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Crash!, también llamada Death Ride o Azaka, God of Vengeance, es una muestra muy poco conocida pero extremadamente ilustrativa de la orientación vocacional de Charles Band hacia la producción de muy coherentes filmes de serie B, su esencia ‘de cuna’ como ‘aminal de cine’ y lo innato de su talento. Hijo como todo el mundo sabe (y sin duda se ha repetido en este libro en más de una ocasión) del prolífico cineasta Albert Band, artesano que desarrolló su trabajo durante más de tres décadas entre producciones americanas y europeas, sobre todo italianas, esto puso a su alcance, en su propia casa, una fuente de conocimiento y experiencia de primera mano acerca de cómo sacar adelante películas de bajo presupuesto bajo distintos sistemas de producción. Rondó los rodajes de su padre desde que tuvo edad para ello, y colaboró en varios de ellos en las más diversas tareas, lo cual fue una estupenda escuela y le permitió entrar en contacto directo con muchas personas. Y cuando por fin llegó el momento de que desarrollase su propia carrera profesional, y aunque ya en 1973 dirigió su primera película, Last Foxtrot in Burkan, no tardó en decantarse por una especialidad que no suele ser de las más típicas como vocación en las escuelas de cine: la de productor, esa compleja figura en la que convergen la creatividad y el negocio, esa persona que tiene que ser capaz de hacer posible un proyecto (la financiación) y al mismo tiempo rentabilizarlo (la llegada al público) para poder seguir volviendo una y otra vez al paso anterior y seguir haciendo viables nuevas películas. Entre 1973 y 1977, con veintipocos años, produjo cinco películas, de las cuales solo dos dirigió el personalmente: la citada Last Foxtrot in Burkan y ésta que nos ocupa, Crash! Así, el joven Charles, con apoyo de su padre, constituyó en seguida una especie de startup de la producción, la Charles Band Productions (embrión de las posteriores Empire y Full Moon), no como solución para rodar sus propias películas como sucede en tantos otros casos, sino para trabajar también con otros directores y guionistas, e incluso llegar a conseguir la contratación de estrellas de la talla de Christopher Lee (uno de los principales reclamos de El último día del mundo) o Lance Henriksen (ídem en La mansión de los condenados).

Destaco todo esto porque quiero enfatizar los enormes méritos de Crash! como producción, incluso por encima de aquellos otros (que también los tiene) de dirección, a pesar de que pueda parecer que son estos segundos los que están más en bandeja al venir también firmada por Band en persona. Como si de un manual del buen film de bajo presupuesto se tratase, de esta película se puede aprender:

Lección 1: Aunque el presupuesto sea mínimo, merece la pena que lo apuestes, si hace falta incluso entero, en ofrecerle al espectador algún elemento sensacional. “Crash!” es lo que se ha dado en llamar una “carsploitation”, es decir, una película que utiliza como gancho escenas trepidantes de persecuciones de coches o accidentes, equivalente a lo que en nuestros días serían las películas de “The Fast and the Furious”. En este caso, la película es atravesada de principio a fin por un diabólico Chevrolet Camaro negro fantasma, un vehículo embrujado que circula sin conductor provocando la nada despreciable cifra de hasta once escenas diferentes de accidentes. Y no de una manera comic, como en esas persecuciones que sufrían los Blues Brothers en “Granujas a todo ritmo” (The Blues Brothers, John Landis, 1980), sino que cada uno de los accidentes está coreografiado y urdido con una premeditación buscando la espectacularidad y la aparatosidad, con coches que explotan o salen volando por los aires. Casi se podría hablar de slasher sobre ruedas. En el film participaron hasta siete especialistas en conducción cinematográfica extrema y simulación de accidentes: Larry Howe, Speed Sterns, Gary Baxley, Ralph Garret y los hermanos Deming: Von, Rick y Brent. Además, en el rodaje se contó con el asesoramiento de un experto artificiero, y los bomberos solían al tanto de cada jornada del rodaje. Si Quentin Tarantino se hubiese acordado de ella entre las múltiples referencias hechas en “Death Proof” (2007), no hubiese desentonado nada, ya que no tiene demasiado que envidiar en cuanto a proezas al volante a “La indecente Mary y Larry el loco” (Dirty Mary Crazy Larry, John Hough, 1974), “60 segundos” (Gone in 60 Seconds, H.B.Halicki, 1974) o “Punto límite: cero” (Vanishing Point, Richard C. Sarafian, 1971). Al contrario: si en algo se puede defender “Death Proof” es en la planificación del accidente del final de su primera mitad, íntimamente ligado además con el concepto de estos coches de especialista preparados “a prueba de muerte”. Los especialistas de “Crash!” además debían ser los mejores, ya que se la estaban jugando de veras: cuando tienes poco presupuesto para efectos especiales, la manera más verosímil de filmar accidentes es… haciéndolos ocurrir de verdad. Así, durante la filmación de esta película Charles Band fue responsable del destrozo de no menos de veinte coches, algunos viejos modelos de policía, y se ganó la enemistad de la DMV (la equivalente a la DGT americana). Afortunadamente para el espectador, mereció la pena, y una de las razones que convierten “Crash!” en algo memorable es sus escenas de acción en carretera.

Lección 2: Los actores son la cara de tu película, y si el espectador siente que está ante un reparto bueno, seguramente tenderá a pensar que en tu película hay más presupuesto del que tal vez hay de verdad. “Bueno”, muchas veces, para el espectador es igual a “conocido”. De ahí que merece la pena distribuir el dinero destinado al elenco procurando que haya caras y/o nombres conocidos. En este caso Charles Band, quien como ya hemos comentado anteriormente había trabajado incluso con estrellas de la talla de Christopher Lee  o Lance Henriksen, contó con el excelente José Ferrer, que al poco volvería a repetir con los Band esta vez en un film del padre, Albert: “Zoltan, el perro de Drácula” a.k.a. “El perro de Satán” (Dracula’s Dog, Albert Band, 1978). Ferrer, de origen puertorriqueño, había ganado un Oscar por “Cyrano de Bergerac” (Michael Gordon, 1950), había sido nominado en otras ocasiones, y venía de trabajar en la década anterior en superproducciones como “Lawrence de Arabia” (David Lean, 1962). Si cineastas tan humildes como los Band pudieron acceder a él se debe a una combinación de suerte, ocaso de su carrera y natural modestia de un actor trabajador que tampoco fue nunca una prima dona desdeñando papeles. Así y todo, seguramente su sueldo sea lo que más costó de toda la producción, junto con el destrozo de tanto coche.

También tenemos la presencia de John Carradine, el cual era un rostro tan conocido en esta clase de films que solo con estar ya ayudaba a vender la película a nuevos inversores y distribuidores. Sin embargo Charles Band le pagó solo por una jornada de rodaje, y en ella aprovechó para filmar todas sus escenas, que en realidad no son muchas, y que se insertaron convenientemente a lo largo del metraje para estirarlas mejor. En realidad su personaje ni siquiera tiene relevancia en la trama, y bien podría eliminarse por completo del montaje. Pero claro, lo que se buscaba era precisamente lo contrario: tener un film con José Ferrer y John Carradine.

La tercera estrella de la película es Sue Lyon, quien con dieciséis años había interpretado a Lolita en la película homónima de Stanley Kubrick (Lolita, Stanley Kubrick, 1962). Tras aquel célebre papel, y para que no se diga que su carrera se limitó a aquello, la muchacha parecía bien orientada, trabajando con John Huston, John Ford o Irvin Kershner. Pero llegada la década de los 70, y a pesar de que ella para entonces solo era una veinteañera en la flor de su belleza, una serie de malas decisiones vitales, sobre todo relacionados con pésimos matrimonios (el peor, cuando se casó con el asesino convicto Cottom Adamson estando él en la cárcel), la habían convertido en eso que suele llamarse “juguete roto”. Tras hacer un par de interesantes películas precisamente en España con José María Forqué (Tarot) y el nunca suficientemente bien valorado Eloy de la Iglesia (Una gota de sangre para morir amando), recabó en “Crash!”. Lo curioso es que parte del metraje aparece con vendas en la cara, lo cual es bastante audaz cuando tienes en tu reparto a una mujer que fue todo un símbolo erótico.

Bien aprovechados estos tres focos de atención en el elenco, economizado Carradine, con Ferrer poniendo la calidad bien alta y Sue Lyon como protagonista femenina de fama internacional, el público ya aguanta incluso que el héroe dispuesto a salvar a la chica sea un televisivo como John Ericson. Entre los demás, a modo de anécdota, destacar que aparece en un pequeñísimo papel Richard Band, antes de que comenzase a componer las bandas sonoras de las películas de su hermano. También vemos durante menos de un minuto a Reggie Nalder (el mítico señor Barlow de “El misterio de Salem’s Lot” de Tobe Hooper), que es precisamente el misterioso hippie que le vende el amuleto hitita a Sue Lyon. Y hablando de “Salem’s Lot”, ya hemos dicho que a estas alturas Richard Band todavía no se ocupaba de ello, por lo que la música la pone Harry Sukman, quien poco después haría la banda sonora de la citada miniserie de vampiros. Por lo demás, por aprovechar al máximo, tienen cameos y pequeños papeles gran parte del equipo técnico, incluidos los especialistas en conducción, los Deming, Howe, Sterns, Baxley y Garret.

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