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Para George A. Romero, el zombi era una metáfora de una gran crisis o un cataclismo, que arrasa con todo y nos obliga a ponernos a prueba, derribando lo social y los convencionalismos y dejándonos a la merced de nuestras contradicciones. Por eso, en las buenas películas de zombis, éstos pasan en seguida a convertirse en el peligro de fondo, y el foco de la acción tiende a centrarse en las interacciones entre los supervivientes. No solo los zombies. Romero en ese sentido le da la razón a Kracauer (1), pionero en formular una teoría sobre el cine de terror como reflejo de los valores y miedos subconscientes de la sociedad que los ha producido y sobre todo una intuición de sus aspectos más sombríos; y para el que los monstruos serían metáforas relacionadas con los comportamientos, miedos y deseos. Esta postura se considera canon hoy en día en la crítica este género.

Esta teoría se aplica a las películas de Romero en las que enarbola metáforas sociales, pero también es válida cuando de lo que se habla es de lo personal, de lo cotidiano. Por ejemplo, de cuando el mundo se está derrumbando, pero tú estás principalmente preocupado de lo tuyo, como el protagonista de Zombies Party (Shaun of the Dead, 2004, de Edgar Wright) que solo quiere recuperar a su novia. Y esto pasa, ¿eh? Por ejemplo en medio de una grave crisis económica, como la que hemos pasado hace poco o la que está justamente a punto de volver a empezar, en opinión de los que saben de esto. Y es que hay que seguir viviendo, y obsesionarse con el problema, a lo Greta Thunberg, no aporta nada. Eso sí: cuando ese cataclismo te toca, te hace definirte tal y como eres, dejas de postergar cosas, hace aflorar la pasta de la que puedas estar hecho.

Dentro de ese paradigma, en realidad clásico, se mueve Little Zombies. Sí, es una película amable; sí, es una comedia; y sí, a pesar de ser de zombies, es un film para todos los públicos. Pero este agradable film australiano, que se encuentra todavía haciendo el circuito de festivales (2), plantea su pequeño apocalipsis Z como una catástrofe accionadora para nuestro protagonista, el tío Dave (Alexander England). Dave es un niño grande, un individuo inmaduro, que ni trabaja ni lo pretende, un nini a sus treinta años, incapaz de mantener relaciones adultas, y que se pasa el día jugando con la Play y tocando la guitarra en un grupo de rock que ni siquiera existe. Es una clase de personaje que, si la película fuera norteamericana, podría interpretar un Seth Rogen, un Jonah Hill o incluso un Jack Black (por lo de la guitarra). Pero a pesar de ser adulto tan mediocre, es un personaje diseñado para caer simpático. Dave podría ser un inmaduro hincha de fútbol, o un inmaduro seguidor de un partido político; pero no: él es caracterizado con aficiones que molan, como la música rock, los videojuegos o Star Wars, en clara interpelación a la empatía del que posiblemente sea el público natural de la propia película. Incluso cuando la lía con su sobrino de 5 años, cae bien. Primero, porque esas son algunas de las escenas más hilarantes de la película, como cuando se lleva al niño en medio de la noche disfrazado de Darth Vader… para pillar in fraganti a su ex practicando sexo con otro hombre, o cuando comparte con él sus violentos videojuegos de zombies, o sin ninguna clase de filtro le habla con lenguaje adulto y procaz. Y segundo, porque esas actuaciones absolutamente inadecuadas con un niño tan pequeño, suponen un desafío a lo políticamente correcto, y seguramente somos unos cuantos los espectadores que, en el fondo, pensamos que no pasa nada porque un niño juegue un videojuego violento, vea a adultos desnudos, o escuche tacos. Tal vez pienso así debido a que me crie en los 80, un tiempo en el que no nos andábamos con tantos algodones como ahora, y en el que salimos adelante tan ricamente.

El otro personaje importante del film, es la señorita Caroline, que es la razón de ser de la película. Cuenta Abe Forsythe, el director y guionista de Little Monsters, que la idea de esta historia se le ocurrió el primer día de colegio de su hijo de cinco años, Spike (que en la película tiene un cameo como niño zombie). Fue un momento complicado para toda su familia, y tanto él como su mujer estaban casi más histéricos que el niño, que ya de por sí estaba nervioso… Hasta que apareció la profesora, una señorita Caroline de la vida real, que no solo se ganó a la primera la confianza de su hijo, sino que supo manejar las neuras de los padres con una seguridad y un cariño prodigiosos. Aquella mujer le pareció una superheroína. Tanto, que dejando volar su imaginación especuló sobre hasta cuánto de extrema podría llegar a manejar una situación aquella mujer. Por ejemplo, ¿un apocalipsis zombie?

Miss Caroline en Little Monsters está excelentemente interpretada por Lupita Nyong’o, la estrella internacional de la película gracias a su participación en el Marvel Cinematic Universe como Nakia, la relación amorosa de Black Panther, o a películas ya de culto en todo el mundo, como Nosotros (Us, 2019, de Jordan Peele). Su vestido chillón amarillo, su entrega al ukelele y su convicción como guía de los niños pequeños, aportan muchos buenísimos gags a la película, aunque la parte del león se la lleva el protagonista, que como dije anteriormente, en su extrema negligencia tiene auténticas set pieces cómicas. Cuando el tío Dave se quiere ligar a la perfectísima señorita Caroline, y para ello acepta (por postureo de esos de los que acabas arrepintiéndote) ayudarla con la clase en una excursión a una especie de zoo, ambos mundos, el de la irresponsabilidad y el del cuidado de los pequeños, chocarán y provocarán escenas muy divertidas.

La razón por la que me estoy enrollando así para hablar de una sencilla comedia de zombies, es que Little Monsters también habría funcionado sin los zombies. Tal vez habría sido una película de la que tendríamos la sensación de haber visto ya mil veces. Pero el brillo de su ritmo, su intensidad cómica y su acertado tono la hubiesen convertido en una divertida comedia blanca de enredo. Entonces sucede el incidente zombie, y eso es lo que rompe con lo que apuntaba a comedia romántica demasiado improbable, y redefine el balance de relaciones entre personajes, acelerando cosas y poniéndoles a prueba. El tener que poner a salvo a los niños de aquellos seres, les obliga a descubrir cosas como sí mismos.  

Son zombies ridículos, lentos, inermes la mayor parte del tiempo a pesar de su ritmo inicial de propagación. Claro: tienen que suponer una amenaza apocalíptica real primero, pero permitir después que mediante altas cotas de suspensión de la incredulidad, aceptes la superviviencia de los quince niños de cinco años, muy bien arropados y dirigidos por la profesora (con alguna nota a lo La vida es bella, cuando que tratan de mantener a los niños tranquilos creyendo que lo que pasa alrededor es solo un juego). Así que la película juega con los pedales de acelerador y freno, cuando le interesa se convierte en una película de zombies gore al uso, y cuando no, los zombies son muy tontos y fáciles de esquivar. En contraste, el maquillaje de los zombies está hecho totalmente en serio, muy gore y agresivo. Participa en esa categoría traviesa en la que está Zombies Party (Shaun of the Dead, 2004, de Edgar Wright), pero también Dulces criaturas (Cooties, 2014, de Jonathan Milott y Cary Murnion) o Zombie Camp (Scouts Guide to the Zombie Apocalypse, 2015, de Christopher Landon).

Dave dejará de ser un adulto tan mediocre y comienza a madurar, justo cuando en la película encuentra a otro adulto aún peor, al que en cierto modo le pasa el testigo: el ídolo de programas infantiles interpretado por Josh Gad, que también aporta momentos muy disparatados, cuyo auténtico yo mezquino y miserable queda revelado… sí, gracias a los zombies. Al contrario que Dave, que por ese mismo motivo, se pondrá las pilas, parece otro hombre. Su relación con el equeño Felix, su sobrino (interpretado por el pequeño Diesel La Torraca) se torna parterno-filial. Y Miss Caroline, que también sus secretos y sus dobleces, ya no parecerá un objetivo tan inalcanzable.

Destacar de la película, por si no ha quedado suficientemente claro, que es muy divertida, “festivalera” en la mejor acepción del término. Te ríes, te mantiene atento todo el rato, los personajes te gustan y te caen bien, y aunque sabes perfectamente que no es el tipo de película en el que les pueda pasar nada malo, te pica la curiosidad sobre cómo van a salir en cada momento de ésta. Está repleta de detalles, como el tipo disfrazado de koala (muchas bromas sobre las peculiaridades de la fauna australiana), o Frogsie, la marioneta zombie, y así sucesivamente.

Como anécdota, el papel que tiene la canción Shake It Off de Taylor Swift como parte de la dinámica entre la señorita Caroline y los niños (y luego con Dave). Cuentan que los productores fueron incapaces de obtener los derechos para usar la canción en la película, y que tuvo que ser la propia Nyong’o, que al parecer es fan de la cantante, la que le escribiera una carta personal, y algo así como dicen que hizo Bela Lugosi con Florence Stocker para poder adaptar Dracula, la obra de su marido ya fallecido. No me gusta Taylor Swift, y ni siquiera conocía la canción antes de ver la película. Pero qué demonios: me gusta ver como la bailan en el film, es muy simpático.

Y eso es ante todo Little Monsters: una película honesta, bien resuelta y que exuda simpatía.

Notas

  1. En su clásico estudio “De Caligari a Hitler. Una historia psicológica del cine alemán” de 1947.
  2. Ha sido vista en Sitges, la Semana de Terror de San Sebastián, el Nocturna de Madrid, el Isla Calavera de Canarias…
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