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Hay películas que llaman tu atención por un nombre, basta solo uno, y éste es ese caso. El nombre que me ha traído hasta aquí es el de Xavier Gens, a quien alistamos en nuestro grupo de directores a seguir en el cada vez más lejano 2007, a raíz de su opera prima, Frontiere(s), un film brutal que surgió en el momento adecuado, en medio de la ola de nuevo terror francés, y que nos dejó franca y gratamente impresionados. Aunque el resto de su carrera no ha vuelto a volar a la misma altura, algunos títulos muy apreciables como The Divide (2011) o La piel fría (2017), han mantenido al menos la llama de mi estima viva. Así que ahora lleva a través de Netflix esta película “de tiburones”, y a pesar de su pinta de no ir a ser nada muy memorable, uno mira la ficha y exclama: vaya, Xavier Gens. Veamos por dónde se anda. Esa y no ninguna otra ha sido la escena para mí, el único interés razonable para ponerme este título, de entre las muchas películas que tengo pendientes de ver o de revisitar.

Si digo que las películas “de tiburones” se han constituido como una especie de subgénero propio, y que hay casi tantas películas sobre estos animales que sobre zombies, no creo que nadie sienta que estoy exagerando mucho (quizás en la segunda afirmación sí, pero no demasiado). No me disgustan, tienen dinámicas propias que ya conocemos y con las que podemos llegar a sentirnos cómodos. También es cierto que la inmensa mayoría son muy malas. Se puede invertir la cuestión, y acabaríamos antes si tuviéramos que nombrar cuáles son buenas. Aparte de la de Spielberg, admitamos los logros de Deep Blue Sea, Infierno azul, El arrecife, A 47 metros, incluso Open Water… y no recuerdo muchas más. En las profundidades del Sena no va a entrar para mí en este selecto grupo, pero tampoco es de las muy malas. Se queda en una zona templada a la que puedo encontrar aceptable, funcional al menos.

El argumento no tiene ningún sentido, pero mola tener tiburones muy inteligentes y hambrientos en París: una hembra de Tiburón llamada Lilith, de una especie mutada en teoría por efecto de la contaminación de los mares y el calentamiento global, recorre medio mundo desde el Oceano Indico hasta Paris, bordeando toda África y toda la Península Ibérica y media Francia hasta remontar el curso del Sena. ¿Por qué? No se explica, pero parece que está siguiendo a una bióloga con la que ya se había enfrentado en mar abierto, y cuyos compañeros de tripulación, incluido su marido, ya se había comido. ¿Puede saber el animal de alguna manera que la bióloga vive allí? No, pero ya habíamos visto “Tiburón 4: la venganza”, así que ya puedo con todo. O quizás sea solo una improbable coincidencia. O quizás venga a restregárselo. Como sea, el tiburón comienza a hacer estragos en Paris, y una patrulla de policía fluvial, junto con nuestra protagonista la bióloga, tendrán que destruirlo antes de que se reproduzca descontroladamente y la Ciudad de las Luces parezca la Isla del Coco o las Galápagos, con el agua junto a Notre-Dame o la Torre Eiffel infestada de aletas dorsales. Pero sería un error venir aquí a hacerse preguntas. Es de esa clase de películas que tienes que aceptar tal cual, te expliquen lo que te expliquen.

No hay ninguna escena memorable hasta prácticamente el clímax final, aunque lo mejor del film es su ritmo, logrando hacerse muy entretenido, a pesar de durar más de cien minutos. Pienso que es una buena opción para ver en casa, no necesitas una pantalla demasiado espectacular para disfrutarla, ni se te va a quedar prendida resonando en tu cabeza una vez que la acabes. Me parece muy válido que exista cine así, de entretenimiento, con fórmulas ya conocidas y resueltas con perfecta competencia.

En el terreno de los subtextos, es obvio que la película guarda una abierta inclinación ecologista, lo cual no me parece mal. Hablando de lo cual, quizás lo más eficiente de este mensaje sea lo menos explícito: ver la excasa visibilidad que hay en las sucísimas aguas del Sena, que como todos los grandes ríos que atraviesan capitales europeas, tiene una cantidad de mierda increíble, tanto en el fondo de su lecho como en el agua en sí. La trama parisina incluso empieza poniendo en juego un “arma de Chejov”, cuando el grupo policial protagonista está tratando el hallazgo de bombas de la Segunda Guerra Mundial sin detonar, y que todavía estarían en el fondo del río. Eso es real, ¿eh? Hace un par de años leí en el periódico que habían encontrado hasta 150 proyectiles en el fondo del río a la altura del Quai d’Austerlitz. También recordé otra noticia mucho más reciente, de Anne Hidalgo, la alcaldesa de Paris, bañándose en el Sena cual Manuel Fraga en Palomares para demostrar que la descontaminación que se ha llevado a cabo en el río de cara a la inauguración de las Olimpiadas, se ha completado con éxito. Esta clase de atisbos de realidad en un film por lo demás disparatado, contribuye muy positivamente a dar equilibrio y hacer que todo sea más fácil de aceptar.

Dos grupos de personajes más merecen su propio comentario. El grupo de militantes ecologistas… ¡Ah, qué maravilla! Son un grupo de chicas (en su mayoría, y sobre todo las más que tienen más protagonismo), y se supone que lo que quieren es bueno, un impulso positivo al mundo: cuidemos de nuestros mares, acabemos con la matanza de tiburones que ha puesto a algunas especies en peligro de extinción, etc, etc. Pero tras esas intenciones no tarda en verse que solo hay una pandilla de niñatas (y una especialmente repelente, con la voz cantante), una gente tan pagada de su idealismo, que no se paran a hacer ninguna otra consideración relativa a las muchas complejidades del mundo de los adultos en el que vivimos los demás. Por eso son la clase de gente que corta vías de tren o atacan pinacotecas, porque el hecho de que crean tener razón y estar haciendo algo muy importante ya cuenta más que cualquier otra de las “mierdas” que nos importen a los demás, que debemos de ser transparentes o no importar nada. Hay un momento en que la líder del grupo utiliza los argumentos gruesos de Greta Thunberg, acusando a las generaciones de sus padres y abuelos de haber condenado a la suya. No dudan en poner en peligro la vida de los policías, y por supuesto no escuchan cuando les explican que el tiburón es peligroso. Claramente puestos ahí para caer mal, a pesar de que hay quien a acusado a la película de ser un poco “woke”, pero por muy progresista que sea (y creo que Gens lo es), es difícil que no te agrade que los tiburones se coman a una idiota.

Y la alcaldesa, representación de la política en todo esto, más preocupada por los euros y la repercusión en los medios que en las vidas humanas. En realidad, esto ya lo hacía el alcalde de Amityville, el pueblo de Tiburón (no la casa, aunque se llame igual).  Le falta algún contrapeso, en la vida real si el alcalde de una ciudad se te pone muy tonto, quizás puedas ir con el soplo a la Oposición, ellos sabrán que hacer encantados. Pero por simplificar la película, está claro que la política no va a cancelar las pruebas deportivas en el Sena, en el año olímpico, solo por un que un tiburón se zampe a unas cuantas decenas de personas… Como Anna Hidalgo es morena, y no queremos que se dé por aludida, aquí la interpreta Anne Marivin, que es rubia,y que además hace una caricatura del personaje, dibujándola como alguien frívolo y tonto.

Habrá matanza, pero no demasiada sangre. Se deja ver, en serio. ¿Y Xavier Gens, para terminar como empecé? Bueno, no es un proyecto muy personal, pero es un trabajo, resuelto de manera competente, y con algunos destellos incluso muy inteligentes.

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