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¿Qué es un verano sin su correspondiente película de subgénero “sharksplotation”? El flamante estreno de esta categoría este año viene con truco, porque los tiburones no son el peligro en sí, sino más bien el arma del asesino, como un cuchillo lo es para Michael Meyers o su guante con cuchillas para Freddy. Eso ya de por sí le da una curiosa vuelta de tuerca, que, francamente, resulta atractiva. Además, el film viene dirigido por Sean Byrne, que es el director que nos dio “The Loved Ones” (2009) y “The Devil’s Candy” (2015), es decir, que sabe como manejar el ritmo y la tensión. Y vaya si lo ha vuelto a lograr en esta pequeña producción de Shudder…

La premisa parte de un asesino en serie que utiliza tiburones como parte de sus rituales sádicos, grabando películas snuff con turistas incautos como víctimas. Este punto de partida resulta tan demencial que, llevado con sorprendente seriedad, acaba funcionando como experiencia cinematográfica intensa y muy entretenida. El primer acto de la película destaca por su atmósfera inquietante y por un arranque capaz de mantener en vilo al espectador. Byrne demuestra oficio a la hora de crear tensión y desasosiego, aunque el ritmo decae ligeramente en el segundo tramo, cuando la trama gira hacia la búsqueda y supervivencia de la protagonista, Zephyr. Sin embargo, se agradece que la película no abuse de escenas con tiburones y se centre en el pulso psicológico entre víctima y verdugo.

Uno de los mayores aciertos del filme se encuentra en la construcción de sus personajes principales. Jai Courtney sobresale como villano, infundiendo carisma y credibilidad a un rol que podría haberse quedado en cliché de psicópata de manual. Hassie Harrison, en el papel de Zephyr, es una “final girl” convincente que escapa al estereotipo de víctima pasiva, aportando ingenio y físico al relato de supervivencia.

A nivel técnico, la cinta se beneficia de una fotografía cuidada que aprovecha tanto los paisajes marinos como las atmósferas cerradas en la embarcación, transmitiendo claustrofobia y belleza en partes iguales. El uso de la música, con toques de vieja escuela, ayuda a subrayar los cambios de tono entre terror, acción y momentos gore explícitos pero no gratuitos.

El guion apuesta por unos giros originales, fusionando de manera creíble dos ingredientes casi nunca mezclados: el asesino humano y la amenaza animal. Aunque en su tramo central se percibe cierta repetición y previsibilidad en la dinámica “gato y ratón”, el clímax remonta con fuerza y ofrece escenas de tensión brutales que cumplen con lo que promete el cartel.

Si bien “Dangerous Animals” no alcanza el estatus de clásico ni reinventa el género, logra diferenciarse por su autoconsciencia y sus aportes estilísticos dentro de un terreno saturado de imitaciones mediocres. Es un “placer culpable” perfecto para la temporada estival: sangrienta, desatada y lo suficientemente original como para refrescar la fórmula habitual de tiburones y slashers humanos.

En definitiva, la película funciona como un excelente entretenimiento veraniego, especialmente recomendada para quienes buscan tensión, humor negro y un villano memorable en el saturado mundo de los “thrillers de tiburones”. No aspira a grandes lecciones ni a premios, pero cumple lo que promete, potenciando el espectáculo y la diversión de un cine consciente de sus propias reglas y limitaciones.

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