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No sé ustedes, pero yo no empecé a amar el cine gracias a Dreyer ni a Bergman. A ellos los descubrí mucho después, pero para entonces yo ya amaba el cine, así que otros les habían abierto el camino: películas de piratas como El temible burlón (The Sea Hawk, 1940, de Michael Curtiz) o El hidalgo de los mares (Captain Horatio Hornblower, 1951, de Raoul Walsh), de dinosaurios y cavernícolas como Hace un millón de años (One Million Years B.C., 1966, de Don Chaffey) y Cuando los dinosaurios dominaban la tierra (When Dinosaurs Ruled the Earth, 1970, de Val Guest), o las películas de Tarzán, o de Sandokán, o King Kong (1933, de Ernest B. Schoedsack y Merian C. Cooper), o El increíble hombre menguante (The Incredible Shrinking Man, 1957, de Jack Arnold), o El tiempo en sus manos (The Time Machine, 1960, de George Pal), o las películas de Simbad de Ray Harryhausen, o Almas de metal (Westworld, 1973, de Michael Crichton), y por supuesto Steven Spielberg con En busca del arca perdida (Raiders of the Lost Ark, 1981), Tiburón (Jaws, 1975) o El diablo sobre ruedas(Duel, 1971), George Lucas con La guerra de las galaxias, el Supermán de Richard Donner, etc, etc, etc. A continuación, tenía yo 10 añitos, entró un video en casa, y por si me quedaba alguna duda de lo mucho que molaba el cine, cosa en realidad ya me había quedado muy clara, acabé de enloquecer por aquella maravillosa cosa cuando vi Terminator (1984, de James Cameron), Los Goonies (1985, de Richard Donner), Re-animator (1985, de Stuart Gordon), etc, etc, etc. Luego sí, claro: de mayor leía a los existencialistas franceses, a Borges y a Kafka, y en cine también me empezó a llamar la atención conocer a Ozu, Fassbinder o Murnau. Pero en el fondo nunca pretendí engañar a nadie: mi corazón seguía y sigue perteneciendo a todos los primeros, por eso monté Revista Fantastique para hablar de Neil Marshall en lugar de hablar de Emir Kusturika.

Y también por eso no me importa que Neil Marshall no tenga un mundo insólito como el de David Lynch, ni sea tan autor como David Cronenberg, ni tenga la pericia técnica de John Carpenter o las ínfulas estéticas del Dario Argento de los buenos tiempos: Marshall hace algo que me interesa mucho, un cine popular que en todo caso, de los citados, le emparenta con Carpenter; un cine de género dirigido al público, con vocación de hacer disfrutar, altruista en el sentido de olvidarse del ombliguismo del moderno artista y de meterse en la piel del espectador. La suya es una autoría de las invisibles, de las que no se valoran, como un diseñador de moda que hace ropa para ser usada y no sólo para las pasarelas/festivales, como un arquitecto que hace edificios para ser habitados por gente normal, sin que vengan turistas a hacerlos fotos. En todo caso entiendo más lo que hace Neil Marshall que la insólita deriva de los Halloweens de Rob Zombie, sin duda mejor director que el inglés, sin duda auteur en el sentido más postmoderno, pero cuya postura (o presunto discurso) desplegado en la secuela de su interpretación de las nuevas andanzas de Michael Myers, me resulta del todo indescifrable e inaprehensible.

Claro está que hacer cine para pasar el rato vale de muy poco si no lo hace bien, y Marshall lo hace muy bien: sus películas tienen el ritmo, el tono y el feeling justo para pasarlo de maravilla viéndolas, rememorándolas, e incluso analizándolas. No por desprejuiciado su posicionamiento ante el acto cinematográfico es menos cuidadoso. Gran conocedor del género fantástico y sobre todo del cine de terror de todas las épocas, en su cine no es difícil encontrar la suma histórica de todo lo que ha sabido absorber, y proyectado a su propia manera.

Centurión
, su última película, constituye de nuevo un espectáculo emocionante que me reafirma en mi opinión sobre él, y de paso, nos brinda una excusa perfecta para repasar su corta y vibrante filmografía:

Dog Soldiers (2002) fue la comedia de acción gore de hombres lobo con la que Neil Marshall se dio a conocer. Un grupo de soldados en maniobras son asediados por una manada de enormes hombres lobos, capaces de arrancarles las cabezas a manotazos, sacarles las tripas con las garras o mutilarles cualquier miembro con los dientes. Que quede claro que no es Depredador (Predator, 1987, de John McTiernan). Se la podría ver como una especie de versión ultrasangrienta, gamberra y para (jóvenes) adultos de Caperucita roja, pero sin duda la referencia más acertada para comprender qué tipo de película es sea Braindead (1992) de Peter Jackson, aunque respecto al tono cómico, hay que aclarar que los personajes actúan con toda seriedad, si bien el absurdo y la violencia más surreal terminan por devorarlos. Fue ese exagerado tono caricaturesco y su querencia por la sangre y las vísceras lo que hicieron que más de un espectador serio la desechase. Obviamente, no es plato para todos los gustos, carece de cualquier clase de espesor y no es una película de terror siquiera, pero el slapstick está institucionalizado en el cine gore desde los 80, al cine de acción le sientan bien las salvajadas, y Dog Soldiersrezuma efectividad, dinamismo, gags (físicos) inteligentes (glorioso el largo sketch en el que a uno de los soldados todavía vivo le tienen que meter todas los intestinos dentro del cuerpo y se los pegan con superglue para que no vuelvan a desparramarse) y ríos de entretenimiento. Además, su espíritu visceral y una puesta en escena vigorosa que aprovecha los exiguos xxx de presupuesto, elevan la película por encima de otras similares. Observen si no escenas tan bien concebidas como aquella en la que a uno de los soldados en un jeep le llega desde la espalda el vaho amenazante de uno de los hombres lobo, apostado en el asiento trasero, o el momento acampada alrededor de la hoguera con historia de muerte incluida, y que se ve interrumpida cuando les lanzan ¡una vaca muerta!

Aunque algunos de sus detractores se empeñan en considerarla un pecadillo, y hasta conozco a quien se ha llegado a convencer a sí mismo de que en la carrera posterior de Neil Marshall se ha operado algún cambio que le ha conducido a territorios mejores, lo cierto es que en Dog Soldiers ya está la presentación de lo más característico de su cine, incluida, por supuesto, la sobreexposición del gore y la violencia típica en él: la fijación por las localizaciones naturales de su Escocia natal, el grupo como protagonista, la simpatía por los militares (el padre de Marshal era uno) que son acosados por salvajes/caníbales, la cacería y el survival como tema, etc. También encontramos la cinefilia del director y su pasión por otras películas de miedo: los hombres lobo están inspirados en Aullidos (The Howling, 1981, de Joe Dante), abre con una escena de puro slasher (el prólogo de los campistas), tiene un asedio a casa como el de La noche de los muertos vivientes (The Night of the Living Dead, 1968, de George A. Romero), los personajes tienen nombres como Bruce Campbell o Harry G. Wells, etc. En definitiva, Dog Soldiers ya es puro Neil Marshall, un director que en su lista de películas favoritas incluye Top Secret!(1984, de Zucker, Abrahams y Zucker) y que aquí, sin llegar al spoof, está dando rienda suelta a su vena loca. Pertenecería al mismo género que Abierto hasta el amanecer (From Dusk Till Dawn, 1996, de Robert Rodriguez), Feast (2005, de John Gulager), Doghouse (2009, de Jake West) o la reciente Zombis nazis (Dead Snow, de Tommy Wirkola).


The Descent
(2005). Tras la simpática pero intrascendente declaración de principios de su opera prima, Neil Marshall desconcertó a propios y extraños marcándose la que es, reconocida casi unánimemente, una de las diez mejores películas de terror de la última década, auténtico top ten, y absoluta maravilla. Fue The Descent el título que colocó al director en el epicentro de todas las miradas, el que le metió en esa lista (algo heterogénea) de autores punteros del género que Alan Jones agrupó bajo el término splat pack y que comparte con Rod Zombie, Alexandre Aja, Eli Roth, Greg McLean y otros. Aquello fue como haber recibido un guantazo del derecho y antes de poder reaccionar otro del revés. ¿Este tal Neil Marshall era el de la serie B zumbona de Dog Soldiers, o el de esta oscura, aterradora y asfixianteThe Descent?

No hay para menos. The Descent es, hasta la fecha, la película más interesante y profunda de su creador. En el fondo, vuelven a aflorar las constantes de tratamiento de su cine: protagonista grupal, personajes que se internan en un entorno físico agreste en el que serán cazados por (en este caso) monstruos, un tratamiento explícito y muy contundente de la violencia y la sangre, etc. Pero en esta historia de espeleólogas aficionadas que se internan en una cueva equivocada topándose con una raza de seres subterráneos que comen carne, incluida carne humana, consiguió crear unas psicologías femeninas absolutamente creíbles, humanas, perfectas, y desarrollar entre los personajes un ambiente de tensión gracias al cual, antes incluso de que salga ningún monstruo, ya existe mal rollo. Lo importante está en lo que no se dicen, los personajes tienen mucha mierda previa, y por una vez no se trata de vanos intentos baratos de dotar de backgrounda unos caracteres planos, como es tan habitual en las películas de monstruos, sino que todos esos sentimientos acumulados y silenciados durante años entre las chicas son el motor de la acción.

También es la película de Neil Marshall en la que está mejor aprovechado el escenario, esa cueva, indómito reino de lo dionisiaco, que consigue transmitir sensaciones claustrofóbicas (otra vez lo digo) aún antes de que aparezca ningún monstruo. En ello ayuda mucho la fotografía de Sam McCurdy, habitual en todas las películas de Marshall así como en otras buenos títulos de terror ingleses recientes comoDread (2009, de Anthony DiBlasi). Esos túneles angostos, la sensación de falta de aire, de no poder salir, transmiten una fisicidad hostil, hacen que compartas su entierro en vida de un modo que no veíamos desde el magistral mediometraje kafkiano Haze (2005) de Shynia Tsukamoto.

En The Descent hay dos películas: la primera es un brillante film de terror psicológico, de personas y un lugar maldito; la segunda, es unamonster movie gore de acción, el subgénero que más le tira a Neil Marshall. Si la primera es probablemente la que le ha dado prestigio a la película, la segunda no es en absoluto desdeñable, y depara una vertiginosa montaña rusa de sustos y emociones, con la consabida exhibición de sangre y brutalidad que tanto nos satisface a los que hemos mamado cine de terror de los 70 y 80, aunque también con sus sobresaltos musicales primarios y sus clichés. Marshall es un director-fan aplicado, que sin hacer siempre demasiado evidentes sus antecedentes. Dicen que los monstruos se parecen a Gollum (al fin y al cabo, no debemos pensar en Gollum/Smeagol solo como ese patético personaje esquizoide que acompaña a Frodo y Sam en El señor de los anillos, sino en el Gollum caníbal que habita en la oscuridad subterránea que encuentra Bilbo Bolsón en El hobbit), pero puestos a buscar, la película entera guarda ciertas semejanzas con la italianada de videoclub Alien 2 (Alien sulla Terra, 1981, de Luigi Cozzi).

Doomsday: El día del juicio (Doomsday, 2008). Tras una película del nivel de The Descent, la comunidad en general de fans del cine fantástico puso en Neil Marshall unas expectativas que, como estoy tratando de demostrar, estaban mal calibradas. En lugar de reconocer en él a un artesano fabricante de estimulantes espectáculos de terror/acción, a un aliado en el tipo de cine que más nos gusta y divierte, se trató de encontrar el enésimo advenimiento del mesías que nos trajera obras maestras una tras otra, un The Descent tras otro. Pasando de puntillas por Dog Soldiers como algo que al ser una primera película podía pasar, y sin admitir tampoco que a partir de la sensacional escena en la que aparecen los monstruos por primera vez en su título anterior, la cosa toma un color más serie B (del bueno) que otra cosa. Por eso seguramente Doomsday sea una película tan subvalorada, y uno de los títulos fantásticos más a vindicar de los últimos años.

Con un presupuesto mayor y un reparto espectacular (Rhona Mitra era la actriz en alza en aquel momento, que poco después reemplazaría a Kate Beckinsale en la saga Underworld a partir de Underworld 3: La rebelión de los licántropos; y actores del calibre de Malcolm McDowell o Hob Hoskins no necesitan presentación), esta vez Marshall se interna en el terreno de la ciencia ficción post-apocalíptica homenajeando clásicos como 1997: Rescate en Nueva York (Escape from New York, 1981, de John Carpenter) o Mad Max 2: El guerrero de la carretera (Mad Max 2: The Road Warrior, 1981, de George Miller): un virus letal desencadena una pandemia en Glasgow, y el gobierno británico, en cuanto comprueba que no puede controlar su contagio, decide alzar un muro rodeando Escocia para impedir que ningún infectado salga de allí, creando una zona de exclusión y abandonando a su suerte y su muerte a todos los escoceses. Pocos años más tarde, nuevos casos del virus aparecen en Londres, al mismo tiempo que imágenes enviadas por satélites desvelan que queda gente viva en el territorio acotado: eso significa que esas personas (o seres antes humanos) han debido de desarrollar algún tipo de inmunidad al virus. Antes de dar por perdida también Londres condenando a otros 12 millones de personas más como hicieron en el norte, el gobierno decide enviar una agente especial (Rhona Mitra) al territorio contaminado, y tratar de encontrar un remedio. Como punto de partida, se le dice que trate de comenzar por encontrar al profesor Kane (McDowell), que quedó dentro de la zona. Sin embargo, una vez al otro lado de la muralla, la protagonista comprobará que los supervivientes del virus se han transformado en salvajes y caníbales.

El argumento es básicamente el mismo de 1997: Rescate en Nueva York, y no se deja ni siquiera al azar el hecho de que el personaje de Mitra, equivalente al Snake Plissken interpretado por Kurt Russell, es tuerto (aunque aquí utiliza su ojo postizo como ingenioso gadget). Pero una vez dentro de la zona, la película va cambiado esa piel por la de Mad Max 2 (sobre todo en las persecuciones por la carretera) e incluso de aquellas películas de tribus urbanas post-apocalípticas italianas que se hicieron exagerando la estética de Los amos de la noche (The Warriors, 1979, de Walter Hill), como 1990: Los guerreros del Bronx (1990: I Guerrieri Del Bronx, 1982, de Enzo G. Castellari) oLos nuevos bárbaros (I nuevo barbari, 1982, también de Enzo G. Catellari). ¿Pero acaso cree alguien que Neil Marshall piensa que no nos vamos a dar cuenta? Muy al contrario, cuando mete personajes con apellidos como Carpenter o Miller, o se atreve a citar entre sus referencias películas de culto menos difundidas como Nueva York, año 2012 (The Ultimate Warrior, 1975, de Robert Clouse), hay que comprender que sabe muy bien qué tipo de película quiere hacer, una que podría compartir estante de videoclub con todas esas. Una sin prejuicios, absolutamente referencial, repleta de punkies salvajes y caníbales, y escenarios post-apocalípticos. Pero también una muy suya: de nuevo con protagonistas que están siendo cazados, que tienen que sobrevivir en un territorio hostil, una Escocia como telón de fondo, en la que no es tan diferente si hay hombres lobo, monstruos subterráneos o nuevos salvajes. Doomsday es por lo tanto la película más abiertamente referencial y cinéfaga de Neil Marshall, pero al tiempo es un estupendo hito en su propia concepción del cine de género, dinámica, vibrante y muy enérgica.

Y finalmente llegamos a Centurion (2010), de la que ya te hablamos AQUÍ.

 

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