El género de los superhéroes responde a unos estereotipos y códigos especialmente pronunciados que todo el mundo reconocería, se sea fan o no de esta temática. La confluencia en muy poco tiempo en las carteleras americanas de Defendor (de Peter Stebbings, estrenada el 26 de febrero en USA, aunque inédita en España) y Kick Ass (de Matthew Vaughn, estrenada el 16 de abril en USA, el 4 de junio en España), dos películas con historias emparentadas en sus aspectos principales, nos sirve como invitación para tratar el tema de la desmitificación de los superhéroes. No de comedias de superhéroes (de hecho Defendor es bastante dramática) ni de parodias de este tipo de films, sino de esos otros superhéroes que sirven como reflexión sobre las propias constantes del género, de esta corriente autoconsciente y reflexiva que se plantea la naturaleza del superhéroe y su vaga relación con la vida real, si tal cosa existe.
Críticos desde dentro
Naturalmente, el concepto surge como los propios superhéroes, del cómic. Los principales interesados en buscarle tres pies al super-gato son los mismos artistas que crean tebeos de superhéroes. Es lógico: personas creativas que viven de su imaginación, es imposible que no se hagan preguntas o que no traten de llevar el concepto un paso más allá, máxime cuando algunos de ellos llevan relaciones de amor-odio de lo más intrincadas con el género. En Estados Unidos, el cómic de superhéroes es un sector de la historieta mayoritariamente industrializado, para bien y para mal. Para bien, porque de esa manera permite un enorme dinamismo: los artistas, guionistas y dibujantes, entran y salen a trabajar en las colecciones con facilidad y sin que esto parezca afectar a la continuidad de las mismas. Por poner solo un ejemplo: el cómic de los X-Men fue creado por Stan Lee (guión) y Jack Kirby (dibujo), pero alcanzó su mejor momento con los guiones de Chris Claremont, quien trabajó con distintos dibujantes entre los que se encontraron John Byrne, Paul Smith, John Romita Jr., Marc Silvestri o Jim Lee; pero Claremont dejó de guionizar la serie, y en su lugar hubo otros escritores, entre los que destacaron Grant Morrison o más recientemente Joss Whedon (sí, el creador televisivo de Buffy), cada uno de ellos con sus distintos dibujantes correspondientes; es decir: los equipos creativos cambian de cuando en cuando, pero la marca de los X-Men, se mantiene por encima de quién los haga. Un fan te podrá decir qué etapa le gusta más y qué guionistas y dibujantes consiguieron épocas más interesantes, pero sobre eso la colección siempre prevalece. Como punto negativo de este sistema, y tal y como se puede deducir de lo dicho, la propiedad intelectual de los personajes y conceptos de los cómics, y por ende de todo el trabajo de esos artistas, se lo queda como norma general la editorial. Este ha sido tradicionalmente un motivo de rebelión entre los creadores de cómic de superhéroes, y motivo de históricos plantes como el que protagonizaron en 1992 un grupo de los más cotizados artistas de aquel momento (1), cuando abandonaron las dos editoriales más grandes, Marvel y DC, y crearon su propia compañía, Image Comics. Para agravar esta circunstancia, y debido a la cuota mayoritaria de mercado que ocupa el cómic de superhéroes dentro del volumen total de ventas de tebeos en los USA, la inmensa mayoría de encargos y puestos de trabajo artístico del sector se encuentran precisamente ahí: en este género, y más concretamente casi siempre en las dos grandes ya citadas. Pero aceptar el encargo de guionizar o dibujar un cómic de supehéroes no significa tener que plegarse sumisamente a sus formas más simples o renunciar a contar otras cosas disfrazamente. El género puede ser un marco perfectamente válido para decir otras cosas que poco o nada tienen que ver con tíos vestidos de colores con superfuerza y que vuelan. Puede ser un marco, inclusive, para la propia intelectualización crítica del propio medio.
Autores como Alan Moore, Frank Miller, Howard Chaykin o Grant Morrison han creado historietas de superhéroes con un enfoque del todo adulto, en el que los estereotipos del género no son más que el tributo a pagar o los detalles contextuales con los que carga la narración, que en algunos casos alcanza una profundidad y trata unos temas difícilmente predecibles al sopesar sus protagonistas, iconos pop comoBatman, Superman o Spiderman. El superhéroe deja de ser un tipo de una sola pieza que lucha contra los malos, y se convierte en un ser con dobleces y complejidades, sus propios traumas y tormentos, y que carga con sus propios errores. Y el mundo en el que se mueven tampoco es esa idealización sea luminosa (Metropolis) u oscura (Gotham) de Nueva York, sino una proyección del mundo en el que vivimos, con sus incertidumbres. Esta evolución se produce sobre todo a raíz de obras tan capitales como Batman Año Uno y Batman Dark Knight ambas de Frank Miller, el Animal Man de Grant Morrison, pero sobre todo las inconmensurables creaciones de Alan Moore: V de Vendetta, La cosa del pantano, y por encima de todas Watchmen el “ciudadano Kane” de los tebeos.
Hay quien incluso llega más lejos y hace cómic de superhéroes en contra del cómic de superhéroes. Este es el caso de Kevin O’Neill y suMarshall Law, la historia de un mundo en el que los superhéroes son unos degenerados y su protagonista, el “Marshall law” que le da título, es un cazador de ellos. Con una estética sado, hiperviolento, sórdido y muy corrosivo, la creación de O’Neill surge de su frustración al encontrar el horizonte copado por superhéroes maniqueos repletos de tópicos, y supone un zapatazo, un puñetazo en la mesa, tan punkycomo necesario, para replantearnos a dónde vamos cuando repetimos una y otra vez las mismas historias manidas de buenos y malos. Parecida cosa, aunque más rebajada (no olvidemos que es de DC), es el personaje de Lobo, creado por Roger Slifer (guión) y Keith Giffen (dibujo) como una especie de Jerry Cornelius de la viñetas, una respuesta paródica aún más feroz y desbocada al Lobezno de Marvel: un extraterrestre mercenario y genocida, violento, mujeriego y drogadicto que pelea por pelear y mata por matar. O The Boys, otro grupo con superpoderes demasiado violento como para poder ser considerado “superheróico”, creado por Garth Ennis (guión) y Darick Robertson (dibujo) con vocación adrenalítica, provocadora y hardcore. Incluso existió en Marvel una línea de mini series llamada Control de daños(Damage Control), sobre la empresa, y la gente que trabaja en ella, que se dedica a asegurar y reparar todo lo que resulta destrozado en las ciudades (mobiliario urbano, edificios, bienes personales, etc.) cada vez que un superhéroe lucha contra un supervillano.
Pero la obra capital sobre superhéroes es Wachmen de Alan Moore, no ya solo por su riqueza de recursos narrativos y estilísticos y la profundidad de muchos de sus pasajes, sino por la reflexión ontológica que ofrece sobre el género superheróico. Watchmen es la respuesta realista, y por lo tanto desencanta, a la pregunta ¿qué pasaría si existiesen los superhéroes? ¿Que qué pasaría? Pues que algunos no serían más que justicieros fascistas (¿y quién les ha pedido a los superhéroes que nos salven? ¿Quién les ha dicho que están por encima de las cosas para juzgar sobre el bien y el mal?), otros serían psicópatas peligrosos, otros unos exhibicionistas, etc, etc. La cuestión de la ropa estrambótica, de su relación con la opinión pública, su dislocación de personalidad, su incapacidad para asumir una vida normal con todas sus implicaciones emocionales y sociales, etc, etc, quedan tratados y reflejados en Watchmen como una completa panorámica. Y tras leerlo, no cabe más que ver al género de otra manera, darse cuenta de la cantidad de códigos que nos comemos por que sí, y de lo poco que tienen que ver sus héroes con nosotros, con lo que nos pasa, incluso con la inseguridad ciudadana o la amenaza terrorista que vivimos en la vida real.
Entonces entra el cine
Roto el superhéroe, convertido por tantos bisturís afilados en objeto de disección, análisis, crítica y variación infinita, el cine no tardará en hacerse eco de las nuevas tendencias. Si no lo hace antes o no lo hace más, es debido a que hasta 2000 con X-Men de Brian Synger, el cine de superhéroes será escaso y poco ambicioso (con las excepciones de todos conocidas, como las películas de Superman que se iniciaron en 1978 por Richard Donner, desde luego previas a la modernidad diseñada por Alan Moore o Frank Miller). Seguramente la primera película de superhéroes moderna sea el Batman (1990) de Tim Burton, quien que ya había leído tebeos como Batman Dark Knight,Batman Año Uno o Batman: The Cult (de Jim Starlin y Bernie Wrightson), y ofrece una visión oscura y atormentada del héroe protagonista. Más aún ocurre en Batman vuelve (Batman Returns, 1992), en la que las cosas se ponen tan raras que el personaje que da nombre a la película difícilmente puede ser considerado, siquiera, el protagonista de la misma.
Pero las cosas no han terminado de despegar y de ponerse interesantes hasta un tiempo a esta parte. En 2000, M. Night Shyamalan (uno de los directores técnicamente más sólidos de la actualidad, junto con Quentin Tarantino) presenta una película que ni siquiera está basada en ningún cómic, pero que resulta definitiva para entender de qué estamos hablando: El protegido (Unbreakable). Shyamalan, y tal y como más tarde trató de hacer con el acto general de narrar historias con La joven del agua (Lady in the Water, 2006), viene a decirnos que el cómic de superhéroes es una metafísica, una mística, imbuida en el maniqueísmo primario característico de los mitos, y sujeta a reglas de pares simétricos (si existe un superhéroe tiene que existir un supervillano, igual que si existe un bien tiene que existir un mal), correlaciones causas-efectos (de lo anteriormente dicho se puede desprender que en cuanto uno hace el héroe se convierte en responsable de que surja el villano, y viceversa) e inferencias de una inevitabilidad casi mágica (el poder es para usarlo, sí o sí). El sistema de equilibrios (si hay un hombre “irrompible” como dice el título original, tiene que haber otro cuyos huesos se quiebren con nada) del universo de los superhéroes no es más que representación de una cosmogonía de orden superior, de ahí la lógica del enfrentamiento que es el centro de toda la narración de superhéroes. Por eso al director de El sexto sentido (The Sixth Sense, 1999) y Señales (Signs, 2002), siempre más interesado por la trascendencia espiritual de corte orientalista que pueda haber en sus tramas, a pesar de sus finales sorpresa y de su utilización de los géneros, no le interesan aquí ni las capas vistosas ni las peleas espectaculares, sino ir más al grano: ni buenos ni malos, él mira la balanza sobre la que miden sus fuerzas condenadas al empate perpetuo.
El caso de El protegido es de una hondura de miras insólita, y por ese motivo la consideramos la mejor de todas las películas que vamos a comentar, aparte de que está rodada con absoluta genialidad técnica (no en vano es la mejor película de su autor, lo cual no es decir poco). Es el único título que aborda la cuestión desde un punto de vista global y casi ontológico. El resto van a aspectos más interiores de la codificación del género, a la reflexión sobre los clichés e iconos en sí. Tal vez por eso El protegido no parece una película de superhéroes, y el resto que vamos a nombrar sí: El protegido es un tratado sobre un lenguaje, el resto de películas son ensayos escritos ya en dicho lenguaje.
Para romper con tanta seriedad, nos haremos eco de que ya el año anterior, 1999, había habido una comedia absurda de superhéroes, no inspirada en cómic alguno, cuya eficaz hilaridad y gamberrismo no resta ni un ápice la validez de la aportación: Hombres misteriosos(Mystery Men, de Kinka Usher). Una parodia loca, sin duda, que ni siquiera se corta con lo escatológico, con personajes maravillosamente desquiciados y situaciones tres pueblos más allá de toda contención, pero que a partir de la caricatura venía a reflejar aspectos muy interesantes (por codificados, por atenerse al tema que nos ocupa) del género, de los superpoderes (algunos personajes tienen poderes tan pasmosos como el “poder de cabrearse muchísimo”, el poder de hacerse invisible sólo cuando no le miran, o el de lanzar cubiertos), de su vestuario (al Rajá Azul le reprochan que no lleve ni un solo detalle azul en su atuendo, lo cual es cuanto menos desconcertante), sus vidas privadas (algunos superhéroes tienen que volver a casa a la hora de cenar para que no se enfaden sus esposas), su relación con los medios y el afán de notoriedad (les da rabia cuando detienen a unos malvados y la prensa le atribuye el mérito a otro superhéroe), etc.Hombre misteriosos es una comedia de Ben Stiller, sí (y de William H. Macy, y Greg Kinnear, y Paul Reubens…), pero entre carcajadas el espectador puede apreciar cosas incluso mejor que si lo hubiesen hecho en serio. Aparte de que alguien tenía que reírse de todo esto, porque sólo cuando a algo le puedes ver también su dimensión ridícula es cuando puedes saber que lo has entendido del todo.
El humor de hecho es clave en la mayoría de casos que podamos estudiar sobre desmitificación y deconstrucción del superhéroe. También fue la vía seguida por Pixar Studios en Los increíbles (The Incredibles, 2004, de Brad Bird), una de las joyas de su corona (excelente película a todos los niveles, como no podíamos esperar menos, por otro lado de Bird, director también de Ratatouille también para Pixar y de El gigante de hierro fuera de ella) y ocurrente film de aventuras, superhéroes y cine familiar. Pero que a los efectos que nos interesan ahora también aportaba cosas curiosas, como ese momento en el que el gobierno decide ilegalizar a los superhéroes por considerarlos meros justicieros al margen de la ley, el momento en el que un ciudadano denuncia a Mr. Increíble por haberle impedido suicidarse (“¡Nadie se lo pidió! Además, al hacerlo me hizo daño, me rompió unas costillas”, acusa el pobre diablo al borde del absurdo), y el modo en que la familia Increíble tiene que pasar a la clandestinidad o encarar una existencia normal imposible con sus poderes. ¿Está de verdad el mundo preparado para los superhéroes? ¿Los aceptaríamos? Aparte de que Brad Bird se permite hacer algún que otro chiste que toma prestado directamente (y con alevosía) del Watchmen de Alan Moore, como el gag de por qué las capas no son buena idea. Por descontado que Los increíbles es muchas más cosas, y tiene mensajes y exalta valores aún más importantes que esta reflexión implícita sobre lo superheroico. Pero no por ello deja de estar ahí.
En esa misma línea de cine familiar va otro producción Disney que destaco porque es simpatiquísima y porque también trata el tema: Sky High, una escuela de altos vuelos (Sky High, 2005, de Mike Mitchell) se desarrolla en un mundo en el que existen los superhéroes, que son ídolos sociales similares a estrellas de cine o de rock, se relacionan básicamente entre sí, y a la manera de Los increíbles terminan montando superfamilias. Pura endogamia. La premisa de la película es un instituto (o high school típicamente americana) en el que aceptan solo matriculaciones de hijos de superhéroes. Los chavales, en edad adolescente, están precisamente en el momento en el que sus superpoderes, en caso de tenerlos, han de eclosionar y definirse (enésima metáfora de los cambios físicos y vitales de la pubertad). El instituto Sky High tiene como uno de los objetivos de su programa precisamente el estimular esa eclosión de los poderes, y los alumnos, uno tras otro, son catalogados según estas habilidades sobrehumanas por profesores autoritarios como el interpretado por Bruce Campbell. Ni que decir tiene que no todos los poderes son iguales: alumnos que vuelan, tienen fuerza sobre humana, disparan rayos por los ojos, se hacen invisibles, o seres de fuego o de acero, son guays, se convierten en la élite del insti (los populares) y son formados para que cuando salgan del centro sean héroes de provecho para el mundo. Por el contrario, alumnos a los que se les desarrollen poderes como convertirte en conejillo de Indias, hablar con las plantas, brillar en la oscuridad, ponerse de color rosa o resolver sudokus en tiempo record… está claro que lo tuyo como supers no mola tanto, se convierten en un loosers (pringaillos) y se les orienta para que al hacerte mayores sean buenos ayudantes del héroe o alivios cómicos. Además, ¿qué ocurre si uno de los chicos no desarrolla ningún poder? ¿Cómo se lo tomará su padre, un poderoso superhéroe (por ejemplo el personaje de Ken Russell, El Comandante, y su esposa Jetstream interpretada por Kelly Preston), si su hijo no es más que un muchacho corriente? Espero que el lector esté captando la metáfora en toda su falta de discreción y sutileza: la competitividad de la sociedad USA desde la adolescencia, el miedo a no cumplir las expectativas, la confusión, la ansiedad con el otro sexo, los anhelos y frustraciones en las relaciones con los demás, el elitismo, etc., son los temas de los que en realidad trata Sky High, incluso más aún que digresiones comiqueras. Su moraleja (que obviamente tiene) es el proverbial “hace más el que quiere que el que puede”. A pesar de lo cual, la película se hace fresca y muy entretenida.
Nos acercamos al planteamiento de películas como Kick Ass o Defendor por primera vez con Special (2006, de Hal Haberman y Jeremy Passmore), la historia de un pobre diablo, suerte de arquetipo de geek (o friki, como le llamaríamos aquí) inadaptado, con problemas para desarrollar su vida social o ascender en el trabajo, sin relación alguna con chicas (mucho menos novia) y muy pocos amigos, cuya vida gira exclusivamente en torno al placer que le da leer cómics de superhéroes. Para aumentar sus exiguos ingresos un día decide participar en las pruebas de un medicamento experimental, con tan mala fortuna que dichas pruebas en seguida le inducen (o tal vez le despiertan) una esquizofrenia salvaje, a causa de la cual pierde el contacto con la realidad y comienza a considerarse a sí mismo un superhéroe como los de sus tebeos. Todo lo que en su delirio ve y oye le confirma que tiene superpoderes, y decide que debe usarlos para combatir contra el crimen. Es obvio que no los tiene, y que lo que de verdad le está pasando, aunque él se vea levitando y parando balas, es que se está haciendo daño, cayéndose, siendo golpeado y herido. Special tiene un buen montón de gags hilarantes, y sobre todo en su primera mitad de metraje abunda en provocaciones de carcajadas, aunque sean de un humor negro, cruel, a costa del patetismo del personaje. Ni Tod Solondz podría haber hecho un retrato más sangrante de un protagonista. Tal vez por eso la segunda mitad de la película cambia, la risa mengua o incluso desaparece, y se centra exclusivamente en la tristeza por el caso clínico del protagonista (Michael Rappaport). Lo peor es que paralelamente pierde fuelle e interés, como si los directores-guionistas no supieran qué más hacer con su historia: introducen un arco de trama principal en el que el chico en su paranoia interpreta que el médico que le quiere ayudar es su archienemigo, o con que unos matones contratados por el laboratorio fabricante del medicamento fallido tratan de “silenciarle” de forma expeditiva, y se pasan demasiados minutos de metraje en carreras que no conducen a ningún lado. La conclusión final ante la película, fallida, es agridulce, te has reído y te has aburrido a partes iguales del metraje. Pero los cimientos están puestos: tenemos al primer Quijote trastornado creyéndose un superhéroe, como en aquella leyenda urbana del niño que tras ver Superman se puso un mantel rojo a modo de capa, y saltó por la terraza del piso de su madre.
Interesante para su bajo presupuesto fue la película chilena Mirageman (2007), de Ernesto Díaz Espinosa, que les recomiendo encarecidamente buscar. Se trata de un nuevo film del equipo que hizo Kiltro (2006), es decir, protagonizada por el campeón de artes marciales Marko Zaror, y así podría ser tomada como un nuevo vehículo de exhibición para su dominio del taekwondo y las patadas voladoras. Pero Mirageman es algo más: es la historia de un individuo introvertido, casi autista, huidizo, muy poco inteligente, que quizás nos recuerda en ciertos aspectos al Travis de Taxi Driver, que trabaja como guardia jurado, y que pasa todos los ratos de su ocio entrenando su musculatura y ensayando artes marciales. Su único contacto con la humanidad es un hermano pequeño en estado vegetativo a causa de un trauma, un niño que sólo responde a los estímulos de ver dibujos de superhéroes, su gran pasión. Una motivación tan emocional como ésta, trenzada con el asco visceral y el rencor del protagonista hacia las injusticias que ve cada día en las calles del suburbio en el que vive, le llevan a tomar la decisión de ponerse una máscara y salir a deshacer entuertos… a patadas voladoras. Hasta aquí bien, todo muy entretenido, pero lo interesante de la película es el enfoque de lo que pasa a continuación: lo que pasa cuandoMirageman se muestra por primera vez en público, cómo se lo toman los medios de comunicación (¡imagínense cómo tratarían a un personaje así en un programa de los que hace Tele 5 por la tarde!), la utilización de la tecnología aplicada al mundo del justiciero (anticipándose a Kick Ass, el protagonista abre una página web con un buzón de e-mail en el que la gente puede pedirle ayuda o hacerle comentarios), los videos que graba la gente con los teléfonos móviles para subirlos a Youtube, etc. En especial es muy de interés la manera en la que el héroe es tomado por un friki ridículo por cierto tipo de programas televisivos (representados por el personaje de la actriz María Elena Sweet) que no sienten reparos en ser todo lo dañinos posibles para alcanzar audiencia. ¿Lo ha pensado alguna vez el lector? ¿Cómo hablarían de un tío disfrazado en ciertos programas de humor, de cotilleos, de prensa sensacionalista?
En 2008 la fallida Handcock (de Peter Berg) protagonizada por Will Smith en su salsa, decaía en cuanto se internaba en su propio argumento, todo aquel asunto de que [Atención un poco spoiler] el personaje de Charlize Theron tuviera también poderes, lo de que Handcock y ella sean seres creados de dos en dos de más de 30.000 años… etc [fin spoiler]. Pero hasta llegar ahí, tenía un arranque muy prometedor que nos da una idea de lo que podría haber llegado a ser (tal vez la historia original que escribió Vincent Ngo en 1996 y que languideció durante tantos años hasta que Columbia, Smith y Berg decidieran adaptarla a su gusto y lanzar el proyecto, era de otra manera). La parte buena de Handcock, y también la más divertida, es aquella que respecta al superhéroe que necesita un asesor de imagen e incluso legal, porque en vez de ayudar a la gente no para de meterse en problemas con la justicia, y en lugar de ser apreciado como un héroe le consideran un peligro público. En un mundo en el que el derecho a la propiedad privada es una de nuestras libertades básicas, y en una sociedad como la norteamericana, propensa a poner demandas por cada percance sufrido, ir por ahí usando los superpoderes sin pedir permiso ni medir los daños colaterales puede meterte en líos, algo que ya sabían los personajes de Los increíbles. Además Handcock es un tipo normal, carece de esa moral superior maniquea y falaz tan habitual en el género superheroico. Es un tío capaz de grandes acciones pero también de grandes mezquindades. De emborracharse, de quedarse dormido, de oler mal y de dar asco. En definitiva: es el “super” sin el héroe, es la desmitificación absoluta, sana e inteligente, malograda… por el resto de la película (por no entrar en la realización del poco brillante Peter Berg, que tampoco ayuda mucho).
El año pasado Zack Snyder (El amanecer de los muertos, 300) llevó a cabo la adaptación de un cómic al cine más esperada de todos los tiempos, y precisamente por tan alta expectación todos sabíamos que jamás podía salir del todo bien: hablo de Watchmen, claro. Una película en absoluto mala, sino más bien al contrario (quitando algún momento totalmente innecesario o quizás mal ideado), pero a la que le pesa precisamente su fundamentalista pretensión de ser fiel al pie de la letra (más bien de la viñeta) a Alan Moore, de adaptar el original de forma exacta aún a costa de cualquier atisbo de alma propio, o de que la estructura o la narración resultante, en lo cinematográfico, funcione más que a intervalos. Snyder es un fan, no cabe duda, ama el tebeo y ha hecho la película perfecta para los fans del mismo (al menos de aquellos que no estuviesen dispuestos a odiar cualquier cosa que se hubiese hecho, como esos padres para los que ningún/a chico/a es lo bastante bueno/a para sus hijos). De hecho, la película Watchmen es el complemento perfecto para ofrecerlo como extra de una edición de lujo del cómic (y no al revés), ya que es su ilustración definitiva en cine. Ya existen de la misma varios montajes, cada vez más extendidos y alargados, y por lo tanto más fieles todavía al cómic, pues añaden partes que en primer montaje comercial fueron descartadas. De los 162 minutos que duraba el primer Watchmen, se pasó a un Director’s Cut de 186, y todavía no contento con eso Zack Snyder siguió luchando por incluir metraje hasta que consiguió que le admitieran un Ultimate Cut que dura 215 minutos, corto que adaptaLos relatos del navío negro incluido. Paradójicamente, y a pesar de su apego al original, con película y cómic pasa como con los Quijotes escritos por Cervantes y Pierre Menard según Borges: que siendo iguales, no significan lo mismo. Toda la trascendencia de Alan Moore, los matices volcados quizás por el propio lector estimulado por la provocación intelectual de la lectura (y los dibujos de Dave Gibbons), no están en la película de Zack Snyder, y esa es la peor crítica que se puede hacer de ella. Un film, aún así, valiente y voluntarioso, y una aventura kamizake que, comencé diciendo, jamás podía salir bien, así que olé sus huevos.
Finalmente hemos llegado a nuestra meta: Defendor y Kick Ass, lo títulos que nos invitaron a iniciar este camino.
Defendor es el hermano pobre del binomio, una producción independiente de bajo presupuesto que en Estados Unidos no ha disfrutado de una distribución demasiado masiva, pero que poco a poco se está haciendo un nombre en DVD y BD. Su protagonista es el carismático Woody Harrelson, quién últimamente ha estado en racha de ubicuidad (2012, Zombieland). Su personaje es Arthur Poppington un enfermo mental que se ha refugiado a sí mismo en una fantasía personal en la cual él es Defendor, un superhéroe enmascarado que utiliza ingeniosos gadgets a lo Batman. A diferencia de Special, Defendor no se regodea en lo patético, sino que expone de una manera tierna y rebosante de comprensión hacia el personaje cómo sale cada noche a combatir el crimen, y cómo cada dos por tres acaba en el hospital casi muerto o ante la comisaría por pelearse u oponerse a policías corruptos. Que nadie se lleve a engaño: Defendor mentalmente es un enfermo, físicamente es un tipo normal y socialmente sale adelante como puede desde la marginalidad y una soledad tremenda. No triunfa como superhéroe ni al final hay giros maravillosos que le acerquen a su sueño, porque la película no va de eso. El film es un drama con momentos tragicómicos y algunas escenas de acción más bien poco espectaculares. El personaje está obsesionado con atrapar a un villano que ni siquiera existe: el Capitan Industria, y no tardará en identificarlo erróneamente en la persona de un jefe mafioso. Defendor es en realidad Don Quijote contra los molinos y es también James Stewart en El increible Harvey. Es un loco mucho más cuerdo que la gente que le rodea, y desde luego es el tipo más íntegro de la película, un ser rico en cosas que enseñar. Seguramente en manos de un Terry Gilliam habría sido algo así como el Robin Williams de El rey pescador, pero afortunadamente aquí jugamos a la contención y el naturalismo. La única pega que tiene la película es el exceso de atención que se les presta a los personajes secundarios negativos (el cliché superheróico de los buenos y los malos), aunque la realización funcional y muy ajustada de Pete Stebbings sobre su propio guión consigue que todo encaje sin que el realismo se pierda de forma irreparable. A mí Defendor me funciona, y me parece una buena película. Échenle un ojo.
Respecto a Kick Ass, viene a recoger de una manera cinematográficamente deslumbrante muchos de los conceptos que hemos tratado aquí. Además con Kick Ass volvemos al inicio de este texto, como un anillo que se cierra sobre sí mismo: son de nuevo las viñetas las primeras interesadas en hacer disquisiciones comiqueras sobre el sentido de los superhéroes. La película no es más que una adaptación del cómic homónimo creado por Mark Millar y dibujado por John Romita Jr. Respecto a Millar, es uno de los nombres destacados de la historieta americana de hoy, autor entre otras obras de Wanted, que también fue muy libremente adaptado (otros dirían desperdiciado) al cine en 2008 (por Timur Bekmambetov). Kick Ass, tanto cómic como película, trata de qué pasa cuando un adolescente normal, Dave Lizewski, decide imitar a los superhéroes de los tebeos. Y por adolescente normal queremos decir tanto que no tiene ningún superpoder o habilidad especial, como que el chico no destaca ni para bien ni para mal: ni es un joven fuerte héroe deportivo, popular, etc, etc, ni es tampoco el típico nerd acomplejado y penoso que dibujan tantas veces las películas sobre la high school. El drama de Dave es a su vez su principal característica: su invisibilidad, el ser tan completamente anodino, corriente. Huérfano de madre, este dato no hace más que contrastar con los clichés habituales del género, ya que su madre, a diferencia de las de otros personajes del canon, no murió a manos de ningún archimalvado, sino de enfermedad, y él no tiene de quién vengarse ni ganas de tenerlo. No podría haber vehículo mejor que todo este contexto para comprender hasta qué punto resulta manido, risible, estereotipado, el origen de los superhéroes de los cómics y las películas, sin lugar a dudas la parte más odiosa y aburrida de sus historias. A continuación Kick Ass entra en materia, Dave se pone un traje (que no podría resultar más ridículo, otro contraste buenísimo para resaltar un enésimo aspecto de risa de la iconografía típica superheroica) y sale al mundo. ¿Se acuerdan de la primera aparición pública de Superman, de Batman, de Spiderman? ¡Pues nada más lejos de la de Kick Ass, mucho más realista! El muchacho resulta ridiculizado, apalizado y casi muerto. ¿Recordamos por qué en las grandes ciudades la gente vuelve la cabeza cuando ve un atraco o una agresión? Kick Ass sería el chico que no vuelve la cabeza y sí interviene, y le parten la cara por ello, salvo que por añadidura va vestido raro. En cierto modo es evidente que sí es un héroe, aunque las cosas no salen como suelen salir en los tebeos.
Pero Kick Ass no es sólo una colección de desmitificaciones más o menos divertidas sobre los terrenos comunes del género de superhéroes. También posee una carga propia de melancolía y profundidad en su personaje, reflejada en la motivación (o falta de ella) de Dave para convertirse en Kick Ass. Se podría decirse que a falta de traumas personales o razones para la venganza, lo que Dave busca es la paz y la justicia para todos los hombres, pero no hay más que leer el hilo de sus pensamientos un rato (el cómic está narrado en primera persona) para comprender que eso tampoco le preocupa demasiado. ¿Entonces? Kick Ass es el grito de atención de un adolescente que se siente solo, la respuesta a la necesidad existencial y social de ser algo, de ser apreciado por alguien, de hacerse notar.
Otro aspecto interesantísimo de Kick Ass es su absoluta vigencia y realismo en lo que a la aplicación de nuevas tecnologías, redes sociales, teléfonos móviles, etc., hace al terreno de los superhéroes. Aunque ya lo viéramos en Mirageman, no quita que todos asentamos y digamos por lo bajo “claro, eso es así y no de otra manera” cuando aparecen videos de Kick Ass en el YouTube, cuando se hace amigos en el MySpace, cuando es grabado por un teléfono móvil, etc. Ni faltan los jóvenes que se hacen fans, los imitadores, y la proliferación de otros “superhéroes” como él. Hasta que conocemos a Big Daddy y a Hit-girl, que son dos justicieros de los chungos, y la cosa se pone dura.
La película que ha dirigido Matthew Vaughn (autor de la muy estimable Stardust) es básicamente fiel al cómic, y por esa razón, y por su estupenda producción y puesta en escena, funciona de manera muy espectacular, divertida y rebosante de escenas lapidarias. Si falla en algo, si podría haber sido mejor película todavía, es precisamente en donde más traiciona al cómic: en éste, el “malo” apenas sale, no se le da importancia, es sólo uno entre los muchos posibles, y pensar que el problema de la criminalidad va a ser mejor o peor por encargarse de él (sólo de él), es absurdo. En la película, sin embargo, establecen un paralelismo demasiado pronto entre Kick Ass como héroe y Frank D’Amico como villano. Eso es no haber entendido nada. En el cómic Big Daddy y Hit-girl son un contrapunto; en la película son el pistoletazo de salida de otro tipo de guión, una historia de buenos y malos, es decir: un cómic de superhéroes convencional. Hay más diferencias entre cómic y película (el cómic es más gore, Red Mist es de otra manera, etc.), pero esa es la única que consideramos verdaderamente mala para el film. Así, Kick-Ass, la película, termina resultando el Zombieland de los superhéroes: una comedia de género inteligente que empieza muy fuerte, pero que no para de bajar.
En cualquier caso, lo mejor de todo es que no creemos que se haya dicho todavía la última palabra sobre el tema. Queda el campo abierto, desde la deconstrucción o la mera desmitificación, la parodia o la reflexión, el cariño o la crítica. Queda todo por hacer, y el tema está del todo abierto.
Notas
1. Los siete artistas que fundaron Image, y que fueron Todd McFarlane (Spiderman, Batman, etc), Erik Larsen (Spiderman), Jim Valentino (Guardianes de la Galaxia), Marc Silvestri (X-Men, Lobezno), Rob Liefeld (Los nuevos mutantes, X-Force), Whilce Portacio y Jim Lee (X-Men), se encontraban trabajando para Marvel en el momento en el que decidieron “despedirse” y tratar de abrirse sus propios caminos.
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Interesante variación sobre la temática de “los muertos vivientes”, a esta película se la está comparando mucho con otras anteriores...
Sombras del pasado (Sleeping Dogs, 2024, de Adam Cooper)
Muy interesante y adulto film de investigación policiaca, con varios alicientes. El primero, es su personaje protagonista: un ex detective...
Los vigilantes (The Watchers, 2024, de Ishana Shayamalan)
Las conversaciones en el hogar de los Shayamalan deben de ser interesantes. El afamado director M. Night Shyamalan, que tantas...
En las profundidades del Sena (Sous la Seine, 2024, de Xavier Gens)
Hay películas que llaman tu atención por un nombre, basta solo uno, y éste es ese caso. El nombre que...
La maldición de Sadako: un repaso a la franquicia japonesa de The Ring/Ringu, a través de la cronología y versiones de su “villana”
Sadako Yamamura es un personaje surgido de la imaginación del escritor Koji Suzuki en su celebérrima novela The Ring (Ringu)...
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