La tercera película de Jeremy Saulnier era muy esperada tras la excelente recepción de Blue Ruin, su anterior película. Queda tan solo más desconocida para muchos su opera prima, Murder Party (2007), pero así y todo creo que puedo afirmar sin exageración alguna que el director ha conseguido hacerse un hueco en el grupo de autores emergentes a seguir. Militando en un cine independiente radicado a medio camino entre la comedia y la tragedia, las películas de Saulnier suelen tener en común un tono seco, con golpes de humor negro pero planteamientos realistas, como una versión áspera del cine de los Coen, unos protagonistas muy humanos, a menudo débiles, torpes, incluso un poco ineptos, y estallidos de violencia en la que se ven envueltos y que acaban por envolverlos y modificar para siempre su mundo.
En este caso Saulnier, que fue músico aficionado (tocaba en un grupo de hardcore, que nadie piense en algo más clásico), retoma uno de sus espacios cerrados favoritos: la green room o “habitación verde”, esa especie de camerino de espera en el que los artistas permanecen hasta que les avisan de que pueden salir al escenario. En 2007 ya había rodado un cortometraje sobre una banda de heavy metal encerrada en una green room, una pieza muy pequeña rodada en el sótano de su propia casa, y que me temo que no es fácil de ver hoy por hoy. Aquí, en vez de heavy metal Saulnier ha cambiado el heavy por otro de los estilos guitarreros que más le gustan, el punk, haciendo de una banda de este estilo los héroes que, sin comerlo ni beberlo, se ven atrapados en medio de un refugio de skin heads al que les han invitado a tocar, y en el que por accidente han visto lo que no debían. A partir de ahí las cosas se ponen intensas, muy intensas.
Tanto es así que Green Room va a llevarse el título de ser una de las películas más tensas y violentas estrenadas en el circuito comercial esta temporada, sin miedo siquiera al gore. Con referentes como Perros de paja (Straw Dogs, 1971, de Sam Peckinpah), Instinto sádico (River’s Edge, 1986, de Tim Hunter), Asalto a la comisaría del distrito 13 (Assault on Precint 13, 1976, de John Carpenter) o La cosa (The Thing, 1984, de John Carpenter) como referente de la tensión en espacios cerrados (Saulnier admite que Carpenter es una de sus mayores influencias vitales), la dinámica creada en Green Room funciona como un mazazo que te golpea y no te deja levantarte hasta el final.
La dicotomía punks vs. nazis es una enemistad urbana/callejera antigua, y parte de la idea de la película proviene de la época de músico hardcore del director, que asegura que los conciertos siempre había algunos cabezas rapadas, muchos de los cuales también escuchan punk y hardcore. La película muestra su lado más crítico (yo diría que simplemente descriptivo), cuando los skins, ante el problema que tienen entre manos, llaman a su líder, el enigmático y maquiavélico Darcy, un hombre culto e inteligente de la verdadera y más peligrosa extrema derecha, que en los descerebrados y manipulables skin heads ha encontrado su propio ejército personal. La interpretación de Patrick Stewart en este papel es otro de los grandes aciertos de la película. Respecto al resto del reparto, no falta Macon Blair, el actor fetiche del director (protagonista en Blue Ruin), así como el recientemente fallecido Anton Yelchin, al que el estreno de esta película puede servir de homenaje.
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