Cosa rara, supongo, pero éramos legión de fans los que sentíamos, de alguna manera irracional, que Christopher Lee no moriría jamás. Entiéndaseme: sabíamos que lo haría, como todo ser humano, pero sentíamos que no, que no era posible. No podía. Ni con 93 años ni con 930 años. Seguramente porque no mueren ni los mitos ni la grandeza, y Lee era las dos cosas en su máxima pureza. Por eso hoy el pecho nos ha dado un vuelco, y me veo abordando la nota que jamás hubiese querido escribir.
Con él no solo ha muerto un actor cuyo trabajo amamos. Con él se ha terminado de cerrar un tomo entero de la historia del cine fantástico y de terror, el tomo de los Lon Chaney, Bela Lugosi, Boris Karloff, Vincent Price o Peter Cushing; el tomo que explica quiénes somos y qué hacemos aquí amando estas películas. Por supuesto queda mucho por venir, pero de vez en cuando es bueno volver a este tomo que trata sobre lo auténtico y lo poético, el que va desde el expresionismo hasta el refinado terror gótico británico e italiano. Y como digo, ese libro acaba de poner su punto y final. A partir de aquí, amar el cine fantástico y de terror se ha vuelto un poquito menos interesante, igual que el mundo, un mundo en el que ya no existe la posibilidad de conocer, en algún festival, feria o incluso concierto, a Sir Christopher Lee.
La estrella en realidad falleció el pasado domingo día 7, pero la noticia no se ha hecho pública hasta hoy por deseo expreso de su mujer, la modelo y pintora danesa Birgit Kroencke (a la que él llamaba Gitte), con la que ha compartido su vida desde 1961. Esto obedece al deseo de poder comunicárselo a toda la familia antes de que pudiesen leerlo en los medios, y supongo que también a cierto anhelo de duelo en privacidad. Sir Christopher Lee y Gitte Kroencke tienen una hija, Christina Erika Carandini Lee, que a propósito está casada con un español, el ex-boxeador y olímpico Juan Francisco Aneiros Rodriguez. Y luego parientes repartidos por todo el mundo, algunos diplomáticos o miembros de la nobleza.
Christopher Frank Carandini Lee nació en Londres el 27 de mayo de 1922, el mismo día que Vincent Price (27 de mayo de 1911) cumplía 11 añitos, y al día siguiente de que Peter Cushing (26 de mayo de 1913) cumpliera 9. Que tres astros de semejante magnitud cumplieran años con apenas una diferencia de horas ha dado lugar a no pocas explicaciones mágicas. Se dice que los Carandini son descendientes lejanos del Emperador Carlo Magno, lo cual le viene como anillo al dedo como explicación a su porte de nobleza. En cualquier caso tampoco le hacía falta: su padre era un teniente coronel de la Real Guardia Británica y héroe de la “Guerra de los Boers”, y su madre era una condesa. Cuando sus padres se divorciaron pasó a vivir con su madre hasta que ésta contrajo segundas nupcias con un banquero, que resultó ser el tío de Ian Flemming (el novelista creador del personaje de James Bond). El joven Christopher Lee fue educado para ser un gentleman por los cuatro costados. Durante la Segunda Guerra Mundial sirvió en la RAF, pero un defecto de visión impidió que pilotase aviones y le asignaron un puesto en cuestiones de inteligencia, en Finlandia y en el Norte de Africa. Se ha rumoreado siempre que esas cuestiones tenían que ver con espionaje, pero él nunca ha querido contar nada al respecto.
Al término de la guerra, licenciado con honores, inicia su carrera de actor, y su tío, embajador italiano en Londres, le recomienda para que comience a trabajar con la Rank Organisation.
Christopher Lee ha sido un actor brillante, a pesar de los encasillamientos. Muy marcado por ese físico severo que le caracterizaba, su voz profunda (bajo-barítono) y su imponente estatura (1,96 m), no es de extrañar que se fijaran en él para encarnar a los mejores malos del cine. Tenía el don de inspirar temor con una sola mirada, de volver a hacernos sentir como niños, ante una de esas autoridades de las de antes. Pero tampoco hay que olvidar ni desdeñar sus buenos, esos personajes en los que se abría y nos dejaba sus debilidades y su humanidad, siendo como era en la vida real un hombre muy amable y afectuoso.
En 1957 el mítico estudio Hammer Film Productions le escoge para interpretar el papel del monstruo en La maldición de Frankenstein(Curse of Frankenstein). Lo hacen por el motivo antedicho, porque querían que su criatura fuera un ser imponente, y Lee lo es, aunque en la película aparezca con maquillaje desfigurándole la cara (Karloff también lo sufrió). Era la primera incursión de la productora en el panteón de monstruos clásicos que crease dos décadas antes la Universal y fue todo un éxito (a pesar de las polémicas suscitadas por lo explícitas de algunas de sus imágenes). También marcaría tendencia en el emparejamiento de Christopher Lee con Peter Cushing, mémesis en la pantalla y los dos mejores amigos del mundo fuera de ella. Y también de otra relación bendecida: la que tuvo con el director Terence Fisher, que le dirigió en unas cuantas de sus mejores películas.
A Frankenstein le siguió Drácula (Horror of Dracula, 1958, de Terence Fisher), mito del terror que llegaría a encarnar hasta en diez películas, y ninguna de ellas a su gusto. Él hubiese preferido protagonizar alguna versión fiel a Bram Stoker (en El cónde Drácula de Jesús Franco casi lo consiguió, aunque tampoco quedó satisfecho). Christopher Lee poseía una colección de libros de más de 12.000 ejemplares, y sentía pasión por la literatura y por las adaptaciones literarias cuando eran respetuosas. Con el personaje de Drácula mantuvo siempre una relación compleja, y acabó odiándolo hasta el punto de negarse vehementemente a firmar ninguna fotografía o material en general que tuviera que ver con el personaje y aquellas películas. Estaba harto de que siempre le preguntasen por Drácula y del consiguiente encasillamiento. Poco a poco, y con el paso de los años, extendió el anatema de Drácula a algún otro personaje, por ejemplo negándose también a firmar nada que tuviera que ver con Scarmanga. Mal que le pesase a Christopher Lee, él ha sido el mejor Drácula de la historia.
Camaleónico, además de al monstruo de Frankenstein y a Drácula, Lee también interpretó a la Momia, al malvado y exótico villano oriental Fu-Manchú (5 veces), a Sherlock Holmes (3 veces), incluso al mismísimo Satanás encarnado. Scaramanga, mencionado anteriormente de pasada, fue su incursión en el universo de James Bond, a través del inolvidable villano de El hombre de la pistola de oro (The Man with the Golden Gun, 1974, de Guy Hamilton). Como sabe cualquier fan de 007, Lee ya se había quedado apunto de interpretar al Dr. No (papel que al final se llevó Joseph Wiseman), pero tuvo que esperar hasta la segunda película de Roger Moore para poner las cosas en su sitio.
La filmografía de Christopher Lee se compone de más de 280 películas e intervenciones en televisión, casi siempre en los dominios del fantástico y el terror o interpretando de manera impactante personajes perversos, constituyendo posiblemente una de las más extensas de la historia del cine, con el mérito del porcentaje de papeles destacados o protagonistas. Representó, junto con su amigo Cushing, un símbolo viviente del cine de terror británico que dominó el género mundialmente entre las décadas de los 50 y 60 para decaer a lo largo de los 70. A partir de los 60 sin embargo diversificó su trabajo en películas de otros países como Italia, España, Alemania o Estados Unidos. Lee hablaba de manera muy aceptable ocho idiomas, incluido el español.
Es difícil destacar solo un puñado de películas de entre un torrente así, y duele hacerlo. Hasta las peores (y sí, también hizo unas cuantas películas malas) crecen y adquieren interés cuando él aparece, llenando la pantalla. Me voy a quedar: de sus Dráculas con los dos mejores, Drácula (Horror of Dracula, 1958, de Terence Fisher) y Drácula, Principe de las Tinieblas (Dracula Prince of Darkness, 1966, de Terence Fisher), La maldición de Frankenstein (The Curse of Frankenstein, 1957, de Terence Fisher), El perro de Baskervilles (The Hound of the Baskervilles, 1959, de Terence Fisher), Las dos caras del Dr. Jekyll (The Two Faces of Dr. Jekyll, 1960, de Terence Fisher),El sabor del miedo (Taste of Fear, 1961, de Seth Holt), La frusta e il corpo (1963, de Mario Bava), Rasputín (1966, de Don Sharp), La novia del diablo (The Devil Rides Out, 1968, de Terence Fisher), Pánico en el Transiveriano (1972, de Eugenio Martín), y por supuesto una que era de sus favoritas: El hombre de mimbre (The Wicker Man, 1973, de Robin Hardy); Christopher Lee era extraordinariamente aficionado a los temas ocultistas, y en esta película está gran parte del saber de La rama dorada).
Tras un valle entre los 80 y 90 (el cine ha cambiado), cuyo tránsito se hace fácil gracias a joyas como La casa de las sombras del pasado(House of Long Shadows, 1983, de Pete Walker) y alguna gema oculta más, en el nuevo milenio Christopher Lee experimenta una edad de plata, consiguiendo que las nuevas generaciones se familiaricen con su rostro filoso y su nombre al involucrarse en sagas tan populares como Star Wars (el conde Doku), trabajando recurrentemente para Tim Burton (que es fan incondicional suyo y que cada vez que hace otra película con Christopher Lee consigue un sueño personal) y sobre todo interpretando al mago Saruman en El señor de los anillos. Esta serie de películas le hace especial ilusión al ya anciano Lee, ya que ama el libro de J.R.R. Tolkien (un escritor al que conoció personalmente, y con el que, cuentan las crónicas, se pidieron autógrafos mutuamente) y a diferencia de lo visto con otras adaptaciones (como Drácula) aprobaba la adaptación de Peter Jackson (disgusto aparte de todo el metraje suyo que se cortó en la versión de cines deLas dos torres, y que afortunadamente fue recuperado para la versión extendida).
A pesar de lo vacío que me hace sentir esta pérdida, me cabe el consuelo de saber que Sir Christopher Lee ha sido un ser humano que ha vivido plenamente y como ha querido hasta el final. Ha estado trabajando en lo que a él le gustaba hasta el último momento, ha dado rienda suelta a sus gustos e inquietudes externas a su zona de confort profesional grabando discos de ópera y de heavy metal, y ha sido, ante todo un caballero y una fuente de inspiración.
Sin Christopher Lee queda un insoportable vacío en el género, que solo podrá ser llenado revisando sus películas como el que busca en la biblia un elixir para el alma. Aún cabe hacer películas de terror como las de Christopher Lee.
Jamás te olvidaremos.
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