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Hay una cosa muy simple que los americanos no han comprendido: no puede ser que una película de kaijus, o monstruos gigantes, dure más de dos horas. Si te sale una así de larga, es que estás haciendo algo mal. Es algo que no entendió ni Peter Jackson, a pesar de ser un hombre ilustrado en cultura de cine fantástico, cuando volvió a contar King Kong, pero exactamente el mismo que el de 1933, en ¡3 horas!, que viene a ser el doble de lo que duraba la original. Ni lo entendió Guillermo del Toro, otro buen conocedor, que hizo durar su Pacific Rim 133 minutazos. Y por supuesto se le fue a Gareth Edwards en la interesante pero irregular Godzilla (2014) ¡Caramba, que no es tan difícil! Y no estoy diciendo que para hacer una buena monster movie tengas que hacer una película tonta, ni que no deba tener un sentido. Al revés, los monstruos tienen que tener un carácter y unas motivaciones, y es perfectamente válido e incluso excelente que en torno a ellos giren figuras alegóricas, proyecciones de cuestiones transcendentales y asuntos de calado. Que no es eso, que no es hacer películas pequeñas porque “solo son de monstruos” (sic). Pero sí que requiere, al menos, creer en ellos como motor para la película.

Aquí ni aplica ni funciona la fórmula del betseller. Déjate de sainetes con problemas familiares entre los protagonistas humanos, traumas sin resolver y malos de pacotilla. El malo debe ser el monstruo, el trauma debe girar en torno al monstruo, y a la familia… te la dejas en casa. Hace cine de monstruos requiere sintetizar y confiar en su poder, en su capacidad estética y conceptual de resultar interesantes. Y eso es lo que este Godzilla rey de los monstruos tampoco ha hecho. Y es que lo de la fórmula de los líos familiares, y los traumas, y el malo de pacotilla, lo digo precisamente por el caso que nos ocupa. Una película con altibajos tremendos, con momentos farragosos y fatigosos hasta lo extenuante, en la que resulta cargante la tremenda seriedad con la que se quiere tomar asuntos que deberían estar en segundo plano o haberse dejado en el suelo de la sala de montaje.

Por el contrario, cuando la película es capaz de retomar su propio hilo y pasa a la cuestión de los monstros, la cosa cambia, siendo muy de agradecer incluso la estética y textura de las criaturas, que, siendo cien por cien generadas por ordenador, parecen evocar la estética de la goma y los disfraces de sus películas originales japonesas.

Así, tiene momento maravillosos, en los que la aparición de viejos amigos como Mothra, Rodan, el villanesco King Ghidorah, o el mismo Godzilla, constituyen esa fiesta que efectivamente esperábamos, y que tarda en empezar y parece cortarse intermitentemente cada vez que viene otra de esas escenas de humanos haciendo cosas muy graves y solemnes, y tratando de imprimir un empaque dramático sobre algo que ya lo tiene en sí mismo.

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