Dos circunstancias de primerísimo interés confluyen en esta película: la primera, el regreso al largometraje de Richard Stanley, uno de los outsiders más fascinantes del cine fantástico actual gracias a su magnética personalidad, su afición al esoterismo y el misticismo y su sincero conocimiento del cine fantástico y de terror. Más interesante todavía si pensamos que Stanley llevaba desde 1992 sin dirigir un largometraje de ficción (cortos y documentales, sí ha hecho), y su salida del mundo del cine tuvo lugar envuelto en una circunstancia tan controvertida como fue el rodaje de la versión de 1996 de La isla del Dr. Moreau. Parecía ya que se iba a quedar en uno de esos raros casos de director muy interesante (a mí sus dos títulos anteriores me lo parecen) de dos películas; ahora, al menos, empata con otros raros malditos como Michael Reeves, quien dirigió tres…
La otra circunstancia, es que se trata de una adaptación de El color que cayó del espacio, de H. P. Lovecraft, y las adaptaciones de Lovecraft, si bien hasta ahora nunca han resultado del todo satisfactorias, siempre suscitan interés. Sobre todo por la dificultad inheremente en la adaptación de un escritor en el que prevalece la atmósfera sobre los personajes.
El origen del proyecto hay que agradecérselo a Spectrevision, la productora tras la cual está Elijah Wood (y Daniel Noah and Josh C. Waller), y que el año pasado obtuvo un gran éxito (en su rango, claro está) con Mandy, que también estaba protagonizada por Nicholas Cage. Todas las piezas estaban sobre la mesa. Richard Stanley ya había tratado de desarrollar este proyecto en 2013, e incluso filmó algunas pruebas de concepto. Desde 2015 había planeado con los productores de Spectrevision el hacer la película, pero en 2018, y con el apoyo de Cage, que es otro fan de Lovecraft, la cosa cobró vida auténtica.
El resultado es este híbrido de ciencia ficción y terror, loco pero extrañamente hermoso, y dirigido con estilo retro, de una luz lila palpitante y sangre rosa. Los amantes de las películas B aberrantes y pegajosas disfrutarán. Cage interpreta a Nathan, un granjero que puede mostrarte cómo preparar un cassoulet o ordeñar una alpaca. Las principales preocupaciones de Nathan son los persistentes problemas paternos y una vida sexual estancada como resultado de la reciente enfermedad de su esposa, Theresa (Joely Richardson). Pero justo cuando se está rompiendo ese período de sequía en particular, un meteorito se estrella contra su patio delantero, su cráter libera energía venenosa de múltiples tonos que altera el ADN de formas repugnantemente inventivas. Y cuando el cuerpo de Theresa comienza un aparente intento de succionar al menor de sus tres hijos de regreso al útero, un Nathan cada vez más trastornado se convence de que solo la solidaridad familiar los salvará. Basada en el cuento de Lovecraft, Color Out of Space tiene mucho que ofrecer mediante sus satisfactorios efectos especiales de la vieja escuela que recuerda al ingenioso trabajo de Rob Bottin en La cosa de John Carpenter. Utilizando el cambio de forma como una metáfora desordenada de la enfermedad y el trauma infantil, Stanley y Cage saltan tan lejos que algunos dirán que se pasaron de frenada. Pero a mí me ha gustado.
Nicholas Cage, que sé que tiene una legión de detractores, me parece un héroe muy adecuado para enfrentarse con el caos, y por ende me parece una estrella del cine de terror con un potencial nunca aprovechado. Como ya es costumbre, su actuación está a una galaxia de distancia de la de los demás, y a veces resulta fascinante en sí mismo, no de una manera canónica, pero fascinante al fin y al cabo.
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