El que es indiscutiblemente uno de los directores más importantes de la historia del cine de géneros en España, y por extensión uno de los directores españoles más interesantes de la historia. Su concepción vitalista del arte y su rabiosa manera de vivir fiel a sí mismo y sin atender a lo políticamente correcto y el qué dirán, el convirtieron en un outsider puro. Sus amigos Fernando Fernán Gómez y Luis García Berlanga terminaron dándole la razón, y con la edad hicieron lo que Franco llevaba ya haciendo desde joven: lo que querían.
Jugando con la ventaja de saber que era algo que a él le gustaba mucho, siempre he pensado que Jesús Franco fue más artista de músicajazz que director de cine. Conociendo el jazz, su ritmo y sus inmensas (y valoradísimas) posibilidades de improvisación y arrebato, el cine de Jesús Franco se entiende un poco más. También he pensado siempre, y aquí ya caigo en lo obvio, que Jesús Franco era un espíritu indomable, un adicto a la libertad, una de las pocas personas libres de pretensiones y anejas al qué dirán. Y por supuesto, y esto otro igual muchos no lo habían pensado, creo que para él filmar era vivir, con todas sus connotaciones existenciales (sobre el vouyerismo y la mirada), pero que paulatinamente las películas en sí llegaron a importarle una mierda… Se presume que rodó más de 200 películas, que se dice pronto, y tal y como quiso, murió con la cámara al hombro, como había vivido.
Jesús Franco nació en Madrid el 12 de mayo de 1930. Estudió derecho y música, tocaba el piano y la trompeta entre otros instrumentos, se convirtió en músico de jazz y tocó en bandas en numerosos clubes. También escribió novelas policiacas bajo el pseudónimo David Khunne. Estuvo viviendo en París, en donde estudió cine y descubrió montones de películas en su Cinemateca. En 1959 dirigió su primera película, la comedia Tenemos 18 años, con Antonio Ozores y Terele Párez, que ya contenía un episodio satírico flirteando con el género de terror.
Pero la eclosión de Jesús Franco como cineasta llega con la fundacional Gritos en la noche (1961), considerable oficiosamente, sempiternos precedentes aparte (Edgar Neville, El cebo de Vajda, etc), la primera película de terror española propiamente dicha. En ella presentaba grandes influencias de la novela de bolsillo, el expresionismo alemán, la nouvelle vague francesa y los seriales, y nos dejaba los primeros mitos del cine fantástico españoles de la historia: el siniestro Dr. Orloff o si esbirro el gigantón mudo y retrasado Morpho. En ella comienza su asociación también con el actor Howard Vernon, con el que colaboraría en muchas películas.
A Gritos en la noche siguió lo que se suele considerar su década clásica o canónica, por estar copada de buenas películas, la mayoría en blanco y negro, estética y cinematográficamente sólidas y atractivas, y referencias a materiales siempre muy enraizados en la cultura popular como (ya lo he dicho) la literatura de consumo, el cómic, el cine policiaco y sus estereotipados personajes, etc. Así surgieron joyas del calibre de Miss Muerte, La mano del hombre muerto, Rififí en la ciudad, El secreto del Dr. Orloff o Cartas bocarriba. Pero cuando todo hacía presagiar a un brillante artesano con la sensibilidad temática de un Jean Ray y la perfección formal del cine de terror de la Universal, a Jesús Franco le empezó a interesar la experimentación más transgresora (ya había algo de eso en todas sus anteriores películas, incluso en Tenemos 18 años). Esto queda de manifiesto en la lisérgica y fascinante Necronomicón o en la no menos onírica y etérea Black Angel. Poco a poco también comienza a quedar de manifiesto que a Franco le interesa el erotismo en el cine, sus películas se van trufando con alucinantes números de stripteases, tan imaginativos como extraños, o de heroínas voluptuosas que van dejando verse cada vez más, o su indisimulada fascinación por la obra del Marqués de Sade, al cual adapta en numerosísimas ocasiones, directa (Justine, Eugene, etc) o indirectamente.
Y el pop, naturalmente. A medida que los 60 se tornan en década de los 70, la obra de Jesús Franco va desprendiéndose del blanco y negro y de las referencias al expresionismo alemán y al cine de la Universal (más al de la ensalada de monstruos de los 40 que al de principios de los 30) y se convierten en un caleidoscopio de referencias pop y estética acorde a su época, como se puede ver en las dos películas de la pareja de detectives femeninos Labios rojos formada por Bésame monstruo y El caso de las dos bellezas, Drácula contra Frankenstein, La venganza del Dr. Mabuse, etc. Este tránsito de época también coincide con su asociación con el productor Harry Alan Tower, que le permite el acceso a trabajar en varias películas con Christopher Lee, como en sus dos films de Fu-Manchú, Fu-Manchú y el beso de la muerte o El castillo de Fu-Manchú, en El Conde Drácula o en El proceso de las Brujas. O por supuesto coincidir con el no menos anárquico y satánico Klaus Kinski (Jack the Ripper, Justine, etc) . O su más que destacable vinculación con la actriz Soledad Miranda, sencilla muchacha que había pasado desapercibida en el cine español hasta que él la cogió y la convirtió en una sex-symbol de primera línea, como en Las vampiras, Sie tötete in ekstase, El diablo que vino de Akasawa, etc.
Los 70 marcan poco a poco una aceleración progresiva de la falta de cuidado a las formas finales de sus películas, a la vez de un ansia voraz por filmar, filmar y filmar. Jesús Franco era capaz de rodar, montar y estrenar hasta 9 y 10 películas por año, de las cuales muchas hacía usando toda clase de pseudónimos que le parecían divertidos, y de los cuales finalmente acabó calando en el imaginario cinéfilo el que más se parecía a su nombre: Jess Frank o simplemente tío Jess. También en ésta década conocería a la que sería su alma gemela, musa y compañera para el resto de su vida, la actriz Lina Romay. Y juntos, Jesús y Lina, Lina y Jesús, fueron hilvanando una filmografía repleta de cine erótico (Diario íntimo de una ninfómana, Confesiones de una exhibicionista, Botas negras látigos de cuero), terror de serie B (El sádico de Notre-Dame, La noche de los asesinos, ), policiaco devergonzado, aventuras exóticas (Maciste contra las Amazonas, etc), títulos imposibles (La sombra del judoca contra el Dr. Wong es un título que siempre me ha fascinado), entre las que hay algunas joyas (especialmente me gusta, por varias razones, El otro lado del espejo).
Llegada la década de los 80, la reputación de Jesús Franco es absoluta y mundial, como uno de los grandes autores (autores, sí) del trash europeo y mundial. La transición del cine formal de Gritos en la noche y Miss Muerte a este otro cine rápido y poco cuidadoso decepciona a algunos y le condena al rechazo absoluto de la comunidad crítica. No lo entienden, no puden. Que hay dos tipos de personas: las que hacen y las que miran, que lo que es grande de verdad es mirar por el objetivo de la cámara y filmar, vivir cine, y que las películas, como he dicho anteriormente, importan una mierda. Son el medio para vivir así. Una vez me contaron que tío Jess montó una película en día y medio porque cayó en sus manos una cámara que quería probar. Creo que si le he entendido bien, de eso se trata. Vivir, sentir, hacer. Eso es lo que cuenta. Luego, un día, ocurre como hoy, y te mueres, y lo que dejas no puede ser jamás más valioso que lo que te llevas, o será muy mala señal.
A finales de los 70 muchas de sus películas fueron calificadas en España “S”, y a principios de los 80, derogada la prohibición, Jesús Franco y Lina Romay fueron de los primeros que se pusieron a rodar cine porno en España: Para las nenas leche calentita, Entre pitos anda el juego, El ojete de Lulú, Follastía, etc. Títulos que alternan con toda normalidad con otros de terror de serie B y Z como Colegialas violadas, Los depredadores de la noche, El hundimiento de la casa Usher, La tumba de los muertos vivientes, etc, y otros de corte fantástico-onírico-experimental de carácter erótico como Macumba sexual, El sexo está loco, etc. Son años en los que cabe mencionar su asociación casi inseparable con el actor Antonio Mayans, protagonista de muchas de esas películas.
En los 90 baja mucho la actividad, aunque a partir de mediados parece haber un boom reivindicativo sobre su figura, se comienzan a publicar montones de artículos en fanzines y revistas, y reaparece con un título a priori interesante (que luego resultaría no serlo tanto) como fue Killer Barbies, a servicio de parte del grupo del sello indie Subterfuge (no en vano el dueño Carlos Subterfuge salía como actor en la película) y con Santiago Segura en un pequeño papel. Pero lo más relevante en este punto sería un contrato con una pequeña productora independiente norteamericana, One Shot, que le permite volver al trabajo casi con más intensidad que nunca, en títulos como El infierno virtual del Dr. Wong, Mari Cockie y la tarántula asesina, Muñecas rotas, etc. Películas horribles con estética digital de pornete barata, aunque con ocasionales hallazgos y sobre todo, eso sí, mucho desnudo y generosos planos detalle de genitales femeninos.
Y así toda la década pasada, afincando en Torremolinos en donde filmaría todos sus filmes postreros. El último de ellos, Al Pereira vs. the Aligator Women hace apenas unos meses. Lina Romay murió ya hace un año. Donde quieran que estén, ya están otra vez juntos y seguro que filmando, como sea, aunque tengan que engañar al diablo para obtener la financiación, decir que están filmando una película y con ese dinero hacer tres… Ah, esos detalles… puro tío Jess.
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