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La experiencia cinematográfica de ver Indisious en una sala es una emocinante mezcla entre gritos y carcajadas alegres. Eso venía a apuntar que la primera película de Insidious fue una película de terror apta para dolescentes perfecta, una combinación inteligente de espeluznante y divertido que se sintió como un viaje emocionante. Algo que hacen a menudo en los parques temáticos y de atracciones. Una vez que James Wan dejó la serie después de la segunda película, tanto Leigh Whannell como Adam Robitel se sentaron en la silla del director e intentaron replicar su magia, con rendimientos decrecientes, por lo que cuando se anunció que Patrick Wilson, protagonista de las dos primeras películas, volvería a la franquicia para dirigir su propia entrega, Insidious: The Red Door, habría buenos motivos para desconfiar.

Lo admirable del debut como director de Wilson es que no intenta imitar la visión de Wan, sino que plantea cierto cambio de tono refrescante para una entrega de franquicia, aunque también sea una elección arriesgada para aquellos que esperan una repetición de lo mismo. Puedes ver las influencias de Wilson, desde El sexto sentido (un fantasma de fraternidad cubierto de vómito recuerda el susto de Mischa Barton en la película de Shyamalan) hasta Kiyoshi Kurosawa (los fantasmas que se abren paso lentamente hacia la cámara en el fondo recuerdan a Pulse, Cure, y Retribution). Es un poco como el gran show de Wilson, un escaparate de “mira lo que puedo hacer”, que es lo que evita que la película se tambalee del todo. Es intrigante que Wilson no sucumbiera a una versión imitadora de Insidious o Insidious: Chapter 2 con The Red Door, aunque desafortunadamente un guión desordenado y subdesarrollado le impide que la película alcance su máximo potencial.

El guión de Scott Teems es tosco y abre la puerta a una historia que tal vez nunca necesitase ser desbloqueada. La quinta película se centra en la relación entre Josh Lambert (Wilson) y su hijo mayor, Dalton (Simpkins), quienes se habían establecido en películas anteriores como proyectores astrales. El film intenta recoger los pedazos de las otras películas y elaborar un supuesto evento traumático de la infancia, que funciona a tranca y barrancas hasta que se desmorona en el tercer acto de la película, donde se presenta el libro de reglas al Más Allá (la dimensión fantasmal que alberga tanto a los demonios como a los muertos). Josh y Dalton tienen que trabajar juntos para derrotar una vez más al “Lipstick-Face Demon”, pero el ritmo metódico de los dos primeros actos se deja de lado para acelerar hacia un final anticlimático con rendimientos decrecientes. “Tenemos que recordar, incluso las cosas que duelen”, se recita, una cita inminente que te golpea en la cabeza para resumir los temas de represión que proliferan en La puerta roja.

Cada hueso de mi cuerpo apoya las películas Insidious, al igual que el universo de los Warren de Wan. Pero Insidious se está quemando a pasos agigantados (en una quinta parte todavía es comprensible, lo habitual es quemarse desde la misma primera secuela) Quizás hemos llegado al final.

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