Simon Rumley no ha hecho, hasta la fecha, ninguna película de terror propiamente dicha, pero sus dos últimas películas y pico (el pico es por sus segmentos o cortometrajes para los films colectivos Little Deaths y The ABC of Death) se han podido ver en festivales típicamente consagrados a este género. Y es que dan tan mal rollo, dejan al espectador tan sobrecogido, que funcionan mucho mejor y más fuerte que si lo fueran. Todavía recuerdo el pase de The Living and the Death en el cine Retiro durante el Festival de Sitges 2006, la consternación que se respiraba entre los espectadores, la tensión de las piernas apretando los pies contra el suelo… Rumley tiene una sensibilidad especial para retratar con precisión ambientes sórdidos y situaciones escabrosas hasta la pesadilla. Cuando hablo de sensibilidad me refiero a que sus obras no exudan la rabia de otras con intencionalidad semejante que tan a menudo emergen del cine underground, sino al contrario, constituyen auténticos ejercicios de cocción lenta de paisajes psicológicos tan verosímiles como extremos, muy chungos. Avisado queda el lector: los films de Simon Rumley huyen de lo convencional y de la autocomplacencia, no son películas para entretenerse y mucho menos para sentirse bien. El cine de este oscuro inglés más bien te agarra por tus partes bajas y te arrastra a la cara oculta del ser humano, abre las habitaciones prohibidas, donde la mayoría prefiere no mirar y la sociedad entera te invita a que ignores. Sé que alguno se preguntará mientras me lee por el sentido de ver un cine a sabiendas de que te va a hacer sentir mal. Entiéndaseme: te hace sentir mal, pero en “situación controlada”. Exactamente igual que el cine de terror, o la comida picante, o las montañas rusas… Son emociones fuertes que se eligen, y que sabes que no tendrán consecuencias posteriores. Como una catarsis, un subidón de hormonas o la invocación de emociones muy auténticas a través del choque controlado. Permiten exprimir una serie de sentimientos muy humanos que socialmente preferimos tener reprimidos. Y en ese sentido las películas de Simon Rumley, concretamente, funcionan como un chute de horror puro.
Lo dicho nos permitiría emparentarle con otros exponentes de lo que podríamos denominar como “cine del malrollismo”, una categoría en la que caben de Michael Haneke, Gaspar Noe, Karim Hussein, Lukas Moodysson, Larry Clark, a los Kim Ki-duk tempranos o el Takashi Miike de hace diez años (que Sion Sono cuando se pone tampoco se queda atrás). Pero en Rumley además hay algo de Nicolas Roegg y de Ken Russell, algo de Herzog y de Kieslowski en su austeridad formal, e incluso algo de Scorsese. A falta de conocer su trabajo primerizo, se suele decir que maduró a partir de The Living and the Dead, es un cine muy personal, que se ajusta con dificultad a clasificaciones y aún más difícilmente a la visión que tienen los distribuidores de las salas comerciales.
Etapa pre-mal rollo: Strong Lenguage, The Truth Game, Club Le Monde
No muy conocida ninguna de ellas (hay quien no sabe ni que existen), en ellas Rumley ya se caracterizaba por un cierto toque de gusto por lo particular, lo escabroso, pero lo trataba con sentido del humor, de manera ligera. Sus personajes eran criminales, o perdedores, o travestis, pero el tono no era tan oscuro como el que luego va a ser característico, y son películas que tal vez no tenga mucho sentido exponer en una web como ésta. Sí que recomendamos, qué duda cabe, su conocimiento y recuperación del olvido, puesto que las tres son bastante buenas.
The Living and the Dead (2006)
O “Entre vivos y muertos” como fue conocida en España al ser lanzada directamente a DVD, trata sobre James, un joven esquizofrénico que, deseoso de demostrar su madurez y confiabilidad, y aprovechando que su padre tiene que realizar un viaje de negocios, decide por su propia cuenta cuidar a su madre enferma y postrada en la cama, no dejando pasar a la enfermera que el padre ha contratado, y determinado a encargarse él de todo. Al mismo tiempo, deja de tomar su medicación… Su mente enferma comienza a jugarle malas pasadas, y lo que en realidad es buena disposición para ayudar se transforma enseguida en un tormento para la indefensa mujer. Tan opresiva en su ambientación asfixiante, y tan terriblemente cruel en las acciones que, inadvertidamente, el joven ejecuta sobre su propia madre, si la película hubiese sido un torture porn a lo Saw o Hostel no resultaría tan estremecedora. Lo que la señora tiene que aguantar, lo que el espectador ve venir que se avecina, la espiral de horror desencadenada y acrecentada cada vez que, insisto James quiere ayudar y en lugar de eso se aproxima más y más a matar a su madre, a hacerla pasar por toda clase de dolores y situaciones vejatorias, funciona como seductor y adictivo pinchazo en el estómago del espectador: las pasas canutas, pero no puedes dejar de desear saber cómo acaba.
A crear esa sensación tan turbadora contribuye la ambientación, toda la acción transcurre en un sombrío caserón aristocrático en medio del campo, del cual prácticamente no salimos en todo el metraje, así como la severidad en el número de personajes, apenas dos en continua tensión víctima-verdugo. La sensación recreada es de aislamiento total, de irrealidad (a pesar de que la historia resulta muy verosímil) y total falta de esperanza o escapatoria. Bill Leo, el actor que interpreta al esquizofrénico James, realiza una actuación memorable que constituye otro de los puntales de la película.
The Living and the Dead es el resultado del estado psicológico y emocional en el que entró Simon Rumley tras la muerte de su propia madre por un cáncer que se la llevó muy rápidamente, apenas en cuatro o cinco meses, provocando en ella un deterioro veloz y muy doloroso de contemplar. Apenas tres meses antes de que se lo diagnosticaran, también había fallecido su padre de un ataque al corazón. En cierto modo esta oscura pesadilla fue el exorcismo de una época vital muy mala, en la que a ratos Rumley se sintió de forma muy afín a como se siente la madre de la película, a ratos de forma afín a como se siente el padre (ausente la mayor parte del metraje), pero también a ratos de manera similar a como lo siente James. Concebida en el primer borrador del guión como un mal sueño, surrealista y absurdista a más no poder que ilustrase ideas abstractas como el terror y la incertidumbre, el tiempo y la intervención del productor Nick O’Hagan le dieron a la historia un corpus más digerible, en el sentido de que la película se pudiera entender intelectualmente, a pesar de que en su tramo final, cuando el delirio del protagonista le lleva a no poder distinguir quién está vivo de quién está muerto, todavía conserva cierta dificultad que resulta muy grata para los aficionados al cine experimental o de arte y ensayo.
El film se rodó en 18 días, en una mansión real, Savernake House, en el condado de Wiltshire (todo esto hablamos de Inglaterra: Rumley es inglés y sus películas son muy inglesas), con un presupuesto ínfimo que todavía costó muchísimo reunir, con muchísimas personas dándole la espalda al proyecto por considerarlo “demasiado deprimente” y otras (el citado O’Hagan, Carl Schoenfeld, Elliot Grove, productores) implicándose a muerte. Una vez terminada la película, ésta se pasó los siguientes años, 2006 y 2007, haciéndose el circuito prácticamente completo de festivales de cine de terror (entre ellos Sitges) e independiente, y la recepción fue unánimemente entusiasta: ha nacido un clásico del cine de terror psicológico para la posteridad.
Red, White & Blue (2010)
Con un “éxito” semejante bajo el brazo, y complacido por la reacción del público, Simon Rumley decidió conscientemente que era esa la línea de trabajo que quería explorar, abandonando el humor de las anteriores: el drama oscuro y espeluznante, películas como Santa sangre (1989) de Alejandro Jodorowsky o Requiem por un sueño (2000) de Darren Aronosfky, ambos autores que le gustan mucho. Salvo que a Rumley las películas le salen más oscuras y muchísimo más sórdidas que a los dos citados, claro.
Esta vez tenemos la historia del encuentro entre dos personas muy peligrosas, un hombre y una mujer con graves problemas psicológicos, cada uno los suyos. Erica es una joven, víctima de malos tratos de niña, que parece estar buscando la autodestrucción a través de tener sexo con todo hombre que se le ponga por delante, sin hacerle preguntas, y plegándose a todos sus deseos. Y sin preservativos. En realidad, y aquí ya empiezo a entrar en el terreno de los spoilers, ella tiene el SIDA, y lo sabe, y le da igual, o incluso le parece magnífico contagiar a todos esos individuos. Es muy autodestructiva, sí, pero también guarda cierta rabia homicida contra el mundo. Es una muchacha hecha trizas emocionalmente, autoexcluida y sin ninguna relación verdadera (ni amigos ni familiares), alguien que solo cae y cae y cae… Respecto a Nate, ya dije que trataba sobre dos personas que se encuentran, él es un psicópata con graves problemas afectivos, ex combatiente en Iraq a quien el ejército utilizaba como torturador en los interrogatorios, tipo frío, sociópata sin ningún interés por la reintegración en la sociedad, con un pasado que no se nos cuenta pero que se intuye salpicado de muertes (seguramente asesinatos cometidos por él). Ambos personajes se conocen, y comienzan a tener algo platónico muy difícil de describir. En cierto modo se equilibran el otro al otro, quién sabe si no se están dando la oportunidad de obtener la paz, de dejar de caer, de construirse su propio mundo, oscuro y hermético para los demás, pero balsámico, sanador. Hasta que reaparece uno de los hombres a los que ella ha contagiado el SIDA con ganas de venganza, y esa venganza es solo la primera de una cascada cada vez más salvaje y sangrienta…
Según como se ruede esta historia podría haber salido una película de terror o de acción, pero en manos de Simon Rumley no es ni lo uno ni lo otro. Solo al final, en el único y último episodio de venganza, se nos muestra con pelos y señales, cercano al gore. El resto del tiempo tenemos un film de personajes, de paisajes psicológicos, de ritmo lento y evolución misteriosa, en el que lo más importante es el dibujo de esos caracteres y la atmósfera, de nuevo, y como en The Living and the Dead, malsana, opresiva, con tendencia a alienar al espectador y transportarle a un mundo muy cerrado y con unas reglas perturbadas. Es una película sobre violencia latente, flota todo el rato como algo preocupante llenándonos de inquietud, intuimos que algo está a punto de salir muy mal, que un horror está a punto de concretarse. También es una película triste.
El germen de la película está en una noticia aparecida en los periódicos sobre una mujer japonesa que había contagiado el SIDA aposta a 9 policías (a los que se había ligado previamente, claro, no es que se lo disparase con dardos a distancia) en venganza de que aseguraba que a ella se lo había contagiado otro hombre de la misma profesión en un encuentro fortuito. Sin embargo, y tras bastante tiempo de desarrollo, esa idea por sí sola no le funcionaba a Simon Rumley, hasta a él mismo le parecía demasiado “bidimensional”. La incorporación del otro personaje masculino sirve de contrapunto y redefine el tema de la película, haciendo que lo más fascinante de todo sea la relación poco convencional entre personas poco convencionales, y los sentimientos (poco convencionales) que surgen de ella.
Para dotar de convicción y credibilidad a la película, es muy destacable esta vez el trabajo de Noah Taylor, el actor que hace del peligroso sociópata Nate. Su personaje no es muy hablador, pero Taylor consigue que lo exprese todo, con las miradas, con el rostro, con los gestos, con la postura de su cuerpo. Y no es que Amanda Fuller (Erica) esté mal tampoco, en absoluto. Pero Taylor hace suya la película, se convierte en su icono.
La película se rodó en Austin en agradecimiento a lo feliz que fue Simon Rumley en esa ciudad a raíz de que le invitasen al FantasticFest, y en honor a sus amigos Tim y Karrie League, fundadores de dicho festival y propietarios de la importante cadena de cines norteamericana Alamo Drafthouse. De hecho, durante el rodaje tanto el director como su productor y los tres actores principales se hospedaron en el domicilio particular de los League, que estuvieron felices de hacerles de anfitriones. Podría haber salido mal, pero cuentan que la convivencia en casa de los League fue magnífica. Esta vez, y a diferencia de en The Living and the Dead, la película contaba con 27 escenarios distintos; pero así y todo, volvió a ser rodada en menos de tres semanas, sin contar la post-producción, que se hizo en la propia casa del director. La presentación del film volvió a seguir los mismos cauces que con la anterior, y la respuesta volvió a ser muy positiva. Segunda película, coherente en estilo: ha nacido un autor a seguir.
Little Deaths (2011)
El circuito de festivales sirve para dos cosas: para promocionar las películas, que así llegan a ser conocidas por alguna gente o encuentran algún distribuidor que las descubre y decide promoverla en cines o formato doméstico, y para que los cineastas (y no solo ellos, también los aficionados) hagan contactos y relaciones. Simon Rumley conoció a los productores Jay Slater y Sean Hogan coincidiendo en alguno de estos festivales, y un día se le acercaron y le propusieron participar en un film de antología de cuentos de terror que tenían en proyecto, y que iban a realizar desde los márgenes del cine independiente. Ellos pensaron que el estilo de Rumley era ideal, y le admiraban por sus dos películas. La única condición, que la película se llamaba Little Deaths, que era un título que les encantaba por su ambivalencia: remite al cine de terror pero, sobre todo, alude a la petite morte, que es como los franceses llaman al periodo refractorio que sigue al orgasmo. Es decir, la condición era: las historias que formasen parte de la película tenían que mezclar muertes, terror y sexo.
No fue problema. Finalmente Little Deaths está formado por tres historias de una media hora de duración cada una (como mediometrajes), dirigidas por directores distintos. Los otros dos directores fueron Sean Hogan y Andrew Parkinson. De ellos, Parkinson, al igual que Rumley, es otra destacada figura del cine independiente de circuito de terror gracias a títulos como “Yo, Zombie” (1999) o sobre todo “Dead Creatures” (2001), de gran reputación en “el mundillo”. Aún así, la mejor de las tres historias es la de Simon Rumley, que va empaquetada en el vagón del medio (abre fuego Hogan y Parkinson se encarga de la historia final). Eso es un problema de la película en su conjunto, ya que habitualmente en las películas de episodios la intensidad suele ir en aumento (búsqueda de climax).
El episodio de Rumley en Little Deaths se llama Bitch (Puta), título muy explícito que ilustra los sentimientos de odio del protagonista, un chico normal, que se ve arrastrado a una espiral de fetichismo y sexo cada vez más raro y destructivo cuando se enamora de una chica aparentemente encantadora, pero que odia el sexo normal. Durante un tiempo el protagonista acepta las sucesivas humillaciones a las que le somete ella, en medio de tórridas situaciones eróticas, todo por conservar su (supuesto) amor y mantener la relación. Pero de golpe se da cuenta de que tiene que salir de ello, que tiene que romper, y se le viene encima todo el rencor acumulado, posiblemente rencor contra sí mismo (por haber sido consentidor), pero que necesita ser enfocado hacia fuera, culpabilizándola a ella (la “puta”). Él decide vengarse, y lo hace… con una crueldad y virulencia extremas, al límite de lo soportable, y aprovechándose de cierta fobia que padece ella…
El argumento es una mezcla de cosas traídas del recuerdo de Simon Rumley, empezando por una pareja real que conoció, y terminando por la imagen de la escena final, la de la venganza, basada en un cuento que había escrito en sus tiempos de universidad y que a su vez se basaba en una experiencia accidental que tuvo con una novia. De nuevo gran parte del peso de la película lo llevan sus dos actores protagonistas, constatando que la dirección de actores se le da muy bien al director (y que sus castings son muy acertados). Los últimos 9 minutos (de los 30 que dura) son prácticamente mudos, apoyados por un montaje sensacional y un sonido de lo más sugerente. El corto/mediometraje funciona la mar de bien, consigue su efecto buscado, resultando morboso de una manera obscena, y a la vez da muy mal rollo, incomoda, casi repele. A la altura de lo esperado en alguien con experiencia en hacernos sentir fatal…
Y The ABC’s of Death (2012)
En la línea de Little Deaths, lo último que ha hecho Simon Rumley vuelve a ser otro cortometraje para un film colectivo. Esta vez la historia es más corta todavía, porque en la película hay muchos episodios de un buen montón de directores distintos de todos los países, entre los que destacan Hélène Cattet y Bruno Forzani (Amer), Ernesto Díaz Espinoza (Mirageman), Jason Eisener (Hobo with a Shootgun), Xavier Gens (Frontiers, The Divide), Adrián García Bogliano (No moriré sola, Sudor frío), Noboru Iguchi (Robo-Geisha, Machine Girl), Jorge Michel Grau (Somos lo que hay), Yoshihiro Nishimura (Tokyo Gore Police), y un prácticamente infinito etcétera que también incluye a nuestro Nacho Vigalondo (Los cronocrímenes).
La película será pasada en Sitges, y esperamos comentártela a la vuelta del festival…
ENTREVISTA A SIMON RUMLEY
(Por Salvador M. Dominguez)
El director de películas de culto como son The Living and the Death y Red, White & Blue, nos contesta una pequeña batería de cuestiones.
Empecemos con un tópico: ¿cómo te sientes respecto a que se te relacione con el cine de terror aún cuando ninguna de tus películas pertenece a ese género?
No me siento incómodo, si es a lo que te refieres. Como espectador, me gustan las películas de terror. Como artista, soy plenamente consciente de que no es lo que hago ni es tampoco lo que deseo hacer. Pero mi situación no es extraordinaria, hay otros directores con casos parecidos. Por ejemplo, los coreanos Park Chan-wook o Kim Ji-woon (me encantan Dos hermanas o I Saw the Devil) no han hecho tampoco películas de terror, pero la oscuridad y crudeza de sus dramas o thrillers hacen que conecten antes que con nadie con los seguidores del cine de terror. Lo importante es que tus películas lleguen a la gente, da igual que el canal esté especializado en un género o de otro.
Hacer la clase de películas que haces no debe ser muy fácil de plantear a productores o distribuidores.
Nada fácil, todo lo contrario. En general, a los productores, y sobre todo a los distribuidores, les asustan las cosas poco convencionales y odian cualquier película que se salga de lo habitual. No tienen ni el más mínimo interés en hacer pensar al público o en estimularle con cosas diferentes. Prefieren, de hecho, que la gente mantenga su educación en los límites de un adoctrinamiento dirigido a terrenos comunes que les sean fáciles de manejar.
Tus películas se caracterizan por tratar sobre personajes poco comunes, digamos un poco… extremos. ¿Por qué te interesan esos personajes?
Lo que más me interesa de las películas que hago es la psicología de los personajes, y esas psicologías poco comunes suponen un desafío, tanto para mí como para los actores y para el espectador. Al ser desafiante, es gratificante, y espero que para la audiencia también resulte de interés conectar, al menos vía pantalla, con personajes con unos mundos personales tan distintos. Las situaciones en las que se ven esos personajes hacen pensar, aunque al final cada uno las perciba a su propia manera.
Uno de los aspectos que destacaría de tu trabajo es la dirección de actores. ¿Qué importancia les das a los actores en el proceso creativo?
Muchísima. Naturalmente hay un trabajo previo, que comienza con los borradores del guión, y cuando ellos se incorporan al proyecto ya está establecido el estilo de la película. Pero si no haces una buena selección, y si luego los actores no cuadran con sus personajes o no están a la altura de lo necesario, unas películas del estilo de las mías no resultarían creíbles. Por lo tanto yo les concedo toda la importancia, y me gusta mucho trabajar con ellos.
Tus películas te han dado cierta notoriedad en un circuito de películas independientes. ¿Has tenido alguna oferta para dirigir algún film con más dinero, o de gran estudio?
En realidad no, supongo que les asusto un poco, (risas). Tampoco sé si me gustaría, a pesar de la estrechez económica, el tipo de producción que yo manejo me permite tener el control absoluto de las películas, desde los guiones que escribo yo mismo, al montaje, para el que suelo trabajar con montadores, pero con los que colaboro muy estrechamente. Todo eso no se puede ni soñar siquiera en otras órbitas de creación cinematográfica. Y no sé si lo cedería a cambio de disponer de mayores presupuestos.
¿Hay posibilidades de que dirijas una película de terror al uso?
Depende de lo que entiendas por “al uso”. Desde luego no creo que haga una película a lo “Viernes 13”, pero no descarto el género, aunque tampoco premeditado de esa manera. Si se me ocurre una idea interesante y resulta que encaja 100% en esa etiqueta, estará bien por lo que a mí respecta.
Una vez presentada The ABC’s of Death, que es tu segunda antología de relatos consecutiva, ¿Cuál será la siguiente película largometraje de Simon Rumley?
No es seguro. Puedo contar que estoy trabajando en hacer una adaptación de una obra de Poppy Z. Brite que se llama Exquisite Corpe (El cadáver exquisito), y que puede que sea mi primera película basada en un material previo ajeno, aunque la adaptación también la he hecho yo. Pero hasta que uno no tiene el dinero para la producción de una película, nunca puedes saber si realmente existirá.
Muchas gracias por estos comentarios, y buena suerte
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