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El descubrimiento en el espacio de otro planeta azul exactamente igual al nuestro,  una Tierra Espejo que es en todos los detalles igual que la nuestra, y en la que,  incluso, hay una réplica de cada uno de nosotros, brinda la oportunidad, más allá de teorías cuánticas sobre universos paralelos, de meditar sobre el último gran enigma: nosotros mismos. Imaginen si no, qué interés puede tener la exploración de un lugar que a centímetro a centímetro ya conoces y que no aporta nada que ya no tengas, si no es precisamente el hecho de poderte sentar ante otro “tú” y observarle o hablarle. Algo que en principio deberías conocer tanto como tú mismo, y un diálogo que solemos tener tan a menudo como el interior, pero que siempre está empañado por dudas, autoengaños, auto-convencimientos y auto-justificaciones. ¿Qué pensaríamos sobre nosotros si nos conociéramos desde fuera? ¿Nos caeríamos bien? ¿Podríamos respondernos por fin a esas preguntas sobre cómo somos o porqué hemos hecho lo que hicimos? Incluso como colectivo, como especie, ¿nos conocemos? ¿Qué hay de todas nuestras contradicciones, de nuestras incongruencias y continuos desafíos a lo que parece una lógica natural?

Miguel de Unamuno acuñó el término infrahistoria para referirse a lo que ocurre a la sombra de los grandes acontecimientos de la historia, a las historias que nadie cuenta porque son de gente normal, pero que no solo sirven de decorado para la historia, sino que la soportan, la reflejan, la dan significancia. Así que yo me voy a inventar otro palabro, la infracienciaficción, que consistiría en aquellas historias nada espectaculares de los personajes de la periferia de una situación generadora de ciencia ficción. Esto es: ante la irrupción de Otra Tierra en el firmamento, no vamos a seguir la historia de los astrólogos que la estudian, ni del intrépido cosmonauta que se dirija a ella (si es que hay alguno), ni siquiera del presidente que decide si la atacan (o lo que quiera que tenga que decidir ese señor en ese contexto). No, miinfracienciaficción es la historia de la gente que no hace nada, porque no tiene nada que hacer respecto al gran evento ciencia-ficticio. Sería la crónica emotiva de la gente común que mira hacia el cielo pensando que aquello es un flipe, y que sigue por la TV o la radio lo que dicen los expertos, pero que esencialmente siguen con sus vidas, aunque sus vidas ya no van a poder volver a ser del todo las mismas. Y esa parte de la ciencia ficción me gusta mucho. Algo así como lo que hace Lars von Trier en Melancholia, crónica de una familia que simplemente observa el planetoide que se les viene encima para aniquilarles (a ellos y al resto de vida en el planeta Tierra), pero que aparte de pasar miedo o tener esperanza (es decir: sentir respecto a ello), nada más pueden hacer. O Monsters, la película revelación de Gareth Edwards, en la que una pareja que está atravesando una zona atestada de monstruos alienígenas… simplemente se conoce y se enamora. ¿Y por qué no? ¿Qué se supone que deberían hacer en lugar de eso, detener a los monstruos de alguna manera estúpida como en Independence Day y su imposible virus informático? Insisto, en que eso es lo que me interesa, y es el tipo de historia con la que uno se puede identificar, porque posiblemente la propia sería una historia así en caso de suceder algo gordo.

En Otra Tierra los que miran al cielo son dos corazones rotos, dos personas autoexcluidas, dos destinos truncados que se convirtieron en destinos unidos entre sí debido a una tragedia. Rhoda Williams, la protagonista, ha destruido literalmente la vida de dos niños y una mujer, y ha destruido sentimentalmente la vida del hombre que era su padre y marido, respectivamente. Es inequívocamente culpable, pero a la vez es una buena persona, incapaz de soportar la losa de su propia acción por imprudencia. Si los asesinos de las personas que amamos fueran siempre supervillanos como Bin Laden sería todo más sencillo, pero el mundo está lleno de Rhodas Williams. Como dije antes en mi definición de infracienciaficción, ellos no generan la acción, ni tan siquiera la condicionan. Pero la reflejan y la dan significancia.  La Otra Tierra para Rodha Williams es a primera vista un lugar al que escapar de sí misma refugiándose en otra “yo”, y en segundo término la posibilidad de encajar, de entender, cómo ha llegado hasta el terrible punto en el que se encuentra. ¿Quién es en realidad para haber cometido el acto que ha cometido?

Entonces la película introduce otro interesante concepto: la sincronicidad entre ambas Tierras se rompió justamente la misma noche de la tragedia de nuestros protagonistas. Es esa ruptura la que posibilita el contacto entre ambos planetas gemelos (no puedes comunicarte con tu yo del espejo, él simplemente haría lo mismo que tú, en todo caso reflejado derecha a izquierda y viceversa, pero a la vez, y sin interactividad posible), y abre una nueva puerta, extraña y algo obscena en la vida de los personajes: ¿y si en la Otra Tierra no ha tenido lugar el accidente y la familia de él sigue viva? Posibilidad filosóficamente muy matizable, pero comprensible desde un punto de vista solidario, y que en cualquier caso desencadena no pocas nuevas implicaciones posibles, como la del final sorpresa…

El problema que tienen demasiadas veces las películas que parten de premisas tan metafísicas o que se pueden resumir usando frases de contraportada de libro de autoayuda, y que conste que no lo digo peyorativamente sino porque aquí valdría aplicar lemas como “el conocimiento de uno mismo es el mayor viaje”, es que fallan al implementar eso sobre una historia interesante. Me estoy acordando, por ejemplo y dado que también la he visto recientemente, de Love (2011, de William Eubank), émulo de 2001: Una odisea en el espacionutrido también de conceptos enormes y que incluso utiliza explícitos insertos de personas que hablan directamente a la cámara y dicen cosas bastante sugestivas y certeras… pero que por todo lo demás, por lo principal, que es la historia del astronauta abandonado que ocupa la mayor parte del metraje, cae en el vacío, el aburrimiento y lo que es peor, en la ordinariez (el manido recurso de los flashbacks y las visiones). Este no es el caso de Otra Tierra. El vehículo dramático sobre el que está construido la película, la historia narrada, aquí funciona a las mil maravillas. Tal vez es por eso que Otra Tierra me ha parecido un film magnífico, incluso exquisito. No es difícil entender el drama presentado, ni empatizar con la protagonista, interpretada muy bien por Brit Marling, a la postre co-guionista del film; ni cuesta interesarse, incluso engancharse, por la relación que entablan estos dos personajes con secretos de por medio que contribuyen a alimentar el suspense. En realidad, en el tipo de historia y en el tratamiento que el director Mike Cahill da de ella, hay más del cine de Krzysztof Kieslowski que de ninguna película de encuentros extraterrestres que se pueda recordar. A Tarkovskiy este material también le habría gustado, pero él le habría dado un tratamiento mucho más lento. No, en serio, insisto en ello: no se asusten por las metáforas y los símbolos, ésta no es un ladrillo, es “simplemente” la historia de dos corazones rotos que miran al cielo buscándose a sí mismos o a sus vidas perdidas.

Otra Tierra
introduce la cuestión de la culpa y la búsqueda de la segunda oportunidad de una manera muy bella. Es intimista, así que nadie debe esperar escenas masivas de ciudades enfrentándose a sí mismas, ni al presidente de Estados Unidos tomando decisiones sobre si atacarse al sí mismo de la Otra Tierra. No, como en el apocalipsis según Abel Ferrara en su (por lo demás discutible) 4:44 Last Day on Earth, aquí solo tenemos una pareja, y les aseguro que no se hace poco. Está filmada entre tics del cine independiente americano typical Sundance (en donde obtuvo el premio Alfred P. Sloan), pero se le perdonan, o no llegan a hacerse nunca del todo desagradables.

Mike Cahill viene del documental y de trabajar en la mesa de montaje, y Brit Marling, actirz, es su amiga desde la adolescencia. Otra Tierrase le ocurrió a Cahill mientras jugaba con un programa de composición fotográfica por ordenador, con el que se le ocurrió la idea visual de alguien que desde un paisaje inequívocamente terrestre y normal mira al cielo, y en él ve al planeta Tierra, otra vez, como si hubiera dos. De esta imagen icónica, que finalmente tuvo su versión en la película con Marling de protagonista, surgió la idea de una especie de corto, o más bien de un posible episodio en una película de sketches que el director estaba preparando con su amiga, con la clara intención, desde el primer momento, de que la protagonista fuera ella. Finalmente la historia de Otra Tierra creció tanto que dio para una película entera. ¡Y qué película! Muy recomendable.

 

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