El espanto surge de la tumba (1972), de Carlos Aured

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El espanto surge de la tumba es una de las películas más populares de Paul Naschy, instituida en rotunda cult movie a nivel mundial. También es una de las más divertidas y estimulantes, y un hito fundacional en varias líneas que el artista iba a desarrollar durante los años siguientes.

Para empezar, fue la película que sirvió como motor de despegue de la mítica productora Profilmes, consagrada[1] a aprovechar el boom del cine de terror español a través de la realización especializada y sistemática de películas de género, desde España pero con vocación de venderlas internacionalmente. Dirigida por Ricardo Muñoz Suay (más volcado en marketing, distribución y ventas) y José Antonio Pérez Giner (que asumiría el rol de director de producción)[2], Profilmes supo muy bien con quien contar, y en esta primera fase hizo de Paul Naschy su buque insignia. Pérez Giner ya le conocía de antes, porque había producido La noche de Walpurgis, así que le convocó para contarle la nueva aventura, y le dijo que necesitaban con mucha prisa un primer guion para aprovechar una oportunidad de financiación de un banco holandés. Naschy justo entonces no tenía ninguno en el cajón, pero aceptó el desafío y escribió El espanto surge de la tumba en un fin de semana, no sin ayuda del consumo de centraminas[3]. La relación entre Profilmes y el artista daría como fruto más de media docena de títulos en los siguientes tres años.

También fue la primera película como director del hasta entonces ayudante de Leon Klimowsky, Carlos Aured, que fue recomendado por Paul Naschy tras haber trabajado con él en La noche de Walpurgis, convencido de que estaba preparado para asumir el encargo en solitario. Visto en perspectiva, ahora sabemos que con el paso de los años la relación entre ambos hombres sufrió grandes altibajos, pero a efectos del momento concreto en que prepararon la película que nos ocupa, antes de que su amistad se rompiera no cabe duda de que binomio Aured – Naschy, dio lugar a algunas de las películas “fantaterroríficas” más interesantes de este periodo[4].

Finalmente, también se trata de la primera aparición de Alaric de Marnac, el otro gran personaje original creado por Naschy después, claro está, del licántropo Waldemar Danisky. Basado en la figura histórica de Gilles de Rais, uno de los más sádicos aristócratas asesinos de la Europa renacentista, al que en su depravado delirio se le atribuyen asesinatos en serie, violaciones, torturas, prácticas de necrofilia o ritos orgiásticos, muchas veces cometidos sobre niños. De forma similar a lo que Bram Stocker hizo sobre Vlad Tepes al idear a Drácula, Alaric de Marnac para Naschy es la fabulación llevaba a sus últimas consecuencias de todas las leyendas y rumores que aún perduran sobre la vinculación de Gilles de Rais con la práctica del satanismo y su posible conocimiento de artes esotéricas impías; y es un ser, por lo tanto, capaz de volver de la tumba y de influir en los vivos y en los muertos. Tras El espanto surge de la tumba el personaje regresaría en El mariscal del Infierno (1974), aunque con el nombre cambiado a Gilles de Lancré (Mabille de Lancré en El espanto surge de la tumba es el apellido de la compañera de Alaric de Marnac interpretada por Helga Liné), y una última vez más en Latidos de pánico (1983).

Un prólogo inspirado de La máscara del demonio (La maschera del demonio, 1960) de Mario Bava[5] nos presenta la ejecución de Alaric de Marnac (Paul Naschy) y su pareja Mabelle de Lancré (Helga Liné), que mueren lanzando maldiciones. Ya en el presente (es decir, en el de cuando se rodó la película), el pintor Maurice Roland (Vic Winner), descendiente de uno de los ejecutores de Marnac, está sufriendo pesadillas y visiones que despiertan el interés de su amigo Hugo de Marnac, descendiente, en efecto, del brujo ajusticiado. Tras una sesión de espiritismo, los dos amigos y sus parejas (Cristina Suriani y Betsabe Ruíz) se desplazan a las tierras de la familia de Marnac, en busca de la cabeza decapitada de Alaric. A partir de ese viaje es como si otro mundo se hubiese desvelado en la película, uno del que ya habíamos tenido atisbos en la antedicha sesión espiritista, pero que ahora se revela en todo su esplendor.

El espanto surge de la tumba no destaca por la coherencia de su guion, sino por su sugerente atmósfera irreal. Su lógica, si acaso onírica, sirve tenuemente para hilvanar una colección de acontecimientos divertidamente siniestros en un espacio fílmico absolutamente espectral. Ya desde el brutal encuentro “de bienvenida” con los cazadores que no solo ajustician a un bandido, sino que se cobran una oreja como souvenir, queda claro que hemos entrado en una realidad violenta y hermética, sin contacto con el exterior y en la que las normas no aplican, de la que los personajes no tardan en infectarse; por ejemplo en la escena en la que se deshacen de un cadáver en el lago sin que nadie se pregunte por qué no avisan a las autoridades de lo que está pasando. Dos inquietantes detalles incrementan la impresión de fantasmagoría: por un lado que llegados a cierto punto de la historia los protagonistas ya no se pueden marchar, algo les retiene en esa sombría casa de campo como en El ángel exterminador de Buñuel; la segunda, más sutil, es que bien poco después de llegar a la casa todo lo que intentan los protagonistas deja de surtir efecto, como si según regresaran a la vida Alaric de Marnac y Mabelle de Lancré, ellos a cambio se estuvieran internando en el más allá.

Película inusitadamente gore para la cinematografía española, muy en la onda de los gustos que comenzaban a imponerse desde Gran Bretaña y Estados Unidos. Exhibe una refrescante mixtura de terror sobrenatural, efectos especiales clásicos (toda la manipulación de la cabeza decapitada de Marnac), asesinatos, posesiones, penetraciones vampíricas en dormitorios e incluso muertos vivientes, regado con objetos mágicos (aquí, los martillos de Thor como símbolo esotérico para detener a los resucitados, otra idea marciana) y desnudos femeninos en distinta dosis según la versión que se vea[6]. Carlos Aured resuelve con eficacia, en algunas escenas se intuye la influencia recibida del rodaje de La noche de Walpurgis. La sombría banda sonora de órgano obra de Carmelo Bernaola hace el resto termina de resaltar la densidad espectral de la obra.

El film fue rodado durante el frío invierno en Lozoya, en una finca del propio Naschy, que como hemos dicho, aquí interpreta dos papeles, junto a una Helga Liné con unas transparencias de vértigo. Del resto de actores que no hemos nombrado, destacar el co-protagonismo de Emma Coen, haciendo de heroína desvalida; y el adverso papel de Luis Ciges, que como suele ser costumbre, está sensacional.

Una película que tiene de todo un poco, y que se merece toda su fama.

[1] Aunque la firma ya existía, pero sus pasos antes de tomar esta orientación especializada habían sido dubitativos y poco exitosos.

[2] Y detrás todavía estaba el turbio empresario Juan Palomeras y su inversora MPI, posteriormente reconvertida en el tristemente recordado Banco de Navarra. Pero aparte de su propiedad y vinculación capitalista, él no intervenía en las producciones, y no merece la pena darle más crédito.

[3] Derivado de la anfetamina que en los 70 gozó de cierta popularidad entre estudiantes y deportistas. El dato no es relevante por sí mismo, pero Naschy siempre contaba la historia del guion de El espanto surge de la tumba así, como en Paul Naschy: Memorias de un hombre lobo, pág. 99.

[4] A la tratada en el texto hay que sumarle El retorno de Walpurgis (1973), Los ojos azules de la muñeca rota (1974) o La venganza de la momia (1974)

[5] Reconocido por Naschy en numerosas entrevistas y testimonios, por ejemplo en Paul Naschy: la máscara de Jacinto Molina, pág. 124.

[6] En todas las películas de Profilmes fue habitual la práctica del a doble versión: se rodaban escenas alternativas para un montaje para el mercado estatal, que tenía que pasar la censura franquista, y otras para el internacional, que contenía más desnudos y atrevimiento.