A cargo del desconocido Jake Schreier, Thunderbolts marca uno de los intentos más notorios de Marvel Studios por revitalizar su universo tras años de desgaste y críticas a la repetición de fórmulas. El filme apuesta por una narrativa más contenida y exploratoria, enfocándose en un grupo de personajes heridos emocionalmente y moralmente ambiguos, que deben lidiar con su pasado para encontrar una nueva función en un mundo que ya no confía en ellos. La película sorprende por su profundidad psicológica y su voluntad de romper —al menos parcialmente— con el molde de la superproducción tradicional de Marvel, optando por una aproximación más íntima y traumática al “heroísmo”.
La auténtica protagonista es Florence Pugh, cuya interpretación de Yelena Belova brilla con fuerza propia y dota al filme de un corazón emocional inusual en la franquicia. Tanto sus escenas de acción como los momentos de confesión y vulnerabilidad hacen de Yelena una antiheroína compleja, superando incluso a anteriores protagonistas del MCU en carisma y matices. El resto del elenco —David Harbour como Red Guardian, Sebastian Stan como Bucky Barnes, Wyatt Russell como John Walker y Hannah John-Kamen como Fantasma— funciona como engranaje coral, logrando química, ironía y un sentido de equipo de “perdedores” a la deriva que destaca respecto a entregas recientes.
Uno de los hallazgos del film es el personaje de Sentry/Bob, interpretado por Lewis Pullman, el cual aporta una dimensión inédita: tanto espejo del espectador como antihéroe de poder devastador, Sentry encarna el conflicto interno más agudo de la película y permite a Schreier abordar la salud mental y la lucha contra demonios internos desde una perspectiva genuinamente humana y sombría. Su dinámica con los otros miembros de los Thunderbolts no solo es funcional sino que ofrece los momentos más intensos y originales de la cinta.
El guion, sin ser revolucionario, apuesta por un tono que oscila entre el sarcasmo autocrítico y el drama sincero: la película se desmarca por momentos del habitual esquematismo Marvel, aunque acaba claudicando ante los requisitos del blockbuster en su tercer acto. Es entonces cuando retorna la destrucción masiva y un clímax convencional, que diluye parte del potencial disruptivo mostrado en sus mejores tramos. Aun así, la cinta acierta al anteponer el desarrollo de los personajes sobre la espectacularidad vacía, permitiendo que los conflictos internos y las heridas emocionales sean el motor de la acción.
Thunderbolts destaca también por su vocación de transición dentro del MCU: recoge personajes y subtramas de las Fases 4 y 5 para darles una coherencia y continuidad ausente hasta ahora, preparando el terreno para futuras entregas como Vengadores: Doomsday. No arriesga en exceso ni reinventa el género, pero abre posibilidades narrativas y esboza líneas de conflicto y redención más oscuras y adultas que las de las últimas películas de la saga.
En el apartado técnico, Schreier demuestra solvencia visual en las escenas de acción y aprovecha con inteligencia los recursos del género, ofreciendo tanto guiños a los fans como secuencias de alto impacto físico. Sin embargo, se percibe cierta limitación en la escala y el desenlace, así como en el desarrollo de algunos secundarios —sobre todo los roles de Julia Louis-Dreyfus y Geraldine Viswanathan, poco aprovechados en relación a su potencial interpretativo—.
Como conclusión, Thunderbolts resulta ser una de las entregas más sólidas, entretenidas y valientes del Marvel reciente: no revoluciona ni trasciende los límites de la fórmula, pero aporta una mirada introspectiva y a ratos emocionalmente impactante sobre el antihéroe y el trauma. Es un espectáculo disfrutable que, pese a su techo limitado y renuncias en el tramo final, supone un paso adelante en la humanización del universo Marvel y renueva la esperanza en la capacidad de sus personajes para evolucionar y sorprender.





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