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Terrormolins 2024

Por Javier J. Valencia

La última edición del, probablemente, segundo certamen más importante dedicado al cine de terror en España ha sido bien distinguida: obras de gran calidad que están logrando reconocimiento a lo largo y ancho del mundo se han mezclado con otras que probablemente si uno quiere ver en pantalla grande solo pueda hacerlo aquí, títulos de menor “prestigio” pero que harán las delicias de los lectores de Fangoria o Bloody Disgusting. Lo pensaba cuando empecé a venir a este Festival, hace ya más de diez años, y lo sigo diciendo hoy en día: me parece el combo perfecto. Además, este ha sido el año de la “reconciliación crítica” con el Festival de Sitges: si la premiada el año pasado fue La mesita del comedor, que ni siquiera fue seleccionada en el evento presidido por Angel Sala, este año la ganadora coincidió con la de su Festival. Haciendo una metáfora facilona con el ciclismo, El baño del diablo (“Des Teufels Bad”), hizo doblete, ganando el Tour de Francia (Sitges) y la Vuelta a España (TerrorMolins, vamos a dejar que el Giro de Italia sean el FantasticFest de Austin o el Fantasporto). Bien merecido en ambos casos; se trata de un film de una calidad superlativa.

Una vez sobreviví a un accidente de coche. Fue hace unos 20 años, conducía un amigo. El coche se descontroló por un volantazo y dio varios giros por la carretera. Por suerte no pasó nada grave, pero fue una experiencia dura, un susto heavy, hubo un momento en el que reventó un cristal justo a mi lado y por unos instantes las pasé canutas. Y con todo, recuerdo esa experiencia como algo más sutil de lo que fue ver en el Teatre La Peni La sustancia (“The Substance”), de Coralie Fargeat, divertida, excesiva y algo repugnante sátira sobre los mitos de la eterna juventud y de Jekyll y Hyde que, lo siento, todos aquellos que la vean en su casa se la van a perder: esto hay que verlo en salas, compartir dicha experiencia, escuchar las risas, los quejidos de asco, los aplausos, contemplar a los cobardes que abandonan la sala y, en fin, todo lo que conlleva la comunión que produce el cine. De la película se ha hablado ya tanto largo y tendido que no creo que vaya yo a descubrirles la sopa de ajo, pero vamos a ello. De entrada, si en los 90 creíamos (los que éramos jóvenes entonces) que Tarantino era un renovador por sus inteligentes pastiches de películas de lo más diversas de la historia del cine, desde clásicos de la nouvelle vague hasta el cine de explotación, entonces hay que admitir que Fargeat le ha aplicado “la sustancia” en forma de clembuterol a su obra porque los homenajes están diseminados por doquier, en planos (Carretera Perdida), en escenas (El Resplandor, Carrie), en música (Vertigo) y (admito que esto me ha sorprendido) en videoclips (el “My Way” de Sid Vicious, y muy especialmente el “Satisfaction” de Benny Benassi, que está presente todo el tiempo tanto por un tema leit motiv de la banda sonora de Raffertie al que me ha recordado mucho, y al que Fargear parece querer parodiar con su constante introducción de planos de culos y culos y más culos, en lo que parece ya una parodia de la parodia). Incluso corre por ahí un hilo de Twitter que comenta las apariciones de los Mustang en la peli, algo que no pillo porque de coches ando bastante pez, pero que hará las delicias de los amantes de buscar códigos ocultos en las películas.

Que la cinta es irregular forma parte de su idiosincrasia: es decir, no cabe la posibilidad de que sea perfecta si se trata de buscar la exageración constante, pero desde el punto de vista del humor negro y la sátira. Y es que como tal, en papel escrito, es hasta tímida. Sí, el personaje de Dennis Quaid se llama Harvey y es un asqueroso, pero no pasa del nivel estético de asco (come con un cerdo, despide a la prota por su edad… pero el resto de “Harvey” se da por entendido). Sí, la obra habla de mantenerse eternamente joven para alcanzar la fama, pero no hay retos interpretativos que afrontar en la vida de Sue, la versión “mejorada” de Elizabeth Sparkle que quizá un día soñó con trabajar con, yo que sé, Almodóvar y Paul Thomas Anderson y que acabó protagonizando programas de aerobic. Sue solo busca el lado más insípido de la popularidad, seguir en esos programas de aerobic y crecer siendo la estrella de… un show de fin de año televisivo. Si eso no es una mofa con la bala puesta en la diana de uno de nuestros males (bueno, igual no es un mal, sino mera estupidez) de nuestro tiempo, que baje dios y lo vea. En “La sustancia” todo parece no querer atravesar la superficie, porque precisamente el terreno que toca es el de lo superficial. Ahora bien, en lo que a superficie física, y a la plástica respecta… ahí le da con todo. Con pus y pústulas y Demi Moore transmutándose en una criatura pariente de Gollum, en Margaret Qualley convirtiéndose en… ¡no tengo palabras!
Quizá no vaya a ser yo su mayor fan, porque admito que me ha resultado un poco cargante y agotadora en conjunto (y creyendo igualmente que va con el juego), pero si seré alguien que siempre recordará la experiencia de ver “La sustancia” en Molins como una de las mejores de las que he vivido desde que soy público del Festival. Aunque solo fuera por eso, siempre la iba a llevar en mi corazoncito. Pero es que además es divertida hasta la náusea. No exagero. Con lo de divertida y con lo de náusea.

¿No les parece que a veces hinchamos un poco las operas primas del cine fantástico patrio? Es decir, que le ponemos una capa de entusiasmo a películas que nos gustan bastante, pero el hecho de que las hayan hecho desde la cinematografía nacional, donde levantar un proyecto siempre es extremadamente complicado, le da un barniz de simpatía, y si encima la obra en cuestión se mueve en los márgenes de la industria aún más, por disidente, por maverick. Pues les prometo que no hay ningún plus de estos cuando catalogo como extraordinaria El instinto, del murciano Juan Albarracín, que con tan solo 24 años se ha marcado una de las películas dirigidas por un debutante más vibrantes de los últimos tiempos. Abel (Javier Pereira) es un joven que padece agorafobia y que vive en una casa retirada de la civilización. Debido a un accidente en el que fallece su perro, recibe la visita de José (Fernando Cayo), el cual le sorprende ofreciéndose a hacerle una terapia sin precedentes: usará sus conocimientos como amaestrador de perros para curar a Abel, el cual tiene en unas pocas semanas un compromiso laboral que podría decidir su futuro y para ello necesita superar su condición. Cualquier espectador que haya visto más de una docena de películas en su vida ya se puede imaginar que esa situación no va a traer nada bueno, y es que la narración se va convirtiendo en un tenso e incómodo thriller de terror, filmado con un nervio y un dominio del ritmo envidiable, y con una pareja de intérpretes en estado de gracia. De las mejores películas que he visto este 2024, y una de las mejores sorpresas de la temporada. Muy recomendable.

Disfruté mucho con Oddity (Damian McCarthy, 2024). En primer lugar, porque aunque haya sido una temporada de buenas películas de género, terror, lo que se dice terror, a titulo personal he pasado más bien poco y la nueva propuesta del director de la también muy inquietante Caveat me pareció verdaderamente escalofriante. Y en segundo, por ser reminiscente de un tipo de terror clásico, elegante. Tanto que durante un momento me pasó por la cabeza que estaba viendo un episodio perdido de “Hammer House of Horror” o semejantes. Y eso, en estos tiempos, lo valoro como si fuera oro puro. Tras el asesinato de su hermana gemela en un caserón apartado de la ciudad, Darcy (una fascinante Carolyn Bracken), una ciega con poderes psíquicos, regresa al lugar donde se cometió el crimen un año después. El ex-marido de su hermana, Ted, vive en el hogar con su nueva pareja y Darcy es recibida con cierta acritud. Pero Darcy les ha traído un regalo: una vieja reliquia familiar con la forma de un extraño y aterrador maniquí de madera. La película tiene una escena de inicio espectacular, de aquellas que le introducen a uno de forma súbita en la historia y que pone los pelos de punta. Todo aquello que pueda resultar un tanto previsible en cuanto a la trama referente al crimen es compensado por secuencias de terror muy logradas, con un planteamiento equilibrado entre lo lúgubre y lo lúdico. Una gran experiencia para los amantes del terror atmosférico y nada elevado.

Dijeron los críticos de CineAsia en la presentación de Exhuma (Jang Jae-Hyn) que en Corea del Sur no son, por lo general, grandes amantes del terror y por eso se produce tan poco en esas latitudes. Y sin embargo la taquilla en su país ha sido algo espectacular. Se entiende mejor cuando descubrimos que en realidad la película funciona como si se tratara de un thriller criminal, solo que cambiando las especialidades mundanas por otras de calado extraordinario: en lugar de un equipo de CSI tenemos a un practicante de la geomancia, a una mística con dones chamánicos o a un psíquico capaz de canalizar espíritus. El grupo empezará investigando una maldición que parece haberse incustrado en el seno de una acaudalada familia, pero empezarán a tirar de un hilo que les llevará a descubrir un secreto mucho mayor del que presuponían en un principio. Aunque no se trate de un film de terror al uso, evidentemente el tocar el tema de más allá nos llevará a tener no pocas escenas inquietantes. Pero sus mejores momentos son aquellos en los que se celebran rituales a ritmo de frenéticos tambores o en las espectaculares apariciones del villano del relato, que resultan majestuosas de un modo oscuro, más que terroríficas. Y en todo el relato subyace la idea de que los pecados del pasado nunca se podrán enterrar de manera suficientemente profunda, por lo que le acaba de dar al conjunto un empaque muy interesante. Eso sí, puede resultar un tanto larga, su forma de relato fragmentado en episodios termina por dar la sensación de que parece una idea para una mini-serie que han unificado en un solo film.

Y finalizamos esta crónica del Terror Molins 2024 comentando la primera película que se proyectó, en la sesión inaugural, la floja y exhasperante La damnée, de Abel Danan. En ella, Yara (Lina El Arabi) llega a su apartamento en Paris tras haberse marchado de Marruecos, aparentemente para progresar en sus estudios. Pero enseguida desarrolla agorafobia, recibe llamadas telefónicas de su abuela cada vez más inquietantes, y finalmente empieza a tener escabrosas visiones. ¿Es real o es producto de su mente? Lo cierto es que termina dando igual, la esforzada interpretación de su actriz protagonista no logra que terminemos con la sensación de que hemos visto una cinta de tres horas (cuando apenas dura 80 minutos) con tantos subrayados acerca de “lo que quiere decir el texto en realidad” que termina siendo un ejemplo perfecto de los males que ha conseguido la artificial etiqueta del “terror elevado”. ¿Ven como no es tan fácil ser Jennifer Kent o Ari Aster?

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