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Jurassic World (2015), cuarta película de la franquicia, que dirigió Colin Trevorrow, revitalizó el mundo de la serie jurásica, que andaba de capa caída, a pesar de que somos muchos los que apreciamos y defendemos Parque Jurásico III como film de aventuras. Posteriormente Jurassic World: Fallen Kingdom (2018) orquestada por nuestro compatriota J.A. Bayona dejó las cosas un poco en stand-by, pero por desgracia Jurassic World: Dominion (2022) con regreso de Trevorrow y todo, resultó tan decepcionante que el interés por la serie cayó incluso por debajo a donde se encontraba siete años antes. Hacía falta un nuevo revulsivo como el de 2015, o bien asumir que en 2025 el interés de la gente por los dinosaurios, incluidos niños, quizás no es alto como solía ser una década atrás.

En Jurassic World: Rebirth, se ha puesto todo lo que se podía para conseguir ese rebote, empezando por un director como Gareth Edwards, acostumbrado a las superproducciones pero que a la vez tiene prestigio, escrita por David Koepp, el guionista de la película original que lo originó todo, y nuevos personajes interpretados por rostros conocidos y prometedores como Scarlett Johansson, Mahershala Ali y Jonathan Bailey. La película abandona rasgos nostálgicos superficiales en favor de una atmósfera más cercana al blockbuster de aventuras ambliniano, pero —paradójicamente— se siente, desde los primeros compases, más como una mezcla de fragmentos de mejores películas de la franquicia que como una obra con identidad autónoma.

Como diría John Hammond: no hemos reparado en gastos. El filme sitúa a sus protagonistas en un planeta donde los dinosaurios sobreviven únicamente en el ecuador, lo que sirve de pretexto para reunir a un equipo heterogéneo: mercenarios, científicos y una familia náufraga, todos atrapados en una isla infestada de bestias y secretos genéticos. En sus mejores pasajes, Edwards recupera la tensión atmosférica y la escala monumental que caracterizó los mejores momentos de Edwards en “Godzilla” o “Rogue One”. Los monstruos y escenarios brillan especialmente en las secuencias insulares; los dinosaurios —incluido el imponente D. rex y secuencias de T. rex y Titanosaurios— despiertan asombro y terror genuinos, ya que son sin parangón los mejores que hemos visto en las siete películas.

Sin embardo, en donde la película se queda parca es precisamente en su guion, que es lo mínimo que dan para mantener a los personajes en movimiento entre unas escenas y las siguientes. El detonante de la trama es en sí mismo una formula cliché para arrancar aventuras: pon a los personajes a que busquen algo, por ejemplo muestras de sangre de distintos dinosaurios. La película va del punto A al punto B y luego al C, y así sucesivamente. Añade a eso personajes estereotipados, subtramas “de manual” y una sobreabundancia de arcos secundarios que diluyen el potencial de sus actores. Aunque Johansson y Ali destacan por carisma, la química no termina de materializarse más allá de lo funcional. Muchos diálogos resultan forzados, y la familia añadida —claramente pensada como recurso de empatía— aporta poco más que relleno dramático, ralentizando el ritmo y frenando la progresión de la tensión.

En realidad, lo mismo que acabo de decir de la familia se puede decir de los monstruos finales, esas mutaciones y dinosaurios “híbridos”, que si bien ofrecen algunos instantes de espectacularidad, bien podrían haber sido sustituidos por dinosaurios normales.

Pero entiéndaseme: dentro de lo que cabe, la película es muy divertida. Uno debe asumir ese minimalismo del guion y está claro que no es una película que cambie la vida, o que añada capas adicionales a su mitología. Pero los personajes caen razonablemente bien, y como los paisajes son tan maravillosos, los dionsaurios son tan impresionantes y la acción está tan bien dirigida, no se puede objetar mucho. Se trata de una película de puro espectáculo, y vista como tal, funciona condenadamente bien.

La puesta en escena resalta por una fotografía más vibrante y naturalista que en entregas recientes, con escenarios que transmiten vida y peligro real. Se agradecen detalles visuales —grabados en película tradicional— y algunos homenajes inteligentes al legado de Spielberg, especialmente en el manejo del suspense y los momentos de silencio, aunque rara vez logra la magia de las primeras entregas. E incluso Edwards se permite una autocita con la escena del apareamiento, que nos remite a Monsters, aquella película independiente con la que le conocimos.

Como conclusión, “Jurassic World: Rebirth” es, a la vez, un entretenimiento cumplidor y una oportunidad perdida. Mejora respecto a episodios anteriores como “Dominion”, recupera algo de la escala y el asombro visual originales y nos brinda algunas de las secuencias de dinosaurios más logradas en años. Da, sobre todo, una tarde (o noche) de diversión. Pero su incapacidad para arriesgar, renovar de forma real el mito o dar profundidad a sus personajes la deja en terreno seguro, pero nunca memorable: un gigante inconsistente, testimonio de que la verdadera rebirth del universo jurásico sigue pendiente.

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