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Rob Savage se ha convertido, involuntariamente, en un cronista de la pandemia de COVID-19. En Host consiguió filmar una película de terror muy apañada durante el confinamiento, con cada miembro del elenco y del equipo en sus propias casas, y usando únicamente la herramienta de videoconferencias Zoom, sin duda una de las aplicaciones más utilizadas desde el comienzo de la situación sanitaria hasta nuestros días, tanto para teletrabajo, reuniones con amigos o verse con los familiares. Además, en Host veías mascarillas y calles desiertas, real como la vida misma. Dashcam, aunque no es una continuación, es el capítulo de lo que ha pasado después: un mundo de “nueva normalidad” entre vacunas, más mascarillas, distancia social, y controversia con los distintos niveles de críticos y escépticos tanto de la enfermedad como de estas medidas, y que van desde conspiranoicos radicales y extremistas políticos, o simplemente desconfiados, a los que globalmente se ha denominado, a todos por igual, “negacionistas”.

Dashcam surge del deseo de Savage de rodar usando el mismo equipo técnico y aprovechándose de la experiencia de Host. Así que, a pesar de contar esta vez con el apoyo financiero de Blumhouse, volvió a elegir el found footage, o más bien el falso live streaming, que le lleva al terreno de la road movie de terror, a salir de casa, a rodar iphone en mano prácticamente la totalidad del metraje en la calle. De nuevo se ahorró el guion, dado que la mayoría de diálogos son espontáneos e improvisados. Y para que esto funcionara, eligió de protagonista y principal colaboradora a la controvertida rapera Annie Hardy, que interpreta a una versión paródica de sí misma y, de paso, un personaje maravillosamente provocador: trumpista (defensora y fan de Donald Trump), duda de la enfermedad, rechaza la vacuna, y considera histéricas y exageradas las reacciones de la sociedad ante lo que está pasando, y lo pone de manifiesto en muchos momentos de la película, a veces usando el sarcasmo, a veces increpando a los demás por lo que ella considera que es docilidad y credulidad extrema. Es decir, ella es la clase que persona que te están diciendo constantemente que toca odiar. La película consiste en el viaje de esta versión de Annie (desconozco qué cantidad de verdad hay en ella respecto a la Annie Hardy real) huyendo de las restricciones y el ambiente pandémico de su ciudad en Estados Unidos, refugiándose en Londres, en donde vive un viejo amigo suyo, con el que pronto descubrirá que las cosas no son igual que antes. Con una tendencia muy pronunciada a meterse en líos, Annie acaba aceptando llevar en su coche (robado a su amigo) a una anciana extraña, que resulta ser un demonio del que será muy difícil desembarazarse…

La parte de terror de la película, trepidante y repleta de efectos especiales que normalmente no te esperarías en un found footage, es lo más divertido. Lástima que, problemas típicos de este subgénero, no se vean muy bien por lo mucho que se mueve la cámara y la falta de nitidez. De hecho hay momentos en los que es imposible saber qué está pasando. Pero bueno, en general, es como un tren de la bruja, y puntualmente hay alguna escena más que lograda. El formato falso live streaming es aprovechado también a través de los comentarios de los espectadores que siguen segundo a segundo la acción en vivo, comentarios muy típicos de esta clase de trasmisiones en redes sociales, con toda su fauna internauta, y que le dan bastante color y gracia a la película. El problema de Dashcam está precisamente en el personaje protagonista. Y no me refiero a sus opiniones políticas o sobre la pandemia, que puedes repudiar total o parcialmente sin que ello suponga que no puedas empatizar con ella (es la magia del cine, señores: puedo seguir a un protagonista yonqui sin tener que drogarme o sacerdote sin tener que creer en dios). Me refiero a que la intensidad abrasiva de Annie (insisto: no puedo afirmar si se corresponde con su modo de ser en la vida real, aunque por entrevistas que le visto sospecho que se corresponde bastante…), una tipa extremadamente tóxica, lo que vulgarmente se llama “una loca del coño”. Es el clásico caso de película en el que estás deseando que maten a la protagonista, aunque eso tenga que significar que llegue el final (o que sea tipo Psicosis, y la película siga sin ella, no sé…).

Los créditos finales rapeados por Annie Hardy improvisando, y haciendo rimas con el nombre de todos y cada uno de los técnicos que han trabajado en la película, es la parte más simpática en relación a este apartado de la película, pero no estoy seguro de que rediman todo lo cargante que ha sido. En cualquier caso, son unos créditos muy originales.

En definitiva: carreras, sustos, confusión, un argumento que no explica pero sobre todo una protagonista irritante, es lo que el espectador encontrará en Dashcam.

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