El viernes 13 es, para los supersticiosos anglosajones, el día equivalente a lo que entre los países hispanos viene a ser el martes 13: el día de la mala suerte, una jornada en la que no caben esperarse más que catástrofes. Huelga subrayar lo de “para los supersticiosos”, mismamente anteayer fue un día bastante terrible con los famosos anuncios de recortes de Rajoy y era “solo” miércoles 11, y en los últimos años está dándose la casualidad (¿o no es tan casual?) de que el día del mes que trae mala suerte es el 11 (11S, 11M, Fukusima y terremoto en Japón, etc). Pero creer en el mal fario del 11 también sería caer en otra superstición. “El día de la mala suerte” es algo cultural, como prueba que unos prefieran el martes y otros el viernes. Y para colmo, en Italia el día equivalente ni siquiera es el 13, sino el viernes 17. Sea como fuere, hoy es viernes 13, y para celebrarlo (¿por qué no?) me apetece repasar una de las sagas de cine de terror más longevas, carismáticas y características, la iniciada en 1980 por la película homónima de Sean S. Cunningham.
Viernes 13 (Friday 13th) es el sumun del subgénero slasher. Si estás leyendo esta web es más que posible que sepas lo que es un slasher, pero como también sé que hay lectores más circunstanciales, merece la pena dedicarle un par de datos reflexiones. Los slashers con esa clase de películas de terror centradas en un conjunto de personajes que son asesinados uno tras otro por un asesino cuya identidad puede ser conocida o no, y en las que la salsa de la película son, precisamente, la creatividad en la formulación de novedosas y variadas formas de matar. Tras esto hay toda una historiografía, como no podía ser menos, algo que se remontaría a lo impactante que eran en su día los asesinatos mostrados en Psicosis (Psycho, 1960, de Alfred Hitchcock), en las influencias del género giallo italiano, el primer cine goreprimitivo de Herchell Gordon Lewis y compañía en los 60, la crudeza y relevancia de los asesinos en La matanza de Texas o La última casa a la izquierda, o a proto-slashers germinales tan claros como Black Christmas (1974, de Bob Clark). Scream Bloody Murder (1973, de Marc B. Ray) Noche silenciosa noche sangrienta (Silent Night, Bloody Night, 1974, de Theodore Gershuny) o The Toolbox Murder (1978, de Dennis Donnelly). Pero unánimemente se suele considerar que el primer slasher oficial fue La noche de Halloween (Halloween, 1978, de John Carpenter). En Halloween ya estaba todo, en su forma definitiva, y además con una cinematografía impecable. En un slasher al asesino no se le suele ver, caso de que su identidad sea uno de los misterios de la trama, o suele llevar una máscara, caso de que se sepa quién es y porqué mata. La máscara ha quedado muy ligada al subgénero dado que tanto Michael Meyers, el asesino de La noche de Halloween, como Jason Voorhees, el de Viernes 13 que vamos a conocer largo y tendido ahora, la llevan.
En un slasher típicamente tenemos a un grupo de gente en un espacio limitado (sea un pueblo, un campamento, un caserón…), y vamos viendo como uno tras otro van siendo masacrados por el asesino en cuanto se separan de los demás (también pueden matarlos de dos en dos, en el caso de parejas, sobre todo si están en plena escena de sexo). Así sucesivamente, al final de la película habrán muerto todos salvo uno, que será el personaje encargado de matar al asesino, en caso de que la película vaya a terminar bien. Esto provoca el primer inconveniente de esta clase de cine: todas las películas slasher tienden a ser parecidas. Hay poca variación posible, salvo el origen del asesino, que puede ser incluso un ser de carácter sobrenatural (como Freddy Krueger), y el “terreno de juego”. Ha sido una objeción muy esgrimida por los detractores de estas películas, muchos de los cuales son, a menudo, incluso aficionados al cine de terror. Sí, es cierto, tal y como es. Y francamente, yo no querría que todas las películas de terror fueran slashers. Pero como buen “conservacionista” que soy (partidario de que no se pierda nada, que haya cultivadores que mantengan vivos todas los estilos), no veo ningún problema en que hayaslashers de vez en cuando. Cuando uno se sienta a verlos parte del trabajo de conexión entre película y espectador ya viene hecho. Ante un slasher ya hay muchas cosas que se esperan y se dan por entendidas, no hace falta que se te pongan a explicar nada. Dame un grupo de adolescentes y dame un asesino enmascarado y sé lo que va a pasar, sé cómo va y qué lenguaje vas a contármelo. Esa comunicación es una ventaja maravillosa, y permite emplear el metraje en otras cosas, como por ejemplo en las muertes creativas (de lo que hablaré luego).
Otra objeción recurrente ante este tipo de películas, y también es verdad, acusa que los personajes suelen ser muy esquemáticos y abundan los clichés y decisiones de guión absurdas (lo que en jerga llamamos idiot plot). Detalles como las duchas inoportunas, los baños desnudos a medianoche, el personaje graciosillo que gasta bromas pesadas, lo de confundir al asesino con el graciosillo, lo de meterte en una casa que no es la tuya sin llamar, lo salidos que están los personajes, la ubicuidad del asesino (que siempre se materializa detrás de la puerta), la víctima patosa que corre y el asesino que anda y la alcanza (maestro en atajos), el susto del gato que salta, etc, etc. Todo ello es cierto, pero no debemos olvidar que simple y llanamente es la codificación del subgénero, su lenguaje. O lo hablas, o no lo hablas, y da lo mismo que digas que el francés te parece muy nasal o el alemán muy áspero. En una tragedia griega, según la época, no había en escena más que dos o tres personajes, y con ellos un coro y un corifeo, lo cual no es una configuración muy naturalista, pero era su forma, su liturgia, y así se aceptaba. En un slasher también existen sus figuras repetidas y su configuración artificiosa y aislada de la vida real, y yo no veo problema alguno en ello, dado que hablamos de mera representación, no de documental. A estos códigos propios hay que sumar los del lenguaje del cine gore/splatter como el hecho de que a veces parezca que el cuerpo humano tenga 20 litros de sangre dentro, o que la misma salga como un jeyser… que no son más que licencias retóricas, “poéticas”, necesarias.
Finalmente, se acusa al slasher de ser un subgénero muy reaccionario, lo cual en gran medida también es cierto. Es como una contradicción intrínseca: los slashers no son precisamente puritanos, ya que en cuanto a muerte y violencia son explícitos por definición. Pero en lo tocante al sexo, las drogas o la fiesta… Como bien dijo Wes Craven por boca de su clásico metalingúistico Scream (1996), elslasher que parodiaba y desnudaba los engranajes característicos del propio subgénero, “sexo = muerte”, por ejemplo. En buena parte del cine slasher, sobre todo en los clásicos, el/la protagonista que se salva es aquel que en toda la película no ha ligado o ha ligado de una manera más romántica y no ha mojado. Con el consumo de drogas pasa tres cuartos de lo mismo, y con la fiesta en general (cuando un personaje se lo está pasando demasiado bien en un lugar con música alta, alcohol, luces y mucha otra gente…. Malo para él). ¿Por qué esto es así? No creo que el público al que van dirigidas estas películas, en primera instancia adolescentes, comparta necesariamente ideas conservadoras frente al sexo antes del matrimonio (por ejemplo), ni que lo hagan tampoco sus creadores. ¿Se trata por lo tanto de otra convención más, del enésimo cliché de un estilo sumamente estereotipado? Yo lo creo así. Son películas muy referenciales, imitativas, y que básicamente beben de La noche de Halloween, en donde Laurie Strode/Meyers, el personaje de Jamie Lee Curtis, era una buena chica con todas sus connotaciones, y bastante más modosita que alguna amiga suya. Todos los héroes y heroínas del slasher, como sucedía en su momento con la novela gótica, con instanciaciones de la misma clase dramática, que podríamos representar por su factor canónico, la Laurie de Halloween según John Carpenter, la película que, como si fuera un rito o una misa, no hemos dejado de celebrar/reproducir.
Dicho todo lo cual, y atenuadas en la medida de lo que mi torpeza permite las objeciones, declararé por qué me gustan a mí las películasslashers: porque una vez asumido que no engañan y que son como son, y una vez que has dejado de esperarte dimensiones fílmicas a las que el slasher ha renunciado en su esencialidad, lo que obtienes es un subconjunto químicamente muy puro de lo que es el cine de terror. El slasher es al cine de terror lo que un concurso de mates es al baloncesto. Puede ser que en un concurso de mates te pierdas el juego en equipo y otros aspectos que hacen grande al referido deporte, pero tienes un espectáculo que va al grano y potencia la espectacularidad de lo que en esencia es el objetivo de todo el juego: la canasta y su ejecución. Análogamente, el slasher prescinde de otros desarrollos para centrarse única y exclusivamente en aquello que está de fondo en toda película de terror: el miedo a la muerte, el shock y el susto. Elslasher te transporta a un mundo de sobresaltos e impactos y te obliga a enfrentarte una y otra vez a la muerte violenta. Además, el género no es tal si como ya he referido en un par de ocasiones, los guionistas no han hecho un buen trabajo de diseño de muertes. El asesinato se convierte en un ballet coreografiable, y no por ello deja de ser más inquietante o repulsivo. Que dos víctimas mueran en un slasher de la misma forma es una vulgaridad. Las armas más inesperadas y las situaciones más variadas, son la metáfora perfecta de lo inesperada que es la muerte en sus mil formas, el símbolo ideal de la catástrofe y el accidente que nos acechan, que nos miran por encima de nuestro hombro todo el rato. Cuanto más abstracto es el asesino, mejor. Que Michael Meyers o Jason Voorhees no hablen y no tengan vida privada (más allá de su “origen”) es porque no son otra cosa que concreciones de algo tan metafísico como es el Mal que campa suelto por el mundo.
Y después de darle tantas vueltas… por fin “Viernes 13”
Viernes 13 es lo que ha quedado como slasher de manual, el más puro y famoso de todos. En realidad es evidente que él también bebe (por decirlo suavemente) de La noche de Halloween, pero su éxito fue tal, con un presupuesto de casi medio millón de dólares recaudó alrededor de 40 millones (¡de los de la época!), que si hubo una película causante principal de la moda slasher que se vivió en los 80, esa película es ésta. Muchas de esas imitaciones (The Burning, Bodycount, etc) se atrevían a copiar incluso el escenario: un campamento de verano en el bosque.
No solo es que se intuya que Viernes 13 se inspiró mucho en La noche de Halloween: es que sus responsables lo admiten sin tapujos. La película de Carpenter se había convertido en uno de los films independientes más taquilleros de la historia en aquel momento, y el joven director y productor Sean S. Cunningham ya había probado lo que eran las mieles de la notoriedad con una película de terror gracias a la escandalosa La última casa a la izquierda (The Last House on the Left, 1972), debut en la dirección de Wes Craven. Así que volvió a llamar al guionista Victor Miller, con el que ya había hecho un par de intrascendentes comedias, y a su amigo y colaborador Steve Miller (quien colaboraba con él desde la época de La última casa a la izquierda, y últimamente se había en el montador de sus películas) y urdieron un plan para obtener su propio Halloween, algo que Miller no tuvo ningún problema en elaborar. Tomó la idea básica, el asesino suelto que va matando otros personajes, y la transportó inteligentemente al mejor escenario posible: ya que la historia siempre tuvo pinta de cuento de miedo narrado alrededor de una hoguera en una acampada, hizo que todo sucediese en un campamento de verano: Cristal Lake. Que en realidad existe, rodaron en un campamento para boys scouts de verdad, solo que no se llama Cristal Lake sino Camp No-Be-Bo-Sco y está en New Jersey.
Rodaron durante 28 días, y otro de los factores determinantes que influyeron en lo mítica que es esta película fue la participación del maestro de los efectos especiales sanguinolentos, Tom Savini. Savini no solo ideó cada una de las muertes y las elaboró, sino que además se involucró aportando ideas que terminaron integrándose en el guión, como la escena de la serpiente, o sobre todo ese falso final, en realidad casi copiado al sobresalto final de Carrie (1974, de Brian de Palma). Savini ha dejado su nombre históricamente vinculado al éxito del slasher, como abalan sus trabajos para El asesino de Rosemary (The Prowler, 1981, de Joseph Zito), La quema (The Burning, 1981, Tony Maylam), Los ojos de un extraño (Eyes of a Stranger, 1981, Ken Wiederhorn) o Maniac (1980, de William Lustig), todos slashers hoy considerados clásicos.
Finalmente, también es muy rememorable de Viernes 13 su música, obra del especialista en películas de terror de bajo presupuesto Harry Manfredini, cuyas composiciones, abundantes en chirriar de violines como si fuera un buen discípulo del Bernard Hermann de la música dePsicosis, intensifica cada escena y manipula efectivamente la impresión de desazón del espectador. Además, Manfredini es el autor del susurro “chi chi ah ah” que se ha convertido en icono sonoro de la película y del cine de terror de los 80 en general. En realidad el susurro no dice “chi chi ah ah”, sino “ki ki ma ma”, que viene de “kill kill, mommy mommy” (mata, mata, mamá) que viene a ser lo que oye la asesina dentro de su cabeza, creyendo que es el pequeño Jason el que necesita esa venganza.
En cuanto al reparto, ahí está, para siempre, la anécdota de encontrar a un jovencito Kevin Bacon haciendo un papel secundario, de los que mueren (le atraviesan la tráquea con un machete). Que la mala de la película, Betsy Palmer, haya admitido que aceptó el papel porque estaba muy desesperada por trabajar, pero que el guión le parecía una mierda. O que la protagonista, Adrienne King, al principio no quisiera hacer la película porque le parecía demasiado violente, pero acabó cambiando de opinión.
Viernes 13 está muy bien, las cosas como son. Cuando una película tiene tantas secuelas se termina desfigurando, se ensucia. Pero la primera parte es un film con un clima de suspense conseguidísimo, que te mantiene pegado a la butaca excepto en aquellos numerosos ratos en los que te hace botar sobre ella. Los sustos son muy eficaces. Había suficiente talento en lo que vemos y oímos como para que la película marcase a toda una generación. Su pésima reputación, aparte del tema de las secuelas interminables (algo parecido a lo que le ha sucedido a la excelente Saw recientemente), también se la ha considerado basura debido a las corrientes de opinión que crearon críticos que atacaron su crudeza, su violencia y sanguinolencia, o su pobreza conceptual. Es decir: atacaron que fuera un slasher. Como si el lector no se ha saltado toda mi cháchara previa, habrá visto que el slasher es una forma en sí misma, una categoría taxonómica independiente. Por eso resulta tan absurdo quejarse de que gato resulte tan mal perro cuando no es un perro…
Queda para la posteridad la anécdota sobre la identidad del asesino de Viernes 13, una broma muy bien urdida e integrada, otra vez sale a colación, en Scream. “¿Quién es el asesino de Viernes 13?” Respuesta errónea: Jason. Respuesta correcta: la madre de Jason. Jason Voorhees se convierte en el asesino a partir de Viernes 13 Parte 2, y se pone su máscara de hockey icónica y mítica a partir de Viernes 13 parte 3. En realidad, de toda la serie de Viernes 13, Jason se perdió la primera película y otra más: la quinta parte, en donde tampoco es él el asesino, aunque está todo el rato apareciendo en visiones y subyace como miedo de fondo todo el rato.
Secuelas de Viernes 13: si contamos también Freddy vs. Jason y el remake de hace dos años, hay 12 películas de Viernes 13.
Viernes 13 Parte 4. Se titulaba Viernes 13 Parte 4, Último capítulo, la muerte de Jason. Obviamente no cumplieron lo de que fuera el último capítulo, y la muerte a Jason le duró poquito.
Pero tal vez por eso en la Parte 5 trataron de hacer algo distinto, aún haciendo lo mismo (slasher puro, y fórmula Viernes 13 100% para sus fans).
En Viernes 13 Parte 6 Jason, el auténtico (no el usurpador de la anterior), ha resucitado. Pero para no aburrir probaron a introducir humor, y les quedó bastante divertido.
La Parte 7 incluía detalles fantásticos (más fantásticos, quiero decir), como que la protagonista tuviera poderes telequinéticos.
En la parte 8 la fórmula daba ya tantos síntomas de cansancio que sacaron a Jason del bosque y le mandaron a Manhattan, nada menos.
Viernes 13 Parte 9 fue titulada El viernes final, y se suponía que acababa con la saga. En cierto modo lo hizo. Cambiaron las reglas del juego, y de repente Jason dejó de ser una persona (o un muerto viviente, según se vea) para ser un ente que cambia de cuerpo, a loHidden: Oculto (Hidden, 1987) de Jack Sholder. Al final (sí, siento mucho esto pero os voy a contar cómo acaba) mataban a Jason. Pero lo curioso era la última escena de película: la máscara de hockey de Jason queda tirada en el suelo, sobre la tierra. De pronto, surge de la arena la garra del guante de…. ¡Freddy Krueger! y se lleva la máscara. Aún faltaban bastantes años para que hicieran Freddy vs. Jason, pero se llevaba hablando del tema desde entonces. Freddy también había muerto en Pesadilla en Elm Street VI.
Jason X es una especie de spin-off de la serie, y es lo mismo que en todas pero en una nave espacial en el espacio.
Luego vino, por fin, la esperada Freddy vs. Jason. Y finalmente el remake de Marcus Nispel.
Pero de las secuelas y del remake ya hablaré en otro artículo, que apetece bucear un poco más en estas aguas oscuras.
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