Podría pensarse que a Jeff Nichols le va muy bien. Desde que muchos de nosotros le descubriéramos con la fascinante Take Shelter (2011), y a raíz de ella le buscásemos con ahínco también en las no menos interesantes Mud (2012) y Shootgun Stories (2007), se ha convertido en uno de los directores de cine independiente de moda, de los favoritos del momento. Sin embargo, no es ésta la posición que él busca, menos interesado en el resbaladizo y ambiguo título de “director de culto” que en el hecho de conectar con el público, que sus películas sean vistas por la gente. No deja de ser revelador que cada vez que le preguntan por directores actuales de referencia, responde nombrando a Christopher Nolan, el director que desde la seguridad y el poder que le han dado su taquillera trilogía de Batman, ha conseguido que una grande como Warner le financie y respalde en dos piezas de ciencia ficción de autor como son Origen (Inception, 2010) y, sobre todo, Interstellar (2014).
Midnight Special vendría a ser algo así como la versión Nichols de un blockbuster
“de qualité” en sentido “nolaniano”, para lo que ha elegido conscientemente un guion de tema archisobado y de aroma juvenil ochentero, que le hace guiños tanto a Steven Spielberg, sobre todo al de Encuentros en la tercera fase (Close Encounters of the Third Kind, 1977) y E.T. (1982), como a John Carpenter, especialmente al de Starman (1984). La “mala noticia” hacia esas supuestas intenciones, es que le ha quedado un film no propiamente comercial, prueba de ello es que en España ni tan siquiera tiene prevista fecha de estreno (si es que se llega a estrenar); la buena noticia para nosotros, es que ha resultado ser un film tan estimulante como los anteriores, un nuevo paso en su carrera que, si bien no marcará un hito, resulta absolutamente coherente.
A las referencias antecitadas, y a las que se podrían unir otras como D.A.R.Y.L (1985, de Simon Wincer) u Ojos de fuego (Firestarter, 1984, de Mark L. Lester) basada en la novela de Stephen King, hay que unirle un aumento de presupuesto, hasta los 20 millones de dólares , el más alto manejado jamás por el director. Claro que 20 millones no da ni para el catering de Interstellar (cuyo presupuesto era de 165 millones, sin contar costes de marketing), ya me entienden. Pero la principal diferencia entre Midnight Special y una película comercial no está ahí: es el estilo de Nichols, incapaz de ser vulgar ni aun cuando cuenta la historia más manida del mundo, y que imprime al material su sello y sus constantes.
Midnight Special no sigue el esquema clásico de presentación, nudo y desenlace, no descubre sus cartas de primeras. Más bien juega con el espectador a un juego de “une los puntos”, de manera que solo según avanzas y vas recogiendo cada uno de los detalles, se va apareciendo el dibujo completo ante ti. Entonces, y solo entonces, es cuando ves a E.T. y Starman. El resto del tiempo es una película muy misteriosa, con un elevando sentido del suspense acerca de qué más va a pasar y porqué. En cierto modo se podría entender esto como una forma de hacer parecer complejo lo simple, pero a nivel psicológico funciona tan bien como en sus anteriores película, como en la ambigüedad de la vívida paranoia de Michael Shannon en Take Shelter, por ejemplo.
Nichols trabaja con el sistema de las “tarjetas de concepto”: escribe en tarjetas las ideas que quiere tocar en una película, cada una en una tarjeta independiente, y desde ahí las va abordando o descartando. Esto le permite también introducir temas tangenciales a la trama principal y dejarlos estar, aparentemente colgados, como historias que se generan de la nuestra, pero que son historias diferentes y deberían ser contadas en otro momento. Pero como el espectador avanza a oscuras por Midnight Special, como con una linterna de luz corta, uno no puede anticipar si un concepto de los introducidos va a tener consecuencias, o va a ser dejado atrás. No se molesta en desarrollar muchos cómos ni porqués. La narrativa es simple y directa, pero raciona muy bien la información, la justa, la que quiere. Este juego del gato y el ratón entre el narrador y el espectador es lo que impide que la película pueda ser considerada un mero eslabón más de la nutrida cadena de recreaciones nostálgicas de la década de los 80 que parece que estemos viviendo.
El paisaje rural sureño es otra de las constantes de Nichols que suele funcionar como un personaje más en sus películas, y aquí no es la excepción. Y Adam Stone, su director de fotografía habitual, logra construir un mundo a caballo entre las sombras de las huidas nocturnas y la plena luz del desierto con un uso del scope que recuerda a (de nuevo) Carpenter. El reparto está espléndido, sabido es que el autor es un gran director de actores, entre los que vuelve a encontrarse su actor fetiche, el ya citado Michael Shannon, además de encontrarnos con una sorprenderte Kirsten Dunst, que logra parece mucho mayor de lo que es, y que trasmite muchas cosas que no están en los diálogos (y a eso se le llama actuar, no lo olvidemos). La química entre el padre (Shannon) y el niño es desconcertante, pero funciona progresivamente a que avanza la película, hasta el final, que es ambivalente, agridulce, muy interpretable, pero no cabe duda que impactante.
Midnight Special es una película muy curiosa, y seguramente no para todos los públicos. A Nichols no le termina de salir la jugada “a lo Nola”, pero en cierto modo mientras veía su película no podía evitar pensar que, en ciertos aspectos, a Night Shyamalan le ha salido un pariente cercano. Al Shyamalan bueno, claro, el de Señales o El protegido…
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