La ciencia ficción siempre ha sido el género de narración especulativa que trata de anticipar qué podría pasar a raíz de los cambios científicos o sociales que se están produciendo o se intuye que se van a producir en nuestro mundo. La ciencia ficción se nutre de nuestro presente y usa herramientas traídas del mañana, pero lo que nos devuelve es un reflejo de la constante humana. Pretendiendo que se está ilustrando el tránsito hacia nuestro futuro, lo que hace es contarnos cómo somos ahora. De ahí que fábulas como Splice, de Vincenzo Natali, sean arquetípicas y habituales en la ciencia ficción, desde Frankenstein a nuestros días: dos científicos, en su afán por descubrir y contribuir al progreso de la humanidad, le abren inadvertidamente la puerta a un peligro que no sabrán manejar. En épocas pasadas a esta clase de planteamientos se les solía resumir con el aforismo reduccionista “no se debe jugar a ser Dios”, pero no se trata de una cuestión de herejía o de blasfemia, máxime en un mundo en el que dios no existe, o no está nada claro que exista (va en creencias). Es mucho más lógico y sencillo: un conocimiento parcial de una materia, sobre la que desconocen los aspectos adversos, las contraindicaciones, los efectos secundarios, etc., nos convierte en niños jugando con pistolas, sin entender para qué sirven ni qué implicaciones pueden acaecer si tiramos del gatillo. Claro está que el primero que se interna en un camino no sabe lo que le espera, y que si nadie hubiese corrido el riesgo de mezclar dos elementos ahora no habría tejidos ni plásticos sintéticos. Pero es que además de esto hay otra cuestión más: ¿cómo nos va a impactar lo que descubrimos? ¿Cómo cambiará nuestras vidas? ¿Estamos preparados para ello, sabremos gestionar el cambio y asimilar correctamente se mundo que viene? ¿Tenemos la madurez, la moralidad, el conocimiento previo suficientes como para manejarlo y hacer lo mejor para todos?
La idea de Splice se le ocurrió a Vincenzo Natali hace quince años, cuando vio en las noticias al célebre ratón de Vacanti (1). La contemplación de algo tan surrealista, poderoso y anormal, que podía ser igual de maravilloso que horrible según el punto de vista, le hizo discurrir que ahí había tema para una película. En su ficción, Clive (Adrian Brody) y Elsa (Sarah Polley) son unos ingenieros genéticos que están trabajando en un ambicioso proyecto para crear vida artificial, tratando de imitar el modo en el que se configuran las células vivas de forma natural, recombinándose una y otra vez según un mapa genético y dando lugar a la existencia de los más variados animales. En la sociedad del mercado, su ciencia está permanentemente subordinada a la necesidad de resultados comerciales, lo que ha inspirado una conflictiva relación de dependencia/odio con sus patrocinadores financieros. Escena memorable donde las haya: la demostración al más puro estilo King Kong de los resultados de los experimentos de Clive y Elsa, delante de una concurrencia de inversores y científicos que bien parecen el público de un teatro de monstruos. Por otro lado, Clive y Elsa son pareja. Como el lector puede avanzar, para que haya película los protagonistas darán en un momento dado un paso que transgrederá todas las normas y les internará en lo desconocido: animados por el aparente éxito de uno de sus experimentos (un bicho amorfo y primitivísimo que apenas tiene la apariencia de una mezcla entre esponja y babosa), se deciden a dar un salto mortal y a probar qué pasa combinando genes más sofisticados, como por ejemplo los humanos.
El experimento da lugar a una criatura híbrida que va pasando por diferentes estados semi-embrionarios, luego parece convertirse en una especie de extraño animalejo bípedo (uno de los tramos más fascinantes de la película), y finalmente culmina (es un decir) su desarrollo convirtiéndose en una mimosa humanoide inteligente de sexo femenino a la que pondrán de nombre Dren. No hace falta subrayar que los estados por los que pasa Dren aluden a estratos de complejidad biológica según las teorías de la evolución. En cuanto a la historia que se cuenta, la película funciona muy bien a dos niveles: por un lado está claro que Clive y Elsa se están internando en terreno incógnito y misterioso, metiéndose en un lío de tres pares de narices. ¿Qué consecuencias tendrá la creación de Dren? ¿Será una criatura inofensiva o peligrosa? ¿Cómo van a mantenerla oculta y qué pueden hacer con ella? Por otro lado, el argumento relatado abre un horizonte repleto de interrogantes morales y psicológicos sobre la responsabilidad de la creación, y por lo tanto sobre la paternidad: si Dren es tan inteligente y humana como parece, ¿cómo deben tratarla, como a un “niño” o como a un animal? ¿Tienen derecho a retenerla y mantenerla escondida? ¿Tienen obligaciones con ella? Clive y Elsa proyectan en creación sus propias necesidades y posturas afectivas, y ceden a la tentación de humanizarla y de adoptarla como una hija, volcando sobre ella sus propias experiencias personales (la sombra de la infancia de Elsa y su ambivalente postura sobre la maternidad) y sin atender a otros riesgos que objetivamente hubieran sido adivinables. Lo que queda claro es que Dren siente, y por si fuera poco comienza a manifestar una inclinación erótico-amorosa por Clive, y su despertar sexual (única hembra de una nueva especie) parece ir tan adelantado como todo su desarrollo. Esto añade a la trama elementos como los celos y la posibilidad del incesto, porque a pesar de su rostro alienígena la criatura es deseable y voluptusoa. En definitiva, todo se va al traste en el mundo de Clive y Elsa, incluso entre ellos dos, mientras tal vez haya aparecido una nueva criatura para renovar la cúspide de la pirámide natural de las especies…
El nombre del personaje de Adrian Brody, Clive, referencia a Colin Clive, el actor que interpretaba a Henry Frankenstein en la versión deFrankenstein (1931) de la Universal, y el de Sarah Polley, Elsa, a Elsa Lanchester por La novia de Frankenstein (Bride of Frankenstein, 1935). La responsabilidad es el gran tema en la novela de Mary Shelley, y una de las bases de las películas clásicas inspirada en ella, sobre todo de la segunda. También hay mucho de David Cronenberg en Splice, de Cromosoma 3 (The Brood, 1979) y sobre todo de La mosca (The Fly, 1986), otro gran título sobre las consecuencias de un error durante una investigación científica. Incluso no faltan sus gotitas de nueva carne, con las mutaciones de Dren o el modo en que directamente afecta a los protagonistas el aspecto del cuerpo de su criatura, o en esa fascinación por el sexo raro que se bordea todo el tiempo. Temas muy del gusto del Cronenberg de hace 30 años.
Sé que Splice va a resultar demasiado minimalista para el gusto de cierto tipo de público, porque es una película que se desarrolla básicamente en habitaciones, habitáculos de laboratorios, apartamentos, cuartos en los que tienen encerrada a Dren… No se trata de un film de acción ni de grandes alardes épicos, sino de desarrollo de personajes, de evoluciones de ellos y de consecuencias a pequeñas acciones. En ese sentido se asemeja a un típico argumento de capítulo de la serie The Outer Limits (Más allá del límite en español), con científicos liándola y final previsiblemente pesimista. Algo que no hay que confundir con que Splice sea televisiva, porque no lo es. Pero tiene esa clase de acotamiento en la acción, pocos personajes y un hilo de trama único y muy claro.
Está bien filmada, con el tempo adecuado y una puesta en escena nada monótona para el tipo de acción que se ha descrito. Además está muy bien interpretada por unos protagonistas de muy buen nivel, Brody (Oscar de Hollywood por El pianista de Polanski, aunque desde entonces su carrera haya dado muchos bandazos) y Polley (El amanecer de los muertos), a los que se une como Dren la modelo francesa de belleza marciana Delphine Chaneac. Entre unas cosas y otras podría afirmar que estamos ante una película seria, adulta, interesante y muy notable. Pero como todo tiene su inconveniente, en el caso de Splice hay que admitir que desmerece muchísimo al final, con unos quince minutos postreros que no pegan ni con cola, rompen el tono serio y cabal de lo anterior, y transforman todo lo visto en un vulgar corre-que-te-pillo que sería mediocre incluso si se tratase de vender como Jeepers Creepers III. Una lástima, y un fallo que no debería empañarnos todo lo desplegado hasta llegar a ese punto (2), y nos quedamos con la media muy alta de todo lo demás.
¿Innovadora? No, en el sentido de que se mueve ateniéndose a la más estricta política de géneros. ¿Giros inesperados? No hacen falta. ¿Monster movie? En cierto modo. ¿Serie b? De alguna forma. Puede que no sea la película más inolvidable que se pueda ver, pero resulta ideal para ver en programa doble con Gattaca (1997, de Andew Niccols), si saben lo que quiero decir.
Vicenzo Natali, un nombre para la ciencia ficción
Vicenzo Natali nació en Detroit en 1969, es decir que ahora tiene cuarenta y un años. Comenzó sus pasos en el mundo del cine en el departamento de diseños, trabajando en los story boards de Bitelchús o Johnny Mnemonic, por ejemplo. En 1997 realizó un cortometraje llamado Elevated, que sería la semilla de muchos conceptos que desarrollaría en su opera prima, Cube(1997), aclamada en todos los círculos especializados y que le convirtió en uno de los directores de moda del momento.
Cube es la historia de un variopinto y estereotipado grupo de personas (que simbólicamente tienen nombres de cárceles) que se despiertan en el interior de un complejo de habitáculos en forma de cubo, intercomunicados los unos con los otros mediante compuertas, y en los que según sea su avanzar puede que hagan accionarse trampas mortales. Los personajes, que ni siquiera recuerdan quién les ha metido allí ni pueden adivinar el porqué, pronto descubren que su supervivencia se basa en reglas aritméticas y geométricas que parecen impuestas con el fin de acentuar la crueldad del juego. La película es claustrofóbica, intrigante y muy sorprendente, por lo que aficionados de todo el mundo la auparon a una de las favoritas de culto de los 90. Pero yo ahora me voy a quedar un aspecto indisociable de ella: su turbador discurso. El quid de Cube está en la explicación kafkiana de quién ha construido el cubo y por qué. ¡El cubo fue construido por todos, por mucha gente, cada uno una pieza pequeña, sin saber a qué clase de estructura serviría! No hay supervillanos ni conspiraciones. Puedes echarle la culpa a los Bilderberg, a la CIA o a Al Qaeda. Puedes creer que es cosa de “los malos”, pero la verdad es que el cubo es sólo el engendro resultado de esos miles, tal vez millones de trabajos pequeños, aparentemente insignificados, de gente normal. El sentido del cubo es el de servir de sistema, porque hace falta un sistema sobre el que producir y mantenerse progresando. Y una vez creado el cubo, una vez creado algo, hay que usarlo. Así de absurdo, así de terrorífico, así de real. Me gusta destacar esto porque creo que ante todo Natali es un director con cosas que decir, que arteramente introduce en cada una de sus obras. Vicenzo Natali realizó Cube desde Canadá, con un presupuesto ínfimo, e inspirándose parcialmente en el capítulo de The Twilight Zone llamado Cinco personajes en busca de una salida, y la mención a esta mítica serie, semilla de tantos relatos más modernos, también debería darnos una idea de los gustos argumentales del director. Así que sumen: ideas + The Twilight Zone, y comprenderán qué clase de películas hace.
Cube era más que impecable como primera película: era impactante. Lo cual normalmente suele ser una desventaja a lo largo del resto de la carrera de un artista. Así, ninguna de las siguientes películas de Vincenzo Natali han conseguido la misma repercusión, y por muy buenas que sean suelen tender a chocarse con ciertos grados de decepción por parte de los fans de su primera película. Además, a pesar del éxito de Cube el director aún continua moviéndose en los márgenes de producciones más o menos independientes, con mayor libertad pero menos dinero, y logrando filmar una película cada varios años.
La segunda fue Cypher (2002), un modélico thriller de ciencia ficción cyberpunk sobre espionaje industrial, la manipulación y alienación de las personas por medio de la tecnología, el cuestionamiento de la realidad, la posibilidad de libertad individual en el contexto de una sociedad hipertecnificada, etc. Razonablemente enrevesada en su guión, moviéndose en un espacio equidistante entre la clase de argumentos de las novelas de Philip K. Dick y de las películas de Alfred Hitchcock, con una puesta en escena mucho más ambiciosa (y exitosamente lograda) que Cube, y una atmósfera nuevamente densa y opresiva, tal vez sea su mejor película hasta ahora, incluso en detrimento de su explosiva opera prima.
Después llegó Nothing (2003), una extraña comedia fantástica entre lo metafísico y lo light, entre las ideas y los gags amables, se trata de una curiosa salida de registro del autor, y una rara avis que ni siquiera llegó a estrenarse en España. ¿Sería algo así lo que harían si los hermanos Farelli le encargasen un guión a Charlie Kaufmann?
Así que ahora, tantos años después, con sólo tres películas de las cuales la mayoría de la gente ni tan siquiera ha visto la última, regresar con algo como Splice es un ejercicio de coherencia y confirmación. Con un presupuesto de sólo 26 millones de dólares, y apadrinado por Guillermo del Toro, Splice llegó a los cines americanos servida por la Dark Castle de Joel Silver, y cosechando un pequeño fracaso de taquilla, que en realidad no pensamos que se vaya a compensar tampoco con las ventas internacionales. A pesar de lo cual, no nos cabe la menor duda de que estamos ante un director de culto de arriba abajo, y uno de los autores más interesantes de la ciencia ficción cinematográfica.
Estropeando los finales
Y ello a pesar de que todas las películas de Vincenzo Natali renquean en lo mismo: el final no está jamás a la altura. Cube al final bajaba mucho y derivaba en una historia de “típico malo” maniqueo que no le iba bien al rico discurso anterior; Cypher padecía un último giro final sorpresa (lo que los anglosajones llaman twist) que no le hacía falta; Nothing resultaba demasiado inexplicable; y Splice… ya lo hemos dicho.
El día en que Natali consiga la historia redonda, el desarrollo acorde a sus ideas de partida, ese día vamos a ver una Obra Maestra. A ver si realmente rueda la adaptación de la novela Neuromante de William Gibson, material que visto Cypher (por ejemplo), le pega mucho, y definitivamente se corona como esperamos y debe.
Notas
1. El ratón de Vacanti ha sido unos de los más famosos experimentos genéticos de la historia, posiblemente sólo superado por la celebridad de la oveja Dolly. Se trata de aquel ratón al que por medio de la ingeniería genética consiguieron que le creciera una oreja humana en la espalda. Su presentación al público generó una enorme controversia: su creador, el científico Charles Vacanti, muchos de sus colegas y gran parte de la opinión pública, saludaron a esta “rareza” como un extraordinario avance en las posibilidades de generar órganos que sirvan para transplantes y así salvar vidas humanas. Otros colectivos, desde sectores anti-genetistas, defensores de una ética científica más rígida, grupos de pro-derechos de los animales, etc, se horrorizaron ante el animalito y lo consideraron una crueldad gratuita y antinatural.
2. Para el que ya haya visto la película, decir que incluso es fácil de localizar el momento en el que la película se va al traste: es el diálogo entre Victor y Elsa en el que deciden acabar con Dren. Y a partir de ahí, la película se desintegra y parece que uno haya hecho zapping y esté viendo otra cosa. ¿Cambios en el guión a última hora? Natali no ha reconocido nada en las entrevistas, pero todo puede ser.
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