El recuerdo de la productora británica Amicus Pictures ha quedado ineludiblemente ligado a la condescendiente coletilla de ser “la competidora de la Hammer”, “la otra”, como si hubiera una relación de subordinación o de original-copia. Es natural que se establezcan lazos invisibles entre ambas compañías por ser coetáneas, cultivar los mismos géneros y compartir muchos de los profesionales que trabajaron indistintamente para la una y la otra. Pero aparte de eso, nosotros consideramos que no resulta difícil encontrar en las películas de la Amicus una identidad estilística propia, que en absoluto pretendía imitar tanto como se suele sobreentender la de las producciones de los de Hammer House. Para empezar, las películas de la Amicus siempre fueron más modernas, tendían a desarrollarse en la época actual (con alguna excepción como La maldición de la calavera o Y ahora empiezan los gritos) y no en ambientaciones góticas o victorianas como las joyas de la Hammer (1), acercando así el terror a lo cotidiano y anticipándose a las nuevas tendencias del cine de terror que se impondrían a mediados de los 70 (2). También Las temáticas bebían de fuentes de inspiración distintas, y en las películas Amicus había más espacio para el humor aunque fuese negro. La filmografía Amicus resulta más que loable y reivindicable, y tan sólo permanece a la sombra de su competidora debido a la inconmensurable maestría de media docena de títulos de aquella (la mayoría dirigidos por Terence Fisher). El resto de ambas filmografías no sólo tienen niveles muy parejos, sino que además son distintas y complementarias, imprescindibles tanto la una como la otra para entender esa tradición tan característica que llamamos “terror inglés”.
Esa tradición, el cine de terror inglés, casi empezó (precedentes anteriores aparte, alguno de ellos incluso de la Hammer primitiva) a partir de un film de la productora Ealing, Al morir la noche (Dead at Night, 1945, de Alberto Cavalcanti, Charles Crichton, Basil Dearden y Robert Hamer) que tenía como primera característica llamativa el ser una película de episodios. De esta modalidad de cine se convirtió en especialista la productora Amicus, instaurándose hasta en eso en un continuador y un heredero referencial en el tronco mismo del estilo inglés. Por supuesto, no todas sus películas están formadas por varias historias, también las hay con un único hilo narrativo convencional (como La bestia debe morir, El monstruo, Viaje al mundo perdido o las ya citadas La maldición de la calavera e Y ahora empiezan los gritos, etc), del mismo modo que no toda la producción Amicus es de terror (también las hubo de ciencia ficción como Dr. Who y los Dalekso thrillers de acción como Ruta peligrosa). Pero nadie más ha cultivado tanto la película episódica como lo hicieron ellos. Además, nos cuadra con la actualidad del libro de David G. Panadero Terror en píldoras, y con la entrevista que puedes encontrar en esta misma actualización, por lo que hoy nos vamos a ceñir exclusivamente a su producción dentro de esta categoría.
Amicus Productions fue fundada entre 1962 y 1964 por los productores Milton Subotsky y Max Rosenberg, ambos nacidos en los Estados Unidos. Rosenberg había tomado Londres como ciudad adoptiva, pero Subotsky vivió en los USA la mayor parte de su vida, por lo que durante todo el tiempo que funcionó la sociedad trabajaron a distancia. La residencia de cada uno a un lado del Atlántico aportó que pudieran cubrir de primera mano tanto la producción de las películas bajo pabellón británico, como la contratación de estrellas internacionales y la distribución en el gran mercado norteamericano. Ambos socios tenían experiencia en el sector antes de asociarse, y Rosenberg incluso había colaborado como productor con la Hammer. Se habían conocido al unir fuerzas en 1960 para sacar adelante otro pequeño hit del terror británico de bajo presupuesto con la presencia de Christopher Lee, Horror Hotel (de John Llewellyn Moxey), y la sintonía entre ellos fue tan buena que decidieron establecerse por cuenta propia desde una oficina en los Shepperton Studios ingleses. Seguramente a que los productores hubiesen pasado su infancia en USA, se debe el hecho de que la inspiración para estas películas de episodios la buscasen en los tebeos de la editorial E.C., de gran popularidad entre los adolescentes norteamericanos de los años 40. Títulos como Tales from the Crypt, The Vault of Horrors o The Haunt of Fear, formaban parte de su bagage de “amigos” del terror (hay fuentes que aseguran que Amicus, “amigos” en latín, tomó su nombre de ahí) tanto o más que los clásicos de la Universal que estaban reinterpretándose desde la Hammer.
En aquel momento en el Reino Unido se producía una circulación de actores y técnicos constante entre compañías. El motivo de esto es que para todas las productoras inglesas resultaba más económico y razonable permitirles ser autónomos y aceptar trabajos del mejor postor, que ofrecer contratos en exclusiva más caros y que por reciprocidad exigirían la garantía de realizar un número de producciones al año. Tal y como lo hacían, cada proyecto era un servicio “por obra y contrato”, y terminado el rodaje de la película la persona quedaba libre de iniciar otro rodaje con cualquier otra productora. Por eso en las décadas 60 y 70, en las que se rodaron muchísimas películas de terror en Inglaterra, podemos encontrar una y otra vez los mismos nombres en películas cualquier procedencia, Hammer, Amicus o incluso otras más pequeñas como Tigon, Tyburn, Planet, etc: sobre todo actores como Christopher Lee, Peter Cushing, Ingrid Pitt, Nigel Green, etc; y directores como Roy Ward Baker, Freddie Francis o Seth Holt; y algo menos técnicos como Roy Ashton (efectos especiales), Don Mingaye (director artístico) o Harry Robinson (música). Estos nombres también se pueden encontrar en las películas de episodios de la Amicus, a los que añaden estrellas norteamericanas que traen para aumentar el atractivo de sus títulos ante el mercado estadounidense.
Sin más dilación, ha llegado el momento de repasar someramente los títulos:
Dr. Terror (Dr. Terror’s House of Horrors, 1965, de Freddie Francis)
Fue la primera y para el gusto de muchos de nosotros es la mejor. Dr. Terror presenta una historia central que sirve de marco para cinco historias auto-conclusivas insertas: el Dr. Schreck (Peter Cushing, y “schreck” significa “terror” en alemán) es un misterioso tarotista que entra en el compartimento de un tren que comparten cinco hombres. Tras haber dejado ver su baraja Tarot, los hombres uno tras otro le piden, entre curiosos y divertidos, que les lea sus futuros. Cada uno de los cinco cortometrajes que componen Dr. Terror vendría a ser el supuesto futuro de cada uno de ellos. Ni que decir tiene que es un futuro vinculado a una experiencia fantástica y terrorífica: el encuentro con un hombre lobo, la invasión de una planta carnívora gigante llegada del espacio, la furiosa venganza de un dios vudú, una experiencia con vampiros o el destino sobrenatural de la mano cortada de un pintor que acosa a un crítico, serán los relatos que el narrador Cushing les cuenta al resto, justo antes de voltear la última carta, la que marca la solución que permitiría evitar ese destino: la muerte.
Uno de los atractivos de Dr. Terror está en su deslumbrante reparto: los cinco hombres cuyos destinos son revelados por Peter Cushing, y protagonistas de las historias, son nada menos que Christopher Lee y Donald Sutherland, junto a Max Adrian (habitual en las películas de Ken Russell), Neil McCallum (The Lost Continent), Alan Freeman (que en la época era un famoso DJ de Londres), Roy Castle (Dr. Who y los Daleks) y papeles secundarios de otros característicos típicos y estupendos del cine de terror inglés, como Michael Gough.
Escrita y reciclada por Milton Subotsky en persona (recuerden: uno de los dueños del estudio) que la había desarrollado por primera vez para un proyecto televisivo muy anterior, está filmada en Techniscope por Alan Hume a las órdenes, curiosamente, del prestigioso director de fotografía Freddie Francis, quien llevaba desde principios de década haciendo también sus primeros pinitos como realizador, como aquí. Francis jamás llegó a ser un director tan destacable como sí lo fue como director de fotografía, pero en la mayoría de encargos que asumió en esta labor sí supo al menos mostrarse funcionalmente diligente. Su trabajo, si bien rara vez impresiona, tampoco estorba a lo hora de disfrutar del show.
Como aquí, un show muy divertido, excitante y según el segmento incluso inquietante, en el que el humor negro que fuese tan marca de la Amicus (quizás traído ya desde su inspiración en los cómic E.C.) se conjuga con la seriedad y lo clásico se codea con lo contemporáneo, dando lugar a una película variada, fresca y muy viva. A destacar sobre todo el segmento del crítico de arte (Christopher Lee) y la mano cortada del pintor suicida (Michael Gough), el mejor y más terrorífico, aunque no menos importantes me parecen la digresión al más puro ciencia ficción años 50 del episodio de la planta, el modernísimo del vudú o el ingenioso e irónico twist final del de vampiros. En definitiva, una pelicula divertidísima que fue homenajeada recientemente por Sergio Stivaletti en su “Il tre volti del terrori” (cuyo título es a la vez un homenaje a Mario Bava).
El jardín de las torturas (Torture Garden, 1967, de Freddie Francis)
Aunque al principio la idea de la Amicus no era, ni mucho menos, la especialización, y entre Dr. Terror y El jardín de las torturas hicieron películas de trama única como La maldición de la calavera o Dr. Who y los Daleks, en seguida se dieron cuenta de que el éxito de la película por episodios de Freddie Francis tenía que ser repetido. La primera vez que regresaron a su esquema fue en El jardín de las torturas, en donde el papel de maestro de ceremonias que ostentara anteriormente Peter Cushing es para el Dr. Diabolus (Burgess Meredith), un cruce entre Mefostófeles y presentador de barraca de feria, que conduce a algunas personas detrás de la cortina de la caseta de atracciones de una feria prometiéndoles una experiencia terrorífica: les va a desvelar lo peor y más secreto de dentro de ellos mismos, contándoles lo serían capaces de hacer o tal vez harán. Cuatro son las personas que se prestan a participar, y cuatro son las historias: un estafador que sufre la venganza del sobrenatural gato de su tío muerto, una estrella de Hollywood que comienza a sospechar que trabaja en una película en la que el resto del reparto no son seres humanos, la venganza celosa de un piano embrujado sobre la nueva prometida de su dueño o el asesinato que comete un coleccionista de objetos relacionados con Edgar Allan Poe, son los temas de ellas.
El primer dato muy reseñable de El jardín de las torturas es que el guionista fue Robert Bloch, uno de los escritores de literatura de terror más importantes de mediados del siglo XX, autor entre otras obras de la novela en la que se basa Psicosis y de antologías de cuentos de horror tan recomendables como Suyo afectísimo Jack el Destripador, La calavera del Marqués de Sade o Hiélase la sangre. Bloch, como escritor de su tiempo, se había iniciado en la escritura de guiones para series de TV en su país, Estados Unidos, y había guionizado su primera película en 1962 para el remake de El gabinete del Dr. Caligari (The Cabinet of Dr. Caligari, de Roger Kay). Entró en contacto con la Amicus en 1965 cuando le compraron los derechos para adaptar su cuento The Skull, que será la base de La maldición de la calavera, y les escribió el primer guión al año siguiente: El psicópata (The Psychopath), que además dirigía también Freddie Francis. A partir de ahí, mantuvo una relación profesional bastante continuada con ellos durante siete años. Aquí, el escritor adapta algunos de sus propios cuentos.
No sólo el guionista es americano: el reparto está marcado de caras conocidas de actores de carácter estadounidenses, a través de las cuales los productores pensaban vender mejor la película en USA: Burgess Meredith, el siempre inquietante Jack Palance o Beverly Adams comparten marco e historias con Peter Cushing o Michael Bryant. Y en la dirección, como vemos, repite Freddie Francis, que en esos años está ejerciendo mucho de director y es prácticamente el hombre habitual en esa labor dentro de la Amicus.
La película sale perdiendo en comparación con Dr. Terror, las historias son más irregulares y el tono general está menos conseguido, y aún así resulta un film bastante estimulante. Destaca la última historia, protagonizada por Peter Cushing y Jack Palance, dos colosos frente a frente, y que además es un homenaje a Poe.
La mansión de los crímenes (The House That Dripped Blood, 1971, de Peter Duffell)
De nuevo un marco diegético en el que alguien cuenta cada una de las historias o episodios que se insertan entre medias. Aquí se trata de la investigación de un inspector de policía (John Bennett) que trata de averiguar qué le ha pasado a un famoso actor de cine desaparecido en una misteriosa mansión. Lo que le van contando, siempre relacionado con la casa que resulta tener una historia de lo más siniestra y embrujada, son las cuatro historias que componen la película: un escritor de novelas de terror y asesinatos se muda a la casa con su esposa, y ésta comienza a tener visiones acerca del personaje asesino que protagoniza la nueva novela que su marido está escribiendo; un hombre descubre en un museo de cera que una de las figuras se parece “demasiado” a una chica a la que amó; una institutriz es contratada para cuidar a una niña aficionada a la magia negra y que le está haciendo vudú a su propio padre; y un actor muy mediocre que compra la capa real de un vampiro para interpretar ese papel, una adquisición que terminará alterando su conducta…
Robert Bloch vuelve a encargarse del guión de esta tercera incursión de Amicus en el mundo de las antologías cinematográficas, aunque Freddie Francis debía de estar ocupado con otra cosa y le pasa el testigo al televisivo Peter Duffell. El guionista recurre otra vez a su propio repertorio de cuentos para elegir las historias que adaptar, alguna de las cuales (la segunda, la de las figuras de cera) ya había sido adaptada en TV (en la serie Thriller, que presentaba Boris Karloff). En el reparto, pocas sorpresas tampoco: la primera historia está protagonizada por Denholm Eliott, la segunda por Peter Cushing, la tercera por Christopher Lee y la última por Jon Pertwee con Ingrid Pitt.
Decididamente es la más camp de todas las películas de este tipo que hizo la Amicus. El tono paródico y el humor negro tan presente en los dos títulos presentados hasta ahora, aquí se elevan al cubo y se multiplican por mil. La mejor de las historias, a mi juicio, es la tercera, que protagoniza Christopher Lee, a la postre la única oscura, no paródica. La de Peter Cushing, por el contrario, me resulta un poco ñoña. Todo el tono de la película, visto globalmente, es más que disfrutable pero no tan brillante ya no solo como Dr. Terror, sino incluso como algún que otro ejemplo posterior que vamos a ver en seguida.
Refugio macabro (Asylum, 1972, de Roy Ward Baker)
A estas alturas, y como comprobará el lector por los años, la Amicus ya tenía una conciencia de especialización en esta clase de films, visto lo bien que les funcionaban a ambos lados del Atlántico. El marco ya típico en el que se integran las historias aquí es originalísimo y muy sugerente: un hombre (Robert Powell) que opta a un empleo en un hospital psiquiátrico, es sometido a una prueba de acceso al puesto por el director de éste (Patrick Magee): tiene que averiguar, sólo entrevistándose con ellos, cual de cuatro internos es la persona que ocupó anteriormente el puesto al que él aspira, y que no pudo suportarlo y enloqueció. Así, el joven obtiene cuatro historias delirantes y terroríficas, cada una de las cuales es un cuento de la película: la venganza de ultratumba de una mujer descuartizada, un sastre capaz de confeccionar ropa que si se la pones a un cadáver es capaz de reanimarle, una mujer drogadicta controlada por una amiga y el invento de una técnica que permite transferir el alma humana a un muñeco…
Otra vez Robert Bloch a los lápices, basándose en más cuentos suyos para confeccionar un guión bastante interesante, en el que el equilibrio entre la ironía el terror puro se vuelve a reconquistar tras el interludio ligero de su anterior aportación. Ésta es además la primera película que Roy Ward Baker, quien llevaba ya unos años haciendo cine de terror en el seno de la Hammer, realiza para la Amicus, y es también uno de sus trabajos más inspirados. Tampoco el reparto tiene desperdicio alguno, con estrellas como Peter Cushing, Herbert Lom, Patrick Magee, Robert Powell, Britt Ekland, Barbara Parkins o Charlotte Rampling.
En Refugio macabro la historia-marco, la que tiene lugar en el psiquiátrico, es la que tiene más peso y la que más vivamente impresiona al espectador. En ese sentido, estamos ante un film modélico y referencial, la sublimación del esquema de todas estas películas, de su inspiración en el poder de la transmisión oral de historias. Además, hay una fuerza interior que emana de ese marco narrativo y contagia todas las historias: la locura como factor recurrente y punto al que tiende cada relato. Ya desde el comienzo de la película, la estupenda utilización de la Noche en el monte pelado de Mussorgsky, la fotografía de Dennys Coop (quien más tarde sería operador de cámara de algunas películas de David Lean o Stanley Kubrick) y la atmósfera, te transportan a un mundo muy especial y de pesadilla. Los cuentos en sí son también más audaces, como en el primer episodio con esos trozos descuartizados de cadáver que persiguen al personaje de Richard Todd, o ese cuento final con muñecos con vida, que nos remite tanto a Muñecos infernales (The Devil-Doll, 1936) de Tod Browning como a El muñeco diabólico (Devil Doll, 1964) de Lindsay Shonteff. En el regusto grand guignolesco de algunas de sus soluciones se intuye más que nunca el aroma a cómic E.C., a pesar de que todavía la Amicus no ha adaptado oficialmente ninguna de sus publicaciones.
Condenados de ultratumba (Tales from the Crypt, 1972, de Freddie Francis)
Lo que dije en la última línea del párrafo anterior ocurrió finalmente en este nuevo título Amicus montado sobre episodios. Robert Bloch dejó de colaborar de la productora, y tuvieron que buscarse nuevas fuentes para sus guiones, lo cual, tal y como hemos introducido anteriormente, no fue un problema para una productora montada por dos norteamericanos que habían mamado los cómics de la editorial E.C.: Tales from the Crypt, The Vault of Horror, The Haunt of Fear, etc. Así que adquirieron los derechos de algunas de las historias publicadas en las páginas de las revistas que editaban Bill Gaines y Al Feldstein, y el mismo Milton Subotsky se encargó de escribir el guión.
A pesar del cambio de fuentes, el esquema habitual permanece: un maestro de ceremonias cuenta las historias de viva voz (aunque nosotros como espectadores las vemos escenificadas) a un grupo de personas a las que les afectarán personalmente. Aquí el narrador es el guardián de la cripta (Ralph Richardson), un hombre al que un grupo de personajes que no se conocen entre sí, y que no recuerdan muy bien cómo han llegado hasta allí, encuentran en unas catacumbas. El guardián no les da especial información sobre eso, pero sí se arranca a contarles su futuro, que en el giro final de la película descubriremos, si puedo contarlo [SPOILER], que en realidad es su pasado, es el modo en que murieron, y que a donde van desde allí será al infierno. [FIN DEL SPOILER]. Esas historias son aquí cinco: el primero narra el encuentro entre una mujer que acaba de matar a su marido y trata de deshacerse del cadáver, y un maniaco homicida escapado de un psiquiátrico, que ronda su cada. Pero la mujer no puede llamar a la policía, o la pillarían a ella también en su crimen; la segunda es una experiencia más allá de la muerte, cuando un hombre que tuvo un accidente mortal de coche trata de regresar a su casa para comprobar que han pasado dos años; la tercera es otra venganza de ultratumba bajo el explícito nombre de “justicia poética”; la cuarta es una variación del cuento de W.W.Jacobs “La pata de mono”; por último, la quinta es otra venganza, de un grupo de residentes en un asilo en el que el director ha hecho drásticos recortes de gastos para quedarse él con el dinero.Regresa en la dirección Freddie Francis, y el reparto como de costumbre es variado y sensacional: Peter Cushing, Joan Collins, Geoffrey Bayldon, Richard Greene, etc. El guardián de la cripta según la Amicus tiene poco que ver con el que conocemos de los tebeos, mucho más decrépito y cadavérico. Y aunque el nombre engañe, no todas las historias están adaptadas de Tales from the Crypt, sino que también las hubo que se publicaron realmente en The Vault of Horror y en Haunt of Fear. No fueron elegidas tampoco por ser las mejores, sino por ser las que se pudieron adquirir más fácilmente sus derechos. En general, si hay algo que varía a partir de Condenados de ultratumba, es que las historias tienen menos de twist final (el giro sorpresa o truco final), y tienden a argumentos más efectistas y rompedores.
De todas las películas de episodios de la Amicus, ésta sería la más taquillera en su época, sin duda porque en los USA había muchos fans de esos cómics. Años más tarde, el Creepshow de George A. Romero y Stephen King sería un homenaje a ellos y a sus sucesores, los de la editorial Warren (Creepy, Vampus, etc)
Cuentos de ultratumba (From Beyond the Grave, 1973, de Kevin Connor)
En este título la productora aumentó considerablemente su presupuesto, y trató de utilizarlo como éxito que compensase lo mal que había funcionado Madhouse (de Jim Clark) a pesar de su reparto encabezado por Peter Cushing y Vincent Price. Y en rigor, es otra de las mejores: un híbrido que parece sumar elementos de la experiencia acumulada por todos los demás films, desde la tradición victoriana todavía tan presente en Dr. Terror, a la ironía macabra de lo aportado por Robert Bloch o las tendencias más punzantes de las antologías E.C.
El marco de las historias esta vez: un anticuario propiedad de Peter Cushing, en el que unos objetos serán el motivo de cuatro historias: un espejo maldito que convertirá en asesino a su nuevo propietario, un hombre madura y cabeza de familia seducido por una bruja, un matrimonio acosado por un maligno ser invisible que se ha posado en el hombro del hombre, y un hombre aterrado por lo que se oculta tras la puerta de un armario que a veces abre portales a otro lugar, una habitación de color azul… Las historias son especialmente buenas y el nivel medio, tan a menudo irregular, esta vez es brillante. Todo oscila entre lo original y lo aterrador, entre lo interesante y lo absorvente. Es otra de mis películas favoritas de este tipo.
Supuso el debut en la dirección de Kevin Connor, director que se especializaría en fantástico y nos daría otras alegrías como La tierra olvidada por el tiempo (The Land That Time Forgot, 1975) o En el corazón de la Tierra (At the Earth’s Core, 1976) o Motel Hell (1980). Aquí la fuente eran los cuentos de terror y fantasmas de Ronald Chetwynd-Hayes, escritor de género terrorífico no muy conocido en España (cosa que habría que remediar, ¡por dios!) pero de bastante prestigio en la Inglaterra de los 70. El reparto, de nuevo impresionante: Peter Cushing, Donald Pleasance, David Warner, Ian Oglilvy, Ian Carmichael, etc.
La bóveda de los horrores (The Vault of Horror, 1973, de Roy Ward Baker)
Está planteado como una secuela directa de Condenados de ultratumba (Tales from the Crypt), así que tenemos más historias que adaptan los tebeos de terror de la E.C., y un esquema de película casi calcado. Lamentablemente, la cosa salió muy mal, tan mal que William M. Gaines, el propietario de los derechos de todo el material E.C., no volvió a confiar en Milton Subotsky para que la Amicus realizase ninguna adaptación más, de tan poquísimo como le gustó la película
No es para menos, claramente La bóveda de los horrores es de las peores películas de su clase y grupo, aunque vista hoy en día todavía recobra como por arte de magia el encanto de una época y modo de hacer las cosas. Roy Ward Baker, capaz de lo mejor y de lo peor, se dice que rodó el film con disgusto porque no el gustaba el guión, y eso se nota.
A diferencia de Condenados de ultratumba, aquí no sale el guardián de la cripta. Ralph Richardson no estaba disponible o no aceptó participar en la película, y decidieron repetir lo mismo sin él: ahora son los propios personajes protagonistas de las historias los que, tras descender a un sótano a través de un misterioso ascensor, se sientan alrededor de una mesa y se cuentan sus pesadillas, que (SPOILER) como en la película anterior resultarán ser los recuerdos de cómo murieron, y la sala en la que se encuentran la antesala del infierno (FIN SPOILER). Se cuentan cinco historias: un hombre que ha asesinado a su hermana para quedarse con una herencia descubre que en el pueblo todos son vampiros, y que su hermana ha vuelto de la tumba entre ellos; los problemas conyugales entre un reciente matrimonio en el que él es un maniático radical del orden, lo que la llevará a ella a la locura; un mago que aprende en la India un truco espectacular y mortal con una cuerda que conduce… a la nada; un enterramiento en vida y unos ladrones de sepulturas; y una historia de venganza vudú.
Recordadas ahora, lo cierto es que rememoro la película con cariño. Como ya dije, el tiempo le ha dado una solera y una intemporalidad que en su día no podía tener, y ha ganado puntos, a pesar de la falta de atmósfera de la mayoría de sus cuentos y de lo desmañado de la realización. El reparto carece de tantas estrellas, incluso en esta no aparece Peter Cushing, que estaba ocupado rodando Y ahora empiezan los gritos. Es la única película de episodios de la Amicus en la que él no sale. Pero tenemos a Tom Baker (muy popular por ser una de las encarnaciones del Dr. Who) en uno de los relatos como rostro más conocido, junto a Denholm Elliott, Michael Craig y otros.
En español a menudo suele aparecer este título falazmente traducido como “El baúl de los horrores” (sic).
En 1973, el productor Norman Priggen realizó Las orgías de la locura (Tales That Witness Madness, 1973, de Freddie Francis), que coincidía no sólo en estilo sino también en gran parte del reparto y equipo técnico con las películas de episodios de la Amicus. Por este motivo, se la suele vincular con el ciclo que nos ocupa, y muy a menudo incluso se la confunde tomándola como una película de la productora.
En 1977 Milton Subotsky hizo un aparte, y fuera del seno de la Amicus y sin la participación de su socio Rosenberg produjo con otra gente otro film de episodios que merece mención: Lo oculto (The Uncanny, de Denis Héroux), en el que Peter Cushing visita a Ray Millard para tratar de convencerle del terrible secreto que ha descubierto: los gatos conspiran contra la humanidad. Para convencerle, le cuenta tres historias en la que los gatos son los asesinos o los maquiavélicos villanos de la función. Personalmente es una película que también me gusta mucho, pero al no ser de la Amicus, pienso que es mejor dejarla para comentarla en otra ocasión.
El club de los monstruos (The Monster Club, 1980, de Roy Ward Baker)
Absolutamente tardía, El club de los monstruos salió en un momento en el que esta clase de cine de terror ya estaba en desuso (aquel mismo año se estrenó Viernes 13, lo que da una idea de por dónde comenzaban a ir las modas), y fue al mismo tiempo el canto del cisne de la Amicus, su último largometraje antes de cerrar las puertas. Además, hoy en día está considerada como uno de los títulos más flojos de la serie, una opinión que si bien comprendo (no se me escapan los múltiples defectos de la cinta), no puedo compartir por razones sentimentales. Me hace mucha gracia El club de los monstruos, y me parece muy disfrutable.
El esquema es el de siempre, hasta ahora, hasta en el final: una historia central, un marco en el cual un personaje le cuenta a otro las historias de las que se compone la película. En este caso se trata de un vampiro (John Carradine) que asalta a un viandante (Vincent Price) para pedirle su ayuda: se muere de hambre. El viandante, que resulta ser escritor, se apiada, y le deja succionar un poco de su sangre, a lo que el vampiro responde con gratitud. Decide invitarle a una copa en el exclusivo “club de los monstruos”, una especie de disco-pub inglés en el que solo paran muertos vivientes, hombres lobo, brujos, esqueletos, etc. Allí el vampiro le cuenta al humano la historia de varios personajes monstruos: un atribulado vampiro silbador (un fanvam, híbrido entre fantasma y vampiro) engañado por una mujer, una familia de vampiros acosada por un mata-vampiros, un director de cine que va a parar a un pueblo en el que moran ghouls en el cementerio… El tono de las historias es decididamente humorístico (la única seria es la historia de los ghouls, que es la mejor de la película, y la más delirante y desvergonzada es la de los vampiros con su excesivo gag del chaleco) y abunda en momentos de un surrealismo y un absurdo sorprendente. La película funciona como declaración de amor a los monstruos, estrellas y “buenos” de la película, y seguramente no será igual de comprendida por un espectador con pasión hacia estos entrañables mitos que por uno a quien le den igual o no vea en ellos ninguna simpatía. Vendría a ser un corolario a lo que la revista Famous Monsters of Filmland fuera en su día. Destila esa clase de respeto: a pesar de las chirigotas, no cae en ningún momento en la ridiculización de los monstruos, sino en todo caso al contrario. Y entre cuento y cuento hay unas actuaciones estridentes y tronchantes: un striptease integral de un esqueleto, o una actuación musical del grupo Pretty Things que se las trae (por la letra ambigua y con doble sentido sobre todo: “I am a sucker boy”, dice…). La conclusión de la película, el giro final, también tiene su guasa: los monstruos unánimemente deciden que el humano debe ser nombrado miembro del club de los monstruos, puesto que nuestra especie es de lejos la más terrorífica de todas…
Naturalmente, todo lo relacionado con esta película hay que tomarlo con mucho sentido del humor. Lejos quedan los tiempos de Refugio macabro, Condenados de ultratumba o Dr. Terror, que a pesar de ese punto de cinismo tan inglés podían ser tomadas en serio como antologías de cuentos de miedo. Las máscaras de los monstruos parecen hechas premeditadamente de broma, como para un carnaval, todo es una coña marinera, así que o entras en la fiesta, o el film puede resultarte muy tonto. Ni siquiera el reparto de “monstruos” logra asustar ya aquí: y eso que tenemos a los míticos Vincent Price, John Carradine, Donald Pleasance, Patrick Maggee, Stuart Whitman, y un amplio etcétera en el reparto.
Volvió a dirigir Roy Ward Baker, y como en el caso de Cuentos de ultratumba, se basaron en un libro de historias cortas de Ronald Chetwynd-Hayes para escribir el guión. De hecho, el personaje del escritor encarnado por Price vendría a ser un alter ego de este autor. En definitiva, sí, es un título menor, pero muy divertido.
A día de hoy, en pleno 2010, parece que estemos viviendo una ola de resurrecciones de productoras míticas británicas. Mucho se ha hablado ya del regreso de la Hammer (al menos, de una nueva productora actual que lleva ese nombre legendario), cuyo primer título oficial es Let Me In (de Matt Reeves, el director de Monstruoso/Cloverfield), remake de la película sueca Déjame entrar (Låt den rätte komma in, 2008, de Tomas Alfredson). Un escenario parecido se dibuja para la Amicus Productions desde 2007, año en que fue relanzada por Julie G. Moldo, quien había sido manager de producción con Max Rosenberg, heredó de su ex jefe la propiedad del nombre comercial y decidió refundar la compañía junto al productor Robert Katz. La declaración de principios de Moldo y Katz es hacer películas afines al espíritu de las que hacía el estudio durante los 60 y 70, pero actualizadas a los gustos de hoy y atentos a las nuevas tendencias. Eso sí, ahora ya no es una productora británica, sino con sede en USA y cien por cien americana. La primera película que ha visto la luz desde el seno de esta nueva Amicus fue Stuck de Stuart Gordon, una película más que estimable. Lástima que la siguiente haya sido el remake deIt’s Alive (2008, de Josef Rusnak), unos lodazales a costa de la película original de Larry Cohen que no han servido precisamente para incrementar nuestra ilusión por el proyecto. Pero nunca se sabe. A lo mejor más vale esta Amicus que ninguna Amicus.
Y lo que no sé si Moldo y Katz se han planteado, pero que se deberían pensar seriamente: ¿qué es una Amicus sin películas de episodios?
Notas
1. Sabemos, por supuesto que sí, que no todas las películas de la Hammer son de época, a pesar de lo cual la imagen característica del estudio y el eje más destacado de su producción anual, giraba en torno a las ambientaciones gótico-victorianas. Al fin y al cabo, si se le pide al lector que cierre los ojos y que evoque imágenes que tengan que ver con la Hammer, es más que probable que piense en Christopher Lee con capa negra, en Peter Cushing como Frankenstein escapando otra vez de la guillotina, o en cualquier aproximación similar.
2. No sólo la Amicus participaba de esta progresiva renovación en el seno del terror inglés: películas de otras productoras tales como Los diablos de la oscuridad (Devils of Darkness, 1964, de Lance Confort) o Witchcraft (1964, de Don Sharp), ya eran muy diferentes y modernas en comparación a las obras góticas de la Hammer.
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