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The Conjuring y su secuela, conocidas en España como Expediente Warren, no solo son dos de las mejores películas de terror de la última década, sino que han generado un universo para el género que es todo un hallazgo. Lo mejor, es que no se trata de una franquicia de meras secuelas: es una cosmología completa, tan amplia como pueda serlo el Universo cinematográfico de Marvel (MCU en sus siglas en inglés), que permite contar diferentes historias de diferentes personajes y usando diferentes mitos como cuartadas, aunque todas pivotando alrededor del catálogo de lo sobrenatural que constituye el conjunto de vivencias del matrimonio Warren, Ed y Lorraine, demonólogo él y médium ella. Los Warren, que existieron en la vida real (Lorraine murió este mismo año), a lo largo de su actividad investigaron buena parte de los casos más conocidos de actividad paranormal sucedidos entre los años 60 y 80, entre ellos algunos tan célebres como la casa de Amityville o los casos de la familia Perron y el poltergeist de Endfield, estos dos últimos que dieron lugar a las dos películas que existen hasta la fecha basadas en el eje de aventuras de esta pareja. Alrededor, rotan un buen puñado de historias que surgen, cual spin-offs, del desarrollo concreto de algún detalle visto, aunque sea muy tangencialmente, en esas películas: así es el caso de La monja (la criatura demoniaca que más miedo daba en The Conjuring 2), La llorona o las películas sobre la muñeca Annabelle, de las cuales ésta que nos ocupa es la tercera parte. Todas estas películas y probablemente el resto de las que puedan venir, vienen auspiciadas por el estilo y la concepción del terror de James Wan, el director de cine de terror mainstream más importante hoy en día, aunque no dirige todas las películas (solo son suyas las de The Conjuring, precisamente).

Respecto a la saga propia que protagoniza la muñeca maldita, Annabelle, la primera película (2014(, de la que se hizo cargo John Leonetti, director de fotografía habitual de James Wan, fue una película muy floja, con una concepción muy vulgar de su desarrollo, dejado a una sucesión de jump-scares y poco más. Annabelle: Creation (2017), que funcionaba a modo de precuela, sin embargo, apostó por el clima, y consiguió convertirse en uno de los mejores films de terror de su año, dejando notar que en ella estaba involucrado un tipo con verdadero talento para el miedo, como es David F. Sandberg (No apagues la luz).

Para esta tercera entrega, y sin seguir realmente la senda de Annabelle: Creation, se ha vuelto a optar muy acertadamente por la atmósfera. Eso sí, aquí tienen mucha más relevancia las set-pieces, pero no como meros “sustos del gato”, sino verdaderamente bien planificadas. Annabelle vuelve a casa se toma su tiempo, y apuesta por apretar donde deben apretar las buenas películas de terror: en la capa más sensitiva, en el manejo de los tiempos y en la imaginería. Además, nos encontramos ante la que podría convertirse en la película epicentral de todo este universo, ya que en ella salen los Warren también, interpretados con absoluta coherencia (igual que Iron Man es siempre Robert Dawning Jr. o Thor es Chris Hemsworth) por Patrick Wilson y Vera Farmiga, y está centrada, como si de hecho fuera un capítulo independiente de su serie, en una aventura centrada en su hija Judy (Mckenna Grace) en la que juega un papel muy importante el Museo de lo Oculto que los Warren tienen en su propia casa, y en el que guardan, como una especie de Almacen 13 o esas películas de anticuarios de la Amicus en la que cada objeto tiene una historia que contar, toda clase de cosas malditas.

En ese museo es en el que está, de hecho, la muñeca Annabelle. La de verdad, en el museo de verdad, digo. Porque Annabelle también existe, como existieron Ed y Lorraine Warren. Eso sí: no tiene el aspecto que vemos en las películas, sino que es una muñeca de trapo con el pelo de lana. Con ella hay muchas otras cosas, y algunas de ellas tienen un lugar destacado en esta película, algunas literalmente, trasladadas tal cual de la vida real, otras adaptadas. Así por ejemplo, es real que en el museo Warren tienen el vestido de novia maldito, la pianola o la propia Annabelle. Entre otros objetos que existen, pero en otro formato, digamos que el televisor en el que se ve el futuro en la película puede estar basado en el espejo de Myrtles Plantaition, el juego de mesa que probablemente sea un homenaje a la ouija (de hecho, es de MB) y el hombre lobo que sale en otro de los célebres casos que investigaron los Warren, el de Bill Ramsey. Otros, sin embargo, como la pulsera, son inventados para la ocasión por los guionistas.

Gary Dauberman, que aquí da su paso a director, fue el guionista de las películas originales de James Wan, y sabe lo que es importante de este universo a la hora de dar miedo. También se nota que es un fan del género, y que conoce sus clásicos, a los que dispara toda clase de homenajes o de los que recupera multiples piezas icónicas, como la niñera (¿Halloween?), los juegos cromáticos a lo Mario Bava, las apariciones a través de la niebla a lo Carpenter, etc.

En definitiva: creo que estamos ante una película genuinamente de terror, bien hecha y muy bien orientada, que, si bien no destacará en ningún top de lo mejor de la década, sí que acabará por hacerse un lugar justo en el cine de terror de nuesta época.

Ya lo verán.

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