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Quinta película de la serie La profecía que inaugurara Richard Donner en 1976 con The Omen, clásico de la historia del cine de terror. Tras una trilogía más o menos oficial, en las que las segunda y tercera parte eran obviamente inferiores a la película primera, pero para nada desdeñables, y una cuarta que es una especie de reboot televisivo, más un remake en 2006, para aprovechar la oportunidad de estrenarlo el seis de junio (ya saben, el 6 del 6 del 6), esta continuación tardía se presenta como una precuela. No obstante, si hay un acierto principal en su planteamiento, es que se puede ver de forma independiente: enlaza bastante bien con el canon establecido en La profecía de 1976, pero si no la has visto o no la tienes fresca, no pasa nada, puedes disfrutarla como un film aparte. Esto, seamos realistas, es muy bueno, porque poca gente se acuerda en nuestros días de La profecía, para muchos es simplemente un clásico que les suena (o ni eso) pero no han visto, y para los que sí tienen a la película en un pedestal, otra entrega es algo completamente innecesario. Así que puestos a hacer algo que nadie ha pedido ni nadie espera, mejor que puedas verla como si fuera una propuesta completamente nueva.

La acción nos lleva a un convento italiano, en el que ingresa como novicia una joven norteamericana que ni siquiera habla el idioma local. Hay gente amable con ella, gente muy estricta con las normas, gente rara, e incluso compañera novicias que se toman la vocación muy poco en serio. Pero la protagonista no tardará en sospechar que ahí está pasando algo muy turbio. El espectador ya lo sabía, porque el prólogo ya es una escena terrorífica en la que una muchacha trata de escapar del convento, y un grupo de monjas de lo más espectrales la atrapan y la entierran viva.

La primera profecía es un film muy oscuro, con una atmósfera muy opresiva, y con muy buenos sustos. En algunos aspectos parece deudora de Suspiria, y es uno de los aspectos que más me han gustado: su atmósfera y sus insinuaciones esotéricas. Consistentemente inquietante y alegremente sacrílega, también rememora con éxito La semilla del diablo o El exorcista. Y para los que lo quieran leer así, ofrece una lectura muy contemporánea sobre la utilización del cuerpo de la mujer, toda una alegoría feminista.
Por cierto, mucho después de que Ira Levin escribiera “Rosemary’s Baby,”, siguió con una secuela oficial llamada “Son of Rosemary,” en la que el supuesto Anticristo crece hasta convertirse en un célebre humanitario. En vísperas del milenio, el carismático hombre de 33 años convence al mundo entero para que encienda velas de celebración, desatando una sustancia tóxica que acaba con la humanidad… De manera similar, el giro que esta precuela le da al mito, acusa directamente a la Iglesia moderna de necesitar al Anticristo para poder seguir siendo necesarios y por lo tanto conservar el poder. Otro punto moderno a favor de la película.

El final, necesariamente fatalista, necesita que el Anticristo nazca y sea entregado a un diplomático americano. Su nombre, el del niño, será Damien.

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