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Si afirmo que Expediente Warren (The Conjuring, 2013, de James Wan) es una de las mejores películas de terror de la década (y su segunda parte es otra), seguramente Paco Plaza estaría de acuerdo conmigo. O eso se deduce de todo lo que rodea esta Verónica, que no quiero decir que sea ni por asomo una copia, pero sí que Plaza ha visto en la película de James Wan una puerta, y él también ha sentido ganas de abrirla para explorar que hay al otro lado. No en vano el título provisional que tuvo su film cuando todavía estaba en fase de proyecto era El expediente, y tampoco es casualidad que al igual que aquella estaba basada en las experiencias histórico-biográficas de Ed y Lorraine Warren, sobre todo respecto al caso de la familia Perron (la primera película) o al famosísimo poltergeist de Endfield (la segunda), Verónica lo esté en el no menos conocido Expediente Vallecas, unos hechos reales sucedidos a principios de los 90 en el madrileño barrio que le da nombre al caso, y que es todo un clásico para los aficionados a los fenómenos extraños.

Claro que ya más allá de eso, Veronica toma su propio camino. Paco Plaza no solo ha hecho suya la historia real de Estefanía Gutierrez Lázaro, adaptándola libremente (y por lo tanto cambiándole el nombre (Estefanía vendría a ser la protagonista que aquí se llama como la película), sino que ha hecho una película a su estilo. La habilidad para retratar un costumbrismo moderno que ya vimos en su excelente [REC 3] (2012), sus constantes referencias a la cultura pop de los 80 y 90 esgrimida en su Película para no dormir: el episodio Cuento de Navidad (2005), y por supuesto la cultura genérica que ha demostrado sobradas veces como director-fan del cine de terror, se aúnan en la que, otro paralelismo con la película de James Wan, es sin duda una de las mejores películas de terror españolas de los últimos diez años.

Tampoco la elección del título definitivo es casual: qué persona de mi generación no habrá oído hablar del “fantasma de Veronica”, ese mito urbano, versión carpetovetónica del “Bloody Mary” anglosajón, en el que si repites tres veces su nombre ante un espejo (como Candyman) el fantasma se te aparece. Eramos muchos los que a finales de los 80 y principios de los 90 jugábamos a la ouija. Ese es uno de los puntos clave del film de Plaza: su apuesta por llevar el terror al seno de lo familiar.

El otro factor clave en Verónica es su tratamiento de la obsesión adolescente, una fuerza que a menudo es utilizada por manipuladores de lo más diversos para las cuestiones más aberrantes, pero que el cine todavía no ha explorado con seriedad (sí, protagonistas adolescentes han sido millones, pero las películas rara vez tratan de lo que significa la adolescencia en sí como razón para que te pasen las cosas).

Magnífico ejemplo de las historias que quedan por contar, de las nuestras, de esas que es demasiado fácil sustituir por los recuerdos importados de su versión americana, la de un Stranger Things. Plaza se siente cercano a lo que está tratando, cómodo, y ha hecho su mejor película con diferencia.

Muy recomendable.

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