Dejando atrás la trilogía de Cesar, había que tomar la decisión sobre si dejar a los monetes estar en paz otra vez, hasta el próximo reboot de dentro de 25 años, o si iniciar una línea argumental nueva. Como lo que manda es el rédito económico, y las anteriores películas fueron todas muy rentables, parece que cuadra hacer lo segundo. ¿Pero en qué dirección ir? ¿Acercar este segundo universo simio hacia el primero, hacia el de las películas que fueron iniciadas por la de Chalton Heston? Podría ser. Ya en La guerra del planeta de los simios se dieron pasos firmes en esa dirección, tendiendo puentes entre ambas sagas. Por ejemplo, explicando por qué los seres humanos dejaron de poder hablar, y se convirtieron en lo que vimos en 1968, apenas unas bestias que ser cazadas. También El reino tiene mucho de eso. Se nos presenta “la zona prohibida”, que ya presenta esas barreras en forma de X; y hay homenajes tan claros como el de la muñeca que dice “mamá”. Pero por lo demás, y a falta de constatar por donde siguen las cosas, como mínimo han decido darnos un buen rodeo. Por un momento, cuando nos presentaron al personaje de Freya Allan, y nos dejan descubrir que puede hablar, pensé: “como diga que se llama Taylor y que es austronauta… remake habemus, desde el punto de vista de los simios”. Pero no: Mary ni es Taylor, ni viene del espacio. Escode un secreto (o muchos), pero no precisamente ese.
En contra de lo que se cree, los chimpancés, animales territoriales, son capaces de hacer algo que podríamos llamar “guerra” entre dos comunidades. La famosa zoóloga Jane Goodman documentó en los años 70 una auténtica guerra por el territorio entre dos grupos diferentes de chimpancés en Gombe. Esto justifica y sustenta la evolución de la sociedad simia: no es que se estén “humanizando”, formando clanes y reinos rivales. Por eso, la evolución que lleva la vida en el planeta desde que la hegemonía la tienen los simios, es bastante lógica. No hay unas “naciones unidas simias”, y un simio ante otro no necesariamente reconoce a un hermano. Así que en el planeta de los simios a estas alturas tenemos diferentes clanes y culturas. Un prólogo muy emotivo enlaza con la anterior película, y nos permite asistir al solemne funeral de Cesar, sobre el que ya figura, a modo de homenaje, la imagen esquemática del ventanal, que para Cesar representó siempre la vuelta al hogar, especialmente durante su periodo de reclusión en el centro para simios. Así se introduce el tema de que Cesar, aunque no va a volver a salir, va a estar presente en cualquier futura historia, trascendido en figura mítica.
El nuevo protagonista de este relanzamiento de la saga es el joven Noa (interpetado, bajo la capa digital y la captura de movimiento, por Owen Teague), del Clan de las Aguilas. La cultura de este pueblo está bien descrita, y tiene detalles interesantes, como una especie de pueblo neolítico en estado mítico-animista. Tal vez el primer tercio de la película se hace demasiado lento y es demasiado largo, como si las cosas tardasen en ser lanzadas. Frente a ellos, se va a alzar el reino de Máximus Cesar (Kevin Durand), que aspira a conquistar la tecnología y las armas de los antiguos humanos, y cuyo estado tecnológico corresponde más con la Edad Media. Entre medias, conocemos a un orangután que es una especie de monje, Raka (Peter Macon), que predica la palabra de Cesar y rememora una y otra vez su época, aunque la tiene excesivamente idealizada. Pero también Maximus Cesar se reivindica como sucesor de Cesar, invocando su nombre para imponer su totalitarismo.
Hay ideas muy potentes en El reino del planeta de los simios. La primera y principal: cómo se tergiversan con el tiempo, y derivan los símbolos. El símbolo de Cesar, una figura que ya se ha perdido en la niebla de los tiempos, hasta desdibujarse por lo que realmente fue, y convertirse en lo que dicen que fue. Es decir: una figura mítica, que por fundacional y legitimadora se la que se quieren adueñar todos. Todos se autoreivindican hijos de Cesar. Invocando a Cesar se puede defender una cosa y la contraria. El “simio no mata a simio” ha sido olvidado. Y sin embargo, se mata en nombre de Cesar. Como cualquier símbolo religioso o político, sobre todo aquellos relacionados con las fundaciones legendarias de las naciones. El Rey Máximus Cesar, el mejor villano de la franquicia con el permiso siempre de Kovah, es el prototipo de caudillo, por supuesto él también se presenta como continuador de Cesar, del que ha tomado el nombre como apelativo de autoridad, exactamente igual que hicieron en el Imperio Romano: primero asesinaron a Julio Cesar, y luego decidieron que todos los emperadores debían rendirle honor llamándose “césares”.
Por último están la facción de los humanos, reducidos a condición animal, hasta la aparición de Nova/Mary, e ignorando intencionadamente el desaprovechado personaje de Trevathan, William H. Macy, que si le quitas de la película tampoco se pierde nada. Mary se convierte en un personaje interesante, atrapado entre el desprecio de base que siente por los simios, a los que les quiere ganar de vuelta el planeta, y el respeto y admiración que no puede evitar sentir, tras haber tratado con Noa.
El reino del planeta de los simios es un film técnicamente impecable, con muy buenas ideas, posiblemente mejores que las de las dos anteriores entregas. En su contra, podemos argumentar que no termina: se deja necesariamente esperando la próxima entrega, en lo que podríamos llamar “efecto Imperio contraataca”. Pero peor todavía, su punto débil (además del personaje de William H. Macy, al que ya he nombrado con merecido desdén), es su climax, que no termina de funcionar. La conclusión con en Rey Maximus no es satisfactoria, y en general cabría esperarse una resolución más meditada.
No obstante, para mí la película merece la pena, añade más mitología y mueve la que ya teníamos, aporta ideas buenas, y presenta personajes interesantes. Yo me apunto a la siguiente.
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