La casa de los 1000 cadáveres fue la presentación perfecta que determinaba lo que debíamos esperar de la estrella de rock Rod Zombie en su aventura creativa en el cine, toda una declaración de intenciones completa y sin tapujos. Zombie era sobradamente conocido por su faceta como músico, y durante ésta ya había hecho gala de su apasionada afición al cine de terror de serie B. Empezando por el nombre de su mítica banda, White Zombie, como la película de 1932 protagonizada por Bela Lugosi; continuando con todas sus letras, que generalmente tratan sobre temáticas fantásticas, sobrenaturales o relacionadas con la cultura popular y el cine de terror; incluso nombres de discos enteros, como Make Them Die Slowly, segundo LP de White Zombie cuyo título coincide con el de distribución americano de Canibal Feroz de Umberto Lenzi, o The Sinister Urge, disco ya en su etapa en solitario, que evoca la película de 1960 de Ed Wood; también en el uso de samples extraídos de películas como Urotsukidōji, Zombi (Dawn of the Dead), Faster Pussycat Kill! Kill!, La noche de los muertos vivientes, Plan 9 from Outer Space o La matanza de Texas; y por supuesto, cómo olvidar sus videoclips, como el clásico Living Dead Girl inspirado en El gabinete del Dr. Caligari, o los clips del Dr. Jekyll & Mr. Hyde de John Barrymore o del serial The Phantom Creeps insertados en el de Dragula.
Robert Bartleh Cummings, alias Rod Zombie, es por lo tanto probablemente el más puntero de una generación entera de cineastas fans, cuyas películas de terror actuales son el producto de haber digerido toda una vida de forofos. Han pasado de ser ellos los que pedían los autógrafos, a que se los pidan. Este grupo tendría como presidente de honor a Quentin Tarantino, pero él está en otros géneros, aunque sepamos que también le gusta éste. Y en él estarían enrolados Eli Roth, Robert Rodriguez, Joe Begos y una lista infinita, en la que cabrían incluso Peter Jackson o J.J. Abrams, sin lugar a dudas, y que se extiende a los países hispanos con Guillermo del Toro, Jaume Balagueró, Fede Alvarez, etc. De esta forma, no hay nada de malo en que La casa de los 1000 cadáveres se parezca a La matanza de Texas, se entiende que para Zombie era un sueño hecho realidad, la película que quería hacer, y seguramente aquella que como fan quería volver a ver.
Sin llegar a saturar con el juego metareferencial, pero Zombie lo llena todo de piezas de puro género anterior. De eso, y de referencias a las paradas de monstruos y las ferias ambulantes, porque él mismo es hijo de feriantes, y conoce bien ese mundo. De ahí que sus obras abunden en payasos y freaks, una afición que le emparenta inesperadamente con el pionero Tod Browning. Como el Capitán Spaulding y su Museo de Monstruos y Dementes, un lugar de carretera en el que el atrezzo de terror que tanto nos gusta toma significados sórdidos, entre parroquianos de pocas luces que atascan el cuarto de baño al ir a cagar y atracadores de vienen a morir sin mayores consecuencias.
Su película empieza con una especie de entradilla con forma de TV show. En la televisión de Estados Unidos hay cierta tradición desde los años 50 sobre programas en los que ponen películas de terror presentadas por un personaje anfitrión. La más famosa de todos ellos fue Vampira y su programa The Vampira Show, sin duda, pero hubo otros, como Zacherley (presentador de Shock Theatre o Zacherley at Night), Ghoulardi (cuyo programa también se llamó Shock Theatre) o Sinister Seymor (y su Fright Night o su Seymour’s Monster Rally). La práctica continúa hasta nuestros días, solo tenemos que pensar en Elvira. Pues bien, aquí tenemos a un tal Dr. Wolfenstein, que en blanco y negro, entre insertos de Boris Karloff y bajo una voz de lo más creepy, nos invita, como en un juego de meta-realidad, a ver la película que estamos a punto de empezar. De ahí pasamos a un anuncio (también podría ser televisivo) del Capitán Spaulding, en el que lo freak y lo pop se dan la mano: el chico-cocodrilo, Karl el asesino sanguinario… y las famosas alitas de pollo picantes. Puro Rod Zombie.
Pero las estrellas de La casa de los 1000 cadáveres son con diferencia la familia Firefly, toda una galería de freaks (otra vez), que van desde el silencioso forzudo Rufus (Robert Mukes), Otis el más peligroso de todos (Bill Mosley), el gigantón deforme Tini (Matthew McGrory, el mismo actor que hizo de gigante en Big Fish de Tim Burton), la bella Baby (Sheri Moon, pareja del director), o el homenaje a la veterano actriz Karen Black, aquí matriarca del clan. Los Firefly están muy enfermos, secuestran y matan a la gente, y nos les importa vivir entre restos humanos, de hecho les hace mucha gracia y se ríen como los enajenados que son. El problema general de la película, es que a Rod Zombie le gustan demasiado estos personajes, son demasiado molones, dentro de que sean viles asesinos. Se le olvida que el punto de vista en el cine de terror debería ser el de la víctima, por eso funciona tan bien La matanza de Texas, porque allí los freaks son una pesadilla que vive Sally, el personaje de Marilyn Burns. En el universo de Rod Zombie, me temo, las estrellas son los malos, y los buenos en realidad nos caen mal.
Por eso creo que el punto de vista “neutro” (bueno, no tanto, pero ya me entienden) al que se sujeta el espectador es el del Capitán Spaulding, el extraordinario Sid Haig, que da su papel de forma asombrosa entre el patetismo y lo amenazador, y que no forma parte (del todo) del núcleo loco de los Firefly, pero al que tampoco le gustan las víctimas. Es un personaje que nace directamente para ser un nuevo icono del cine de terror, y el director lo sabe. Como coleccionista de esos iconos, entiende cómo funcionan.
La película nos presenta además el estilo seco, violento y realista, con los ojos puestos en el cine americano de los 70, tanto al de terror como al de venganzas, que tanto le gusta a su autor. Aunque al mismo tiempo su metraje toma cosas de su estilo musical, heterogéneo, capaz de mezclar el hard rock, la psicodelia, la electrónica o el rock industrial sin casarse con ninguno (el primer disco de White Zombie en realidad es puro noise rock a lo Big Black o Sonic Youth, fíjense en el arco que ha trazado este hombre a través de la música). Aquí hay insertos sincopados, imágenes con filtros, secuencias con extra de grano, y en general un tratamiento trabajoso del montaje y la imagen que recuerdan a la posproducción musical.
Lo mejor, para mí, son sus 20 últimos minutos: es decir, toda la parte del Dr. Satán, que parece un demencial homenaje a Lucio Fulci, desde luego algo más descarnado e italianizante, al que le hubiesen añadido ciborgs y detalles de sabor filo-nazi, surrealista, malsano, una obra maestra de puro horror e imaginación que personalmente (insisto, esto es muy personal) me interesa mucho más que todo lo anterior, que sí que me interesaba pero sin fascinarme. Este segmento, sin embargo, me vuelve loco.
La casa de los 1000 cadáveres fue lanzada con apoyo de una productora grande: Universal, nada menos. De alguien que ha ganado y ha hecho ganar tanto dinero con sus discos, no se podía esperar otra cosa. Seguramente los productores pensaron que el rockero quería jugar a hacer una película. Sin embargo, cuando comenzaron a ver el material violento, oscuro y brutal que Zombie les iba enseñando, los señores de Universal se hicieron caca encima: vieron venir que les iban a calificar la película como NC-17 como poco. Le exigieron a Zombie que rebajase el tono cortando muchas cosas y montándola de nuevo, y se encontraron la negativa frontal del artista. Seguramente por ser quién es (esto le pasa a otra clase de debutante, y apuesto a que acaba comiéndose los cambios que le piden los ejecutivos), Zombie acabó pactando una separación amistosa, recuperando los derechos de su película, y dejando que la productora se desentendiera. Así se inició un vía crucis para la película, en la que el autor la enseñó, la peleó y la intentó colocar para su distribución durante 3 años, hasta que Lionsgate fue valiente, y apostó por estrenarla con el montaje sin alterar. Finalmente obtuvo la calificación “R”, pero generó un culto a nivel fan que rápidamente aupó a su director al Olimpo de directores punteros del género actuales. El resto es historia.
La familia Firefly volvería en una continuación, Los renegados del diablo (The Devil’s Rejects, 2005), que para muchos (entre los que me incluyo) es la mejor película de Rod Zombie hasta la fecha. Y una tercera parte algo tardía: 3 From Hell.
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