El cine de terror es una generosa venus paleolítica: exhibe caderas anchas como el horizonte, muslos macizos y carnosos, y pechos abundantes a los que todos acuden a mamar. No hace distinciones entre los necesitados, de sus ubres se alimentan los vástagos legítimos, pero tan bien los bastardos, sean estos humoristas (Braindead, Un hombre lobo americano en Londres), músicos (Repoman, Canibal! The musical), pistoleros (Black Noon, God Monster of indian flats), sátiros (Jean Rollin, Jess Franco, Joe D´Amato), monjas irredentas (Alucarda,School of the holy beast), simones del desierto (La hora del lobo), políglotas (Incubus), karatekas (…) e incluso esos detestables listillos con gafas de pasta y jersey de cuello vuelto que van de intelectuales por la vida (Anticristo, Intruders…). Lo que a la Gran Madre no le gusta tanto son los traidores, las ovejas disfrazadas de lobo, los insolentes… The tall man trata el género como si fuera una mera excusa para abordar temas “mayores”, “más complejos”… Pretende elevarse por encima del material que maneja desde un primer momento porque se considera muy por encima de él, revestido de una cierta dignidad prestada del drama más lacrimógeno. “Eso del terror está muy bien, pero nosotros queremos hablar de cosas más serias. Por si no lo sabéis, el mundo es un valle de lágrimas; os lo vamos a mostrar”. Esta treta deja un boquete abierto de varios metros de diámetro, y es por ahí por donde deberían lloverles a los autores la mayoría de las críticas y también una buena batería de palos.
El terror es un género flexible, lo admite todo. Grosso modo, esta es la idea expuesta más arriba. Dejando de lado el porno, no es fácil encontrar un ejemplo de género puro, y el terror no es una excepción en este aspecto. Hay tantas formas de entender el miedo como individuos, y de ahí la riqueza de este campo inagotable. Lo que ya no funciona también es la engañifa, es decir, vendernos una moto distinta de la que habíamos comprado (cambiemos el concesionario por la taquilla de cine). No obstante, a veces funciona: Audition es el verdadero paradigma, lo que empieza como un romance termina como el rosario de la aurora; de menos a más, de la carne rosada a la carne lacerada, del beso al mordisco, del susurro al grito, de la caricia a la cuchillada, de la curiosidad al mal rollo, y por fin de cabeza al precipicio insondable del horror. El propio Pascal Laugier hizo algo parecido en Martyrs, pero se trata esta de una película tan personal, tan insólita, tan marciana, tan maravillosa y repulsiva, que se escapa al análisis; de hecho, el mono que teclea estas líneas no la calificaría como una película de terror al uso, sino más bien como un drama religioso á la Dreyer (una Juana de Arco con altas dosis de torture porn).
Ya está dicho lo segundo: The tall man destila un tufillo a Martyrs nada despreciable. La segunda está dividida en dos partes fácilmente diferenciables, un antes y un después. The tall man intenta algo parecido, solo que de manera menos pronunciada y con menos arte, talento, ingenio, tacto… Llamémosle “X”. Se mire por donde se mire, la transición no está bien hecha. El conflicto aquí surge de la poca habilidad de los creadores para integrar el terror y el drama de manera que funcione. Por un lado, tenemos una película “de sustos”; por otro, un drama con ciertas ínfulas, con aspiraciones de crítica social. Por separado, ambas cabecean; juntas zozobran.
Creo que es viable un cine de terror donde el drama tenga un peso específico casi parejo al propio terror sin que la trama se resienta. Ocurre que es verdaderamente difícil conseguir esto. Casi siempre acaba uno de los dos por inclinar la balanza de su lado. Hay ejemplos notables, pongamos Suspense –palabras mayores-, The Wolfman, la propia Martyrs, o incluso Un hombre lobo americano en Londres, que alterna admirablemente el humor, el terror y el drama. La mayoría de estos títulos nos regalan un buen número de momentos inquietantes a lo largo del metraje; sin embargo, es un poso de tristeza lo que estas cintas nos dejan al final. Un equilibrio sutil y bastante complicado.
Hay otro aspecto que socava los cimientos de este drama paniguado que es The tall man, y es la falta de verosimilitud en lo narrado. Que sea cierto y que casos similares se produzcan ad urbi et orbi es una cosa, que nos convenza de ello mediante una ficción es otra bien distinta. El drama exige empatía, identificación con los personajes, emotividad, construcción de tipos interesantes, ricos, complejos… En suma, protagonistas de carne y hueso: no podemos llorar la muerte de alguien con quien no tenemos un vínculo sentimental, por fugaz que este sea. Todo esto ha de cocerse a fuego lento, como los guisos de la abuela, desde el primer minuto de metraje. El espectador debe verse introducido, o empujado, si fuera necesario, dentro del universo, del mundo, del cuerpo, de la mente de aquel con quien vamos a sufrir. Una vez hecho esto, completamente familiarizados con el entorno, podemos pasar a introducir elementos desestabilizadores, sea miedo, pena o asco lo que queramos suscitar. Nada de eso hay aquí. Los personajes son de cartón piedra, más propios de una película ligera de terror. Sus motivaciones no están del todo claras, y cuando salen a luz es difícil dar un duro por ellas, porque se antojan impostadas. Para añorar a alguien hay que sufrir a su lado, comprender su dolor, entender su situación… Eso es el drama, algo tan potente que te agarra el gaznate y te corta la respiración. The tall man busca esto mismo en su segunda parte, pero la transición es tan desastrosa, tan ocupados y distraídos como estamos intentando averiguar quién es el dichoso hombre de negro, que no lo vemos venir, y cuando lo hemos visto no dejamos de preguntarnos de dónde demonios ha salido. El bueno de Pascal, que disfruta con el cuero y el látigo, confunde aquí el dolor carnal con el espiritual, y somete a la protagonista, como ya hiciera en Martyrs y en El internado, a una buena tunda: palos, cortes, caídas, fracturas, chapuzones… Jessica Biel termina hecha un cristo, pero corre como una gacela cuando la persiguen. Esa es una concesión propia de una película de terror: los protagonistas y los malotes se recuperan milagrosamente de las lesiones y de las heridas; pero no ocurre así en el drama: una pierna rota te impide andar y un brazo dislocado ya no te vale ni para sostener la cuchara. Este dolor se dejaba sentir en Martyrs, pero de forma bien distinta y bastante peor se ha hecho en el título que nos ocupa. De todos modos, el maltrato físico a las féminas parece ser ya un estilema del cine de Laugier (y de otros muchos cineastas del French New Extremism), que pasa por ser una versión timorata de Lars Von Trier, “el gran misógino”, que a su vez, es una versión brutal y menos sofisticada de Bergman.
Caen ya los créditos y vamos terminando. Hay opiniones y sentimientos encontrados en torno a esta película. Hay quien la defiende por encima de los anteriores trabajos del autor y hay quien se parapeta tras el signo contrario. De lo que no hay duda es que se trata de una obra mucho menos intensa, valiente y original que Martyrs. Es, también, mucho más olvidable y prescindible, digestiva y amable. Dejemos a los que tienen estudios hablar de la dirección, de la luz, del montaje y de los encuadres.
The tall man no puede ocultar sus aspiraciones de remover conciencias y de enfrentar al espectador con un dilema moral, allá por su última escena; con un guión bien meditado, el interrogante final habría caído como una bomba sobre un hospital; aquí no pasa de pregunta retórica:
Right?
Right?
Right?
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