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Con la perspectiva que da el tiempo resulta curioso comprobar la evolución, sorprendente y lógica al mismo tiempo, de Paul Greengrass. Le conocimos con su tercer largometraje, Bloody Sunday (2002), ganador del Oso de Oro en el festival de Berlín y molde a partir del que configuraría su estilo verista y casi documental. El director narraba los luctuosos hechos que acontecieron en una manifestación celebrada en la localidad de Derry el 30 de enero de 1972 por los derechos civiles y en contra del encarcelamiento sin juicio previo de todas aquellas personas sospechosas de pertenecer al IRA, que terminó con 14 victimas mortales abatidas por las tropas británicas y tuvo como respuesta un virulento resurgir de las actividades del grupo paramilitar [1]. Evitando la dramatización excesiva de los hechos, Greengrass escogía la figura del político que lideró la marcha, Ivan Cooper (interpretado en el film por James Nesbitt), como punto de referencia desde el que desplegar un crisol de pequeñas historias, plasmando en paralelo la tensión creciente con un rigor digno de Peter Watkins. De hecho, casi se le podía considerar heredero de su apuesta formal por colocar una cámara en lugares donde no era posible registrar imágenes. Aunque el caso de Watkins sea más explicito por situar algunas de sus películas en momentos históricos previos a la invención del cinematógrafo, el paralelismo es evidente en “Bloody Sunday” y, sobretodo, en “United 93” (2006), estremecedora crónica de lo acontecido en el cuarto avión del 11-S, el que no se estrelló contra su objetivo. Para articular la película Greengrass se basó en los registros de las últimas llamadas de los pasajeros, dando fe de su obsesión por mantenerse lo más cerca posible de la hipotética realidad. Un compañero me contaba que a la presentación de la película en el festival de Cannes acudieron familiares de las víctimas, quienes compartieron con director y actores ruedas de prensa y entrevistas y corroboraron el compromiso del cineasta por no prostituir los sentimientos de las personas implicadas en aras de un mayor efectismo y comercialidad.

Con estos precedentes puede descolocar que un director cuya concepción del hecho cinematográfico se diría más próxima al periodismo que al arte sea también uno de los responsables de una de las franquicias más exitosas y reputadas del ultimo cine de acción, la protagonizada por el amnésico espía Jason Bourne [2]. Greengrass accedió a la saga dirigiendo su segunda parte, “El Mito de Bourne” (“The Bourne Supremacy”, 2004), que corregía lo expuesto en la estimable pero algo falta de chispa “El Caso Bourne” (“The Bourne Identity”, Doug Liman, 2002) y la dotaba de un vertiginoso pulso adrenalítico en el que tenía mucho que ver la dirección “sucia” que se ha convertido en su principal seña estilística. La importancia de “El Mito de Bourne” y “El Ultimátum de Bourne” (“The Bourne Ultimatum”, 2007), las dos entregas realizadas por Greengrass [3], se puede calibrar en el impacto que han tenido dentro de su genero. Bebiendo en gran medida de la televisiva “24”, otro referente fundamental y paradójico, pues invierte el tradicional trasvase de influencias del cine a la televisión, la saga Bourne sienta las bases de un modelo heroico gris y despersonalizado, un personaje que hace de su falta de identidad su rasgo más identificativo, en las antípodas del carisma y charme del James Bond clásico. Bourne, en los rasgos de Matt Damon, no tiene muletillas ni cocktails preferidos, ni siquiera tiene una misión concreta más allá de encajar las piezas de su identidad. Es al cine de espías lo que Michael Myers representó para el terror: un icono vacío de significado que anunciaba una nueva era. Basta con observar las variaciones sobre el modelo bondiano que presentan las dos últimas partes de la serie protagonizadas por Daniel Craig, “Casino Royale” (Martin Campbell, 2006) y “Quantum of Solace” (Marc Forster, 2008) para constatar que los productores de la serie han tomado buena nota de este inesperado rival que amenaza con arrebatarles la potestad y el favor del público. Más allá del personaje, los films de Bourne tienen valor por su dispositivo realista y deslocalizado, en el que los personajes apenas llegaban a verse cara a cara, acorde con los nuevos sistemas de comunicación y las políticas globalizadoras. Un esfuerzo por hacer un cine de acción más o menos veraz que encontraría su lógica respuesta en la tendencia extremista e hiperbólica ejemplificada por “Crank. Veneno en la Sangre” (“Crank”, Mark Neveldine, Brian Taylor, 2006) y “Crank 2: Alto Voltaje” (“Crank 2: High Voltaje”, Mark Neveldine, Bryan Taylor, 2009). Todavía es pronto para saber si esta premisa estética perdurará; de momento, podemos celebrar que finalmente el genero ha ampliado su campo de batalla, tomando conciencia de sus posibilidades y creando un modelo que, sin renegar del factor lúdico, sumerge (o sea, implica) al espectador en la realidad en lugar de, simplemente, hacerle saltar por los aires.

Green Zone: Distrito Protegido” es, en cierta medida, un punto intermedio entre las películas “sociales” de Greengrass y sus aportaciones a la saga Bourne, tratando un conflicto con un punto de partida real desde el cine de genero puro y duro. Sirve también para prolongar su fértil colaboración con Matt Damon, cuyo personaje guarda más de un parecido con el apesadumbrado espía. El actor encarna aquí a un soldado norteamericano destinado a Irak que, tras varios intentos frustrados de encontrar Armas de Destrucción Masiva, empieza a sospechar que algo no va bien, a hacer preguntas, a resultar incomodo para sus superiores. Su objetivo es comprender por qué le han enviado a ese país, cuál es su verdadero papel en una invasión que amenaza en convertir el territorio en un polvorín. En el fondo, no hace más que reclamar su identidad, exactamente igual que el agente Bourne. Al transcurrir el film en 2003, al poco de entrar las tropas americanas en Bagdad, ocurre una atractiva paradoja argumental, ya que la revelación más sorprendente y crucial para los personajes (que dichas Armas de Destrucción Masiva nunca estuvieron allí) es, a día de hoy, vox populi para cualquier persona mínimamente informada. Puede que eso se deba a que la película parece dirigida esencialmente a agitar conciencias dentro de la sociedad norteamericana, algo que quizás reduzca su impacto en el resto del mundo (al menos en Europa). Greengrass, menos atinado que en anteriores ocasiones, y el guionista Brian Helgeland [4] pecan de ser excesivamente esquemático a la hora de plantear sus cuestiones y establecer las relaciones entre unos personajes que pecan de excesivamente ingenuos (esa periodista que no contrasta sus fuentes…aunque, desgraciadamente, puede que eso no esté tan alejado de la realidad) y de ser más contenedores de ideas que criaturas de carne y hueso (caso del iraquí a través del cual se nos transmite la idea de que el destino de un país debe ser decidido por su pueblo, no por extranjeros). No obstante, eso no significa que “Green Zone: Distrito Protegido” no sea un espectáculo admirablemente orquestado, físico y polvoriento, que expone su tesis con claridad y optimiza los medios de una gran producción para recrear el mundo de hoy en lugar de alejarse de él excusándose en su naturaleza de producto de evasión. Un entretenimiento, sí, pero con cerebro y entrañas (y bienvenido mal café); quizás no nos diga nada que no sepamos a estas alturas, pero nunca está de más que alguien nos recuerde que en el escenario actual los supervillanos no son gente que acaricia gatos con su guante de hierro ni se carcajean tenebrosamente, sino apocados funcionarios con traje y corbata que no suelen levantar la voz y hacen de la discreción su arma más mortífera.

Notas

1. El director también produjo y co-escribió el guión de “Omagh” (2004), film para televisión que se centraba en el atentado que la IRA cometió en 1998, poniendo una bomba en el centro de Omagh que mató a 29 personas. Esta, junto a la propia “Bloody Sunday” y a la plástica “Hunger” (Steve McQueen, 2008), constituyen tres de las más logradas aproximaciones fílmicas recientes a la problemática irlandesa.

2. Este personaje, creado por el novelista Robert Ludlum, ya conoció una adaptación en 1988 en forma de película destinada a la televisión, que fue protagonizada por Richard Chamberlain

3. El director ha confirmado que no volverá a ponerse tras la cámara para la cuarta parte de la saga.

4. Autor de los libretos de dos adaptaciones tan acertadas como Mystic River (Clint Eastwood, 2003) y “L.A.Confidential (Curtis Hanson, 1997) y director de “El Devorador de Pecados” (“The Order”, 2003) y “Destino de Caballero” (“A Knight’s Tale”, 2001), film de infausto recuerdo.

 

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