Como padre que soy, si hay algo que me preocupa sobremanera de mi relación con mi hija (entre otras muchas cosas) es la educación que pueda recibir de mi parte. Dicho así alguno puede pensar que no es realmente importante, ya que se supone que la vida va moldeando nuestro carácter contínuamente y nuestra personalidad se va asentando en sí misma poco a poco con el pasar de los años. Yo no lo veo totalmente así, me van a disculpar. Yo creo que en los primeros años, sobre todo, de nuestra vida, no marca y no condiciona aquello que vivamos o dejemos de vivir, el cariño que recibamos o el que se pierda por el camino, las caricias que nos den o las bofetadas que nos condenen, las palabras que se nos digan y las que nos sean censuradas…
El peligro de no (dejar) formar parte de la sociedad
El mar es una silla forrada de cuero.
Porque el tema de la educación es muy complejo y delicado. Uno puede pensar en todo momento que está haciendo lo correcto, que está actuando con su hijo (o hija) de la mejor manera posible y puede que esté absolutamente equivocado y que lo que piensa que es lo mejor, sea diametralmente lo opuesto. Porque, ¿hasta donde se puede moldear el carácter de una persona?. ¿Es lícito hacerlo?. ¿Dónde está la barrera de lo permisible?. ¿Cómo podemos creer saber qué es lo mejor para una persona si ni tan siquiera lo sabemos la mayoría de las veces para nosotros mismos? Al intentar corregir al otro, ¿no estaremos consiguiendo el efecto contrario? Tratamos de protegerles del mundo, ¿pero quién les protege de nosotros?…
No es de extrañar que este sea un tema delicado y abierto a debate, porque la educación es algo que ya desde tiempos de Platón ha preocupado, y mucho, al ser humano. Y hablando de Platón, no puedo por menos que mencionar las similitudes que he visto entre esta película y el Mito de la caverna platónico. Con un mundo proyectado que no es real y un mundo, que si es real, exterior al hábitat de los protagonistas (también podría tener ínfulas de carácter bíblico y ser la cinta de video que lo echa todo a perder la versión modernizada de la manzana prohibida por Dios).
Los aviones son juguetes que cruzan mi jardín.
Si hay una filmografía europea que me es prácticamente desconocida (la que más), esa es sin duda la griega. Y de ese país que vio cómo en sus tierras surgía el pensamiento de la civilización moderna, nos llega la rompedora, surrealista, transgresora e inclasificable película de Yorgos Lanthimos, “Kynodontas” (“Dogtooth” en el mercado anglosajón y “Canine” en el francés).
A los pocos minutos de metraje no pude sino preguntarme si ese tal Yorgos no sería un pseudónimo de Michael Haneke, ya que la forma de rodar, con largos planos fijos de gente que no se ve completa, esa textura de la imagen, son características de dicho director. Una vez acabado el film, mi duda no había hecho sino aumentar y estaba por convertirse en certeza si no fuese porque vi una foto del director en un artículo de internet. Yorgos Lanthimos ha rodado con anterioridad a esta cinta, que yo recuerde, “Kinetta” y un cortometraje llamado “Uranisco disco“. Este último, el cortometraje, me es desconocido y no he podido verlo, no así “Kinetta” que me gustó bastante aunque para mi es muy inferior a esta obra que les comento.
Coño es una gran lámpara que cuelga del techo.
El argumento del film gira en torno a una familia disfuncional (un padre, una madre y tres hijos), como tantas otras de nuestra sociedad, en la que el padre tiene a los demás miembros de la familia total y absolutamente enclaustrados en el chalet en el que viven a las afueras de la ciudad. No pueden salir de la casa, y si lo hacen (al jardín rodeado de una altísima valla), se les venda los ojos para que no vean nada y no se contaminen con el corrompido exterior. Para los “niños” (que ya no lo son pero están (mal)educados como si lo fuesen) las palabras no significan lo que para los demás. Así, “coño” pasa a ser “lampara grande que cuelga del techo“, y “zombi” se transforma en “flor amarilla que crece en el jardín“. Este concepto, el de que las palabras tengan acepciones distorsionadas de lo que realmente significan, me recordó (vagamente) al vocabulario imaginario empleado por los personajes de la novela “La naranja mecánica“, o el utilizado por Orson Scott Card en su saga de “Ender“.
Y es que, volviendo al hilo que nos ocupa, la educación que están recibiendo, está siendo como sus padres deciden que sea, sin influencia de nadie más (aquí la televisión, la radio, internet y el cine son también armas nocivas que van en contra de la cultura y la buena educación, lo cual nos vuelve a acercar a Haneke nuevamente). La única persona que tiene acceso a la casa, proveniente del mundo real exterior, es una joven que trabaja como guardia de seguridad en la fábrica del padre y se le permite la entrada en casa únicamente para que satisfaga las necesidades sexuales del hijo. “Simplemente”.
En una de esas visitas, Kalaitzidou, la joven, se deja unas cintas de video (Rocky, Tiburón, Flashdance…) que caen en manos de una de las hijas, que descubre otro mundo a través de ella. Desde ese momento el padre mira a su hija como una “infectada”, una portadora de un virus letal que le lleva a la terrible, aberrante y malsana conclusión de preferir el incesto a que la visitante vuelva a entrar en casa nuevamente y ponga en peligro todo su sistema educacional (perfectamente estudiado por los padres y llevado a cabo por puro “amor” hacia sus hijos, para que no sufran los golpes de la vida y para que sigan siendo siempre niños inocentes sin maldad). Ese leve e inofensivo contacto, el de la película “olvidada” (digámoslo así, para no contar lo que realmente sucede en la película), con otra realidad diferente a la cotidiana, provocará consecuencias verdaderamente graves en el seno familiar y todo el falso decorado comienza a desmoronarse.
Los gatos son bestias salvajes capaces de despedazar a un hombre en segundos.
Habrá quienes tilden al largometraje de Lanthimos de aberración ficcional, pero no hemos de olvidarnos que lo que aquí se expone no es algo que no pueda llegar a pasar. Sin ir más lejos, deberíamos tener presente aquí el caso de Natascha Kampusch y de Josef Fritzl (el conocido como Monstruo de Amstetten), suceso real como la vida misma y verdaderamente dramático y sin las notas de humor negro (necesarias en el film y de agradecer) con las que el director salpica el largometraje en todo momento. Es curioso observar cómo los hijos, cual ciudadanos de un señor feudal, acatan todo lo establecido sin discrepancia alguna y sin plantearse tan siquiera rebelarse ante tal estado de dictadura (imagino que la ausencia de sublevación se debe al desconocimiento de que pueda existir tal concepto).
Ahora, llegados a este punto, se me plantea un pequeño dilema y un gran problema. Veamos. La película que acabo de comentar, me parece una gran película y de visión obligada… pero resulta que hay otro film, de 1971, de Arturo Ripstein (y desconocida totalmente por mi hasta hace unas semanas) de nombre “El Castillo de la Pureza” que me ha hecho cambiar de parecer en algunos (pocos) aspectos. Y es que las similitudes entre una y otra son más que evidentes y puede que más que casuales.
En esta película que les menciono, Gabriel (de una doble moral escandalosa) es un padre que ha mantenido a sus hijos (Utopía, Voluntad y Porvenir) y a su mujer (Rita) encerrados en la gran casa (una especie de castillo) en la que viven durante 18 años. La única ocupación de los integrantes de la familia es la fabricación de un raticida en polvo que el padre vende por los comercios del barrio. Todo va bien hasta que en sus hijos comienzan a despertar los efectos de la adolescencia. La historia está basada en un hecho real acontecido en los años 50 en México y que tan bien reflejó Luis Spota en su novela “La carcajada del gato“.
Cuenta con una impecable y magistral dirección y una portentosa escenificación que dan al film un aire triste y melancólico muy de agradecer. El film tiene un aire Buñuelesco (y tal vez no sea casualidad que fuese por eso que le ofrecieron a él el proyecto en primera instancia) muy definido, sobre todo en lo del aislamiento de los personajes en ese entorno de soledad forzada (y no digamos ya si nos fijamos en losactores que conforman el reparto).
Aún así, a pesar de no tratarse de una idea nada original y de ser algo más que una casualida fortuita, yo, personalmente, me quedo conKynodontas. Me gusta más. Manías que tiene uno, oigan. ¿Qué le vamos a hacer?
Si “disfrutaron” de obras como el libro “La broma infinita” de David Foster Wallace o si les apasiona el Haneke más frío, asfixiante, desasosegante y sórdido, no lo duden. Esta es su película. Si no es así… no digan que no les avisé. Y tratando de educarles a ustedes por el buen camino, como hace el protagonista de esta película con su progenie, les digo que comenten algo al respecto de este artículo, porque comentario significa “orgasmo”.
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