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Nicholas Cage, el hombre que es un género cinematográfico en sí mismo, ha interpretado últimamente unos cuantos personajes silenciosos y extremos, que en un momento dado se ven atrapados por estallidos de violencia. Desde el imperturbable adicto al Red Bull de Willy’s Wonderland, el “pistolero” de Prisoners of the Ghostland o el vengador de Mandy. En Pig, Cage es una especie de ermitaño que vive apartado del mundo, y al que le roban su cerda trufera. Así que uno podría pensar: ok, allá vamos de nuevo, ahora es cuando se va a liar a repartir a lo John Wick. Sin embargo Pig es todo lo contrario: Cage no solo no va a matar a nadie, sino que ni siquiera pega un puñetazo. El robo de la cerda es el detonante de un retrato melancólico de un personaje dramático, en un film lento, reflexivo y cargado de tristeza. Hay quien piensa que es raro lo de Nicholas Cage, capaz de aceptar cualquier proyecto trapero por motivos meramente alimenticios (todos hemos oído que hace unos años contrajo tantas deudas y tan grandes que incluso tuvo que vender su mansión, algunos de sus deportivos, e incluso su ejemplar del número 1 de Superman, con lo comiquero que él es), a pasar a convertirse en estrella habitual del cine indie más arriesgado, en el mismo año y sin relación aparente de continuidad. En realidad, eso siempre fue así. Cage, que es verdad que empezó “enchufado” por su tío Francis Ford Coppola, alternó desde el principio cosas como Besos de vampiro o Luna de miel para tres con trabajos para Lynch o los Coen; te hacía casi el mismo año La roca y Leaving Las Vegas. Es un actor controvertido, histriónico, y tiene muchísimos detractores. Pero ya hace años que yo me rendí a sus pies. Tuve que reconocer que me encantan al menos una veintena de sus películas, tanto de las de acción (como Cara a cara, o Con Air) como las “serias” (como El señor de la guerra o Adaptation, por no repetirme con algunas otras ya nombradas); o de todo lo último, tan cañeras y divertidas como Mamá y Papá o Color Out of Space. Ante una evidencia como esta, ante una filmografía tan incrustada en mi colección y mis gusto, sería hipócrita por mi parte si le pusiera pegas a este tipo, que ha acabado por caerme realmente bien.

En Pig su personaje es un hombre que ha optado por cortar todas las amarras con el mundo, renunciando a sí mismo, convirtiéndose en un fantasma en vida, o en un animal del bosque. Escucha en una vieja casete la voz de una mujer que intuimos que ya no está, y que tiene que ver con su dolor. Un duelo jamás superado, simplemente paró el tiempo y tiró la toalla. ¿Saben aquella frase de “¡paren el mundo, que me bajo!”? Pues él lo hizo, se bajó. Su personaje sufre una decepción generalizada, y ha conseguido suprimir en sí mismo cualquier expectativa, cualquier esperanza. No espera nada, ya que cree que carece de sentido cuando en cualquier momento puede venir un tsunami y pasarte por encima, real o en sentido figurado. Entonces sucede el robo de su cerda, su única compañía, lo único que le unía con la vida, por muy excesivo que suene, ya que le ha otorgado el rol de única amiga y familiar, una vez descartado al resto de la humanidad. Así que trata de recuperarla, y para ello tiene que salir del bosque, volver a la ciudad que fue su antigua ciudad, y pedir la ayuda de un joven (Alex Wolff) que tampoco tiene una vida de color de rosa, pero a pesar de todo se mantiene enchufado a la vida, a los deseos, a la esperanza.

Al volver, al protagonista no le queda más remedio que reencontrarse con su propia identidad, para empezar. Vuelve el pasado, se ponen a rodar antiguos contactos, muchas personas se acuerdan todavía de él, del genio de la cocina que simplemente un día desapareció. Vuelve a recordar cómo se sentía, por qué acabó pensando que la existencia se le había ido de las manos, que se estaba perdiendo a sí mismo (y curiosamente para salvaguardarse, se acabó de borrar del todo…). En definitiva, se zambulle de lleno en la piscina de su dolor no superado, en un viaje que es más instrospectivo que otra cosa, y del que tendrá que salir purificado, lo cual no significa tampoco más feliz, pero al menos ser capaz de volver a lavarse la cara.

La película habla de escudos y de escondites, en un marco de grandes diálogos, como ese que dice (y siento el pequeño spoiler): Si me hubiese quedado en el bosque, en mi cabeza la cerda todavía estaría viva, porque de esa actitud nihilista habla la película. La fotografía es sobria, la actuación de Cage anormalmente contenida y brillante, y aunque hay cosas en la parte de “investigación” del guion que no termino de entender o que me parecen muy raras (como ese “club de la lucha” para ¿gourmets?), el debutante Michael Sarnoski ha hecho muy buen trabajo.

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