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A pesar de haber salido un poco arrastrado aunque ileso del innecesario embolado que era reflotar a la Bruja Blair en esa ambigua mezcla entre remake y secuela tardía que fue su anterior película, Adam Wingard, aquí sin su inseparable Simon Barrett, aceptó la oferta de Netflix para hacerse cargo de otra readaptación: la del famosísimo manga Death Note, que ya había dado lugar con una adaptación anime no menos exitosa, y de tres largometrajes japoneses, el último muy reciente. Haré un inciso para apuntar que el futuro del director que hasta ahora ostentaba la vitola de autor señero de la generación mumblegore de directores de terror indie,  parece que va a seguir transitando los derroteros de la secuela y el remake durante algún tiempo, en vista de que su nombre suena relacionado como posible director del remake americano de la coreana I Saw the Devil (Ang-ma-reul bo-at-da, 2010, de Kim Jee-won) o incluso de King Kong vs. Godzilla.

Lo curioso es que si en Blair Witch pecaron de un exceso de fidelidad y reverencia a la película original, aquí Wingard ha ido sencillamente en la dirección opuesta, y ha realizado una adaptación libérrima del universo que conocíamos por el manga original, o incluso por el anime. Visto con neutralidad, ese es el principal motivo del linchamiento al que se está sometiendo a este Death Note de Netflix en las redes sociales. Miles de fans de Death Note parecen estar muy enfadados por la colección de cambios a la que se ha visto sometido su querido material. No han faltado tampoco, por supuesto, las acusaciones de whitewashing de la película, que es como llaman a cuando realizan una versión de un original asiático y/o que se desarrolla en su país de procedencia, y cambian la raza o la ubicación de la historia con el fin de acercarla a la mentalidad de los occidentales, y más concretamente de los norteamericanos. ¿Se acuerdan de lo mucho que se habló de esto a raíz de la elección de Scarlet Johanson para protagonizar Ghost in the Shell? Claro que nadie dice nada de simetría, y cuando es al revés, un personaje blanco interpretado como negro, no parece haber ningún problema. En efecto, Death Note, la serie original, es muy inequívocamente japonesa, y utiliza montones de elementos muy suyos. En esta versión, estamos en Seatle, Light es blanco, y L es negro.

En realidad, abstrayéndose de lo que uno ha podido leer o ver del manga y anime originales, ese cambio étnico-cultural no es intrínsecamente bueno ni malo, salvo a la hora de explicar la naturaleza y origen de Ryuk, el shinigami (una criatura del rico folclore popular japonés) que custodia el cuaderno y que en esta versión norteamericana queda desprovisto de explicación, y en algún detalle menor más. Hay cambios que funcionan, y otros que no.  Entre los que sí, y por mucho que les jorobe a los otakus, la versión de Light de un brillante psicópata como es (más o menos) en el original a este chico, cobarde y repleto de inseguridades; la evolución de Mía, su novia, que progresivamente va enseñándonos su sadismo y su obsesión con el cuadeno; la relación de Light y su padre; o el aprendizaje y los primeros usos del cuaderno, incluido (otra cosa que horrizará a los fundamentalistas del manga) la trama de Kira.

Lamentablemente, entre lo que no funciona, la película parece atrancarse en cuanto Light y Mia comienzan a usar el cuaderno y los guionistas ya no saben qué más hacer con aquello. La investigación policial, toda esa trama de inspectores, parece dar arranque a otra película totalmente distinta (y no una muy convincente). Y sobre todo, Death Note parece sufrir un severo caso de miscasting o “casting desatroso”: es difícil no cogerle antipatía a Natt Wolf, el protagonista más repudiado desde el Spiderman de Tobey Maguire; y  Lakeith Stanfield no da el pego como detective superdotado por mucho que le pongan hasta arriba de azúcar y nos insistan en que no duerme.

Luces y sombras. La realización del film es muy buena, la música es la típica atractiva selección de temas ochenteros, minimal wave y electrónicos que suele emplear Wingard (elevado a su máximo potencia en The Guest), por muy discutible que sea ese anticlimático The Power of Love sonando en lo que se supone que debería ser el momento cumbre. El Ryuk hecho con captura de movimiento es impecable, y tiene la voz nada menos que de Willen Dafoe. Si no saben absolutamente nada de Death Note, manga o anime, seguramente la disfrutarán, al menos parcialmente.

Y el final abierto da a entender que podríamos asistir ante una línea paralela y alternativa en todo de Death Note que se desarrollaría en Netflix. No será ni la primera ni la última vez. Y sí, el anime japonés es mucho mejor, no nos engañemos. Pero una cosa no quita la otra..

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