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El ansia es la película de vampiros que arranca con el grupo post-punk proto-siniestro Bauhaus sonando durante los títulos de crédito, concretamente el single que les lanzó a la fama, Bela Lugosi’s Dead. Colaborando en persona en la película, y en plano americano mientras canta la canción tras un enrejado, el líder y cantante del grupo, Peter Murphy. Bajo los compases neblinosos, lentos y oscuros del tema musical, nos encontramos con los dos protagonistas del film: uno es David Bowie, quintaesencia de la vanguardia y el buen gusto musical durante décadas, y su compañera es la elegante actriz francesa Catherine Deneuve. Pronto descubrimos que son vampiros sin colmillos, que para beber la sangre de sus víctimas (a los que han seducido en una discoteca de modernos) usan puñalitos con forma de ankh, la cruz egipcia que simboliza la vida eterna.

La primera película de Tony Scott aborda el vampirismo desde un punto de vista novedoso. La mirada del espectador deja de ser afín a la de la víctima y el vampiro ya no es un mero monstruo al que temer. Ahora al revés, el foco de atención está puesto en el vampiro y su problemática. El vampiro es un individuo sofisticado y deseable, un dandy, un diletante, un sibarita, y además un inmortal: un dios. O casi. El conflicto de la película consiste precisamente en que John, el personaje de Bowie, ha sido engañado por Miriam, el de Deneuve, una vampira de pura cepa, que le prometió la vida eterna a su lado a través del vínculo de la sangre (sangre que habrían de tomar de otros, claro). Sin embargo, ahora John ha comenzado a deteriorarse, a envejecer a marchas forzadas (merece mención el trabajo de maquillaje de Dick Smith), y cobra conciencia de que le han timado: la vida eterna ofrecida por Miriam es solo por un periodo temporal en el que en efecto se conserva intacta la juventud y se es inusitadamente longevo, pero al que luego sigue una eternidad (esta vez sí) de condenación inerte en lo que no es ni estar vivo ni estar muerto.

Al fin y al cabo en 1976 había sido publicada Entrevista con el vampiro, primera entrega de las Crónicas vampiras de la por todo lo demás mediocre Anne Rice, y la imagen del vampiro había dado un vuelco para siempre. En 1982, un año antes de que se estrenase El ansia, George R. R. Martin reincidió en la misma orientación nueva del vampiro con su novela Sueño del Fevre. Y la misma El ansia está basada en una novela de 1981 de Whitley Strieber. El efecto cascada está listo, y es irrefrenable, para bien y para mal, hasta nuestros días y la degeneración que suponen los vampiros de Crespúsculo. Se trata de un vampiro diferente, con sentimientos, autocontrol y capacidad de sufrimiento y culpa. Supongo que la sociedad ha dejado de creer en ellos y mucho más de tenerlos miedo, por lo que seguir contando historias como las originales, en las que el vampiro es el Mal encarnado, tiene un interés más estético que terrorífico. Claro que estas nuevas historias tampoco dan miedo, pero como no lo buscan no pasa nada. Son vampiros románticos diseñados para soñar con ellos: “ojalá me mordiese un/a hombre/mujer así”.

Y en ese sentido El ansia no solo es una de las primeras manifestaciones de esta interpretación, a la que también se sumó Francis Ford Coppola con su Drácula (y tantos otros), sino que es una de las más logradas. Tal vez porque todo encaja. Su esteticismo, su atmósfera poética, su excelente uso de la música (tanto de los citados Bauhaus como posteriormente del maravilloso trío número 2 de Schubert –se me pone la carne de gallina de escuchar algo tan hermoso-, el Le gibet de Ravel o sobre todo el dueto de Las flores de Lakmé de Leo Delibes), la presencia de David Bowie, emblema de lo moderno durante décadas, o de Susan Sarandon, que venía del culto en The Rocky Horror Show; o también por su atmósfera rabiosamente postmoderna (por lo que la elección de Bauhaus no es casual), por Peter Murphy (cuya carrera posterior en solitario fue una especie de cruce entre new romantic y el Bowie más pop, y tampoco es casualidad), su atmósfera romántica, su escenografía, la mezcla con la ciencia ficción (la parte en el laboratorio) o su ambigüedad sexual (lesbianismo, bisexualidad), conforman una obra muy interesante y extrañamente sólida, orgánica a pesar de su “videocliperismo”, coherente y más profunda de lo acostumbrado.

Para convertir a los vampiros en humanos no hay más que dotarlos de alguna emoción de las elementales, por ejemplo el miedo. John tiene miedo a la muerte y a la vejez. Miriam tiene miedo a la soledad y por eso colecciona almas, que termina guardando en cajas cuando ya no le valen. La tercera en discordia, el personaje de Susan Sarandon, aunque no es un vampiro también teme: a lo que está sintiendo, a su propia atracción por lo prohibido, lo peligroso. Miedo más sexo, ¡qué combinación tan poderosa!

Tal vez la diferencia entre El ansia y otras películas de vampiros modernos posteriores esté en el buen gusto y en su base filosófica. Y nos la dio Tony Scott, quién llegó al proyecto casi de carambola: él quería que su primera película fuera, precisamente, una adaptación deEntrevista con el vampiro; pero los productores le dijeron que si le interesaba esa clase de temas ellos tenían los derechos de otro novela del corte, The Hunger, y le pidieron que se decantara por ella. Él lo hizo, y en ella puso lo mejor que sabía hacer viniendo del mundo de los anuncios publicitarios: sugerir e incitar.

Si The Hunger fuera un perfume… seguramente sería el que yo regalaría estas navidades. Gracias Tony. Descansa en paz.

 

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