Sangrienta y elegante al mismo tiempo, “Revenge” es una síntesis de explotation y feminismo, dos cosas que durante mucho tiempo hemos creído que eran opuestas. El subgénero rape & revenge, literalmente “violación y venganza”, suele tratar exactamente de eso: en la primera parte de esta clase de películas, una mujer es brutalmente agredida por uno o varios hombres, que la violan y la torturan casi hasta la muerte; y a partir del primer nudo de guion, la mujer, que ha sobrevivido, toma venganza por ello, eliminando uno por uno a sus agresores o dándoles un buen escarmiento (por ejemplo, la castración). Con este sencillo esquema (emparentado con el de las películas de justicieros) se han hecho decenas de films, por no decir cientos o incluso miles. Así sobre el papel se podría pensar que con este planteamiento lo que estas películas hacen es denunciar el tema de las agresiones sexuales y darles una compensación, aunque sea de justicia romántica (ficcional), a las víctimas. Pero todo lo contario, en la inmensa mayoría de casos lo que realmente se impone es el morbo, la escena de la violación es utilizada como uno de los principales reclamos, no se ponen reparos en recrearse ni en la violencia ni el aspecto sexual inherente, y si de paso se puede utilizar el cuerpo de la protagonista como aliciente, parece que es tanto mejor. Así que en lugar de cine feminista, lo que tenemos es un subgénero abrumadoramente dirigido al disfrute masculino, y una rama del cine popular eminentemente exploit (el cine comercial que apela como gancho a los instintos más primitivos por medio de la violencia, el sexo o los sustos; y ya deberían saber que cuando yo digo esto lo hago sin el menor matiz peyorativo, ya que este tipo de cine me apasiona a muchos niveles y de muy distintas maneras).
Pero aquí las cosas cambian, y seguramente el motor del cambio comienza cuando aquí, lo que tenemos detrás de las cámaras es una directora. Coralie Fargeat, haciendo un debut impresionante, no elude las convenciones generales del subgénero, pero se propone evitar las trampas y las reducciones morbosas, o al menos construirlas mejor. Para empezar, la violación sucede fuera de campo, y mientras el punto de vista del espectador se dirige ni hacia el violador ni hacia la víctima siquiera, sino hacia un testigo, otro hombre, que decide no hacer nada al respecto. Ya solo esto, por sí solo, sería un interesante mensaje de calado y marcaría una diferencia. Pero es que ese va a ser el tono de todo: parece como si la directora dijera “como mujer, no voy a permitir que os aprovechéis de mi personaje, ni tan siquiera desde la audiencia”. No en vano, por ejemplo, en el climax final el que está desnudo es el hombre, no la chica.
Pero tampoco piense nadie que Carilie Fargeat es una “feminazi” recalcitrante que lo que hace es darle la vuelta a los roles y escupir contra los hombres: también se toma su tiempo al principio en describir perfectamente la clase de chica que es la protagonista, alguien acostumbrada a usar su belleza en lugar de trabajar otros méritos, que sabe que atrae a los hombres y probablemente obtiene seguridad y apuntala su irregular amor propio demostrándose a sí misma que le prestan atención cada vez que se contonea. No obstante, eso no es motivo ni justificación para violarla, ya somos todos mayorcitos para saber hasta dónde queremos jugar y con quien, siempre desde el mutuo consentimiento.
“Revenge” comienza con fetichismo, lujo y superficialidad: Un helicóptero se posa cerca de una lujosa villa modernista en el desierto (posiblemente en México, aunque los créditos finales dicen Marruecos), y de él se baja un tipo (Kevin Janssens) con accesorios que lo identifican como un “ganador de la vida”: un reloj Rolex, buena ropa, tallado físico de gimnasio… y en este contexto la chica (Matilda Lutz), que chupa sutilmente una piruleta mientras mira a través de gafas de sol de color caramelo, es un complemento más (a lo cual ella se presta, por supuesto).
Él está casado (con otra mujer, ajena a la historia), y habla francés. Ella podría ser estadounidense (enésimo matiz de connotaciones simbólicas, por lo que representan los Estados Unidos en el mundo hoy por hoy: liberalismo, todo en venta, tendencia al espectáculo, etc). En cualquier caso, la cámara la observa de acuerdo con las convenciones cinematográficas tradicionales: desde atrás en un ángulo bajo mientras camina en ropa interior o en un traje de baño. Cuando los compañeros de caza de Richard, Stan (Vincent Colombe) y Dimitri (Guillaume Bouchède), aparecen, la miran de la misma manera. Pero todos parecen estar pasando un buen rato. La mirada masculina nunca lastimó a nadie, ¿verdad? Hay una gran televisión, un buen sistema de sonido, una piscina infinita. Algunas armas también, pero ésas son para más tarde.
Las cosas se ponen feas bastante rápido. Los hombres revelan sus verdaderos colores. Primero Stan, quien viola a Jen; luego Dimitri, quien ignora el asalto; y finalmente Richard, quien demuestra ser el peor del grupo. Sigue una larga elaboración del título de la película, cuando Jen se transforma de víctima en guerrera a través de un proceso casi místico (no en vano se parece a la forma en que los indios se encontraban con sus totems y salían convertidos en guerreros). Y comienza la venganza, la caza del cazador cazado, contada primorosamente, con gran suspense y no poco gore.
En el tramo final el realismo ya no es una gran preocupación. Esa ligereza también es de agradecer. La supervivencia de Jen, aunque no sea sobrenatural ni sobrehumana, le otorga un estatus casi mítico. Gravemente herida, se cura con un peyote, un encendedor de cigarrillos, un cuchillo de caza y una lata de cerveza vacía. El logo deja un tatuaje simbólico en su abdomen.
Y “Revenge” deja una imagen persistente, espeluznante, una impresión en algún lugar entre el placer justo y la repugnancia temblorosa. Es al mismo tiempo un desafío y una tarjeta de visita, en el que la directora al instante expone lo que está mal en este subgénero al tiempo que demuestra su dominio del mismo.
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