nunca pagues la luz supone un giro retorcido sobre un cliché del cine de terror: normalmente hay algo que acecha en la oscuridad y que trata de llevarse a los niños, ante la impotencia de sus desesperados padres. Aquí es al revés: el ser maligno viene a por mamá, y son los hijos los que tendrán que impedir que termine de atraparla. También hay por ahí un novio, pero pinta más bien poco en la película. Ante todo se trata de un film de sustos, algunos mejores y otros peores, y en realidad se nota mucho la influencia de Wan en la película, al menos en su sentido de los sobresaltos (recuérdese sobre todo la serie Insidious), pero se echa mucho de menos su sentido de la puesta en escena. En fin, creo que el problema es que mientras el corto era una sacudida, este largo cae en la tentación de tratar de desarrollar la “mitología” y de explicar qué, quién y porqué, y las respuestas escogidas desde el guion no son interesantes. Si a eso le sumamos esa cortedad formal que ya he insinuado que la diferencian de lo que vendría a ser un James Wan pata negra, tenemos un film correcto pero muy promedio, de esos que te dejan la sensación de haberla visto ya.
Lo cual no tiene necesariamente por qué ser absolutamente malo. Las malas decisiones de guion, los diálogos involuntariamente cómicos, algunos momentos un tanto inflados o innecesarios, y sobre todo una primera parte algo morosa en emociones (se podría creer que el director trata de crear un falso sentimiento de seguridad en el espectador para luego romperlo, pero eso sería concederle a la película méritos que no ha demostrado) pesan bastante más. Cuenta al menos con el aliciente de contar en su reparto con María Bello, que es una actriz excelente y por la que siento devoción. En el corto, la protagonista (y único pesonaje) era la esposa del director, Lotta Losten. En la película Sandberg se permite reproducir su propio corto literalmente embebido en el resto del metraje, y además usa a Losten en esa escena, como autoguiño. El corto utilizaba como decorados apenas un pasillo y un dormitorio de un piso cualquiera; la película tiene pocos escenarios también, y supone un buen ejemplo de cine de terror de bajo presupuesto. Quizás lo peor que se puede decir de la película es a la vez lo que la salva: su falta de pretensiones, y su clara pertenencia a una corriente mainstream muy funcional del cine de terror de Hollywood, sin violencia, sin sangre… un tipo de película de sobresaltos y escalofríos que podrías ver con cualquiera, incluso con un espectador casual, no muy ducho en cine de terror. Más aún, si les gustó una chorrada tan grande como lo fue Annabelle, les encantará Nunca apagues la luz, porque es muchísmo mejor.
Sin duda que la productora New Line Cinema espera de esto el inicio de una lucrativa franquicia, y apostamos a que antes de 2018 veremos Nunca apagues la luz 2. Espero que en esa ocasión le saquen más jugo al concepto
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