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La Muestra Syfy, anteriormente conocida como Sci Fi (al igual que el canal de TV organizador), ha vuelto a resplandecer en esta edición VII; un éxito además rodeado de connotaciones que lo hacen todavía más importante: Primero, la archifamosa crisis económica en la que se haya sumida España, que llega inoportuna justo cuando la Muestra estaba comenzando a soñar con ampliarse y diversificar su propuesta (1). En estos dos años recientes no cabe duda de que la cita se ha consolidado definitivamente ante el público, que por lo general llena la sala e incluso agota las localidades para ciertas sesiones. Sin embargo, “con la que está cayendo” como suele decirse, en un año sin más patrocinadores, con todos los gastos sobre los hombros únicos de Universal Network, sus organizadores (2), y la presumible contención en el presupuesto (3), era utópico ningún tipo de maniobra que no fuera la defensa el terreno ya conquistado, manteniendo encendida la llama y dándole al público el máximo nivel dentro de el mismo espacio ya conocido de otros años. Decimos que la VII Muestra ha sido un éxito en este sentido no sólo porque en efecto se haya llevado a cabo y haya salido bien, sino incluso porque si ha habido ese recorte de presupuesto, en realidad no se ha notado, y sólo es un tema sobre el que no hemos podido evitar pensar y especular los que por deformación profesional nos interesamos en la organización y la financiación de las cosas (4).

Variedad y gusto

El segundo aspecto a destacar, que en realidad ya venía medio traído en el párrafo anterior, es la definitiva fidelización de un público madrileño interesado en asistir todos los años a la Muestra, y al que hay que sumar por vez primera (o al menos ha sido la primera vez en la que yo lo he visto con esta claridad) un número nada despreciable de espectadores llegados desde fuera de la capital. He reconocido a gente natural del Mediterráneo catalán y levantino, de ambas Castillas o del Norte español, gente a la que normalmente veo en Sitges o en San Sebastián, y que este 2010 estaban también aquí, en Madrid, lo que otorga en cierto modo a la Muestra SyFy una dimensión nacional. ¿Y por qué no? Bien pensado, se me ocurre que es un plan magnífico para un aficionado al cine fantástico de fuera de mi ciudad el venir a pasar el fin de semana al foro, aprovechar para ver alguna cosa, hacer algunas compras en las tiendas de nuestras especialidades favoritas, salir por la noche, y por supuesto de paso ver unas cuantas películas de las cuales las hay que tal vez ni lleguen a estrenarse. Está claro que la Muestra SyFy no pretende ni puede competir con Sitges, pero hay que tener en cuenta que no todo el mundo puede ir todas las jornadas al macrofestival catalán, y que incluso los que sí vamos nos perdemos siempre algo. Tampoco pretende competir con la Semana de San Sebastián, que bien mirado ha sido desde su primera edición como un hermano mayor (véase si no la presentación que Rebordinos en persona hace los mejores cortometrajes vistos en la semana donostiarra el año previo, una de las sesiones ya tradicionales de la Muestra). Lo que sí puede llegar a ser su lugar y su destino, es convertirse en un nuevo vértice de primera división en el “circuito”, una cita apuntada por los fans que pueden y deben aprovechar. Los festivales unidos, con Sitges tirando (porque Sitges puede), comparten algunas películas consideradas de interés y las acompañan cada cual con otro puñado de títulos propios, inéditos, que no pone el resto. Y así, y en función de lo que permita el bolsillo y la ocupación de cada uno, merece mucho la pena ir por toda la geografía española (y también extranjera), de festival en festival.

Lo que el párrafo anterior quería hacer constar antes de que me fuera por las ramas, es el excelente aforo registrado en todas las sesiones este 2010. Creo que tan sólo las primeras sesiones de viernes y sábado, porque eran a las 17:15 y a las 16:00 respectivamente, y es un poco pronto, registraron media sala. El resto de proyecciones anduvieron muy próximas al lleno total, y con sesiones que llegaron a colgar el cartel de “no hay entradas” (la primera y más notable, Splice de Vincenzo Natali, el sábado a las 22:15). A todo esto, hay que decir para los que no lo conozcan, que la sala 1 del cine Palafox tiene un aforo máximo de 852 personas, ¡que no es pequeña! Entre tanto público, buen ambiente en general, aunque se está comenzando a evidenciar la incompatibilidad de caracteres entre las variopintas maneras de disfrutar de películas de distintos tipos de espectador. Más en concreto, entre el grupo de espectadores que pretende trasladar algo similar al ambiente gamberro y jocoso de la Semana de San Sebastián a Madrid, que se ríen a la más mínima con las películas y no se callan haciendo chistes durante las mismas, y el público más “a lo Sitges”, interesado en disfrutar con atención y silencio, inmersos sólo en la pantalla. Entre los unos y los otros, una mayoría silenciosa que no sabemos qué opinan. Personalmente he de declarar que en ciertas películas y más en ciertos momentos los primeros me han molestado mucho y me he sentido entre los segundos. Afortunadamente para mí, en San Sebastián he aprendido lo que es abstraerme (al fin y al cabo, nada podrá ser peor que lo vivido aquí el año pasado con la magnífica Vinyan, o, pensando en linchamientos colectivos vividos en Donostia, la espectacular -para mal- experiencia de volver a verParanormal Activity en el Principal). Sería deseable que la propia gente supiera controlar, dado que todos sabemos que hay películas de coña en las que la fiesta apetece, pero que hay otras que mola ver en serio. Como fuere, y dado que no creo que esta cuestión se vaya a poder resolver más allá de la voluntad de cada uno por respetar al resto, lo que sí hay que decirle a la organización (y desde aquí se lo digo) es que no deberían permitir que entre sesión y sesión cierta gente “reserve” asientos dejando los abrigos, dado que las entradas no son numeradas, que hay cola para entrar, y que entre película y película hay que salir a la calle. Tal vez se podrían habilitar abonos como en San Sebastián, y una zona de abonados para privilegiar a los que van a ver todas las películas; pero el sistema de los abriguitos… ni es justo ni es serio.

Casi todas las sesiones volvieron a ser presentadas por la actriz Leticia Dolera, quién ya se ha convertido en una parte más de la Muestra, cosa que sorprende a los que vienen a ver una película por primera vez a causa de su estilo naif, pero que los que conocemos el certamen jaleamos con absoluta complicidad. Además, junto a ella naturalmente Paco Plaza, presente durante toda la Muestra entre el público, y no sólo él: también Eugenio Mira (de quién esperamos con ansiedad ver su Agnosia), Rodrigo Cortés (ídem su Buried), Miguel Angel Vivas, Borja Cobeaga, Koldo Serra, y otros que me olvido, en todas las sesiones o en algunas.

Las películas

Notabilísimo nivel general de la programación de esta VII Muestra, que abiertamente ha apostado por la variedad. Como en un arca de Noe de inspiración angelsaliana (acabo de acuñar este nuevo palabro para referirme a la concepción hiperflexible del cine fantástico del Sitges de Angel Sala), este año tuvimos preestreno comercial, ciencia ficción, thriller, terror, terror gore, fantástico más experimental, cine de auteurvía Cannes, animación, thriller hongkonés… Uno de cada, para todos los gustos, y en general con representantes bien elegidos en cada clase.

Jueves 25: The Crazies

La muestra comenzó el jueves 25 de marzo con The Crazies, de Breck Eisner (Sahara), esperadísimo remake de la película homónima de George A. Romero de 1973. Digo “esperadísimo”, porque en Estados Unidos es una película que lleva estrenada casi dos meses, y no sólo le ha ido más que bien en taquilla, cosa que a nosotros nos da igual, sino que si son de los que leen blogs o foros americanos ya sabrán que existe una opinión general muy favorable a ella, dicen que es una película de terror estupenda. Bueno, ha llegado el momento de dejar de hacer caso a esos foros y hacernos caso a nosotros (más concretamente a mí). Y desde ya les digo que The Crazies no es una maravilla, aunque tampoco está mal, y curiosamente complementa a la perfección la película original romeriana, con la que encaja como hecha aposta. The Crazies de Romero es un título imprescindible para entender el incesante comentario social de su autor, y desde ese punto de vista una de sus películas más importantes, ricas y ambiciosas. En ella estaba todo lo que el realizador pensaba en la época acerca del ejército, el gobierno, la posesión de armas, la violencia en la sociedad, la burocracia, etc. Peeeeero… el inconveniente insalvable de la película era que estaba rodada de manera casi amateur, con una dejadez formal y una producción ínfima tan mal disimulada, que incluso para muchos buenos seguidores que sí son fans de la saga zombi (Survival of the Dead aparte, por favor) nunca ha llegado a formar parte de sus preferencias. El remake de Breck Eisner, quien tras este título y su capítulo de la serie Miedo en estado puro(Fear Itself) es probable que pase a convertirse en un habitual de nuestro mundillo, es todo lo contrario: no le busquen lectura, comentario ni mensaje, porque no lo tiene, es todo acción, entretenimiento y espectacularidad superficial; eso sí, acción estupendamente rodada y producida, con una estupenda fotografía (no en vano Maxine Alexandre es el responsable de la foto de las películas de Alexandre Aja, desde Alta tensión), entretenidísimas dosis de sangre y algunas secuencias de terror bien conseguidas (pienso en el lavacoches). Aunque en general no es más que un carrusel de sobresaltos gratuitos (gratuitos, sí), complemento ideal para palomitas de la que les hablaré más extensamente en otra reseña más adelante, y de paso así podré quedarme más a gusto respecto a la película de Romero, que por muy mal rodada que esté en general me parece que tiene sus cosas. ¿Qué todavía no les he dicho de qué trata The Crazies? Es un pueblecito típicamente americano en el que debido a un accidente de avión que cae en los pantanos próximos, se filtra un virus experimental del ejército hasta el agua potable. Todos los habitantes van contrayendo una extraña enfermedad que los convierte en locos asesinos muy violentos: matan a sus familias y a todo bicho viviente. El sheriff del pueblo (Timothy Olyphant en un personaje funcional, que no llega a caer nunca ni bien ni mal) se pone a investigar, pero no le da tiempo ni a descubrir la mitad cuando llega el ejército e invade el pueblo con soldados equipados contra la guerra biológica, se declara la ley marcial, y todos los habitantes del pueblo, sanos o contagiados, son encerrados cuatelarmente. La cosa resumiendo se va de las manos, y el sheriff, su esposa (Radha Mitchell, muy grato verla desde que nos acordamos de su intervención en Silent Hill o Rogue: el territorio de la bestia) y su ayudante (Russell Clark, un personaje mucho más interesante, aunque por supuesto… bah, no les digo nada) tienen que huir tanto de los infectados asesinos (sus antiguos vecinos) como de los soldados, que ya directamente van matando a diestro y siniestro para que el virus no escape del área de contención. Una huída entre peligros, y como les dije, acción, mucha acción.

Viernes 26: la cosa se comienza a calentar

El viernes la Muestra arrancó con la tradicional sesión de los mejores cortos vistos en la Semana de San Sebastián, traídos personalmente por su director, José Luis Rebordinos, para un pase que además es gratuito (todavía no se le hace pagar a la gente para que vea cortos). Una sesión como ésta tiene el aliciente de funcionar igual que uno de esos films de episodios: a uno puede no gustarle uno de los “cuentos”, pero no hay por qué preocuparse porque en seguida acaba y hay otra ocasión con uno nuevo. Así, nunca resulta aburrido. Y en general la selección de este año ha sido muy divertida, marcada cómo no por el humor negro y la parodia de género, es decir, excesivamente monocolor, pero interesante. Desde el ya clásico Arbeit für Alle (Trabajo para todos), que es la tercera vez que le veo, con su jocoso comentario políticosocial disfrazado de mockumentary de zombis, el microcorto Barbee Butcher de 25 segundos de duración (como pestañees te lo pierdes), el Touchdawn of the Dead de animación a lo Bill Plymton con más zombis, o el Paris by Night of the Living Dead, cómo no también de zombis, con mucha acción a lo Matrix y humor a costa de las postales típicas de París, etc, así sucesivamente.

Paso a comentarles Cargo, de Ivan Engler y Ralph Etter. Se trata de ciencia ficción hard, muy muy hard, de ritmo lento e inspiraciones claras en 2001 o Solaris. Loabilísima, digna de todo el encomio del mundo y de un fuerte aplauso por sus inquietudes y su excelente puesta en escena (a pesar de su bajo presupuesto: la película es suiza, toda una rareza), su delectación casi documentalista en las escenas de maquinaria y naves, y el no haber querido caer en lo fácil, hacen de ella un film que me encantaría que me encantase, simpatizo con él y con sus formas. Es más, simpatizo tanto que estoy impaciente por comprármela en DVD o Bluray en cuanto la vendan en algún sitio y tenga por lo menos subtítulos en inglés. Dicho lo cual, sin embargo, me temo que mis esfuerzos por enamorarme de esta película han vuelto a fracasar. Y digo “vuelto”, porque ya la había visto en Sitges, en donde lo pasé mal (la vi a la hora de la siesta, y me resultó muy pesada), y habiéndola vuelto a ver ahora si bien la he apreciado muchísimo más, sigo sin terminar de entrar en su propuesta. Y eso yo, tendrían que haber visto al resto del público de la Muestra: ¡se aburrían! Pero claro, también lo harían con las citadas 2001 o Solaris(cualquiera de las dos versiones) y son dos obras maravillosas. Yo creo que lo que le falta a Cargo para traspasar la barrera y arrastrarte en su lento fluir, es precisamente el haber encontrado su propia tecla humanista y trascendental que sí encontraron 2001 o Solaris. Cargotiene el tono de una misa (aunque es mucho más interesante que la religiosa y pesadísima Dante 01 de Marc Caro), pero el contenido de un descendiente cómic de Matrix o Avalon, con mundo virtual incluido. En fin, una lástima, y con todo, insisto (tal vez para autoconvencerme), una película muy a defender. Porque no todo es pasarlo bien en el cine, ¿no? (Guiño)

Entonces llegó The Disappearance of Alice Creed, que es el largometraje de debut de J. Blakeson, a la sazón uno de los guionistas deThe Descent 2 que íbamos a ver a continuación. Presentado como un thriller ‘a lo Danny Boyle’ (y bueno, sí, un poco, al menos al Boyle primerizo de Tumba abierta/Shallow Grave), se trata de una de esas películas filigrana: tres únicos actores, dos únicas habitaciones como decorados básicos, y todo basado en el guión, sus vueltas y revueltas. Una película, por ponerles un ejemplo (salvando las distancias) a loLa huella (Sleuth, 1972, de Joseph L. Mankiewicz), en la que dos tipos secuestran a la hija de un millonario para extorsionar a su padre… o eso parece en el primer acto, porque poco a poco veremos que por debajo hay una red de mentiras y pasiones (algunas de ellas homosexuales). Resultó una película divertida, que habría quedado mucho mejor si hubiese sabido acabar un poco antes (le sobran finales, termina demasiadas veces en falso), pero ya merece la pena tan sólo por la estupenda planificación (prueben a mantener el interés de una historia 100 minutos dentro de dos únicas habitaciones sin que resulte monótono y ya verán cuánto mérito tiene esta primera película de Blakeson) y el trabajo de los actores (Eddie Marsan, el inspector Lestrade del Sherlock Holmes de Guy Ritchie compone un personaje de carisma maravilloso, y Gemma Arterton, la chica Bond –Quantum of Solace– que está ahora mismo en los cines por la chorrada esa de Furia de Titanes, también está como para secuestrarla y llevártela a casa; así que ya porque sólo me queda él, mencionaré también a Martin Compston, que no desentona).

Y como no hay que cansar el primer día, y ya era viernes noche, acabamos la jornada con The Descent 2, de Jon Harris, que era el montador de The Descent de Neil Marshall, la original. Les recuerdo que J. Blakeson, uno de los guionistas de esta secuela, es el director de The Disappearance of Alice Creed, pero cuidado porque otro es James Watkins, el que ya debutó en 2008 con una de las sorpresas del año: Eden Lake (hay un tercer guionista, James McCarthy, que todavía no ha hecho nada más). Así que parece que la cantera británica últimamente es como una cadena. Pero pasemos a The Descent 2: su único problema es que no es buena como la primera, que fue una película digna de top 10 de la década. Y ésta, sin embargo, es sólo una estupenda película de monstruos y sangre, carnaza pura y dura para aficionados del género (y espero que esto les esté poniendo los dientes largos). Sí, claro, tiene unos personajes de cartón piedra, algunos de los cuales parecen colocados en el guión sólo para que puedan morir (como en un slasher), la ambientación no resulta opresiva y la trama resulta forzada; ¡nada que un fan del cine de terror de videoclub no haya visto antes, y que nunca ha supuesto un obstáculo para disfrutar! Sobre todo si la película tiene el ritmo y la atmósfera de The Descent 2, no se escatima en monstruos y acción, y los efectos sanguinolentos están a la altura. En definitiva: un material valiosísimo para acabar una jornada, para rematar una maratón o simplemente para pasarlo bien, con emociones y elementos de género sin edulcorar y sin concesiones.

Sábado 29: La jornada impecable

El sábado no pudo comenzar de mejor manera que con Amer, la interesantísima y exigente película de Hélène Cattet y Bruno Forzani, una obra arrebatada basada en la experimentación sensorial (apoyada por la sinestesia visual de las texturas, los roces de las telas, las humedades del sudor y los fluidos corporales, la fisicidad de los objetos, los filos de los cuchillos, el sofocante calor del verano, etc) y en la meticulosa recreación de un ambiente y unas formas, la del cine europeo de finales de los 60 y principio de los 70 (sobre todo el gialloitaliano, pero también algunos elementos de fantastique francés), que la hermana directamente con la otra estupenda y conseguidísima película facsímile de una época surgida el año pasado: me refiero a The House of the Devil, de Ty West. Amer es un auténtico goce que explota los placeres del vouyeur tanto como los del exhibicionista, en la que las pequeñas cosas son más importantes que la (minimalista) trama, que maneja de continuo temas tan del gusto morboso de aquel cine como el trauma, la memoria o la represión sexual, apelando para ello en todo momento a la subjetividad radical (el plano detalle, la secuencia de tempo dilatado, la ambigüedad real/irreal, etc). Recibida con desprecio por gran parte del público, aquí he de citar a Toni Junyent cuando aseguró en su crítica para Transit que el haber vivido algo parecido le sirvió incluso para disfrutarla aún más, sintiéndose parte de una “selecta minoría” y feliz “en la acepción de la felicidad que consigna Ambrose Bierce en su imprescindible Diccionario del diablo: ‘Sensación agradable que nace de contemplar la miseria ajena’”. Primer 10 de la VII Muestra, y una de las mejores, imprescindibles, películas de los dos últimos años.

Algo tan arriesgado y a contrapelo había que alternarlo con un film mucho más inocuo aunque no por ello malo: el anime Summer Wars(Samâ wôzu), ganador del premio Gertie de la sección Anima’t en el pasado Sitges, y última obra de Mamoru Hosada bajo bandera de la mítica productora que dirige, Madhouse. Hosada es un consumado maestro para construir simpáticas aventuras adolescentes con elementos de ciencia ficción, tal y como demostró en su encantadora película anterior, The Girl Who Leapt Through Time (Toki o kakeru shôjo, 2006), especie de pequeño Regreso al futuro familiar que también ganó el mismo premio en el Sitges de su año. Summer Wars va en la misma línea, mezclando adolescentes (esos chicos tímidos e ingénuos y esas chicas bastante más lanzadas) en edad de ir al instituto, enredos amorosos y una alocada familia numerosa de hondas raíces, con un meollo argumental acerca de la amenaza para el mundo (real) de un ataque hacker realizado en Oz, un futurible mundo virtual mezcla de Second Life e Internet. Lo micro y lo macro, los personajes carismáticos y atractivos con sus pequeñas cosas y esa trama universal sobre el fin del mundo, tratan de casar como pueden a lo largo del metraje y para mí que esta vez no terminan de hacerlo tan bien como en The Girl Who Leapt… De hecho, toda la parte familiar y teenagerde la película me divierte, me gusta y hasta me emociona, pero en cuanto a la trama “grande”y las escenas de acción en Oz… no me interesaron tanto y mi tendencia fue a desconectar. Así pues, para mí queda una película entretenida y con muchos elementos estupendos, pero con otros no tan logrados y a la que incluso se le llegaría a agradecer que durase un poco menos. Eso sí, es necesario destacar lo acertado del contraste en el dibujo entre los personajes de la vida real y los avatares de Oz, mucho más naifs, planos y coloristas.

Y tras Summer Wars le tocó el turno a otra de las grandes películas de la programación, el último Johnnie To, director queridísimo en la Muestra madrileña después del éxito de Exiled hace dos años: Vengeance es el punto equidistante entre el realismo lacónico de losElection y el romanticismo desenfadado de Exiled. El veterano roquero francés Johnny Hallyday, de la generación de nuestros padres y ajado por una vida de excesos, interpreta a Francis Costello (un nombre magnífico para un personaje), un occidental que se traslada a Macao debido a que unos matones han herido gravemente a su hija y han matado a su yerno y sus nietos. Desde el lecho del hospital la hija le pide venganza, y el padre decide buscar a los asesinos para matarlos. Pero pronto descubre que no conoce ni el idioma ni la ciudad, y que su pretensión es del todo inútil, hasta que por casualidad contacta con tres miembros de las tríadas (Anthony Wong, Ka Tung Lam y el gordo Suet Lam) y los contrata, estableciéndose entre los cuatro hombres una hermosísima relación. Pronto descubriremos que el protagonista arrastra una dolencia que le está borrando la memoria, y que está condenado a olvidar, olvidar incluso su propósito, la venganza, a su hija… Sus nuevos amigos velarán por mantener encendido el propósito, pero ¿tiene sentido la venganza cuando el que se quería vengar ya no siente ningún rencor? Los gángsters de To una vez más se mueven por un trágico sentido del destino en su acepción más clásica (el Es muss sein de Beethoven, incluso en la muerte), sus lazos se basan en el honor y las lealtades a una filosofía kamikaze de la acción, más próximo a los antihéroes del polar francés de los 60 que a los mafiosos capitalistas habituales del cine americano. Por eso hay una belleza conmovedora en la actitud de los personajes interpretados por Anthony Wong, Tung Lam y Suet Lam, que podrían ser los mismos que ya conocíamos de The Mission (Cheung fo, 1999) o Exiled. Pero en lo que Johnnie To destaca por encima de otros compatriotas suyos que han practicado el policiaco épico (John Woo entre finales de los 80 y principios de los 90, por ejemplo), es en la puesta en escena, el uso expresivo del montaje y el tempo, y la manera en al que filma las esperas (las escenas justo cuando se está preparando un tiroteo). La primera mitad de Vengeance es sencillamente perfecta, un 10. Lamentablemente el film adolece algunos problemas de guión (la manera en que está introducida la amnesia del protagonista, que inevitablemente nos remite a Memento, no está bien medida, y el tema queda un poco extraño), y la segunda mitad sufre ciertos paroncitos de ritmo, si bien filosóficamente hablando es al mismo tiempo que sube el nivel del film (la idea de la “venganza” ajena –que no es justicia-, la idea del sentido de la venganza que ya no se siente ni se recuerda). Globalmente, y con todo, la película es notabilísima, otra obra casi sobresaliente del que es, sin duda, un director a estudiar.

Y si les parece que la cosa no iba mal hasta entonces, la esperadísima Splice de Vincenzo Natali (Cube, Cypher, etc) no pudo mantener el nivel de Vengeance, pero tampoco enturbió la sensación general de que estábamos ante un gran día de la Muestra. Splice es un film de ciencia ficción sobre ingeniería genética con un reparto interesante (Adrien Brody, últimamente muy fantastiqueThe Jacket, Giallo de Argento, Predators– y Sarah Polley), en el que Natali se mantiene fiel a su estilo propio. Brody y Polley son dos biólogos genetistas y pareja, que consiguen llevar adelante un experimento del cual surge una criatura de aspecto casi humano que terminan adoptando casi como hija. Pero el ser, que sería el primero de una especie artificial nueva, tiene sus propios caprichos (debidos a su herencia humana) y su propio ciclo biológico (incluida cierta pulsión instintiva a aparearse). Splice es, por su guión, una película que recuerda mucho a la última versión de la serie de televisión The Outer Limits (en España Más allá del límite), un serie B con aspecto de serie A, y una interesante reflexión sobre la ciencia que nos va a tocar vivir inminentemente (jamás debería olvidársenos que durante un tiempo a la ciencia ficción se le llamaba también novela de anticipación). También resulta interesante el triángulo de amor bizarro formado entre los científicos y la criatura, aparentemente inocente pero armada con unas armas de mujer capaces de introducir también el tema de la desestabilización de la pareja. Está estupendamente dirigida, y no cabe duda de que durante la mayor parte del metraje mereciera un notable. Ahora bien: hacia el final hay un momento en que parece que al guión se le haya “pegado” un final forzado, un último tramo absurdo que rompe con el tono serio y contenido de todo lo visto y que arrastra la película a los peores territorios de lo que podría ser un Jeepers Creepers 3. Y ese final desmerece tanto, deja tan mal sabor de boca, que al salir de ver la película había comentarios de todos los colores.

Una jornada tan intensa no podía terminar de otro modo que coronada con la que es una de las mejores películas de terror de la última hornada: The Children, de Tom Shankland, de la que ya te hablé hace unos meses, y que aprovecho para volver a recomendar a todos los aficionados al cine de terror serio, bien hecho y con ambiente.

Domingo 30: resaca y despedida

Día final de la muestra de este año, una jornada previsiblemente tranquila tras las emociones del sábado, y con sólo tres películas, de las cuales la primera fue con diferencia la película que menos me interesó de todo el festival: Cold Souls, primera película de Sophie Barthes, es una claro acercamiento al tipo de comedia metafísica, inteligente y metalingüística con toques fantásticos que ha elevado a Charlie Kaufman a los altares de la modernidad cinéfila, y todo en ella huele a ese sentido. Hasta la elección del actor protagonista, Paul Giamatti, haciendo de sí mismo (el detalle metalingüistico) y explotando la imagen de apocado neurótico y existencialista que ha creado a través de sus mayores éxitos (Entre copas, La joven del agua, etc), es una especie de guiño al sector más intelectual del cine independiente. Ese actor en crisis que para interpretar a Chejov se extrae el alma para guardarla en una caja fuerte, que a continuación manda que le injerten otra (la de una poeta rusa), y que finalmente se da cuenta de que la suya ha sido robada y enviada a Rusia por una red de contrabandistas… rememora con auténtica vocación el trabajo del guionista estrella. Qué más da que en lugar de perseguir a la carrera desesperada la propia memoria como hacía Jim Carrey en Olvídate de la mí (The Eternal Sunshine of the Spotless Mind) aquí sea las idas y venidas sobre el alma (el alma de Paul Giamatti, por cierto, representado como un garbanzo, el detalle más cómico de la película); y qué más da que en lugar de un titiritero (Cómo ser John Malkovich), un guionista (Adaptation) o del dramaturgo que está escribiendo la obra autobiográfica más veraz y colosal de la historia (Sinecdóque Nueva York, debut de Charlie Kauffman como director) sea un actor que tiene que componer al tío Vania. Es obvio por donde van los tiros de Cold Souls. Ahora bien, que si ser Kauffman fuera tan fácil ya habría habido otro Kauffman mucho antes, y ahora estaría habiendo unos cuantos. Y sin embargo hasta los viejos colaboradores de siempre del guionista, los directores Spike Jonze y Michel Gondry, han evolucionado sus estilo hacia algo más personal y menos kauffmaniano (y Gondry sí intentó permanecer en esa vía con su La ciencia del sueño, sin conseguirlo) respectivamente con Donde viven los monstruos yRebobine por favor. Y es que no es fácil ser Kauffman, y Sophie Barthes no lo es. Cold Souls resulta fría, mucho menos profunda de lo que pretende, y no llega a abrazar en ningún momento la metafisidad que habría necesitado al hablar de un tema tan inaprensible. Un fracaso que no reduce el mérito de la directora novel al haberlo intentado, y que no descarta la posibilidad de que tal vez en otra película encuentre su propio modelo para expresar cosas importantes.

Para seguir moviéndonos en un territorio fantástico heterodoxo que ya nada tenía que ver con los ejemplares más “puros” vistos el sábado, la segunda película del domingo fue la presentación en Madrid de Canino (Kynodontas, o Dogtooth en inglés), la película griega de Giorgos Lanthimos que ganó el premio a la mejor película en la sección Una cierta mirada del festival de Cannes 2009, y que el pasado Sitges fue la ganadora moral indiscutible, ya que encandiló en distintos grados pero todos muy altos tanto a público como a crítica. Y la audiencia madrileña respondió a las mil maravillas, aún cuando yo me temía que tal vez no iban a saber cómo encajar la película (véase el ejemplo de Amer). Digámoslo ya a las claras: Canino es lo que El bosque de Shyamalan quiso ser y no se atrevió, una parábola de lo que pasa cuando a unos seres humanos por quererlos proteger los aíslas y los privas de la dimensión social, de la pertenencia a una época y una cultura. Con un argumento muy parecido al de otra película de Arturo Ripstein (El castillo de la pureza) y rodada con un estilo parecido al de Michael Haneke, aficionado a dejar estar la cámara, a los ángulos extraños, a mostrar las cosas desnudas y sin artificios (aunque Haneke como buen germano carece de sentido del humor, y Lanthimos tiene la ruda ironía del modo de ser heleno), Canino trata de la vida de una familia con tres hijos, dos chicas y un chico, ya treintañeros que jamás han salido del chalet en donde habitan, privados de televisión, radio o teléfono (ni saben que existen), que jamás han visto a nadie más que a sus padres (y a Cristina, la mujer contratada para satisfacer los apetitos sexuales del hijo). Carecen incluso de nombres propios (los padres se refieren a ellos como “la mayor”, “la pequeña” y “el hijo”). Sus padres han decidido darles una educación limpia de “malas influencias” (sic), y para ello han expulsado de sus vidas cualquier rastro del mundo. Les enseñan lo que ellos quieren, les hacen creer lo que ellos quieren, y los hijos al no tener más información con la que contrastar, se lo creen todo. La película está jalonada continuamente por un sentido del humor derivado de lo grotesco (y a la vez incómodo) de las situaciones. Si, por ejemplo, en un descuido se cuela en la casa (una versión sin cámaras y atroz del Gran Hermano de la TV) la palabra “coño”, y alguno de los hijos pregunta que qué es, la madre les explica: “coño es una lámpara. Por ejemplo en la frase: estaba tan oscuro, que encendí el coño”. O como cuando les hacen creer que el abuelo es la voz grabada en un disco que les dice (en una traducción del inglés inventada) que les quiere mucho, y el disco resulta ser uno de Frank Sinatra. Así sucesivamente, la película tiene un ritmo lento y te hace subir directamente en la dinámica de la familia, sin darte explicaciones en los primeros minutos. Al principio pensarás que todo es muy raro y que no sabes qué pasa, pero no tardarás en comprender cual es la situación. El mensaje de esta inteligentísima y estimulante obra de Giorgos Lanthimos es evidente en su primera lectura, pero incluso mejor si le das a la cuestión un par de vueltas: porque quién es capaz de afirmar que no somos todos como los hijos que viven en esa casa, atrapados en un mundo delimitado, creyéndonos lo que nos dijeron que creyéramos. Si la película superficialmente es divertida, y a un nivel más complejo es cruel y profunda, con esta última interpretación en la mano vendría a ser, en síntesis, la definitiva putada. Otro 10 de la VII Muestra.

Pero toda película que se precie necesita un climax, y la Muestra, si bien no es una película sino una fiesta de ellas, no podía acabar con una jornada dedicada íntegramente a ese otro fantástico intelectualizado y tan poco tradicional. Así que la última sesión tenía que estar dedicada, cualquier otra cosa habría sido un fallo, a una película de género de verdad, a visitar la última película de uno de los nombres más importantes del cine de terror actual, un film maldito e inédito no sabemos por cuanto tiempo, y una mitología tan querida por los aficionados al género como la de Michael Meyers. Y estoy hablando, claro, de terminar con Halloween II de Rod Zombie, en pantalla grande y todo el esplendor que la película da de sí. Si el Halloween (2007) de Rod Zombie ya fue controvertido, y tenía una primera mitad muy buena (aunque no tuviera que ver con el universo de la serie tal y como la conocíamos) y una segunda mitad bastante floja, en esta continuación directa la cuestión se ha agravado aún más y la polémica está servida. Halloween II tiene un cuarto de hora inicial que homenajea a Sanguinario (la Halloween II original, la de 1981) y que es puro slasher (que creo que era lo que el público amante de la saga quiere), a partir de ese punto, y tras una solución narrativa de corte de mangas a la audiencia (en spoiler, Laurie Strode se despierta, y todo lo anterior ha sido un sueño, al igual que las ilusiones del espectador), el resto de la película es una ida de olla made in Zombie, una extraña, violenta y sanguinolenta divagación sobre el Mal sin un objetivo muy claro, algo que sin duda reforzará la aureola de auteur de su director, mimado hasta ahora incluso por la crítica, pero que desconcierta y a ratos incluso fastidia. Entiéndaseme, Halloween II tiene momentos muy buenos, pero otros de una tontuna feroz (como las cansinas apariciones de Sheri Moon Zombie), y no basta con que una película sea sólo personal: también tiene que funcionar a algún nivel. Si bien me gustó más que la primera vez que la vi (lo cual puede indicar que de seguir esta evolución en mis siguientes revisionados, es posible que dentro de unos años hasta sea uno de los pocos que la defienda, y no como estoy haciendo ahora), Halloween II deja una sensación de inconcreción muy insatisfactoria. Y respecto a Rod Zombie, le deja en una posición ante mis ojos en la que necesita de un film que me guste completamente cuanto antes, dado que las dos o tres últimas (la divertida gamberrada de The Haunted World of El Superbeasto tampoco le redime) no lo ha hecho, y su filmografía todavía es lo bastante corta como para poder replantearnos si acaso no se está quedando en promesa.

Notas

1. En el no muy lejano 2008, y en ésta entrevista, Adrian Guerra nos contaba que su primer objetivo era ante todo consolidarse y atraer una mayor afluencia de público, pero que más adelante estarían interesados en ampliar días, hacer ciclos retrospectivos en una segunda sala paralela a la programación inédita habitual, traer otras exposiciones como la de Maite Minguez del año pasado, etc.

2. Y propietarios del canal SyFy, así como de Calle 13, cuya colaboración como patrocinadores de festivales fantásticos es un clásico valiosísimo, justo es admitirlo.

3. Atención: una austeridad presupuestaria que sólo suponemos por extrapolación con lo que hemos conocido en otros festivales como la Semana de San Sebastián, que incluso recortó en un día su duración en la pasada edición 2009. No es descabellado suponer que en el certamen madrileño habrán tenido que tener la misma prudencia al montar la programación.

4. En honor a la verdad, he de aclarar que si bien el recorte de presupuesto de San Sebastián citado en la nota 3 fue reconocible por la reducción de una jornada y de proyecciones en el Teatro Victoria Eugenia, por lo demás también supieron capear el temporal con sobresaliente, y lo que fue en el Teatro Principal y en los días en duró la Semana, bien se hubiera podido decir que 2009 ha sido un año magnífico en el que tampoco se echó nada en falta ni llegamos a tener sensación alguna de privación.

 

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