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Llega de noche (It Comes at Night) recuerda a La bruja (The Witch, 2015, de Robert Eggers) en un montón de cosas. No solo cosas de guion, como el hecho de que los protagonistas sean una familia, que vivan aislados en el bosque, en la paranoia o en que la fuente de inquietud sea indeterminada y oscura, misteriosa. Sino también en razonables parecidos formales, como el tipo de ritmo atmosférico, envolvente y pausado, la fotografía tenebrista o la puesta en escena. Viene a ser, por decirlo de algún modo, como “La bruja” en época apocalíptica de un futuro cercano (tal vez presente).

Tal vez las afinidades acaben precisamente donde comienza un detalle: que Llega de noche nunca fue planteada como una película de terror. Funciona como tal al transitar por territorios desasosegantes, pero vendría a ser más bien un drama de convivencia, una espiral psicológica de personajes condenados por sus propios miedos metafóricamente concretados en la oscuridad. Sí, algo ha pasado en el mundo (o eso dicen), pero los personajes cuando tienen miedo de veras por la noche (¿quizás la razón del título?) El triunfo de la muerte, el famoso cuadro del pintor Brueghel el viejo, es como una profecía autocumplida sobre lo que los personajes temen, y a la vez lo que los personajes provocan. Llega de noche funciona mejor cuanto menos se sabe, por eso es parca en explicaciones (¿qué enfermad es la que asola –supuestamente- el mundo? ¿Desde cuándo? ¿De dónde ha salido la familia protagonista? ¿Y la otra? Etc), funciona mejor a oscuras. Porque en la decadencia de los personajes hay mucho de autosugestión y de bloqueo traumático.

El protagonista principal es un joven miembro de una familia que vive en perpetuo estado de alerta, y que recogen a otra familia contrapuesta a ellos: más jóvenes, con un niño pequeño, se hablan, hacen el amor, rien… Viven el mismo Apocalipsis de otra manera. La oscuridad lo engulle todo, incluso las pulsiones y deseos naturales del joven, y el punto de vista de los “supervivistas” amargados y desesperados, termina imponiéndose. El final no es abierto, es simplemente la constatación de que el ser humano nunca será feliz y se limitan a esperar su muerte.

Trey Edward Shults, que ha sido ayudante de Terrence Malick a pesar de su juventud, y que ya en su opera prima autoproducida Krisha nos habló de la familia como universo en el que dibujar los miedos, se erige como otra de esas interesantes voces pesimistas del cine independiente moderno, como Simon Rumley, David Robert Mitchell o el ya citado Robert Eggers. Seguiremos atentamente su carrera, en estos tiempos que corren en los que se palpa en el aire la intuición de la llegada de tiempos oscuros, cineastas como ellos nos hacen pensar.

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