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Las cosas están cambiando, eso es algo que se ha dicho ya muchas veces. Internet rivaliza con la televisión convencional, y plataformas como Netflix, que en principio pudieran haberse entendido como meros distribuidores finales de los productos que la televisión ya ha explotado, como cuando una serie sale a la venta en DVD o Bluray, se han convertido en la competencia total y absoluta, con capacidad para generar la producción de sus propias series originales: House of Cards, Orange is the New Black, Daredevil, Hemlock Grove, Boodline, Sense8, Jessica Jones…  son solo algunas de las series producidas para estar primeramente disponibles solo en Netflix, algunas de las cuales, como es el caso de House of Cards o Hemlock Grove, han tenido muchísimo éxito tanto de público como de crítica. Ahora llega Stranger Things, y no se habla de nada más, es el tema de moda eclipsando a cualquier estreno cinematográfico veraniego, o a los finales de temporada de otras series fuertes en antena, exceptuando quizás la todopoderosa Juego de tronos. Y no olvidemos de qué estamos hablando: la gente está viendo Stranger Things en streaming bajo demanda, cuando no en una copia descargada que subió alguien que la ha cogido del streaming, y que se pondrán cuando quieran y en el dispositivo que quieran. Se acabó el ver series esperando a su día de emisión, todo un país al unísono pendiente de las mismas ficciones, sentados en el salón, esperando a la publicidad para ir al baño o bajar la basura… Sí, las cosas están cambiando, pero eso ya lo sabía el lector.

1983, Hawkins, Indiana, un pueblo pequeño y tranquilo al lado de una misteriosa instalación gubernamental. Stranger Things trata sobre la desaparición del pequeño Will Byers (Noah Schnapp), que no regresa a casa después de haber estado jugando D&D (el juego de rol dungeons & dragons) con sus amigos Mike, Dustin, y Lucas. Se me ocurre una ironía, y es que la serie, a la que como veremos a continuación se la considera muy fiel a la reconstrucción de los 80, traiciona la realidad cuando a los guionistas no se les ocurre que en aquellos años había en los USA un auténtico movimiento de asociaciones de padres contra este juego, al que se le acusaba poco menos que de ser pariente de la ouija o el vudú, y que seguramente alguien habría asociado la desaparición del chico con él (1). Ese habría sido un detalle que hubiese molado. Sus amigos inician una campaña para encontrarle, ya que aunque todos crean que debe de estar muerto, ni ellos ni la madre del muchacho comparten esa opinión. Lo que sucede después involucra MKUltra, monstruos, policías ineptos, matones, una chica llamada Once y hasta luces de Navidad. Es difícil de contar sin echar a perder algún aspecto a causa de un spoiler, pero Stranger Things es una mezcla perfecta de Stephen King, Steven Spielberg, y Misterios sin resolver.

Stranger Things está llena de referencias a los 80 hasta en los detalles más pequeños, las decoraciones y las casas, lo que lee la gente, lo que escucha la gente y a dónde… hasta constituir una celebración de esos guiños, como una fiesta remember. Y no es sólo la estética, también es el contenido. Stranger Things se nutre de tres de los mayores temores en los Estados Unidos de los 80: las madres solteras, los niños que desaparecen, y los rusos. La desaparición de los niños es el motor principal de la trama, pero la paranoia de la Guerra Fría en su última etapa Reagan y el aborrecimiento tácito de las madres solteras están estrechamente entretejido en la trama, desde qué supuestos personajes hacen cual cosa a la forma en que hablan el uno al otro.

Algo más que un mero ‘Cuentame’

Los creadores de la serie, los hermanos Duffer, Matt y Ross, directores también de la muy apreciable Hidden: Terror en Kingsville (2015), no reflejan solo la sensación de “tiempos más simples” de una época pasada, sino también la cruda realidad de ese momento, con la amenaza de guerra permanente y la popularización de formas de crímenes aberrantes que todavía entonces había gente importante que prefería barrer debajo de la alfombra. La desaparición de Will atrae a los medios de comunicación a dar cobertura de toda la ciudad, pero cuando un segundo niño desaparece, se desestima tratando de hacerlo pasar por un adolescente fugitivo. Los policías en Hawkins no son malas personas, son sólo agentes de una pequeña ciudad, sin experiencia, y tal vez un poco perezosos, y Stranger Things destaca sutilmente como los mayores errores se cometen en esas condiciones (véase el asesinato real de la pequeña JonBenet Ramsey). Pero entonces interviene la típica historia de redención, cuando el jefe de policía, Hopper (David Harbour), un ex detective de la gran ciudad, logra evolucionar gracias a la laborterapia que le supone la investigación, deja atrás sus alcohólicas neblinas, y él comienza a hacer conexiones que sus oficiales con menos experiencia no están dispuestos a ver.

El primer vistazo de la casa Byers revela una casa al borde de la miseria. Los Byers son claramente pobres, son un hogar monoparental, y el estado de la casa no es debido a la dejadez, pero el exceso de trabajo de la madre, Joyce. Joyce está cansada y su delgadez y su aire de fragilidad lo reflejan, algo a lo que contribuye muy bien el físico de la recuperada (¿alguien sabe qué andaba haciendo en los últimos tiempos?) Winona Ryder. Ryder hace un papel excelente en la serie.

Una de las mejores cosas de Stranger Things  es los personajes tienen vida y entidad propia, cada uno de ellos. Hopper en un primer momento parece un policía idiota y machista estereotipado, pero resulta que internamente es un ser devastado por una pérdida personal y que hacia afuera es pura autodefensa. El chico popular de la escuela, Steve (Joe Keery), no es ni un corderito ni un psicópata sino una combinación realista de los dos. Y los niños son simplemente maravillosos. El trío de Mike (Finn Wolfhard), Dustin (Gaten Matarazzo), y Lucas (Caleb McLaughlin) forman el núcleo, con la hermana de Mike mayor, Nancy (Natalia Dyer, que se parece entrañablemente a la Mia Sara de Todo en un día), y el hermano mayor de Will Jonathan (Charlie Heaton), completando la tripulación.

La forma en que los niños hablan entre sí, la forma en se vacilan y se toman el pelo, es la mejor parte del espectáculo. Una vez que la misteriosa Once (extraordinaria Millie Bobby Brown) aparece, las fracturas que se forman entre Mike, Dustin, y Lucas dominan la narración tanto como la desaparición de Will. Stranger Things captura a la perfección ese momento entre la niñez y la adolescencia, cuando los nuevos amigos e intereses-y el interés por nuevos amigos-puede hacer o romper amistades de por vida.

Son los 80, baby

El único problema real con Stranger Things es que la dedicación servil de la serie a comportarse como una exposición sobre la década de 1980 a menudo supera a la historia. A veces se puede conseguir un “recuerdo emocional” desde el corazón de la historia, y a veces puedes quedarte simplemente en un “recuerdo que” superpuesto o incluso autónomo de cualquier clase de emoción. Si en casa, en una limpieza, encontramos nuestra vieja carpeta del instituto, seguramente empapelada de fotos (en el caso de muchos de nosotros, seguramente fotos de personajes del cine fantástico o de terror), eso posiblemente despierte una gran nostalgia en nosotros. Pero no por la gente que sale en esas fotos recortadas o fotocopiadas, sino por la evocación de vivencia que tiene en nosotros. En Stranger Things los recuerdos se amontonan, y los hay de ambos tipos, más un tercero: el que busca construir una experiencia transcendente a partir de lo que se está honrando, cosas como ET, Alien o Cuenta conmigo.

Pero que no se me malinterprete: tanto el elemento arrojado aislado (un libro que alguien tiene en las manos, un anuncio que se ve de fondo…) como aquel que es recreado y reinterpretado, el que se carga de emoción y el que no, como ejercicio de reconstrucción de los 80 Stranger Things  resulta también muy divertida. Además, hay tantas referencias, y de tantos tamaños y emplazamientos, que los más “empollones” disfrutarán demostrando cuanto saben y revelándoles a los demás dónde hay más guiños, y a qué se refieren, hayan vivido ellos esa época o no.

Porque los 80 están de moda. El cine actual está llenándose de bandas sonoras a golpe de sintetizador, de temas como de película barata de videoclub y de recreaciones fieles o no del cine de aquella década. Super 8 ya presumió de esto mismo, enarbolando la bandera de llevar un rollo muy Amblin… pero luego se olvidaba de él al meterse en su propia trama. Stranger Things no hace eso. En Stranger Things los 80 son el marco y el fondo. El todo. Los nostálgicos ochenteros están/estamos de enhorabuena.

Notas

  1. En España sufrimos cierta paranoia semejante a raíz del luctuoso caso de los “asesinos del juego de rol”, Javier Rosado y Félix Martínez Reséndiz. De poco servía que el supuesto “juego de rol” hubiese sido un grupo de fantasías urdidas por el primero sin relación con ningún juego conocido: había padres que no querían que sus hijos jugasen a eso que, según el Dr. Cabrera, era cosa casi de psicóticos nazis.
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