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El formato mockumentary, sea en su estilo found footage o en cualquier otro, significa renuncia, eso es lo primero que cualquiera debería tener en cuenta. Implica no poder emplear muchos de los recursos lingüísticos que conforman el arte cinematográfico, ni algunos de sus avances, lo cual lo mires por donde lo mires va en contra de tu película. Es cargarse de limitaciones, de una forma que hace palidecer las restricciones autoimpuestas en su día por el controvertido manifiesto DOGMA 95. Es, sobre todo, resignarse a tener una cierta estética de “lo casual”, y por lo tanto poco elaborada. Pero esto no significa que no deba hacerse, sino que debe hacerse con sentido, debe existir una contraprestación favorable que compense de todo lo que se abandona. Sea en forma de inmersión e inmediatez, como en [REC] (2007, de Jaume Balagueró y Paco Plaza), sea en forma de verosimilitud, como en El proyecto de la Bruja Blair (The Blair Witch Project, 1999, de Daniel Myrick y Eduardo Sanchez) o Paranormal Activity (2011, de Oren Peli). Usarlo debería suponer renunciar a algunas cosas para obtener otras a cambio. Si no es así, no lo hagas.

Esto dicho en relación al reciente estreno, todavía en nuestras carteleras, de La horca (The Gallows, de Travis Cluff y Chris Lofing), que es un mockumentary, y dado que se trata de un ejemplo perfecto de aplicación gratuita del formato. No hay nada en la película que requiera de él, ni existe ninguna razón funcional para haberlo elegido. La película padece de todos sus inconvenientes, empezando por la estética poco elaborada (casi cutre), y lo hace por nada, sin ofrecer ningún aliciente. Peor aún: lo utiliza mal, rompe en demasiadas ocasiones con su lógica y cuando les falta otro recurso, lo pliegan en subordinación al guion (como cuando parece que haya más de una cámara, o que la cámara haya conseguido estar presente a momentos en los que sería absurdo seguir grabando). Como guinda de este pastel de limitaciones y errores, hay que añadir otro factor externo, la oposición natural que presentarán cada vez más espectadores ante este lenguaje, aburridos de manera comprensible, por su sobreexposición y por la cantidad de títulos como éste, que lo trabajan mal.

He dicho que La horca recurre a ser un mockumentary por nada, pero en realidad no soy tan ingenuo y he de matizarme a mí mismo. Se trata de la película de debut de sus directores, Cluff y Lofing, que viven en la ciudad de Fresno, que está a 350 Km de Los Ángeles, y que impulsaron desde allí el proyecto primero, y luego lo rodaron entre Fresno y Beatrice en Nebraska (el pueblo natal de Lofing). Lofing y Cluff fundaron su propia productora siendo apenas unos veinteañeros, Tremendum Pictures, y han hecho realidad este film prácticamente sin dinero, con una financiación inicial mínima obtenida por el método del “sablazo” a familiares y conocidos (el crowdfunding más antiguo del mundo). Es decir, que el mockumentary en este caso vuelve a ser, como en otros muchos, un método para filmar una primera película con poca logística y por lo tanto bajísimo presupuesto. Desde esa perspectiva se entiende un poco más, simpatizamos por la gente que lucha por hacer realidad sus sueños y realiza su primera película de terror, y sentimos predilección por aquellos que son capaces de hacerlo de manera independiente. Pero respecto a esto, he de objetar que siempre han existido directores debutantes, cine de bajo presupuesto, y planteamientos independientes, y esos cineastas de una manera u otra encontraron la manera de acoplarse a sus presupuestos y sacar adelante películas con toda su sintaxis narrativa. Ha habido excepciones en el cine reciente, como los citados casos de Daniel Myrick y Eduardo Sanchez o de Oren Peli, pero sus películas fueron rompedoras, más allá de su formato. A lo que voy, es a que incluso visto desde esta perspectiva de utilidad económica, me temo que estemos ante una generación de cineastas que ante las dificultades tiran a lo fácil, lo cual yo personalmente lamento. Los propios directores aseguran en las entrevistas que admiraron muchísimo Paranormal Activity, y que se plantearon el reto de tratar de repetir su efecto. ¿Cómo? ¿Qué me estás contando? ¿Me haces una película por tu cuenta, totalmente tuya, y utilizas un planteamiento más propio de los ejecutivos de una productora del core de la industria? Oh, vamos…

Pero volvamos a la película (o introduzcámonos por fin en ella, según como lo miren). Lo cierto es que es difícil que te guste cuando aquello que primero entra por los ojos, que es la fotografía, la puesta en escena, el diseño de producción, etc. (esto es: el estilo), te está fallando por culpa del formato mockumentary.  Así y todo, pienso que Cluff y Lofing podrían haber hecho una película bastante maja si la hubieran “rodado normal”. Para que no todo sean palos en mi comentario, me ha sorprendido gratamente que estos tíos saben cómo crear un ritmo e introducir los elementos a su debido tiempo. La horca filmada de manera ortodoxa habría sido un film clásico de terror adolescente, con ecos a otras películas que ya hemos visto, pero no necesariamente ineficaz. Me gusta el teatro como telón de fondo, pienso en películas como El asesino ha reservador nueve butacas (L’ assassino ha riservato nove poltrone, 1974, de Giuseppe Bennati), Aquarius (Deliria, 1987, debut de Michele Soavi) o uno de los mejores Miikes de la última hornada: Over Your Dead Body (Kuime, 2014, de Takashi Miike); me gusta la obra de teatro ficticia maldita, The Gallows; me gustan los personajes atrapados en la oscuridad de un instituto (los directores citan El club de los cinco como referencia, pero a mí me recuerda más a House on Haunted Hill), me gusta ese olorcillo a Prom Night…  La idea de partida de la película, el accidente de Charlie Grimille en escena, está basada en un suceso real acontecido en Beatrice (Nebraska), y recuperado por Chris Lofing (que como ya he mencionado, nació y se crio en ese pueblo). The Gallows como obra de teatro, más Charlie Grimille como entidad sobrenatural sin descanso, tiene potencial incluso para una franquicia. En definitiva, veo en La horcaelementos suficientes como para apreciarla como algo que a pesar de todo está muy lejos de ser un desastre total, y que me hace añorar otra película que hubiera sido posible.

En fin, fantasías aparte, lo que hay es lo que hay. Parece, por lo menos, que el sueño de Cluff y Lofing se ha hecho realidad, y que están viviendo su particular cuento de hadas, en la estela de su admirado Oren Peli. No en vano su pequeña película de bajísimo presupuesto ha terminado estrenándose en todo el mundo y distribuida por Warner Bros a través de su sello New Line. Ese cuento comenzó en 2011, cuando Tremendum Pictures hizo circular un pequeño teaser de The Gallows, que también colgaron en YouTube. Allí lo vio el representante de artistas Dean Schnider, que contactó con los directores y se ofreció para conseguirles apoyo para su película en Hollywood. Dicho y hecho, Schnider consiguió embarcar en la empresa a Jason Blum, de Blumhouse Productions (la productora detrás de títulos como Sinister, The Lord of Salem, Oculus, The Purgue, etc). Blum posee también los derechos de la franquicia Paranormal Activity, y ya saben que los productores son personajes muy de Pávlov: se ponen a salivar en cuanto les hablas de un nuevo film que suene a repetir otro que ya les está funcionando. De ahí, a nuestras pantallas. Si el cuento tendrá final feliz o no, el tiempo nos dirá si ahora que ya lo han conseguido, nuestra pareja de directores llegan a aportar algo novedoso en su segundo film, del que de momento no hay ni planes.

Ah, sí, no puedo despedirme sin hacer un breve comentario sobre la cuestión del “Charlie Charlie”. Para los que no lo sepan, “Charlie Charlie” es un juego similar a la famosa tabla ouja, solo que todavía más accesible a cualquiera, ya que para “jugar” al mismo no hacen falta más que dos lapiceros y un papel. Para tener una sesión de “Charlie Charlie” no hay más que cruzar un lápiz sobre el otro formando una cruz perfecta, y ponerla sobre el papel, en el cual se habrá escrito previamente, de manera que cada palabra caiga en uno de los cuatro cuadrantes, dos “sí” y dos “no”. El fundamento del juego es que se supone que mediante la invocación se contacta con un ser del más allá (sea fantasma o demonio), que “hablará” a través de lápiz superior haciéndole girar y señalar “sí” o “no”, contestando a las preguntas de los presentes. El invento, que al parecer tiene explicaciones científicas muy claras acerca del motivo por el que el lápiz efectivamente rota, es de procedencia mexicana. Allí lo llaman “juego de la lapicera”, y fue en 2008 cuando traspasó y comenzó a jugarse en Estados Unidos, que se inventaron que el ser que siempre responde es el espíritu del tal Charlie, al que se le invoca repitiendo su nombre dos veces. Les cuento esto porque los técnicos de marketing de Blumhouse no dejaron de notar que el espectro de La horca se llama Charlie, y que en varios momentos de la película se le invoca repitiendo su nombre dos veces o más. Y aunque la película que nos ocupa no tiene absolutamente nada que ver con este juego ni nuestro Charlie es el mismo Charlie, lo cosa fue utilizada para lanzar un tráiler en el que podían verse los lápices (algo que no sale en la película, insisto), y un hashtag #CharlieCharlieChallenge (Desafío de Charlie Charlie) que ha servido para viralizar en cierta medida la película.

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